IV Crónicas malasias de Mister Cool Uncle
El rey de los pescadores (Kingfisher)
Antes de amanecer, emprendimos nuestra primera excursión en lancha rápida. Justo cuando nos encontrábamos en el pequeño muelle, ya a bordo de la embarcación, los primeros rayos de luz del día envolvían con una sutil delicadeza las frondosas riberas del río - innombrable para mis cuerdas vocales- mientras buscábamos la actividad matinal de los seres vivos,que emergían como fantasmagóricas siluetas pinceladas por una mano divina.
Se manifestaban como notas musicales de una gran orquesta, sonando con perfecta armonía ante un público que parecía provenir de otro planeta, predispuesto a maravillarse con el lado más luminoso de la naturaleza, obviando el inevitable lado oscuro de toda creación.
Esta vez, a pesar de la recomendación de una empleada a Mi Pequeña Heredera sobre lo idóneo que era el amanecer para avistar fauna, no tuvimos tanta suerte como la noche anterior. Solo vimos algunos monos y pájaros exóticos.
Pero el más espectacular, por la cercanía con que pudimos contemplarlo, fue un colorido martín pescador. Se aposentaba en la fractura del tronco, que todavía permanecía arraigado al lecho del río, ajeno a nuestra presencia. Observaba las aguas terrosas en busca de una infeliz presa, porque lo que representa alegría para uno suele ser desgracia para otro.
Al final, nuestro barquero se acercó tanto que el ave se vio obligada a alzar sus alas, que parecían pesar toneladas, dada la lentitud con que emprendió el vuelo.
Gracias a Internet pude averiguar de qué especie se trataba, ya que en inglés se le llama "kingfisher" (martín pescador) , un nombre que desconocía y cuya traducción no guarda relación directa con el castellano.
Otra de las cosas que me llamó la atención fue su pico, mucho más robusto y grueso que otros de su misma especie.
![]() |
El "rey de los pescadores" espera paciente tener un buen día de pesca |
La conciencia, no la mía, sino de la naturaleza
Volvimos al alojamiento para almorzar y prepararnos para una caminata de una hora por los alrededores. El paseo nos llevó por caminos embarrados y resbaladizos, en busca de sorprender algún animal. Pero la suerte — que suele ser más escurridiza en el interior de la selva y con poco tiempo de exploración — nos esquivó. Y tuvimos que conformarnos con la belleza del reino vegetal y las huellas dejada por los escurridizos orangutanes: como las "camas" construidas por estos animales en las copas de los árboles para descansar, hechas con ramas y ramitas. También nos enseñó un ficus, uno de sus árboles favoritos, testigo silencioso del ir y venir de estos grandes simios.
El tramo de vuelta nos sorprendió con una fuerte tormenta tropical. —¿ Pero no es época seca? — preguntó Peluche Discreto con voz de quien acusa una traición climática. —¡Claro! ¿Y cómo crees que mantenemos este verde todo el año, hombre del hormigón?— le respondió sonriente la conciencia que habitaba en la selva de Borneo, ajena al concreto de las ciudades grises que apenas lograba comprender, pero que percibía como una amenaza difusa y persistente a su existencia. — ¿Cómo puede ser que me hayan cambiado por eso gris e improductivo? —. Se dijo para sí mismo, en un susurro vegetal, afligido pero dolido, que nadie escuchó del mundo homo sapiens.
Tuvimos además que saltar una alambrada electrificada de baja intensidad, colocada para disuadir a los animales salvajes y proteger los cultivos. Sorteamos canalizaciones de agua con tablones naturales que, tarde o temprano, se acabarían partiendo... Y entonces, el mono pensante, ese intruso con zapatillas y pretensiones de domador, caería al agua. Como castigo menor. Como bautismo involuntario. Como recuerdo de la selva no se conquista: se pide permiso.
![]() |
El cielo de repente se fue cerrando. |
Los niños de Sukau
Empapados, llegamos al alojamiento y nos cambiamos para ir a comer al restaurante del día anterior. En recepción nos ofrecieron unos paraguas para protegernos de la lluvia. Al cruzar la carretera, un volatilero simesco hacía lo mismo, pero desplazándose por los cables de la luz que atravesaban el asfalto con suma facilidad. Parecía tan fácil. Luego, aprovechando la copa de un árbol, se perdió entre sus frondoso ramaje.
Tuve que volver al restaurante desde el hotel, ya que habíamos dejado los paraguas en su interior. La tormenta se había disipado y volvía regresando un sol imponente y vigoroso, uno de esos soles que marchitan todo pensamiento racional que se atreva a desafiarlo al mediodía.
En ese camino, varias veces los niños de las casitas colindantes nos abordaban, entregándonos piedrecitas del suelo y sonriendo como solo lo sabe hacer un niño, con esa ingenuidad que todavía desconoce la maldad. Está vez, me acerqué al humilde colmado del poblado y les compré varias cosas que tomaron alegremente.
Los niños eran tan confiados… quizá demasiado confiados, para un mundo que no siempre es tan maravilloso. Un mundo donde, detrás de algunas sonrisas agradables, se esconden espíritus rudos, insensibles a la fragilidad de la naturaleza.
Sugar daddy...
Hicimos una último tour, observando varias especies de monos y otros animales, pero ni rastro del esquivo orangután.
Cenamos en el alojamiento y dedicamos las últimas horas a charlar y recordar las recientes anécdotas vividas.
—Mi tío es un sugar daddy —le decía mi sobrina a su novio, con sarcasmo travieso, haciendo referencia al curioso episodio con el chico de Sandakan que me había acosado días atrás.
— Es que este caimán es irresistible —. Le dije vacilando, con ese tono medio altanero que le sacaba una pizca de rabia infantil. Una pose que no era más que un disfraz de inseguridades y miedos mal escondidos.
![]() |
Las últimas horas nocturnas en Sukau |
Comentarios
Publicar un comentario