Mochilero en Angola (V)

 Capitulo quinto

La odisea de llegar a Huambo


"Feliz una vez más, de vuelta en África, el reino de la luz, estaba trazando de nuevo camino a pie por este antiguo paisaje, gozando de un pasado palpable, imaginable y visitable, con las distancias más claros y los misterios más claros" 

Paul Theroux (El último tren a la zona verde)


Cometí el error de leer el maravilloso libro "El último tren a la zona verde"  del incansable y veterano viajero Paul Theroux antes de viajar a Angola
La principal razón por la que no debí hacerlo es que el libro realizaba una radiografía del país muy diferente a la actual, que era  menos violenta y más acogedora con el viajero. Al fin y al cabo, el escritor estadounidense lo había recorrido en el 2001, en los últimos estertores de la larga guerra civil. Lo que representa un contexto social muy diferente al presente. Sin embargo, al no encontrar demasiada información positiva en las redes sociales, como el relato que describe un viajero extranjero a su llegada a Luanda, quien presenció un asesinato cometido por dos motoristas en un atasco mientras se dirigía en taxi a su hotel, condicionó mi percepción de Angola.

Una de las descripciones más sombrías de los angoleños de aquella época que hizo Paul es la risa: " Esta es la risa que se halla a la sombra del patíbulo, el sonido de personas que saben condenadas; este es el aspecto de un lugar que esta yéndose al infierno"  Me dio la sensación de que esa risa descrita por Paul había desaparecido del rostro de los angoleños que había conocido, que ahora mostraban un gesto serio pero del cual podías obtener una sonrisa más cercana a alcanzar el cielo que hundirse en el infierno. Ya no eran esas personas desquiciadas e inestables. Por otro lado, los niños eran pura alegría en las calles.

Salí pensando en el recorrido que realizó Paul entre la frontera de  Namibia y Angola a Huambo y las dificultades que tuvo que soportar con los transportes colectivos destartalados. Cuando llegué a Huambo, no me pareció que hubiera cambiado demasiado la situación de movilidad en el país, excepto la compañía Macon que está en otro nivel. Afortunadamente, ninguno de los cinco vehículos que utilicé se averió y no tuve que pasar una noche en un punto indeterminado y no identificado por Google Map, durmiendo en el interior del coche, como le ocurrió a él, pero sí que tuve algunos percances que demoraron mucho mi llegada y me recordó sus anécdotas al respecto.

Mi primer vehículo de la mañana no demoró mucho en salir hacía la primera población, donde haría cambio de vehículo. Era un Toyota Corolla (3000kz) con mucha herrumbre. Aquí pagué bastante más que un local. Lo sé porque un pasajero protestó indignado porque quería sentarse en el asiendo delantero y el conductor le dijo que yo había pagado más y debía sentarme delante. Al replicarle la frase: "  ¿No te da vergüenza, hermano? Antes cuidas a un blanco que a un africano". Discutieron delante de mí pensando que yo no entendía nada el portugués. 



 Parada de taxis colectivos en Cacuso. El Toyota Corolla de tiempos inmemoriales fue el primer vehículo de la jornada.



Pensé equivocadamente que habría un vehículo directo a  la importante ciudad de Dondo, perteneciente a la provincia de Cuanza Norte y núcleo estratégico comercial y de transporte, y desde allí tomaría otro a Huambo; pero resultó que para llegar a Dondo necesité cambiar cinco veces de vehículos, sin tener un control de las distancia entre paradas para calcular mentalmente el precio de los viajes.

Estaba recorriendo la misma carretera que utilizó el autobús para llegar a Malanje, pero en sentido contrario. En media hora, el conductor me dejó en la siguiente población, donde subí a otro modelo de coche irreconocible de su pasado, donde me dio la sensación que era un Peugeot 205 (500kz). Fue llegar y salir rápido. Paramos un momento en medio de la nada, junto a un árbol, donde varias chicas salieron de la sombra  vendiendo productos locales. Los pasajeros compraron fruta fresca.

En la tercera población (N´Dalatando) tuve que esperar veinte minutos a que se ocupara la última plaza que quedaba libre en el automóvil (2500kz). El conductor tenía una constitución robusta y grande en comparación con la mayoría de angoleños; parecía más senegalés.



Esperando en N´Dalatando a que llegara el último ocupante para estar completo el coche.



