Mochilero en Angola (X)
Capítulo décimo
Mis últimos días en Luanda
Transidos de hambre y de dolor, permanecían como hojas perennes marchitas en las ramas de un majestuoso árbol, como piezas inamovibles e insustituibles del inmobiliario urbano, desprovistos de todo refugio y condenados a vagar sin descubrir el placer de un colchón ni la placentera sensación de un alcachofa remojando sus seseras, junto a vigilantes de seguridad que pasaban jornadas eternas, en un estado casi vegetativo, en los umbrales de los edificios más relevantes y suntuosos. No había mucha más gente en la Cidade Baixa en ese domingo de Ramos. Los pretenciosos y vanidosos angoleños de los días laborables que se blindaban en grandes y lujosos carruajes, oscuros y modernos, se encontrarían en sus modernas villas o fiestas de lujo, una vida prohibitiva para la mayoría de los seres humanos.
Todo aquel baño de realidad dominical, en la bajamar de la riqueza, me dejaba desprovisto de toda armadura, de todo camuflaje y de todo anonimato. Los lavacoches, sin coches que lavar, y los vagabundos, sin personas que pedir, se agrupaban en torno a mí cuando me veían, con mayor insistencia que los días laborales, para ellos, los días festivos no estaban marcados en su calendario. Sin embargo, seguían siendo, a pesar de ser más reiterativos, amables. Sí, la pobreza angoleña era respetuosa y afectuosa, con sonrisas infantiles de agradecimiento que reconfortaban mi ánimo.
Algunos tramos demasiado solitarios despertaban mi recelo e incomodaban mi paseo, impidiendo que mis sentidos armonizasen con el entorno. Eran lugares propicios para que los amigos de lo ajeno se desinhibieran de los engranajes coercitivos y se involucraran, definitivamente, en sus ambiciones de acumular opulencia rápidamente a costa de los ingenuos y confiados transeúntes.
La naturaleza, esa soleada mañana, se representaba como una fuerza que acababa por doblegarnos a todos con sus arbitrarias combinaciones. Algunos, muchos antes de llegar al ocaso, sin poder disfrutar nunca de un brillante amanecer, ni tan siquiera tener constancia de que la luz también se podía hallar en este mundo.
Y no, no había manera, manera de enfrentarse a lo subversivo sin el consentimiento de las neuronas, a plantarle cara sin su voluntad. Solo se podía construir un mundo donde la paz y la guerra estuviesen suficientemente alejadas para olvidarse una de la otra, pero sin perder las conexiones que hacen que funcionen ambas.
¡Ay, Settembrini! *, ¿cómo luchar contra un poder que decide por nosotros?
"La naturaleza es poder, y someterse a ese poder, adaptarse sin resistencia, es una muestra de servilismo." Se le oyó decir a muchos lectores.
Cada vez creía más que la pobreza no pertenecía a las almas pusilánimes, sino a la designación, aleatoria o no, de la propia naturaleza, que nos disfrazaba a su gusto en ese extraño escenario que constriñó nuestra voluntad. Era como si nuestras existencias fueran las trayectorias de piedras que cobran conciencia de sí misma al ser lanzadas, unos segundos después, y la pierden unos segundos antes de estamparse o aterrizar suavemente, pensando equivocadamente que nosotros elegimos la trayectoria.
Pero dejemos de filosofar, retrocedamos al principio del día, antes de recorrer las calles vacías y conmovedoras de Luanda. después de desayunar en el Hotel Casa Natalia y tomar un taxi con la App de Yango a la Fortaleza de Saô Miguel (600 kz).
En la entrada de la fortaleza de Sao Miguel en Luanda. |
El taxista accedió por una estrecha y corta carretera hasta la fortaleza, después de que el policía autorizara nuestro acceso levantando la barrera.
Aquella estructura de la época colonial se construyó sobre una roca que se elevaba verticalmente sobre el nivel del mar, como fortificación militar. Fueron finalizadas las obras en 1780.
