Mochilero en Guinea Bissau (II)
Bolama, se ama o no se ama, no hay más opción
La princcipal razón para visitar Guinea Bisáu es el archipiélago de Bijagós, un conjunto de 88 islas e islotes de los que veintitrés están habitados permanentemente. Debido a las limitaciones en las comunicaciones marítimas públicas y el tiempo del que disponía, mis posibilidades para visitar el archipiélago se vería reducido a cuatro islas: Bolama,Bubaque,Uno e Isla de Orango. La última de estas islas es el hábitat de los únicos hipopótamos que se han adaptado a las aguas oceánicas del mundo, soportando la sal. Eso sí, a primera vista, físicamente no les vi ninguna diferencia resaltable con los pertenecientes al continente.
Obviamente, aquellos que no tengan restricciones presupuestaria tendrán muchas más facilidades para visitar más islas, como alquilar un velero privado con capitán. Tuve la oportunidad de conocer a cuatro jóvenes extranjeros que así lo hacían, viajando de isla a isla durante el día y durmiendo en el velero por las noches.
Decidí visitar primero la isla de Bolama, pero creo, sinceramente, que por la cercanía al continente esta debería dejarse la última isla del viaje, especialmente si uno dispone de poco tiempo, bajo presupuesto y viaja en canoa. Si surge algún inconveniente y el tiempo es escaso, siempre será más fácil y económico solucionar el transporte desde Bolama, ya que Sao Joao, aldea perteneciente al continente africano, está muy ceca de esta isla. Apenas media hora de viaje en canoa si mi memoria no me engaña.
Sao Joao es la aldea más cercana del continente a las islas Bijagós, Bolama. Pensad que a veces si hay corrientes fuertes la canoa con toda seguridad no saldrá ese día y no todos los días hay transporte, los horarios siempre dependerá de la marea con permiso de los motores de las embarcaciones, que por lo que me relataron solían fallar más veces de lo que deberían. A Bolama se puede llegar también desde la capital del país.
Sobre las canoas, embarcaciones que utilizan cientos de africanos para cruzar el mediterráneo en busca de una mejor vida y algunas veces acaban falleciendo antes de lograr sus sueños, son transportes muy vulnerables a la meteorología adversa y a las corrientes marítimas. Por ello, debemos tomárnoslo con mucha filosofía cuando cancelan una travesía, posponiéndola para el día siguiente o cuando lo permita la mar. En estas tomas de decisiones están en juego la vida de muchas personas.
Los horarios pueden ser muy flexibles, rara vez cumplen puntualmente, hay que armase de paciencia. Y si uno no tiene paciencia siempre están las lanchas rápidas que por el módico precio de 150 dólares te llevaran donde quieras y en poco tiempo.
Otra cuestión igualmente relevante, y que por escatológica no se debería obviar, es que estas canoas no cuentan con baños a bordo. Algunos trayectos pueden durar aproximadamente cinco horas, siempre que no haya un percance, como quedarte varado y tener que esperar que vuelva a subir la marea. Mi consejo al respecto sería comer lo menos posible el día anterior y beber con moderación las horas previas a la salda. Desde Luego,al menos yo,no tenía ganas de tener que asomar mi culo por la proa y realizar directamente mis necesidades al mar con mil ojos mirando.Que algo de pudor todavía me queda de mi educación cristiana. Además, no me planteé si estaria permitido o no, pero en caso de necesidad apremiante no veía alternativas mejores ,que no fuera hacérselo como un bebé y aguantar con la mierda, y nunca mejor dicho, hasta llegar a puerto, con los inconvenientes que eso llevaría.
La canoa que me llevó a Bolama |
Eran las seis y media de la mañana cuando me presenté en el puerto de Pudjuguiti, punto designado para la partida de canoas con destino a Bolama o Bubaque. Fue la hora que me habían recomendado llegar. Sin embargo, pronto, confirmé lo que ya sospechaba de las informaciones reportadas de las redes, la canoa no saldría a la hora prevista. Una amable funcionaría de circunferencia de caderas extraordinariamente grandes me informó que la salida se retrasaría a las nueve de la mañana. Me ofreció una silla de plástico para que la espera se hiciera más cómoda.
Después de transcurrido media hora, la misma funcionara me informó de otro retraso, esta vez de dos horas y media adicionales, de regalo. ¡Toma ya! Cansado de estar sentado, me levanté y decidí dar un paseo por el desastroso muelle en forma de T, que en esos momentos reposaba en un lecho viscoso y fangoso, con la quilla de mi embarcación hundida en él. El mar estaba muy alejado, parecía difícil que llegara algún día a anegar el muelle. Y así, mis ilusiones se desvanecían. La poderosa naturaleza volvía a ganar al hombre, que debíamos plegarnos a su poder y tener paciencia, era nuestra única arma disponible.
