Mochilero en Guinea Bissau (III)
DE BOLAMA A BUBA, QUE NO HACE PUPA.
Bajo las primeras luces débiles del día abandoné el hotel, recorriendo por última vez sus avenidas ausentes de adoquines y asfalto. En esas horas su ritmo todavía era más sosegado y lento; solo el trinar inconmensurable de las aves rompía el silencio.
Marchaba con tristeza, como si estuviera dejando atrás al amor de mi vida. Dirección al puerto, dejando atrás las dos imponentes ceibas, que acariciadas por una suave brisa parecían sus ramas más delicadas despedirse del Viajero Pesimista. En esta ocasión, no estaba tan seguro que sería la última vez que pisaría una ciudad que visitaba. Sabía que Bolama podría llamarme de nuevo, en cualquier momento, y acudir a su llamada, porque la amaba. Sí. Amaba esta ciudad y, por extensión, Guinea Bisáu.
Nuestra pequeña canoa, que debía llevarme de vuelta al continente estaba dispuesta y amarrada a un primitivo noray, con destino a la pequeña población de Sao Joao. Había preguntado si habría un transporte público esperando a nuestra llegada en aquel lunes. Y, efectivamente, lo habría. Desde Sao Joao a Nueva Sindra distaban catorce kilómetros. No éramos muchos pasajeros en la embarcación, uno de ellos subió en una motocicleta, ayudados por las manos de los marineros y un estrecho tablón de madera que hacía de improvisada pasarela. Nadie habló durante los treinta minutos que duró la travesía, todavía estábamos envueltos en el velo del sueño, a pesar que Morfeo no regía ya nuestras vidas. El precio del trayecto en canoa fue de 500 CFA.
Canoa que me devolvió al continente africano desde Bolama |
La canoa varó en la accidenta orilla. Ascendimos unos pocos metros a un sendero arbolado que nos llevó a la pequeña población salpicadas de tabankas. En el centro de la villa, bajo la sombra de un imponente árbol, esperaba un camión con un receptáculo equipado con bancos de madera alineados con los asientos de cabina, donde los pasajeros se sentaban bajo la protección de un toldo. La configuración de los bancos no eran igual en todos los vehículos públicos. Al ver ese vehículo y la bacheada pista, con el ánimo elevado, decidí recorrer a pie los 14 kilómetros. No tenía prisa y caminar por ese exuberante paisaje podía ser una experiencia interesante. ¿Por qué no?
Termitero |
Pista de laterita |
Treinta minutos después, el camión pasó balanceándose, levantado una pequeña estela de polvo rojizo, mientras algunos pasajeros me animaban a subir. Les sonreí agradecido, pero les dije que estaba feliz como una perdiz caminando. Al fin al cabo, ya lo citaba el gran poeta y escritor español, Antonio Machado: “se hace camino al andar”. Y a mí, me gustaba seguir los consejos de las grandes plumas de nuestro país, a pesar de no ser un experimentado lector. Además, no debía ser un viaje placentero viajar en ese transporte con una pista tan maltratada.
El camino transcurrió pasando por algunas aldeas y, de vez en cuando, en los flancos, podía observar una de esas obras de ingeniería dignas de ser firmadas por cualquier ingeniero reconocido a nivel mundial. Era increíble cómo seres tan diminutos podían llegar a construir esos rascacielos. En una de las aldeas, una mujer mayor se acercó pidiendo limosna, no era habitual en Guinea Bisáu, y menos, fuera de las ciudades. Más tarde, un joven me invitó al pórtico de su casa, y me ofreció una piña por un precio razonable, la cual saboreé como si fuera el plato más exquisito del mundo. Su textura era más fibrosa que las que había probado en mi vida. Cuando ya quedaba poco para llegar a Nueva Sindra, vi a unas chicas vendiendo plátanos sobre la base de un gran bidón azul, comprando un par de ellos para saciar el hambre que ya me acuciaba al mediodía. Les pedí permiso para tomar una foto, y aceptaron después de arreglarse un poco el vestido y el pelo. Querían salir guapas.