Una de las curiosidades de esta fortaleza, es que a principio del siglo XIX fue remodelada y funcionó como prisión a lo largo de casi un siglo.
Patio interior de la fortaleza de Sao Miguel. |
Actualmente, los espacios visitables son un museo castrense.
El acceso estaba precedido por una entrada arquitectónica que hacía un claro guiño al comunismo: un marco en forma de estrella con murales socialistas en sus lados. Entre ambos, se extendía una amplia plaza adoquinada donde se exponían algunos vehículos confiscados, pertenecientes al bando perdedor de la larguísima guerra civil que asoló el país. Incluso en el patio interior, se exhibía lo que un día fue un flamante helicóptero Puma y que ahora parecía una obra de Dalí, solo era un amasijo de hierros retorcidos entre sí, abatido por la MPLA.
Por si había alguna duda de a qué bloque perteneció el bando ganador de la guerra civil. |
Lo que queda del helicóptero Aéropatiale SA 330 Puma perteneciente al ejército del apartheid sudafricano, quienes apoyaban a los angoleños de la UNITA. |
¡Vamos! Una manera inteligente y sensible para reconciliar a un pueblo y que no vuelva a alimentar las disputas. Luego, esos mismos que han sido insensibles, se extrañan cuando les ocurren atrocidades contra ellos, cuando no han sabido reconciliarse adecuadamente y han seguido alimentando el resentimiento.
Era el único visitante. Tenía toda la fortaleza para mí. Lo mejor de todo eran las impresionantes vistas de la bahía e Ilha do Cabo.
La fortificación estaba mejor de lo que esperaba. Había sido restaurada y conservada adecuadamente. En teoría, eran uno de los lugares culturalmente más interesantes de la ciudad.
Muralla perimetral de la Fortaleza de Sao Miguel. |
Los viejos cañones asomaban sus cañas por los espacios libres de las almenas, a pesar de que ya no intimidaban a nadie; junto a las múltiples garitas de la muralla, eran un recordatorio de unos tiempos en los que la principal amenaza provenía del mar.
Bajé andando, con mis gafas de sol de cinco euros, compradas en un local chino en Tarragona, y sin la gorra, que la había perdido el día que contraté una mototaxi para llevarme a la presa de Huambo. La eché de menos, el sol radiaba con una furia desmedida y maldecí a Fabio, el motorista, que le gustaba correr temerariamente y que provocó que la perdiera. Y me acerqué a CidadeBaixa , di una vuelta por la solitarias calles y me encontré lo que he narrado al principio.
En la Igreja de Nossa Senhorra dos Remédios, uno de los pocos lugares donde se congregaban una multitud de personas, esperaban a que se iniciara la Misa de Ramos. El cura salió al patio cercado para bendecir las palmas. Una mujer amablemente me ofreció un ramo de palmas, a lo cual no pude negarme, me resultó demasiado ofensivo hacerlo. Me quedé en la última hilera de la gran sala, esperando que la misa fuera más entretenida que las europeas, pero me decepcionó, fue igual de aburrida que las occidentales, casi no hubo canticos y sí mucha verborrea desde el altar por parte del cura.
Una de las canciones religiosas tenía el estribillo en una de las lenguas autóctonas, escrito sobre una gran pantalla, suponiendo que sería kimbundu, ya que era la dominante en Luanda después del portugués.
Estribillo de una de las canciones religiosas , presumiblemente, en lengua bantú.. |
Supuse que no todos debían saber kimbundu, y deduje que esa era la razón de tener el estribillo con grandes caracteres a la vista de todos los presentes congregados.
Sin embargo, resultó que mis deducciones fueron erróneas y el estribillo estaba escrito en bantú. Eso lo descubrí investigando en casa por internet.
Decido salir de la iglesia sin haber terminado la misa, me estaba aburriendo demasiado, ya había hecho un acto heroico aguantando estoicamente más de una hora.
