Mochilero en Angola (II)

 Capítulo segundo


De Luanda a Malanje (un día entero en la carretera)


A las seis y cuarenta y cinco del sábado 16 de marzo de 2024, me encontraba en la calle esperando a mi taxi de Yango, solicitado por la aplicación de mi teléfono móvil. Con los nervios propios de las primeras horas en un país extranjero, indiqué la Base de Macon Transportes en lugar de la estación Interprovincial de Macon cuando me mostró el desplegable de búsqueda de la aplicación varias opciones al poner la palabra clave Macon. El mayor problema radicaba en su ubicación y que tenía menos servicios que la estación principal y estaba más alejada del barrio de Maculusso. Así que no le di más importancia al error cuando me dejó el taxista en la pequeña terminal, ubicada en el municipio de Betas, ya que desde allí tenían parada oficial los autobuses.

La compañía Macon era la mejor valorada del país. En contra de la norma habitual, los autobuses normalmente salían a la hora programada aunque no se ocuparan todos los asientos y la primera vez que viajé con ellos fuera la excepción que rompe la regla. Las dos veces que utilicé este transporte solo tenía una tercera parte ocupado de los asientos disponibles. Su flota de vehículos estaba en muy buen estado, incluso para los estándares africanos, y contaban con aire acondicionado.

El conductor del taxi no tenía cambio, algo muy normal en Angola, así que entró conmigo para cambiar el billete de 5000kz. Me costó entender al vendedor, no tanto por el portugués, sino porque tenía  una televisión  plana fijada en la pared con el volumen a toda ostia justo al lado de la ventanilla, donde emitían un documental de animales salvajes en la sabana. Los sonidos ensordecían el ambiente. Y estando en África temí por la remota posibilidad de que algún león saliera de la pantalla para devorarme.

A las 08:25h tenía programada la salida dirección a Malanje. Precio del billete 8000kz.

El tiempo fue pasando, y las horas con ese tiempo. Transcurría lento, pero al ser novedad la espera no se hizo pesada. El conserje de la estación se disculpó por el retraso y me comunicó que los dos pasajeros (una joven angoleña y yo) con destino a Malanje  seriamos reubicados en otro destino, que incluía la ciudad. Nos trasladaron a la estación Interprovincial de Macon y nos acompañaron hasta el andén donde se encontraba nuestro autobús listo para partir. Eran las once de la mañana.



Sala de espera y venta de billetes de la compañía Macon


En el viaje, daba tiempo para divagar durante horas, como un viejo divaga en un banco de un parque, invisible al mundo. Perdido en los extraños recovecos de la mente, rumiando cualquier imagen que pudiera hacer saltar la chispa del pensamiento abstracto. Un camino que se enreda consigo mismo y no conduce a ninguna parte. Sin embargo, ante la improductividad de mis pensamientos me solía  sentir tremendamente feliz. ¿Acaso  la felicidad necesita de la cordura del mundo, del orden de las ideas prestablecidas por las mentes más lucidas de nuestra historia? Y así me sentía, feliz en el autobús de Macon, dirección a la provincia de Malanje, ante cualquier oportunidad que me brindara la naturaleza para encender la chispa de la imaginación.

Luanda me pareció interminable, creía que nunca saldríamos de sus enmarañadas barriadas; pero, cuando finalmente salimos, los baobabs comenzaron a aparecer entre la vegetación y los arbustos. Algunos ejemplares eran verdaderamente espectaculares, con troncos descomunales que hacían que sus ramitas parecieran insignificantes en comparación con su imponente presencia, junto a otras especies de árboles más delgados.

Las carreteras principales de Angola estaban mayoritariamente pavimentadas, pero casi su totalidad, debido a las lluvias y la falta de mantenimiento, se encontraban en un estado deficiente. Muchos tramos repletos de baches , lo que obligaba a los vehículos a zigzaguear a lo largo del trayecto. Y, por supuesto, esta que unía Luanda y Malanje no era una excepción. Muchas oquedades estaban cubiertas con piedras o ramas. La señalización era escasa.