Tantas horas en el muelle acabaron por hacer fluir las palabras, entablando conversación con dos humildes pescadores de cangrejos, sentados en unos bidones de plástico. En un momento dado de la distendida charla, me dijo que estuviera tranquilo, que, al final, saldría la canoa, ya la marea alta acabaría por aparecer y llevaría a flote nuestra canoa. " Amigo Agostinho, os onze e meía a maré ja terá subido". Enfatizó el pescador, a pesar de no ser hombre de mar, pero sí de orilla, cuando lo miré incrédulo.
Cargando la mercancía antes de partir de Bisáu |
Pero tal como había predicho, la mar subió tranquilamente mientras los pasajeros y marineros, desde la cubierta y el muelle, con una oxidada escalera de mano simple se unía a ambos, empezaron a descargar la carga ayudados por cuerdas, incluyendo a un pobre cerdo que estaba inmovilizado con cuerdas en sus patas y chillaba de terror mientras lo bajaban. Era imposible no estremecerse ante aquellos gritos tan parecidos a los humanos, pero, ciertamente, nadie reparaba en ellos. Así, pensé, debía ser en la época de los esclavos. Sufriendo mientras los pasajeros blancos hablaban de amor. Los pasajeros comenzamos a descender por la inestable escalera para luego descender al interior de la canoa como mejor sabíamos cada uno, agarrándonos como monos a la cubierta y bajando con precaución. Resultaba conmovedor ver a personas mayores o alguien con alguna minusvalía bajar con menos dificultades que yo. Era increíble.
Me senté en la lado de estribor en uno de los listones de madera de la embarcación que realizaban esa función, aparte de ser parte de la estructura, a falta de asientos. Enseguida se fue llenando de gente que ocupaban todos los tablones y algunos se acomodaban entre los sacos, bultos y bolsas de mercancías colocadas en la parte baja.
Partimos, por fin.
La gente no compartía las mismas emociones que yo, lo cual era comprensible. Para ellos era un medio de transporte cotidiano, mientras para mí era toda una experiencia, una aventura. Por eso, soporté estoicamente el error de cálculo al posicionarme fuera de la cubierta y en lado donde el sol era más beligerante, estuve cuatro largas horas abrasándome. Un africano guasón me comentó riéndose: " Você vai ficar bronzeado quanto eu" y me ofreció un vaso de vino recalentado de un tetrabrik más malo que la carne del pescuezo que tomé por obligada cortesía. Mientras mi cuerpo sufría, había un ser vivo que sufría mucho más que yo, el pobre cerdo, mojado, debido a las infiltraciones de agua que se acumulaba en el casco de la canoa, de vez en cuando lloriqueaba. Los marineros achicaban el agua y algunos increpaban al pobre animal lanzándoles cosas.
Cuando vi el humilde embarcadero de Bolama la ansiedad por pisar tierra se apoderó de mí. Esos pocos minutos para maniobrar y colocarse en paralelo al muelle se me hicieron eternos. Esta vez, había que trepar el techo de la cubierta. al mismo nivel del muelle, y dar un saltito para pisar de nuevo tierra firme.
Precio del billete de Bisáu a Bolama 2,500 CFA.
La primera impresión al llegar a la capital administrativa de la región Bijagós fue desoladora e inquietante. Daba la sensación de que sus habitantes habían huido despavoridos y otros seres más inocentes y primitivos se habían apoderado de sus majestuosas y pomposas edificaciones. Recordaba imágenes que había visto de la ciudad abandonada de Pripiat, evacuada de urgencia por el accidente nuclear en la planta Chernobyl, con la diferencia que aquí vivía gente. La exuberante vegetación de África rápidamente había reclamado su territorio para sí, conquistando avenidas y fachadas, ante la indiferencia pusilánime de sus nuevos inquilinos.
Bolama |
La huella colonial pervivía moribundamente, recordando que hubo una época mejor, al menos desde la perspectiva del hombre blanco. Con toda probabilidad, los subsaharianos no debieron tener los mismos buenos recuerdos del periodo colonial portugués. No obstante, estaba claro que en término urbanísticos había habido un claror retroceso, mejor tal vez si no estuvieran esos edificios de fachadas descorchadas de goznes chirriantes y megapuertas desencajadas. Bueno, permítame tomar esa licencia literaria, aunque fuera un poco exagerado lo de las puertas, sí que era cierto que una capita de pintura no les iría mal.
Sin embargo, bajo el influjo de la decadencia y la mirada subjetiva del Viajero Pesimista, quien se sentía fascinado desde el momento en que pisó la isla, al caminar e interactuar con esos despreocupados y amables ciudadanos que sonreían como niños se creó en el ambiente una atmósfera de cuento de hadas. Uno deseaba que salieran seres curiosos como elfos por sus desvencijados ventanales o que hermosas hadas revolotearan sobre mi cabeza o, como si estuviera en el País de las Maravillas, aparecieran el Sombrero Loco, la Reina de Corazones o el Rey de Corazones.
