PARQUE NACIONAL ROYAL BARDIA
Balada iracunda de amor
No era mi intención original viajar a lomos de un paquidermo por la densa vegetación y los lechos secos sedientos de agua debido a la época seca, con el propósito de buscar fortuna y ver al rey del subcontinente asiático. Sin embargo, en la ciudad de difícil pronunciación donde pasé la noche anterior, Mahedranagar; aquejado por la fiebre, tuve terribles pesadillas con el tigre de Bengala, que siempre acababa en sus fauces. El miedo y la preocupación se apoderaron de mí. Estaba convencido de que no realizaría ninguna caminata por la selva. Además, aparte del fuerte resfriado que contraje al viajar de noche en un autobús deteriorado desde Delhi hasta la frontera nepalí, soportando temperaturas bajas con ropa de verano, adormilado en los asientos de madera del vehículo. La chapa del autobús con más agujeros que un colador, por donde entraba sin piedad el frio viento. Desde la frontera de Himachal Pradesh, estado perteneciente a la India, casi las carreteras eran, en el mejor de los casos, pistas de tierra por las que transitaban minibuses bendecidos por la diosa Ganesh, porque de lo contrario sería imposible concebir que siguieran funcionando a pesar de su lamentable estado. En el tramo final, fui como pasajero en una moto de baja cilindrada, atravesando lechos pedregosos de cantos que terminaron doloriendo todos los huesos y músculos de mi cuerpo. Fue toda una aventura moverse por una de las regiones más remotas y menos visitadas de Nepal, Terai.
Eso le mencioné al propietario del Resort Bardía Jungle Cottage donde me hospedé durante tres noches cerca de la entrada del parque. Inicialmente, solo tenía la intención de dar un paseo en elefante. Sin embargo, me dejé persuadir cambiando una vez más de opinión al explicarme las ventajas de realizar caminatas durante todo el día.Finalmente , el deseo superó el miedo con creces y contraté dos excursiones a pie en dos jornadas consecutivas por la selva y un paseo con elefante. En esta selva habitaban treinta especies de mamíferos, 250 aves y varios reptiles, además de los últimos elefantes salvajes de Nepal y del reintroducido rinoceronte asiático hace unas décadas.
En aquel momento, esta región aún no había experimentado el turismo de masas, ya que había pasado menos de cinco años desde los maoístas nepaleses habían abandonado la lucha armada y esta región era la que gobernaron los rebeldes comunistas durante ese periodo de inestabilidad. En mi resort solo se hospedaban cuatro británicos aficionados a la pesca, de grandes vientres y buenos consumidores de cervezas. Todavía recuerdo sus rostros cuando mi guía les explicó nuestra aventura con el tigre en la selva.
La víspera, a pesar de sentirme mucho mejor de mi resfriado, la noche en el pequeño y sencillo bungalow de ladrillo y techo de paja seca, no muy bonito, donde me alojé mis días en Terai no fue lo que se dice muy buena. La duermevela provocada por las inquietudes que despertaban en mi conciencia las experiencias que tenía que vivir al siguiente día no me dejaban conciliar el sueño. Morfeo no quería saber nada de mí. El tigre de Bengala, como una premonición, se manifestaba de mil formas y ninguna amigables, siempre con un final trágico que nunca me mataba, siempre vivía para volver a revivir la angustiosa experiencia.
Con los primeros rayos de luz me desperté de ese liviano sueño. Me duche y fui a almorzar en la terraza del jardín. Bonito jardín, por cierto.
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Cabañita donde pernocté los días que permanecí en el Parque Nacional, junto a la entrada |
Nos dirigimos andando a la entrada del parque para subir a lomos de un sumiso elefante de ojos tristes, tan triste que su tristeza me estremeció. Estuve a punto de rechazar la excursión aunque perdiera lo pagado. El dinero no tenía ninguna importancia en ese momento. Y es que desde entonces ya no he subido a horcajadas o a lomos de ningún animal. Teniendo otros medios ya no era necesario su sufrimiento, y menos por ocio. Además la experiencia no me gusto nada y no vi ningún animal salvaje en nuestra corta incursión. Volvimos a la entrada para iniciar , ahora sí, nuestra aventura a pie. ¡Todo el parque para mí solo! Accedimos andando con la única protección de una vara de madera que llevaba mi guía, quien iba con chanclas como si estuviéramos en la playa tomando el sol. Curiosamente, el segundo día me cruce con un alemán con dos nepaleses armados hasta los dientes y vestidos de caqui, quienes parecían más soldados que orientadores. ¡Qué diferencia! Y lo más peligroso no era el tigre, sino los rinocerontes hembras con crías. Un encuentro por sorpresa sería tomado por una amenaza y no dudarían de embestirnos. Las hierbas altas no ayudaban a anticiparnos a ellos, verlos antes de ser demasiado tarde si el viento no jugaba a favor de ellos y huían al detectarnos.