Justo cuando dejamos la ciudad y nos adentramos por una bonita carretera de montaña rodeada de una frondosa selva, paramos a la orilla de la carretera al lado de una aldea de casas de adobe y techos de uralita. Había varios camiones parados. Uno de ellos era la causa del bloqueo en ambas direcciones. El remolque ocupaba todo el ancho  de la estrecha carretera; el camión se había cruzado , formando la temida "tijera", y ahora se necesitaría una grúa pesada para moverlo. Escuché a un policía decir que sería imposible sacar el vehículo de esa posición hoy. ¿Cómo podríamos resolver esta situación? Ya me veía teniendo que dar un gran rodeo para llegar a Dondo, lo que retrasaría aún más el viaje. Sin embargo, los africanos, expertos en estas situaciones, encontraron la solución más lógica en esta circunstancia: intercambiar pasajeros entre conductores de ambos lados. Solo tuvimos que andar unos metros por un terraplén selvático paralelo a la carretera, donde una moto circulaba temerariamente sobre la vegetación recién aplastada. La rueda trasera quedó atrapada y cuanto más aceleraba el motorista de la motocicleta más se iba deslizando suavemente hacia el enmarañado fondo, un fondo difícil de dejar. Necesitó la ayuda de los pasajeros para salir airoso del embrollo en el que se había metido por no haberla empujado.



Un camión había tenido un accidente y el remolque  había quedado cruzado en la carretera.



Al mediodía llegamos al cruce de la carretera EN120 Alto Dondo y observé estacionado en el arcén de tierra un autobús en dirección contraria a la parte baja de la ciudad de Dondo, ubicada unos kilómetros más al norte hacia donde nos dirigíamos. Bajé del coche después de asegurarme  de que ese autobús tenía como destino Huambo.

Barajé la posibilidad de pernoctar en un hotel de Dondo que tenía una terraza con vistas al río Kwanza y aprovechar las horas para visitar el fuerte Cambambe, un antiguo fuerte de la época colonial, y explorar la ciudad baja; pero al final decidí arriesgarme e intentar llegar a Huambo en el mismo día, para tener al día siguiente toda la jornada para explorar la ciudad.

Lo que no sabía que para llenar el autobús necesitaríamos cuatro horas y que el conductor pararía para cenar durante una hora, lo que nos llevaría a llegar a Huambo a las dos de la madrugada, una hora muy tardía incluso para los propios angoleños.

La decisión más correcta  y segura habría sido quedarme en Dondo, pero no lo hice. Me armé de valor o de temeridad, dependiendo como se mire, y proseguí el camino. Hasta que la noche africana cubrió la sabana y las dudas comenzaron a surgir en el asiento delantero rumbo a HuamboLos pasajeros tampoco ayudaron, quejándose de la indiferencia del conductor cuando paró a las diez de la noche en una aldea para cenar. Mencionándome varias veces y apiadándose de mí en sus conversaciones, sin darse cuenta que yo entendía muchas palabras: " No habrá taxis, no habrá nada cuando lleguemos a la ciudad desértica. Podemos convertirnos en presa de ladrones. Ni siquiera muestra un miramiento por el blanco". No sé si estaban exagerando, pero ciertamente sembraron la duda en mí.

Mientras esperaba dentro y fuera del autobús en Alto Dondo, pasaban mujeres cargadas de víveres ofreciéndonos comida y agua, llevando los objetos sobre sus cabezas  con aquellos cuellos fornidos capaces de soportar cargas inimaginables para un occidental. Me preguntaba si no pagarían un alto precio con el paso del tiempo aquellos majestuosos cuellos, que debían ser más poderosos que los de los hombres angoleños, pues no vi a ninguno cargar  objetos  sobre sus cabezas. Sabia que era una costumbre bastante extendida en la África subsahariana, pero no por ello dejaba de fascinarme y resultarme admirable.



Mujer angoleña transportado productos locales sobre su cabeza en Luanda.



Más tarde, el cobrador de billetes y unos angoleños que llevaban un pesado motor en una caja de carga de un triciclo motorizado que parecía pertenecer a un coche, lo subieron al interior del autobús, pero acabaron bajándolo al no llegar a un acuerdo sobre el precio. Me llamó la atención, esa descoordinación en el regateo antes de hacer ese esfuerzo titánico para subir a peso el motor entre cuatro personas.

El calor era insoportable en el interior del autobús y los angoleños no paraban de quejarse del bochornoso día que hacía en el Planalto Central, nombre con el que se conocía la amplia meseta angoleña que se extendía casi por todo el territorio. En el invierno austral, el termómetro podía llegar a los 0 grados por la noche. Un hombre mayor era el más efusivo e insistente, instigando al vendedor de billetes a avisar al conductor para marcharnos, pero todavía quedaban plazas libres por ocupar y la espera continuaría unas horas más a pesar de los lamentos y quejas.

