VIII Mochilero en la utópica República Árabe Saharaui Democrática (Dakhla)
Marruecos por libre
XIII En la antigua Villa Cisneros con mi mochila
Dakhla por libre
El propietario del Albergue Sahara me acompañó hasta la calle y detuvo a un taxista, quien me llevó hasta donde salían los taxis colectivos hacia la frontera con Marruecos por 50 MRU.
Allí tuve una negociación fuerte, y conseguí que me dejaran el trayecto hasta la frontera marroquí en 300 MRU. Si me hubiera puesto más firme, podría haberlo conseguido por 200.
Los trámites de salida de Mauritania y entrada a Marruecos no se demoraron mucho. Antes de llegar a la frontera marroquí, separada por unos kilómetros de tierra de nadie, bajé del coche y la crucé caminando, mucho más rápido de hacerlo en automóvil. Las únicas preguntas fueron durante el registro del equipaje —si llevo un dron— y en el control de emigración, donde me preguntaron por los lugares del Sáhara Occidental en los que iba a pernoctar. Todavía es un territorio en disputa, donde el opresor no da tregua, donde hablar de independencia sigue siendo un tabú.
Administrativamente, estaba en Marruecos; “internacionalmente”, en España (la ONU lo sigue considerando un territorio no autónomo, la última colonia africana por descolonizar); y para sus habitantes ancestrales es —y por justicia debió haber sido— la República Árabe Saharaui Democrática. Sin embargo, la realidad era mucho menos poética y mucho más cruda.
Adyacente a la frontera está Guergerat, una pequeña población con algunos negocios nacidos para satisfacer al viajero: un hotel, restaurantes, un banco para cambiar divisas y una mezquita.
Tomé un taxi compartido hasta Dakhla (250 MAD). El viaje transcurre por una carretera nacional de doble sentido, bien asfaltada, con áreas de descanso colocadas estratégicamente en la hamada del Sáhara Occidental. Un paisaje duro y pedregoso, amante de la muerte, que pone a la vida en una complicada tesitura para justificar su existencia.
Mientras recorríamos la hamada saharaui, imaginé al aventurero francés Camille Douls explorando estas tierras en las postrimerías del siglo XIX, cuando los pueblos saharauis eran hostiles hacia los cristianos y las potencias coloniales europeas aún no se habían interesado por aquella inmensa tierra improductiva.
De hecho, Douls aprendió árabe marroquí y se hizo pasar por comerciante musulmán para llevar a cabo su empresa; aun así, su primer encuentro con los saharauis no fue nada amistoso, y le costó convencerlos de que realmente era musulmán.
Miré hacia el océano Atlántico, intentando imaginar la goleta surcando aquel inmenso estanque acuático, procedente de Lanzarote, que trajo a nuestro viajero francés hasta la orilla saharaui, donde se enfrentó a una de esas aventuras épicas que te dejan sin aliento.
Este fascinante viaje fue documentado y publicado por primera vez en la revista francesa de viajes y exploraciones Le Tour du Monde, en 1888.
La traducción al español de esta interesantísima e increíble aventura tardó más de un siglo y medio en llegar, gracias a Fernando Ballano, quien la publicó en 2021 bajo el título: Cinco meses con los nómadas del Sáhara Occidental, 1887.
Desafortunadamente, Douls fue asesinado unos años más tarde, durante su segundo viaje en solitario, cuyo destino final era la mítica ciudad de Tombuctú. El trágico desenlace ocurrió en Akabli, Argelia.
Llegamos, al fin, a la península de Río de Oro, alargada y estrecha, que se ensanchaba tímidamente al final, como si fuera un espárrago recién cortado y caído al suelo. Al menos, eso me recordó al mirarla en Google Maps.
Allí, en la yema del espárrago, los españoles fundaron el primer asentamiento en el territorio: Villa Cisneros, actualmente Dakhla.
Los marroquíes la habían transformado en una villa moderna. Una ciudad que, después de unas semanas de viaje por Mauritania, me pareció la más vanguardista del planeta.
Antes de llegar a la “yema del espárrago”, pude observar un cielo repleto de cometas de mil colores diferentes a ambos lados, arrastrando a personas sobre tablas de surf que surcaban las poco profundas aguas de la laguna del istmo.
El kitesurf se había puesto de moda en la Península de Oro. ¡Qué diferente debía de haber sido en la época colonial aquel tallo, que ahora estaba más maduro que nunca, mucho más que cuando los legionarios y los beduinos plantaban sus tiendas!
Llegamos a Dakhla a las 16h.
Uno, que había perdido la costumbre de utilizar planos físicos y, cuando la situación se complicaba, se auxiliaba con el polivalente smartphone, se encontraba desorientado en la estación Set Place de Dakhla. Pregunté por mi alojamiento a varias personas, pero ninguno sabía dónde estaba ubicado. Finalmente, cambié de táctica y pregunté por una tienda de telefonía —concretamente una de la compañía Télécom Marruecos, que tenía buenas referencias— para comprar una SIM y conseguir datos que me permitieran llegar a pie hasta mi hotel.
Sí, había taxis colectivos —no muchos— que hacían el recorrido por pocos dírhams, pero, como un niño cabezota, quería llegar caminando. No podía haber más de dos kilómetros.
Los marroquíes de Dahkla parecían distantes, pero cuando les preguntabas, muchos se desvivían por ayudarme. Bastaba romper ese extraño glaciar que, a veces, nos separa a los seres humanos, incluso cuando no pueden hacer nada por ti. Em cambio, con la tienda de telefonía todo fue mucho más fácil. Al primero que pregunté me indicó el camino a seguir correctamente.
