VI C´est interdit dans le wagon de fer

Mauritania por libre


VIII Feliz jornada para mi mochila que no quedara negra.


En el vagón de pasajeros en el tren del hierro



El tren del hierro de Mauritania, la leyenda de los rostros negros, llevaba más de una década pululando por mi mente desde que leí un artículo de un viajero anglosajón que narraba su viaje de veinte horas en el interior de un vagón de polvo ferroso al aire libre.

De cuando en cuando, me decía a mí mismo: este año sí lo hago. Pero, al final, siempre, por una razón u otra, lo posponía un año más. Así, poco a poco, iban pasando los años, y poco a poco fueron apareciendo en las redes más viajeros que se atrevían a hacer esta travesía como "polizones" y  alguno de ellos lo subía a las redes sociales.

Lo cual provocó lo inevitable: que lo alegal se hiciera ilegal y las autoridades pertinentes se pusieran más serias y prohibieran subir, sobre todo, a los viajeros solitarios a los vagones que transportaban este material tóxico.

Según algunas informaciones que obtuve fue a causa de que algunos viajeros llegaban a la zona restringida del puerto sin bajarse en la parada de Nuadibú. Lo que provocó el enfado de las autoridades pertinentes, prohibiendo el acceso. 

Aunque tenía conocimiento de estos cambios, también conocí a un viajero coreano que había conseguido viajar a la inversa, es decir, en los vagones vacíos desde Nuadibú hasta Choum, una ciudad intermedia, sin llegar a Zouerate. Y una pareja, desde Zouerate, escondiéndose durante la espera sin ser vistos por nadie, había conseguido subir desde Zouerate hasta Nuadibú.

Envié un mensaje a Ahmed cuando iba a Zouerate para preguntarle si había conseguido subir al tren. En ese momento se encontraba en Choum esperando el tren, me envió una foto esperando. Ya no le pregunté más y tampoco me envió una foto subido en el interior de una vagoneta. Y ya se me quitaron, la verdad, las ganas de preguntar más si ellos no me lo comentaban, después de mi pequeña decepción.

Ahora, en retrospectiva,  si solo se va a viajar en el tren, sin explorar los alrededores  de Zouerate, sea mejor opción tomar el tren en Choum. Por estas razones:

  • El viaje dura 12 horas, suficiente para experimentar esta aventura, tanto de día como de noche.
  • Al ser una parada intermedia, lejos del corazón de la mina, es más fácil que no sean tan rígidos.
  • Además, no tendrás que cargar con tanta agua.



Vagones del tren del hierro: tan cerca y tan lejos que se quedaron de mí.


Sin embargo, mi intención era intentar hacerlo empezando desde Zouerate de forma alegal, nunca ilegalmente; es decir, intentando convencerlos, aunque tuviera que pagar el pasaje. Y lo tenía claro: o todo o nada. Hacer el viaje completo con el mineral tóxico, desde el inicio hasta el final, y sin tener que sobornar a nadie, y menos como un polizón, pues eso, creo, perjudicaría a los futuros viajeros y haría que las restricciones fueran aún mayores,

Pero no pudo ser, al menos sin esconderse... La fiesta se acabó. 😓😓

Y, al final, tampoco me arrepentí del todo de haber llegado a Zouerate y de haber tenido que cambiar de planes. Si algo me define, es mi flexibilidad y capacidad de adaptación, sabiendo que los viajes casi nunca salen tal como los había imaginado. A veces resultan peores, otras veces mejores, pero siempre diferentes a como los imaginé en casa.


 


La estación donde todos los pasajeros de Zouerate suben al tren.

Así es como viví mi experiencia en el tren de hierro:

Con los nervios a flor de piel  e intranquilo por saber si  conseguirìa mi objetivo, me dirigí aquella mañana soleada a la oficina del SNIM, ubicada en el centro de la ciudad. "Oficina" era por decir algo, porque era solo un  local sucio con cuatro esterillas. Me dijeron que la salida estaba prevista para las 12:00h del mediodía, que podía esperar, que los taxis compartidos salían desde allí cuando fuera la hora.