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El rinoceronte que no quiso volver a la selva |
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Él tenía las "llaves" de su casita. Entraba y salía cuando quería. |
En la aldea vivía libre un rinoceronte criado por los guardias del parque. que se lo encontraron un día lloriqueando lastimeramente al lado de su madre asesinada por unos cazadores furtivos. Cuando se hizo adulto intentaron con poco éxito devolverlo a la naturaleza. Lo dejaron en el lugar más remoto del parque, pero a los pocos días apareció por la aldea. Añoraba su infancia entre humanos. Era feliz pastando como un toro manso por los prados del pueblo. Tenía, como buen vecino, su propia casa con piscina. Un establo con charca que disfrutaba mucho revolcándose en ella. Los días que estuve allí no aprovechaba ocasión libre para buscarlo y observarlo desde una distancia prudencial.
Anduvimos por terrenos que me recordaban a campos de trigo con tallos de un metro de altura, zonas arboladas y senderos a lo largo y paralelos a los cauces exiguos del elixir de la existencia. Pocos animales salvajes lográbamos sorprender bajo la ardiente bóveda celestial dominada por un sol inclemente, a excepción de algunos búfalos de agua y algún pavo real desafiando al rey de todas las criaturas de nuestro sistema solar. Pero todo cambió al atardecer, unas horas antes de que el sol se despidiera.
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Cocodrilo descansando en la selva de Bardia |
En nuestro primer encuentro, observamos a un cocodrilo dormitando en un islote de sedimentos arrastrados por las riadas en el centro del cauce casi sin agua, con los incisivos ensangrentados. Era un merecido descanso para una de las criaturas que ha experimentado menos cambios a lo largo de la historia y más tiempo lleva sin grandes modificaciones desde la época que los lagartos de dimensiones desproporcionadas reinaban en el mundo. Eso demostraba lo generosa que había sido la evolución con esta especie, dotándola de una genética envidiable que no ha requerido de grandes modificaciones, tan pocas ha tenido que sigue siendo el mismo animal que en aquella época inmemorial. Le tomé unas fotografías y continuamos explorando la selva en busca de sorpresas.
A Los treinta minutos, en una elevación del terreno, presenciamos cómo una enorme pitón huía despavorida al ser sorprendida por nuestros pasos, cuando estábamos dispuestos a comer algo en aquel lugar. Saltó a una altura de dos metros y se sumergió en una poza de agua turbia y poco profunda. Parecía que no nos consideraba lo suficientemente apetecibles como para arriesgarse . Me alegró su decisión, para qué engañarnos.
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La Selva de Bardía |
Justo cuando pensaba que mi suerte era esquiva con el gran felino, la suerte me maldijo y se convirtió en el juego de la ruleta rusa mientras caminábamos por un sendero lleno de huellas de rinocerontes asiáticos, escuchamos un rugido de tigre entre la exuberante vegetación. Luego, se escuchó otro rugido, y luego otro, cada vez más cerca, tanto, que parecía notar sus bufidos en la nuca. Eran sonidos poderosos y aterradores, como nunca antes había experimentado, que nos hizo temblar a ambos. De repente, el día tórrido se convirtió en un frio glaciar. ¡Nos quedamos helados de terror! Las pupilas dilatadas de mi guía por el pánico me confirmó que no estaba imaginándomelo, que no era la absurda idea de que habían colocado unos gigantes altavoces para que el famoso felino nos diera un balada musical de amor. Era evidente, incluso sin necesidad de ser biólogo, que el tigre de Bengala estaba extremadamente enfadado.
