Mi primer día en Teherán

(En el nido de espías)

Llevaba tendido en mi hotel media hora, intentado infructuosamente conciliar el sueño. Los nervios no me permitían relajar mi cuerpo, que había permanecido en vigilia durante toda la noche. Acababa de recién llegar, procedente de  Barcelona con escala en Estambul, a la capital de las calles  de grumos aceitosos en el ambiente con el estruendo musical más demoniaco de todos los tiempos. Los coches iraníes eran maquinas perfectas de destrucción, de destruir aire saludable y tímpanos. Lo que se respiraba y los  altos niveles de decibelios que se soportaban estoicamente en Teherán era presagio de enfermedad y muerte.

Unas semanas antes, desde Cataluña, reservé a través de la plataforma de Trivago, una noche de estancia en un hotel de cuatro estrellas: Ferdowsi Gran Hotel. Gracias a la devaluación de su divisa por las sanciones internacionales al régimen de los ayatolas pude beneficiarme de un excelente precio: 30 euros la noche. Además, no me cobraron ningún suplemento o no me impidieron acceder antes de la hora prevista, había llegado cuatro horas antes. Las casi cinco horas de interrogatorios y espera para obtener el visado  en el Aeropuerto Internacional Iman Jomeini, así como el viaje en metro hasta el centro de la ciudad, habían acabado con mis reservas físicas y mentales. Necesitaba urgentemente una ducha y descansar un poco, lo suficiente para recargar pilas y poder empezar a explorar la ciudad.

Cansado de dar vueltas en mi cómoda cama, decidí al mediodía acercarme a la antigua Embajada Norteamericana, lo que implicaba, según mi guía de Lonely Planet, una hora de trayecto a pie. Pasear por Teherán no era precisamente, como apreciareis queridos lectores al haber leído el primer párrafo de esta entrada de mi blog, recomendable para la salud. Lo aconsejable por un médico sería encerrarse uno en casa y respirar lo menos posible el aire contaminado, claro está, siempre que no existiera la posibilidad de huir de esta necrópolis devoradora de corazones latientes. 

Ya situado al otro lado de la calle, separado tan solo por una alfombra de asfalto, me senté en un banco para observar el muro de ladrillo visto  que rodeaba la embajada por la parte frontal. Este muro estaba equipado con una pequeña verja en su base a lo largo del recorrido. Además, en uno de los laterales se encontraban los icónicos murales anti- EEUU, sobre todo, él de la estatua de la libertad con su rostro cadavérico. Saqué furtivamente la cámara de su funda para tomar algunas fotos disimuladamente de las pinturas, ya que había leído que estaba totalmente prohibido. Luego, más tarde, me enteré que las autoridades iraníes ya permitían a los extranjeros inmortalizar los murales. Vaya cara de tonto me quedó al recordar los nervios que había pasado tontamente tomando las fotos, como si estuviera cometiendo el peor de los delitos posibles, cuando el joven iraní del museo me lo comunicó. 




Crucé la calle para leer unas llamativas letras rojas pintadas en el muro, adyacente a una entrada peatonal al recinto con la cancela abierta. Y me sorprendió leer que era el horario de apertura para poder visitarlo, lo cual era contrario a la información obtenida a través de internet. Escrito en inglés y farsi. Una vez dentro del recinto amurallado, accedí al interior de la antigua embajada norteamericana, la cual estaba  precedida por una sencilla escalinata y un pórtico poco ostentoso. El museo propiamente dicho se encontraba ubicado en la planta superior y estaba distribuido como un piso con numerosas habitaciones. 




En la entrada había un pequeño mostrador donde un joven iraní poliglota, que hablaba un excelente castellano, me ofreció una silla para que me sentara hasta que acababa de enseñar a una pareja de australianos el museo, calculando unos treinta minutos. Pasado el tiempo estimado, comenzamos mi visita después de informarme que a lo único que estábamos autorizados los visitantes era a tomar fotos, nada de grabaciones de imágenes. A los dos minutos, se unió un brasileño a nuestro pequeño tour.