Seguí recto, buscando el Palacio de Ferro, pero no conseguía encontrarlo. Finalmente, dado que algunas calles parecían el escenario apocalíptico de la serie "The Walking Dead", decidí tomar de nuevo un taxi para llevarme hasta allí (500 kz). Al taxista le costó encontrarlo, lo que me hizo pensar que no debía ser un lugar muy solicitado.
Palacio de Ferro. |
Cuando llegamos la cancela del vallado no estaba totalmente cerrada. Intenté forzarla para entrar,pero mientras lo intentaba, apareció un vigilante para explicarme amablemente que estaba cerrado. Al principio, al verlo venir, pensé que me iba a recriminar mi acción con malos modales.
Todo lo que había leído sobre las personas con cierta autoridad se desmoronaba en mi viaje por Angola, mi experiencia había sido totalmente positiva. Nunca recibí ninguna mala palabra ni malos gestos.¿Suerte? Puede ser.La verdad es que no lo sé. Solo cuento lo que sucedió.
Los días festivos cerraban museos y otros lugares de interés cultural en Luanda.
Fachada principal del Palacio de Ferro, atribuido su diseño a Gustavo Eiffel. |
El Palacio de Ferro es un edificio de la época colonial de llamativos colores dorados construido con hierro y cuyo diseño se atribuye a Gustavo Eiffel. A pesar de no poder acceder pude disfrutar de su magnífica estructura desde el exterior.
Después de una vuelta más por los alrededores de Cidade Baixa, tomé un taxi hasta mi alojamiento para descansar un poco (500kz). Comí unos plátanos acompañado de un té. Aunque tenía el estómago un poco revuelto, ya había mejorado mucho, pero preferí no arriesgarme, al día siguiente tenía el vuelo de vuelta a casa. Al día siguiente me pegaría un gran homenaje culinario en Shopping Fortaleza, un centro comercial moderno con buenos restaurantes, junto a la Fortaleza de Sao Miguel.
Al atardecer, escondí mi pasaporte, mis tarjetas de prepago y todo el dinero en efectivo que llevaba en varios lugares de mi habitación, ya que quería visitar el cementerio Alto Dos Cruce, y a pesar de que el guardia de seguridad del Hotel Natalia me dijo que no era peligroso, preferí no arriesgarme y evitar perder todo en un robo. Había leído acerca de algunos atracos por la zona.
El cementerio se ubicaba en el barrio de Miramar, muy cerca de mi alojamiento. Solo tenía que recorrer la calle de Josip Broz Tito para llegar a la entrada principal del camposanto.
Las calles en la tarde dominical continuaban con la misma tónica de la mañana: muy poca gente y la mayoría de los viandantes eran vagabundos.
La puerta principal estaba cerrada, así que proseguí por un lateral del recinto amurallado en busca de otra entrada más discreta que pudiera estar abierta. Al otro lado de la calle, había un pequeño hospital o consultorio médico donde los familiares y quizás algunos enfermos esperaban su turno, sentados en las aceras de ambos lados de la calle. El colapso era evidente, no había suficientes médicos para atender a todos los pacientes, pacientes que no pertenecían al estrato más bajo de la sociedad, a pesar de que tampoco debían tener muchas facilidades económicas para llegar a finales de mes con sus sueldos. No encontré más entradas, así que desande los pasos y me acerqué a la verja de la entrada para mirar hacia el interior. Dos vigilantes se encontraban sentados en un rincón; al verme uno de ellos, se acercó y me abrió la puerta para que pudiera entrar.