Entré en una tienda de Télécom Marruecos y me atendió una joven que hablaba perfectamente inglés, a pesar que tenía un acento que me costaba seguir. Elegí la tarifa de siete días 4G 20 (70 dirhams). Hizo un contrato y fotocopió mi pasaporte.
Llegar al Hotel Soudika, después de varios rodeos y preguntas entre callejuelas, resultó mucho más fácil con Google Maps. Lo había reservado por Booking por 18 euros. La segunda noche me cobraron 150 dírhams: tres euros más barato. Sin regatear ni hacer alarde de simpatía.
Accedí a un pasillo flanqueado por habitaciones. A mitad de camino, en una pequeña recepción, observé a una joven marroquí sentada, consumida por el mayor de los tedios habidos y por haber.
Tenía un aire apoltronado, de fatiga crónica, de desgana por vivir. No era un pesimismo existencial, sino una profunda insatisfacción de origen desconocido, aunque seguramente de raíz muy honda.
Pero, ¿quién soy yo para criticar a alguien? —me pregunté— cuando me entregó, con el brazo extendido y pusilánime, la llave de mi habitación.
Al cobrarme tres euros menos por la habitación al día siguiente, pensé que quizá la propia carga emocional que arrastraba no le daba fuerzas para actuar con picaresca y haber puesto un precio igual al de Booking.
Una de las mezquitas más bonitas de Dakhla. |
Junto a mi hotel había una pequeña plaza rectangular que, al romper el alba, se llenaba de vida y tenderetes de ropa y otros productos. Comí en uno de los locales de comida rápida que rodeaban la citada plaza. Y , después de haber padecido la gastronomía mauritana, creí estar en el cielo gastronómico, donde los sentidos parecían recuperar la fortaleza de la juventud. Cada trozo que llevaba a la boca, al masticar, se convertía en un intenso placer que, por momentos, llegaba al orgasmo.
Y es que, aunque los años van haciendo mella en nuestro organismo, siempre hay maneras de engañar, de hacer la vida más ilusoria, si cabe.
Luego me fui a uno de los hormigueros repletas de "hormigas obreras", atraído por una hermosa reina que servía en el soso local. El instinto sexual me jugó una mala pasada, no pude resistirme a ser servido por aquella muchacha; o, tal vez , me hastiaban los locales musulmanes, siempre repletos de hombres. Y que en este hubiera una mujer, aunque fuera sirviendo, ya le daba una tonalidad más alegre. ¡Lo que se pierden la mayoría de los musulmanes, especialmente las mujeres!
Me tomé un café con leche en la terraza y aproveché para ver un poco de fútbol en la pantalla gigante. Luego, a la media hora, pagué y me marché. Más tarde, me di cuenta de que le había dado más dinero de lo que correspondía a la camarera guapa y la muy... no me había dicho nada. 😅
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La Iglesia de Nuestra Señora del Carmen. Uno de los pocos testimonios de la época española. |
Solo quedaba la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen como testimonio de un pasado perdido. Ni tan siquiera la cultura saharaui esbozaba una gran sonrisa por ello, pues con el legado español también se llevaron al saharaui en un siroco aterrador. Solo algunas personas me hablaron en castellano, evitando profundizar en opiniones peligrosas. Uno de ellos me ayudó a comunicarme en la lavandería con el tendero, quien se encargó de lavar toda la ropa sucia de mi periplo mauritano (70 dirhams). La lavandería se ubicaba muy cerca de muy alojamiento.
La ciudad era moderna y absorbida por la cultura marroquí. Muchas familias marroquís habían emigrado al Sahara Occidental en busca de un futuro mejor, como parte de una estrategia del rey alauí para asegurarse de que el territorio continuara siendo marroquí, en caso de que se viera obligado — o presionado internacionalmente — a realizar un referéndum.
Observé que la ciudad estaba en pleno cambio. Había un malecón totalmente levantado y en proceso de reforma,así como edificios en construcción. Incluso Raynair había apostado por una conexión aérea directa desde Madrid hasta el aeropuerto de Dakhla, probablemente financiada por el gobierno marroquí para convertirla en una área turística.
Plaza cercana a la Iglesia española. |
Vi pocos extranjeros en la ciudad. Probablemente, algunos estuvieran practicando Kitesurf, que parecía la razón principal para venir aquí, aparte de ser una parada en el camino para quienes viajan por tierra hacia Mauritania o regresan de ella.
Complexe d´artisinat. |
Interior del complejo artesanal de Dakhla. |
El edificio más llamativo de la población era el Complejo de Artesanía, un espacio que albergaba varias decenas de locales de artesanos distribuidos en tres plantas. Allí se trabajaba con la plata, los tejidos y otros oficios tradicionales. Di una vuelta por su interior, que estaba completamente desértico de clientes.
Panorámica de la avenida Mohamed V desde el Complejo de Artesanía. |
En la oficina del centro de CTM no vendían billetes para Sidi Ifni, mi próximo destino. Así que me acerqué a la principal, ubicada a unos dos kilómetros,junto a una gran rotonda. Allí compré los billetes para Sidi Ifni y, para unos días más tarde, Marrakesh, mi último destino de este viaje.
Por la noche, volví a pasear por el pequeño zoco y la plaza rectangular, situada junto a mi alojamiento, repleta de comercios y vida nocturna. Había comenzado el mes sagrado del islam: el Ramadán, y las noches se volvían más vibrantes y festivas, caracterizadas de ágapes esplendidos para celebrar la puesta del sol, el fin del ayuno.
Las oficina principal de la compañía CTM se ubica en los bajos de este edificio. |
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