Lo peor de todo que no podíamos verlo, la vegetación lo ocultaba de nuestra vista, debíamos tenerlo a seis o siete metros, según me conto luego el guía. Finalmente, con mucha cautela, trepamos a la copa de un pequeño árbol que era el punto más alto de la zona y era la opción menos mala sin llegar a ser nada buena. En silencio, rezamos para que se alejara y no cambiara de idea, rehuyendo los placeres de la reproducción sexual en favor de un buen aperitivo humano con un primer plato nacional y el segundo uno exótico más rellenito y carnoso. Las feromonas de una hembra en celo tenía a nuestro tigre completamente desquiciado. Capaz de cualquier locura si hubiéramos tropezado con él. Nuestras posibilidades se hubieran tal vez reducido si tuviera el estomago suficientemente saciado para no dejarse llevar por sus instintos con un peso que podía llegar a 300 kilogramos y cuyas zarpas eran del tamaño de mi cabeza ( y no precisamente tengo una cabeza pequeña) era mejor pensar que no ocurriera ese encontronazo. En la copa del árbol permanecimos durante treinta largos minutos hasta que los rugidos del tigre se escuchaban cada vez más lejos, Poco a poco empezamos a calmarnos y recuperar la compostura. El guía decidió que ya era suficiente por hoy de emociones fuertes y comenzamos nuestro regreso, que todavía nos quedaba una hora de camino.
A pesar que tan solo me quedaba una hora todavía Bardia me brindaría la última maravillosa experiencia antes de abandonar definitivamente sus entrañas. Sentí que estaba siendo vigilado desde la distancia, y al girarme, detrás de un espeso bosque, vi una pareja de leopardos, con más suerte el macho leopardo que el tigre, que nos seguían con suma cautela. Sus miradas se clavaron en la mía antes de desaparecer de nuestra vista. En esos momentos, uno sentía un agradecimiento a la infinita crueldad humana con todas las especies que habían aprendido a temernos. Sin ese temor igual hubieran osado a atacarnos. La historia de la humanidad esta llena de contradicciones, todo está tan vinculado, que somos lo que somos gracias a ese pasado turbulento, muchas veces demasiado vergonzoso para recordarlo pero vital para estar donde estamos hoy día. Desgraciadamente las cosas son así, no se puede esconder.
Experimenté un momento evocador y único bajo la luz de la luna llena mientras el guía relataba con todo lujo de detalles nuestro encuentro con el tigre al grupo de pescadores ingleses que mientras escuchaban atentos a la narración iban dándoles sorbos a sus cervezas. Fue como transportarnos en una máquina del tiempo a tiempos remotos cuando las luces de neón no existían y el universo del hombre era su tierra, desconocedor de otros mundos y otras regiones de la Tierra. Imágenes de nuestros antiguos ancestros entorno a una hoguera contando las historias de cacerías y aventuras del día. Esa noche, tanto ellos como yo nos aseguraríamos de cerrar bien todas las ventanas y puertas de nuestras cabañas. No queríamos correr el riesgo de que el tigre, después de saciar su deseo carnal, tuviera la equivocada idea de pensar que nuestro hotel era una carnicería donde se podía degustar platos internacionales a un precio risorio.
Al día siguiente regresé a las profundidades de la selva, esta vez con un guía más joven. Parecía que mi anterior guía había tenido suficiente con la experiencia del día anterior.
La situación en el exterior empeoró, justo cuando tenía que partir, me encontré en medio de una huelga general indefinida en Nepal. Ante la paralización total del país y la dificultad para poder moverse con vehículo mi única opción razonable era volver a la India por la frontera más cercana. Las posibilidades para "huir" eran pasarme por un enfermo alquilando una ambulancia para evitar los agresivos piquetes en los controles de carretera o ir en bicicleta por caminos alternativos hasta la frontera. Al final, la opción fue esta última para llegar a la frontera de Nepalganj.
Al final, tuve que optar por la segunda opción, una aventura que compensó con creces la pena de no poder visitar Katmandú.El relato de mi partida de la región de Terai daría para otro post, y tal vez lo haga, pero sin lugar a dudas mi mejores días en Nepal e India en ese largo viaje fue en el Parque Nacional Royal Bardia y eso que no pude conocer la joya de la corona y por la cual la mayoría de turistas viajan al país: el epicentro del Himalaya.
Probablemente, por el potencial que tenía, después de más de una década de visitarlo este parque reciba muchísimos más turistas. No lo sé. Y los que se acerquen a él ya no lo hagan como viajeros sino como turistas, sin tantas incomodidades. Pero esas incomodidades es lo que hace que un viaje nos haga sentir que eres algo más que un turista, aunque sea en el siglo XXI. Una experiencia que todo ser humano con inquietudes viajeras debería probar por lo menos una vez en su vida.
Febrero 2010.
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