Cuando más hambre tenía apareció este puesto de venta de plátanos |
A las tres horas llegué a Nueva Sindra. En el primer cruce pregunté a una pareja de policías a qué hora pasaba el transporte dirección a Buba. Me indicaron que precisamente donde estaba solían parar. Me ofrecieron una silla y durante unas horas pude ser testigo de la corrupción policial. Sus víctimas preferidas eran los motoristas que si no tenían los papeles en regla solían multarlos. Por lo que vi, no había un precio establecido, el precio de la multa se regateaba, provocando, a veces, largas esperas hasta que ambas partes llegaban a un acuerdo. Mientras tanto, el propietario musulmán y complaciente, nacido en Conakry, de una vivienda contigua al control tenía bien alimentados a los esforzados policías, que tanto trabajo les despertaba el apetito, quienes, eso sí, me invitaban a comer con ellos. La joven esposa de generosos pechos hacía el trabajo duro, sirviendo a los comensales, que cada vez que se agachaba salía por uno de los laterales de su vestido una de las inmensas obres que la genética le había concebido. Era curioso como el islam se volvía menos restrictivo en cuestiones de vestimentas en la África negra y el marido, mucho mayor, no le daba importancia que le hubiera dado un iraní o afgano, por ejemplo.
En la larga espera, tuve tiempo a conversar con muchas personas. Uno de ellos me habló en un excelente español con acento cubano. Había estado viviendo en Cuba, cuando el comunismo hermanaba países africanos con la Cuba de Fidel Castro, cuando el comunismo eran tan hermético que los jóvenes occidentales, y no tan jóvenes, nos creíamos la justicia social de este sistema político que resultó mucho peor que las dictaduras.
A las tres de la tarde, finalmente apareció la candonga con destino a la población de Fulancunda, una población intermedia en el camino hacia Buba, donde se requería un cambio obligatorio de transporte. Subí a la caja trasera y me senté en el banco de madera, dispuesto a soportar los masajes sadomasoquistas del trayecto. En ese momento, uno de los funcionarios detuvo un todoterreno con el cual intercambiaron varias palabras con el conductor. Luego, se dirigió a mí y me hizo señas para que bajara y lo siguiera. Abrió la puerta trasera y me invitó a entrar. Sorprendentemente, el vehículo incluso tenía aire acondicionado. Era todo un lujo en aquellos parajes olvidados por Dios. En ese momento, pensé para mí mismo: ¡No todo va a ser corrupción en el cuerpo!
El primer tramo transcurrió en completo silencio por parte de los dos ocupantes del vehículo, casi no me dirigieron la palabra. No pareció agradarles mucho que el policía los exhortara a llevarme. No obstante, todo cambio en la última hora cuando se rompió definitivamente el incómodo silencio. Comentaron que de vez en cuando algún elefante de la selva aparecía en medio de la carretera. Resulto que ellos trabajaban como médicos y se desplazaban de población a población para atender las necesidades sanitarias. Llegamos a Fulacunda. Me despedí de ellos y me quede´esperando en un cobertizo que saliera el transporte público hacía Buba. Por su parte, ellos se fueron al centro sanitario de la localidad.
Transporte que estuve a punto de coger para ir a Buba |
Tras una hora de espera, escuché varios bocinazos procedentes de un vehículo… ¡¡Eran ellos!! Me instaban a subir con ellos. Habían acabado su trabajo y ya marchaban a Buba. Fui corriendo y subí al coche. Me dejaron a las puertas de mi alojamiento, después de insistirles que me conformaba que me dejaran en la calle principal, pero insistieron tanto que no tuve más remedio que aceptar. Nos despedimos con sentidos apretones de manos. Al final, resultaron ser muy buenas personas.
Me comentaron que estaban construyendo una autovía desde Bamako a Buba que cuando este acabado gane como centro económico, junto al gran puerto internacional de mercancias que se estaba construyendo y pudiera ser que estuviera ya acabado. Cuando llegué ya era tan tarde y estaba demasiado cansado para dar vueltas y explorar los alrededores. Pero sí era como lo poco que vi, desde luego, fue una buena decisión partir al día siguiente.
Eso sí, según leí en la guía que llevaba de Bisáu, desde aquí se contrataba las excursiones y estaba ubicada la sede para explorar el cercano Parque Natural de las Lagunas de Cufada. Una región repleta de humedales de agua dulce, abundante en vegetación acuática y rica biodiversidad animal.
Me alojé en los sencillos apartamentos de Berço do Rio de la sede del parque nacional por 12500 CFA- El trato de los trabajadores fue excelente, acompañándome y aconsejándome lugares para comer pescado.
Apartamentos de Berço do Rio |
En la calle principal había un cajero al lado de la estación donde pude sacar dinero. Eso sí, siempre tengo la costumbre de sacar dinero cuando el banco está abierto por si se traga la tarjeta el cajero. Tal como me ocurrió en la capital que gracias que estaba abierto resolvieron rápido el inconveniente y me devolvieron la tarjeta.
Y tras la intensa jornada y llenar el buche me fui a descansar. Un merecido descanso.
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