Después de una hora, opté por tomar un taxi hasta la estación, que no era otra cosa que una explanada repleta de basura y vagones; pero antes de marcharme, el responsable  de la oficina del SNIM de  Zouerate ya me advirtió: "C´est interdit". ¡Empezábamos cojonudamente bien!

El taxi paró junto a una jaima donde vendían algunas cosas y uno podía descansar. Allí, antes de abrir la portezuela del taxi, aparecieron dos personas más que me advirtieron... ¿Adivináis? Pues sí: "C'est interdit!"

Entré un rato en la jaima a descansar, y el vendedor me dijo... Sí, eso mismo. Y luego quiso que pidiera algo. Enfurruñado como un niño pequeño le dije que no quería nada.

Allí charlé con cuatro jóvenes malienses y un togolés que iban a tomar el tren hasta Nuadibú. Salimos fuera porque el vendedor no nos dejaba grabar en el interior, y Sekou, un chico nervioso y líder del grupo, me hizo una corta entrevista para colgar en Tik Tok.



En la jaima de la estación,  con los chicos subsaharianos y el dependiente echando una siesta. 



A la hora, tomé la mochila y me fui andando quinientos metros más arriba, pero me siguió un trabajador y, un poco enfadado, me dijo: "C'est interdit!!!"

"C´est interdit, c´est interdit!!! "Iba a soñar con estas palabras.

Vale, vale... acepto pulpo como animal de compañía.

Finalmente, compré el billete al revisor. La había cagado  al ir de legal, sin esconderme. Intenté convencerlos con mi actitud serena y tranquila, pero no pudo ser. 😭



Lo más parecido a una estación de tren que había en Zouerate.



Aquí todavía tenía esperanzas, esperanzas que acabaron desvaneciéndose.


La travesía en el tren de hierro, a pesar de no haberla hecho sobre los vagones del mineral oscuro, iba a quedar como uno de los episodios más bonitos y genuinos de este viaje, gracia en parte a mis compañeros de compartimento. Y es que no todos los días se atraviesa un desierto durante 20 horas en una reliquia de museo: un vagón de pasajeros anticuado que parecía sacado de una película de Mad Max, pero en versión cutre.



El vagón de pasajeros, para flipar.👽


Finalmente, a las 14:30 h partimos de Zouerate. Yo me acomodé en el compartimento de los chicos africanos; entre ellos iba una chica. Aunque no toqué un tema tan sensible, debían ser algunos de los cientos de miles de malienses que se veían abocados a desplazarse de su Estado por el conflicto bélico en el que está sumido el norte de Malí, buscando nuevas oportunidades. Incluso algunos intentan llegar a las Islas Canarias. La región del Sahel actualmente es un polvorín que no parece tener fácil solución. No solo afecta a Malí, sino a otros países de la región.



De izquierda a derecha: un togolés y dos malienses, compañeros de viaje, junto a dos más, sentados en mi lado.


La voz cantante del grupo, como ya señalé antes, era Sekou, el líder, el protector,quien guiaba a los jóvenes subsaharianos como un padre o un hermano mayor. Sin embargo, su carácter impulsivo representaba un problema en un país donde los negros no podían alzar demasiado la voz.

Asó ocurrió cuando un mauritano blanco asomó por el marco de la puerta de nuestro compartimento y preguntó algo indescifrable para mí. Sekou, sin comprender bien lo que decía, le respondió de forma despectiva. El hombre, enfadado, le golpeó con el dorso de la mano en el bíceps derecho, recriminándole agresivamente su actitud y obligando a todos, menos a mí, a saludar con "Salam Malekum".