Nos hizo una pequeña introducción de los sucesos que ocurrieron en la Revolución de 1979, que desencadenó el asalto a la embajada norteamericana por manifestantes exaltados  y soliviantados , instigados  a lo largo del tiempo por las autoridades estadounidenses, acostumbrados a interferir en los asuntos internos del país para su propio beneficio. El Sha Reza, un dictador de manual, debía gran parte de su poder, al igual que la población debía mucha de su miseria y  dramatismo, a ellos. A EEUU, nunca le interesó promover la democracia en los países petroleros, porque siempre ha sido más fácil comprar la lealtad de una persona que la de millones. O como dijo Kapuscinski del liquido negro, el protagonista indiscutible de los intereses norteamericanos: " Es un líquido sucio y apestoso que brota alegre hacia lo alto para luego caer sobre la tierra en forma de lluvia de hermosos billetes".

Desde el año 1953, Irán vivió  en una atmósfera de miedo y terror. Cualquier oposición era brutalmente aplastada desde sus comienzos. Los iraníes habían sido condenados al silencio a lo largo de décadas. Las conversaciones públicas eran utilitarias y neutras, sin opiniones ni sarcasmos ni ironías que pudieran ser mal interpretadas por aquellas personas que trabajaban para el régimen de incognito. Una denuncia de esas personas equivalía a desaparecer, a ser torturado o cualquier otra forma inhumana de proceder. El Sha había desterrado la alegría y la risa del alma persa . El Sha, la única decisión decente, fue permitir a las mujeres  vestir al estilo occidental, pero no lo hizo para apoyar al movimiento feminista, sino porque despreciaba a los clérigos chiitas y sus  interpretaciones viscerales del Corán. Por ello, me resultaba gracioso las personas que argumentaban, tan solo por una imagen, que en la época anterior de los ayatolas se vivía mejor.




Y la verdad que no fue una revolución islámica como tal, sino una revolución del pueblo, donde millones de personas de ideologías diferentes dijeron: ¡Basta, basta, basta... a décadas de opresión! ¡El Sha tiene que irse! Esta fue la proclama unánime de los ciudadanos. El febril deseo de escapar. La situación era ya demasiado dramática, una provocación constante del poder que había perdido toda perspectiva de la realidad, toda humanidad y sensibilidad por la base que lo mantenía elevado.

Jomeini, el exiliado Jomeini, aprovechando la coyuntura, el aura que desprende todos aquellos que son víctimas sociales y la ingenuidad de los que ideológicamente pensaban diferente, pero que se unieron en una causa común para derrocar a Reza, se convirtió en el líder supremo del país para desgracia de todos aquellos que no compartían su pensamiento. La propia presión y exclusión llevó a los chiitas  a un cerrilismo para preservar la supervivencia de su doctrina, que perseguida la condenaron al radicalismo. La democracia volvió a fracasar, no tanto por los norteamericanos, sino por los preceptos religiosos que salieron victoriosos, para seguir en la rueda de la tiranía. Poco había cambiando, o casi nada, excepto el amo. y que enjauló más a las mujeres, devolviéndolas a mundo más pequeño, con más restricciones.

Una de las cosas más incoherentes que vi sobre este tema fue en las estaciones de metro de Teherán. La mayoría de mujeres viajaban en vagones exclusivos para ella, generalmente ubicadas en el primero y último vagón del tren, para evitar que se mezclaran con los hombres. Hasta que llegaba la hora de subir o bajar de ellos y utilizar las escaleras mecánicas, hombres y mujeres, entonces, nos aglomerábamos como en cualquier ciudad europea. Lugar perfecto para rozarse con cuerpos prohibidos. El morbo de la prohibición.

Una de las lecturas más esclarecedoras que había leído sobre el tema  fue la que escribió el corresponsal extranjero Ryszard Kapuscinski. Su prosa, brillante como en todos sus libros , arroja luz sobre la raíz de aquellos momentos convulsos  acontecidos en la capital iraní en su obra titulada: El Sha o la desmesura del poder.

Al empezar el recorrido, a mano derecha, observamos una cámara de cristal con el salón recubierto de material metálico aislante y con otros materiales que, cuando se cerraba, quedaba completamente aislado para poder llevar a cabo conversaciones secretas. Quién sabe, Tal vez el devenir del pueblo iraní fue dirigido desde ese lugar en vez de desde su parlamento.

Después nos dirigimos a otras salas, entre ellas la oficina de la secretaria y el lugar donde el embajador dirimía problemas menores, al menos, no tan importantes como los de la sala hermética. Al final del pasillo, quedaba para la inmortalidad ,como testigo silente de la revolución, la frase bilingüe  de un joven y exaltado iraní:" There is no time for intervention in Iran anymore". 