Cementerio Alto Do Cruces. |
Primero aparecieron las lápidas de colonos, seguidamente las de mulatos y angoleños. Pero lo que me llamo la atención fue la profanación de muchos mausoleos y osarios con nichos vacíos. En su interior, los féretros estaban semiabiertos e incluso destrozados o simplemente no estaban, habían desaparecido con el muerto.¿ los estarían vendiendo para otros difuntos?¿ Qué harían con los muertos? Me conmocionó ver una pequeño ataúd de un bebe abierto. Los saqueadores no respetaban ni a aquellos que murieron muy temprano, pero por otra parte me resultó justificable en un país donde los estómagos quejumbrosos resonaban muy fuerte. El hambre no conocía límites y aquellos que habían fallecido décadas antes no creo que les importara mucho, tal vez a los familiares, familiares que debían llevar el mismo tiempo sin volver a Luanda. Incluso en una lápida cruciforme reposaba, como una broma macabra, una pequeña calavera que tal vez perteneció a una hermosa portuguesa nacida en Angola.
Nichos bandalizados. del osario de los combatientes de la gran guerra. |
Osario de los combatientes de la gran guerra. |
Mientras recorría su interior totalmente solo, me di cuenta, al ver tantas tumbas profanadas, lo sencillo que sería caer en una emboscada en esos momentos. Saltar el muro perimetral no requería de grandes facultades deportivas. De hecho, uno de los vigilantes se acercó al ver que tardaba mucho en volver, preocupado de que no hubiera sido asaltado.
Mausoleo descuidado y profanado, |
Algunas lapidas con esculturas resultaban hermosas en tan tétrico lugar, lo que indicaba que aquellas personas fallecidas no habían tenido una vida desafortunada, al menos en términos económicos.
Hermosa estatua en el cementerio. |
Al marchar, les di una propina que nunca me pidieron, pero que agradecieron con una sonrisa amigable.
Una de las curiosidades que descubrí leyendo algunos periódicos digitales fue que el presidente Raúl Castro hizo una visita oficial al país en 2009 y aprovechó su estancia para rendirle un homenaje al comandante Raúl Díaz Argüelles, uno de los primeros combatientes internacionales cubanos muertos en este país y enterrado en este cementerio. Supuse, que cuando lo visitó estaría más ordenado y sin rastros de sacrilegios.
Cuando llegué a los alrededores de mi alojamiento había oscurecido. Aproveché para tomar algo en una heladería y comer algo. Los precios, la verdad, que no eran muy baratos.
Al día siguiente, aproveché para levantarme tarde y dar mi último paseo por el barrio de Maculusso. Y después de pagar mi alojamiento marché al Shopping Fortaleza para comer y pasar las horas más calurosas bajo la protección del aire acondicionado. No quería llegar al avión todo sudado y oliendo a perro mojado.
Disfruté un buen plato de salmón bien condimentado, con una buena panorámica del "skyline luandés" y la bahía. Y en un momento dado, se acercó por primera vez un angoleño para preguntar, a curiosear sobre mi estancia en el país. Charlamos durante media hora y se despidió.
Rascacielos de Luanda. |
Las horas pasaron rápidamente y tomé un taxi al aeropuerto de Luanda, mirando con cierto grado de nostalgia por última vez las calles de la capital. Habían sido once días, pero la sensación era como si hubieran sido dos meses en el Sur de África. El tiempo corría diferente cuando viajaba, haciéndose más intenso y prolongado.
Y, por fin, el avión despegó, con rumbo a Europa.
África volvía a hacer su magia. Me sentía una persona físicamente más guapa, aunque no encajara con los cánones de belleza establecidos, me daba igual, yo me sentía guapo, y era lo que realmente importaba. África lograba ese milagro, como siempre, No me robaba nada, sino, más bien, me regalaba un espíritu más fuerte y poderoso en una existencia que no me gustaba del todo.
¿Cómo no iba a volver? Amaba de una manera extraña ese ambivalente mundo de alegría y muerte.
* Personaje de la obra maestra La Montaña Mágica de Thomas Mann
En el 2019 realicé un viaje como mochilero por Guinea Bissau, descubriendo lugares de ensueño, especialmente las Islas Bijagos. Uno de los sitios más increíbles que he estado.
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