El joven  no se pudo contenerse más y, envalentonado, se levantó del asiento como un resorte cuando llegaron otros mauritanos a calmar el primero. Lo hizo presionado por la humillación que soportando, pero consciente de que la pelea  no llegaría a más con la presencia de quienes intentaban pacificar la situación.

Los otros chicos subsaharianos, asustados como corderitos antes de entrar al matadero, le suplicaban a Sekou que pidiera disculpas. Sekou no tuvo más remedio que ceder, reprimiendo su orgullo y su impulso.

Más tarde, apareció otro hombre blanco que les pidió su documentación y  cuando se dirigió a mí me comento algo que no comprendí. Así que me hizo que lo acompañara a otro compartimento, donde una mujer de unos treintas años de mirada triste  con un castellano roto me explicara lo que quería.

Ella me explicó que me estaban preguntando si quería cambiar de compartimento para tener mejores vistas del desierto y poder hacer fotos. Sin embargo, yo tenía la sensación de que, más que ofrecerme una mejor vista, lo que realmente quería era sacarme de allí para que no estuviera con los subsaharianos.

Le dije que no era necesario. La mujer, interesada en mi viaje, siguió haciéndome preguntas hasta que el mauritano que había llevado hasta allí,algo molesto por la afable conversación con la mauritana, me dijo que ya estaba, ya podía abandonar ese compartimento.

Era imposible ver nada a izquierda y derecha de nuestro compartimento; con tanto blindaje, parecía más un tanque que un vagón de pasajeros. Solo al salir al pasillo y asomarme por las pequeñas ventanillas podía observar el monótono paisaje del desierto mauritano.

El pasillo estaba abarrotado de personas, y por la noche resultaba difícil llegar a los aseos. Sekou estaba molesto porque no le permitían usar el más cercano; en su lugar, debía ir al otro, en el extremo opuesto del vagón. La excusa era que estaba roto, pero no era cierto, como pude comprobar. Era un racismo sutil, sin violencia, pero lo suficientemente evidente como para hacer sentir mal a una persona.

Una de las cosas que me sorprendió fue que, a pesar de ser estar en un país  guarro y haber un inodoro turco,se mantuvo bastante limpio a lo largo del trayecto. 

Las botellines de plástico de agua se fueron acumulando en el lavabo, ya que los utilizaban para limpiarse en un baño que no había agua.



¿Cómo coño llego al baño?😮


Durante el trayecto jugamos al parchís con una aplicación del móvil, charlamos, reímos y también hubo momentos de introspección. Lo que no hubo fue un buen descanso en aquellos asientos duros como piedras. Dormir se convirtió en una tarea titánica; era imposible encontrar una posición cómoda para descansar..

De madrugada, a este insoportable cóctel se sumó el frío. Con mi abrigo afortunadamente no pasé frío, pero le di mi manta nueva al togolés, que era el único que no tenía nada para protegerse. Se estaba quedando heladito. El abrigo se lo regalé a uno de ellos que tenía el suyo hecho jirones. 

Al amanecer, Sekou aprovechó una pequeña parada para comprar unas cuantas baguettes a un vendedor ambulante y unas Coca-Colas. Me ofrecieron una baguette y una Coca-Cola al darse cuenta de que llevaba casi 24 horas sin comer nada. Les agradecí el gesto, pero preferí esperar a llegar a Nouadibú, cuya llegada estaba prevista para las 14:00 h.

Yo repartí todos los botellines de agua que había acopiado antes de empezar el viaje para mi frustrado intento de viajar en el exterior.

A las 14:00 h llegamos a la estación, sin polvo de hierro, agotados por el mal descanso de los duros asientos y los flagelos de los inevitables e inesperados estremecimientos del largo tren, que por momentos parecía perder la sincronización de sus máquinas motrices.

Las últimas horas se me habían hecho interminables, pero bajé con una gran sonrisa a Nuadibú, feliz por esta experiencia.


👉CAPÍTULO VII; NOUADIBÚ👈










  



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