En las siguientes salas descubrimos  robustas y enormes encriptadoras de mensajes, así como aparatos electrónicos que en otro tiempo debió ser lo mejorcito del mercado, siendo el corazón del "nido de espías" que se consideraba que era la embajada, una sucursal de la CIA. Los funcionarios norteamericanos ,antes de abandonar el recinto a su suerte, destruyeron todas las pruebas que pudieran poner en un compromiso a la primera potencial mundial. 





Acabamos la visita y nuestro guía nos invitó a tomar té. Estuvimos charlando durante un buen rato de lo acontecido allí, sin entrar en valoraciones políticas, bastante neutral. Alguna vez creí leer entre líneas que no estaba muy de acuerdo con la política actual de los clérigos, al menos eso pensé con algunas frases que parecían llevar doble sentido. La sutileza de sus comentarios daban la sensación de no estar de acuerdo, pero era comprensible que nadie desafiara políticamente a los ayatolas, y más, cuando tu trabajo podría depender de ello.

Una de las buenas noticias  fue que demostraba que era persona cultivada y no sesgada por las pasiones a la hora de valorar, como nos declaró sinceramente  cuando nos dio su opinión sobre la película norteamericana Argo del director Ben Affeck , basada en los hechos reales del asalto a la embajada, según él, se ajustaba bastante a la realidad, exceptuando las licencias cinematográficas. Recomendándosela al brasileño que todavía no la había visto. Me pareció una persona interesante y respetuosa con la cual uno podía estar hablando horas y horas sin cansarse.




Aproveché, cuando salí del museo, para comer en una pizzería de una de las avenidas cercanas. Al comer a deshoras, en el establecimiento tan solo estaba yo. La pizza y el refresco que pedí  me costó 110,000 riales, que al cambio no llegaba ni a un euro. 

Posteriormente, me enfrasqué en la odisea de intentar cambiar cien euros en las casas de cambio que habían en la calle Ferdowsi. Necesité hacerlo en cinco intentos para logar finalmente el cambio de divisas, todos los que no aceptaron la transacción alegaban que no tenían suficiente dinero para cambiar. La devaluación de la divisa era tan pronunciada que provocaba estas situaciones inusuales: 1 euro se cambiaba por aquel entonces por 150,000 riales. Era literalmente 
"millonario", al menos numéricamente, cuando el dependiente me entregó el cambio:1,5000,000 riales.





Las oficinas de cambio en farsi se pronunciaban: "SARRAFI", una pronunciación sencilla que me facilitó la búsqueda de  tales establecimientos durante mi viaje por tierras iraníes. 

Al comenzar la tarde, me ubicaba por los alrededores del Gran Bazar, un lugar de estrecha callejuelas repletas de tiendas que en aquellas horas bullía de gente. Por las cuales acabé siendo participe del bullicio, donde pasé totalmente desapercibido, como si fuera uno más de los teheraníes. Me despertó curiosidad los "vehículos Frankenstein" que usaban para transportar la mercancía, artilugios  ensamblados con diferentes componentes  de diferentes vehículos, que milagrosamente funcionaban. Con el tiempo, fueron cerrando locales y la noche se apoderó de Teherán. 

Se me ocurrió la brillante idea de tomar una mototaxi por 150,000 riales para que me llevara hasta el hotel. Una de las mayores imbecilidades que he hecho en mi vida. El joven arrancó la moto de baja cilindrada y circuló a toda velocidad sin respetar ninguna señal de tráfico ni a nadie. Estuvimos a punto de atropellar a un pobre viandante que cruzaba la calle. Cuando bajé, el joven sonrió y me dijo orgulloso si me había gustado. ¿Qué si me había gustado? Tenía claro que nunca más subiría en moto en Teherán.  Quería morir con la piel flácida, y todavía quedaba algo de recorrido para llegar a ese punto.

Se acababa el día para mí, me refugié en mi nidito, no de espías, sino de mi hotel para descansar. Necesitaba urgentemente una cura de sueño. Un sueño reparador que me diera fuerzas para el siguiente día. Acababa de iniciarse mi aventura por Irán a principios de 2019.








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