Sin lugar a dudas, la ciudad con más encanto de todas las que visité en Guinea Bisáu y , me atrevería a decir, de todas las que he pisado a lo largo de mi vida. Eso sí, no aptas para sibaritas y burgueses.
Lo primero que vi fue dos imponentes Ceibas a ambos lados de la avenida al salir del puerto. A mi derecha, se encontraba el antiguo palacio del gobernador construido 1146, donde todavía podía apreciar las garitas cónicas de obra en sus accesos de entrada, donde aburridos militares tuvieron que pasar largas horas de pie. Justo frente a la fachada de este edificio , había un monumento tosco de que rendía homenaje a unos aviadores italianos que se estrellaron en Bolama el 6 de enero de 1931 que Mussolini ordenó construir. En él había una inscripción de los hombres fallecidos en aquel accidente.
Subiendo por la misma avenida, llegué a una plaza descuidada en cuyo centro se encontraba un monumento de la época colonial carente de valor artístico. En uno de sus laterales estaba la primera cámara municipal de la ciudad, construida en 1923, en otro de su laterales una nave oblonga que fue una escuela de pilotos, construida por los ingleses. Antes de que definitivamente pasara a manos portuguesas fue disputada con los anglosajones. Hoy se ha convertido, como la mayoría de los edificios de la época colonial, en vivienda para los nativos.
Más adelante, me encontré con la plaza Mayor. En ella se erigía la coqueta y rosada iglesia de San José, la cual habido sido reconstruida después del incendio que afecto a la original. En otro lado de la plaza, destacándose sobre todas las construcciones, la antigua casa del presidente de la región de estilo neoclásico, con imponentes columnas. Desafortunadamente, hoy en día se encontraba totalmente a merced del tiempo. Detrás de la casa presidencial había un descampado donde las nuevas generaciones jugaban al futbol, mientras otros miraban atentos a los jugadores, esperando, tal vez, una invitación. No faltaban niños en las calles africanas, mucho más alegres y vivas que las europeas, que resultaba difícil ver niños jugando en las calles. en los días festivos.
Iglesia de Bolama |
La antigua casa del presidente |
Al anochecer, mientras rescribía mis notas, me gustaba sentarme un rato en la plaza Mayor y contemplar los vuelos de los murciélagos que se congregaban en ese lugar. Me sentía totalmente absorbido en esa plaza de asilvestrados jardines e imponentes arboles.
Después de aquella primera vuelta, me acerqué en una pequeña plaza donde uno de los edificios era la comisaria de la ciudad, Pregunté por un hotel, quien amablemente ordenó un policía a un niño que fuera a buscar al propietario del Hotel Ga- Mura.
Era un edificio minimalista y sencillo, con habitaciones con una cama y pequeño mueble, baños sencillos compartidos. No había wifi. El precio de la sencilla era de 10000 CFA. En la plaza de la comisaria había un restaurante que hacían cenas por encargo perteneciente al mismo propietario. Allí, por ser el único lugar de todo Bolama que había una nevera en un comercio, me tomé algunas cervezas en el porche todas las noches.
Y es que, ante este panorama, a Bolama solo había dos opciones para el viajero: o se ama o no se ama. Y yo, cuando marché aquella mañana hacia el continente, me di cuenta que la amaba.
Al día siguiente de mi llegada, me acerqué a la playa Ofin, a una hora y media de camino desde el antiguo hospital, dejándolo a la izquierda, siempre todo recto, no tenía perdida. Por el camino vi espectaculares termiteros de las termitas subsaharianas, montículos de barro que fácilmente superaban los dos metros de altura. Construidas para mantener tanto la temperatura como la humedad en valores constantes ya que estar necesitan na temperatura alrededor de 30ºC para sobrevivir.
Junto a un termitero |
La antigua playa de los colonos portugueses |
¡Cuidado con la marea alta! |
Playa Ofin |
Hay algunas playas más. Una en la playa Ponta Oeste, en el otro extremo de la isla, a 25 km. No tiene ninguna perdida y hay varias Tabankas con campos de anacardos. Podéis alquilar un moto o bicicleta preguntado a la gente a quien podéis acudir.
EL último día lo dediqué a visitar el mercadillo de Bolama y el cementerio cristiano de la época colonial.
El cementerio portugués estaba pasado la avenida terrosa del mercadillo, a mano izquierda. Estaba en sintonía con todos los elementos urbanístico del lugar, o sea, de completo abandono. La vegetación también reclamaba su espacio y unas vacas pastaba indiferentes al descanso eterno de sus huéspedes. En el centro había una capilla o mausoleo. Había todavía suntuosa lapidas con las inscripciones de los fallecidos.
Cementerio de la época colonial |
Las noches, en la plaza de la comisaria, sentado en la terraza del restaurante, charlaba con sus ciudadanos o tan solo los saludaba con una sonrisa. Disfrutaba de las noches africanas, que me parecían de otro mundo, de otro planeta. Bolama me hacía feliz, y aquí me di cuenta que estaba en la tierra del Ébano más celestial, el más puro de África.
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