Reparación artesanal de los estragos de las lluvias torrenciales en el pavimento angoleño

Hicimos algunas paradas en lo que podríamos llamar áreas de descanso, donde los hombres blandíamos nuestros penes para vaciarlos completamente después de orinar en los márgenes de la carretera; mientras las mujeres, a una distancia no mayor de tres metros de nosotros, se agachaban de cuclillas con sus telas cubriendo sus nalgas, dejando una superficial hendidura  alargada en la tierra rojiza por la orina que asomaba indiscretamente a la vista de todos.En esos puntos, a
lgunos negocios vendían fruta o comida para llevar, como jóvenes que ofrecían bandejas repletas de muslos de pollo grasientos u otras carnes que no supe identificar, así como pequeñas tascas con los platos más típicos. También encontramos algunos pequeños colmados poco surtidos, pero suficiente para  satisfacer a los más golosos.

En viajes largos por países de estas características no solía comer nada, solo beber. Mis intestinos frecuentemente  se convertían en una manguera de fluidos líquidos y explosivos cuando me dejaba llevar por mis pulsiones del hambre. Así que prefería pasar algo de hambre que no una sufrida travesía. Cuestión de prioridades.

Al llegar a Cacuso (la población más cercana a Piedras Negras de Pungo Andongo) paró un momento el autobús, justo al lado contrario de la calle había un hotel. Aproveché la coyuntura para preguntar el precio del alojamiento y si tenía una habitación para dentro de dos días, ya que tenía previsto visitar Piedras Negras, una de los parajes más misteriosos y hermosos que he visto. El precio para una habitación individual era de 10 euros al cambio. En la mesa de recepción tenía en un cartel todos los precios de las habitaciones.

Llegamos Malanje a las siete de la tarde , ya oscuro, y me di cuenta que el conductor no nos paró en el centro, a la joven y a mí. Le recriminé bruscamente al conductor no haberme informado, me enfadé, y el me dijo  que la culpa era mía porque no le había avisado, le respondí porque le iba a avisar si no conocía la ciudad. Me dejó en la Terminal de Macon de Malanje, en las afueras. Allí , con la ayuda de un pasajero que hablaba muy bien castellano, paré una mototaxi (400kz), y le pedí que me llevara a un hotel que estuviera bien y no fuera caro. Recorrimos la ciudad durante tres kilómetros a través de la penumbra de las calles. Me sentía algo incómodo por no saber qué podría ocurrir ido el sol de nuestro hemisferio. En ese momento, el vocablo valentía ,a la hora de la verdad, desaparecía de las palabras más estimadas de mi ser, me convertía en el más cobarde de todos y, extrañamente, me aferraba a la vida como si fuera el mayor tesoro de un ser vivo. ¿Por qué me aferraba tanto a la vida? Me preguntaba, algo avergonzado por no haber demostrado bravura en momentos críticos de mi vida, en las tardes tediosas de los inviernos grises y apacibles bajo la protección de las brasas del hogar.

El conductor me traslado al Hotel  Palacio Regina II Malanje (27500 kz  por una habitación individual). Situada a unos quinientos metros de la calle principal. Aproveché para buscar un restaurante en las proximidades  y cenar alguna cosa, encontré uno muy cerca y pedí un plato combinado y un refresco por 4000kz. 

Finalmente, ya que ya eran los ocho y media de la noche y en  África ecuatorial oscurece rápidamente. Me retiré a mi cuarto para leer un rato y me acosté temprano para poder levantarme al amanecer y aprovechar  al máximo las horas de sol.



Mi habitación en el hotel de Malanje






Comentarios

Entradas populares de este blog

IX Rugidos del mar

Mochilero en Angola (I)

VI C´est interdit dans le wagon de fer

Mochilero en el minarete de Samarra

Mochilero en Angola (IV)

VII Nouadibú por libre

Mochilero en Angola (VIII)

VIII Mochilero en la utópica República Árabe Saharaui Democrática (Dakhla)

Mochilero en Angola (III)