VI Crónicas malasias de Mister Cool Uncle
El Rainforest Discovery Center.
No había sido una buena idea quedarse un día más en Sandakan, sobre todo para ellos, que querían ver muchas cosas muy turísticas. Y la oferta de Sandakan era limitada, a pesar que tenía varios edificios y espacios culturales interesantes que a las jóvenes promesas del "mochileo" no despertaban interés alguno. Probablemente hubiera sido mejor idea viajar hasta Kota Kinabalu y ver otra ciudad malaya.
Aún así, hasta que nuestro avión nos llevara de vuelta a la península malaya al atardecer, encontraron algo interesante que hacer que nos gustara a los tres, lo cual es siempre difícil conciliar intereses: El Rainforest Discovery Center. Solo debíamos retornar al área de Sepilok.
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Rainforest |
Salimos tarde del hotel, después de hacer el chek-out, y tomamos un Grab para visitar el Rainforest. Nos dejó en una amplia zona asfaltada, junto a un hotel. Había menos movimiento que en el Centro de Rehabilitación de Orangutanes, ubicado dos kilómetros más arriba.
Compramos las entradas en una pequeña ventanilla de una caseta de madera y ascendimos por una ligera cuesta, donde, en una especie de garita de seguridad, nos permitieron dejar nuestros equipajes.
El Rainforest Discovery Center destacaba su Rainforest Skywalk — una pasarela elevada que alcanzaba en su punto más alto los 27 metros y tenía casi 500m de longitud — . Y también se podía caminar por sus senderos y pistas de tierra que recorrían y se entrelazaban entre la flora y fauna local, aunque la última muy difícil de avistar. También había tres torres con escaleras de caracol , ideal para la observación de pájaros.
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Sendero por riachuelo de Rainforest |
Un extranjero indicó hacía abajo, a Mi Pequeña Heredera, al principio de la pasarela. Sobre una roca, una electrizante serpiente de color verde tomaba el sol, ajena al movimiento de los transeúntes y sin mostrar temor alguno. Quizá pensaba que su veneno — si es que era venenosa, ya que no logré identificarla — bastaba como advertencia para intimidarnos y disuadirnos de la mala idea de bajar al terraplén y acercarnos demasiado para fotografiarla.
Aunque el extranjero iba acompañado de un guía local, pensé que, de no haber sido venenosa, probablemente se habrían acercado más.
El lugar era maravillosamente hermoso, aunque viéramos pocos animales: alguna ardilla y , a lo lejos, entre la frondosa vegetación, un mamífero que me pareció un cervatillo. Y si lo era, solo podía tratarse del sambar. Me recordó los hábitos de los asustadizos cabirols que, a pesar de haberlos visto bastantes veces, cuando se movían entre la espesa vegetación solo dejaban entrever una silueta fantasmagórica.
Pero donde más disfruté fue recorriendo un sendero paralelo a un pequeño riachuelo, embarrado y asilvestrado, que despertó ese espíritu aventurero infantil y me hizo sentir, durante quince minutos, el hombre más feliz del mundo. Todo lo contrario pensaba Mi Pequeña Heredera, que nos instó con sus quejas a buscar una pista de tierra más domesticada. Peluche Discreto, aunque no lo dijo, pude leer en su rostro que también estaba disfrutando, pero nadie se atrevería a llevarle la contraria a mi sobrina en esos momentos de sensaciones divergentes.
Una unidad en tránsito
Al atardecer tomamos un Grab para ir al aeropuerto de Sandakan. Allí cenamos y esperamos varias horas, charlando, leyendo y, por supuesto, jugando al 2048, pero nada de nada. No conseguía mi propósito de alcanzarlo.
Subimos al avión con cierto temor de que a Peluche Discreto le dijeran algo por su mochila, que sobrepasaba bastante las medidas permitidas por la compañía para llevarla en cabina. Pero, como a la vuelta tuvimos la suerte de cara —o quizá porque un rostro joven, bonachón y agraciado siempre ayuda—, no hubo problema con la azafata de tierra.
Por lo visto, en la cola de embarque, a un joven español —que no era feo, pero tenía cara de listillo— el año pasado le habían hecho pagar por menos, y ahora la facturaba para no llevarse sorpresas.
No dejaba de llamarme la atención la influencia que tienen en las interacciones los detalles físicos, económicos y culturales. Cómo podemos ser simpáticos y agradables con algunos seres humanos y, en el mismo momento, por razones como las citadas, desagradables y secos con otros.
Todas esas circunstancias —y otras tantas— me hacen posicionarme en la creencia, porque no puedo pasar de ahí, de que estamos determinados. Que no tomamos ninguna decisión verdaderamente consciente. Nuestro pensamiento es como una semilla en un bosque: crece en una dirección determinada por el bosque mismo, por el sol, por el viento, por la tierra… No elige, simplemente responde.
Y eso no significa que tenga que haber , obligatoriamente, un Dios. Solo significa que el Universo —incluso más allá del Universo — no somos muchos, sino uno. Una sola cosa. Una unidad.
El cuchitril sideral así no mola
El viaje duro dos horas y media. Por Booking habíamos reservado un alojamiento cerca del aeropuerto de Kuala Lumpur. Los había convencido para que durmiéramos en cápsulas. En el aeropuerto había un alojamiento de este tipo, pero era demasiado caro para nuestro presupuesto, así que opté por esta alternativa. Al fin y al cabo, íbamos a dormir solo seis horas. Al día siguiente teníamos que tomar un autobús rumbo a las Islas Perhentians.
Pasamos frío en las cápsulas — aunque el interior estaba limpio — y los baños dejaban mucho que desear. Además, nuestro equipaje tuvo que quedarse en unas estanterías en espacios comunitarios. Aunque observé que había cámaras en recepción, el cansancio me impidió hacer la misma observación y buscar alguna cámara que vigilara la estantería de equipajes. El lugar resultaba algo siniestro, incluso para mí. Las cápsulas estaban colocadas como celdas de una colmena, en un espacio en penumbra que acentuaba la sensación de estar en cuchitril sideral.
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Mi cápsula |
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La entrada de la cápsula |
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