Finalmente, se ocuparon todas las plazas del autobús y me reubicaron en el primer asiento. Fue un acierto, así pude disfrutar del paisaje con una perspectiva más amplia mientras la luz solar no se marchara (trayecto de Alto Dondo a Huambo por 8000kz). La carretera N120 se encontraba un poco mejor que la de Malanje, pero aun así nos encontrábamos con esos "cráteres lunares" que operarios circunstanciales creados por la necesidad  rellenaban los huecos con piedras o ramas para obtener una gratificación de los conductores. 

En la primera parada que hicimos  en una aldea,  donde mujeres y algunos hombres exhibían productos agrícolas vendidos al costado de la carretera para sustentar a sus familias, como batatas, ñames, yuca, tomates verdes o plátanos, compré  a un precio risorio (200kz) un ramillete de cinco plátanos que acabé comiéndome todos, pues solo había tenido un ligero almuerzo en la Hospedería de Cacuso y mi estómago empezaba a notarlo.
Tenía la costumbre, cuando viajaba a países  con menos estándares de higiene, de evitar comer alimentos de puestos callejeros, o en su defecto, solo consumir aquellos que consideraba seguros para esquivar los malestares estomacales, pero aun así, no pude evitar enfermarme dos días más tarde.



Carretera N120 ( Alto Dondo a Huambo)



Mientras la luz solar no se desvaneció, pude disfrutar de los paisajes que ofrecía la altiplanicie, a menudo monótono pero con un atractivo exótico que evitaba el tedio visual. Destacaban algunas montañas en la lontananza, con prominencias modestas a pesar de que  algunas podrían llegar a superar la altitud de 2000 metros, como la montaña más alta de Angola: Morro de Moco, ubicada muy cerca de Huambo y alcanzando los  2600m. Algunos viajeros habían ascendido a pie hasta su cima. Con más tiempo, podría haber intentado hacer yo lo mismo.

Una razón por la cual las prominencias no son tan destacables es que su base ya se encuentra asentada en el Planalto Central, donde en algunos sitios la altitud alcanza 1800 metros sobre el nivel del mar.

Eran las dos de la madrugada, tal como mencioné unos párrafos antes de esta entrada, cuando llegamos cansados a Huambo. No había ni un alma a la vista.  No tenía nada reservado ni sabía muy bien qué hacer cuando el autobús me dejara en la última parada, sin el resguardo de una estación de autobuses. Había considerado seriamente la posibilidad de bajarme en un control policial junto a unas gasolineras abiertas las 24 horas, en las afueras de la ciudad, y esperar hasta que amaneciera, pero decidí seguir en el autobús. Sobre todo, lo que tenía claro era lo que no debía hacer, y era evitar pasear demasiado tiempo por las calles solitarias de la ciudad buscando un hotel, así que ya lo tenía decidido: en el primer hotel que viera me quedaría, fuera como fuera y costara lo que costara. Y así lo hice. Cuando pasamos por delante del Hotel Tchimina, en la avenida de la Independencia, le ordené al conductor que parara. Mi voz sonó poderosa, imperativa y disuasoria, sin recorrido para la protesta, y el conductor detuvo el autobús sin necesidad de repetirlo más veces. Solo tuve que cruzar la solitaria calle para llegar al hotel cuando una pick up pasó como un OVNI delante de mí y el conductor me regaló una siniestra sonrisa. Sí, era como un OVNI, porque fue el único vehículo que vimos durante el recorrido de la ciudad a altas horas de la noche. y entonces reparé que era la misma persona con la misma camioneta que había conversado con mi conductor unas horas antes, en la aldea donde había cenado. Por un momento, se me pasó la mala idea de que estuvieran compinchados, tramando algo, cuando pasó en dirección contraria  y me miró con esa sonrisa siniestra, cuando todavía estaba el autobús parado con todos los pasajeros en el interior como testigos. De todas maneras, la victoria era mía, solo necesité unos metros más para entrar a la recepción y reservar una habitación por dos noches por el precio de 16500kz por noche. Y se difuminó toda amenaza, real o irreal. 



Habitación individual del Hotel Tchimina en Huambo.



Tarjeta de presentación



Al fin, podía estar tumbado boca arriba, descansado en una buena cama, pensando que la suerte siempre aparece cuando más se necesita. 
La relación precio-calidad del alojamiento era muy buena. Tenía aire acondicionado, baño privado, desayuno incluido, wifi y era muy acogedor. ¿Qué más se podrá pedir a las dos de la madrugada en Angola?









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