II Tidjikja por libre
Mauritania por libre
II Mi primera crónica de una población del desierto con mi mochila
Tdijika por libre
Salí una hora y media antes de que rompiera el alba la bóveda oscura de Nouakchot, a pesar de que Sebastien, el propietario del albergue, me advirtió que no era necesario levantarse tan temprano; pero la ansiedad por empezar a moverme por el país era más fuerte que mi cordura.
Las calles solitarias empezaban a despertar tímidamente, algunos vehículos destartalados circulaban y no fue muy difícil parar a uno de ellos para que me llevara a Carrefour Madrid, el área donde se ubicaban las agencias de transportes con destino Tidjikja, situadas algunas de ellas paralela a la avenida N2. Elegí Tagant Transport.
El conductor necesitó dar unas cuantas vueltas por las calles paralelas para encontrar su ubicación, ayudado por las indicaciones de algunos viandantes.
Una pick up de la policía paró delante de mí y me preguntó mi nacionalidad, luego, dio la vuelta y estacionó en el lado contrario. Salió a los cinco minutos uno de los tres que iban en la pick up y me llamó, me acerqué extrañado y el amable policía me dijo: " Hemos parado aquí para que no te ocurra nada, esta zona es muy peligrosa por la noche". Y así, durante medía hora, custodiado como una estrella del cine, amaneció finalmente y arrancaron el vehículo, despidiéndose de mí. La sensación de peligro no la noté en ningún momento en los quince minutos aproximados que estuve solo, en los cuales interactué con varios transeúntes que iniciaban su día laboral, para confirmar que estaba en la parada correcta, pero, es cierto, que ante el poco movimiento de personas y la oscuridad podría haber sido un víctima propicia para un alma con no muy buenas intenciones.
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Agencia de transporte Tagant que ofrecía servicio diario a Tidjikja, antes de abrir. |
A las ocho abrieron la oficina para vender los billetes (800 MRU). Luego tuvimos que esperar una hora antes de ponernos en marcha. Charlé en un francés de lenguaje y pronunciación perverso que avergonzaría a los más puritanos lingüistas de habla francesa con uno de los pasajeros mauritanos, que iba más perdido que yo, a quien ayudé a guiarle hasta la agencia Tangant Transport cuando me encontraba en otra agencia a cincuenta metros de distancia de aquella, para asegurarme que la primera era la correcta.
Tenía cojones que yo, un extranjero "Première fois" ayudara a un autóctono. Aunque, ciertamente, ya me había ocurrido muchas veces en mis viajes por el mundo, en que muchos viajeros nacionales acababan preguntándome a mí. Atraía extrañamente a los perdidos, quienes me veía como un faro, y no dejaba de hacerme gracia la situación, por mucho que estuviera acostumbrado a estas anécdotas.
Billete de Nouakchot a Tidjikja ( 800 MRU). |
Mientras dejábamos Nouakchot en nuestro vehículo, podía emocionarme con ese desierto. Aunque no fuera el más fotogénico, ni el que todo occidental no familiarizado asociaba con un mundo de dunas, seguía siendo igual de estremecedor que cualquier tierra árida. Al mirar hacía el horizonte, sin final discernible, no se observaba casi nada más que arena, piedra o tierra,como si no hubiera final para tanta soledad.
La carretera estaba en buen estado, asfaltada. ¡Y menos mal! Porque en vez de llegar a Tdijikja a la medianoche, hubiéramos llegado al amanecer del día siguiente.
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Recogiendo un paquete en una de las paradas de nuestro inacabable trayecto a Tidjikja. |
Paramos bastantes veces en el camino. Algunas paradas fueron para descargar o cargar algunos bultos de la saturada baca en las oficinas que tenía la agencia de transporte en algunas poblaciones, y otras para descansar y comer, e incluso para orar. En Mauritania no se saltaban los cinco pilares del Islam, todo mauritano debía cumplirlos.
Una de las imágenes más surrealista para un occidental era ver parar el vehículo y bajar todos a orar en la puesta de sol en el desierto. Ese momento extraño, onírico y lejano para mi mente educada en el agnosticismo se convertía en un espectáculo en sí mismo.
Una de las anécdotas de este viaje fue cuando nuestro conductor, por un malentendido, se saltó un control de la Gendarmerie Nationale de Mauritana. A los dos kilómetros, un Toyota Avensis de color negro se colocó en paralelo a nuestro vehículo,en contradirección, y el conductor le indicó , con el brazo extendido y haciendo sonar vigorosamente el claxon, que estacionara a un lado.
Abrió la puertezuela del Toyota un malhumorado hombre uniformado con un traje verde y una boina, adornada con presillas con galones. Se dirigió a nuestro conductor y le echó una bronca monumental, mientras el otro solo se atrevía a pedir disculpas. Le retiró su documentación y se marchó al puesto de control, dejándonos allí a todos.
Todavía descolocados por lo sucedido, los pasajeros y el conductor tardaron unos minutos en reaccionar, hasta que comenzaron a manifestarse a través de un diálogo acalorado, desahogándose unos con otros; especialmente el conductor, lleno de rabia por la situación. No había otra opción: volver al control policial y pagar la multa para que le devolvieran la documentación y así proseguir nuestro viaje.
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Control Poste Aghorguiit Gendarmerie Nationale fue el lugar donde nuestro conductor se saltó el control y el funcionario que se ve en la foto fue quien le retiró su documentación. |
Finalmente, después de una media hora parados y tras las reprimendas del policía al conductor, este acordó una multa y quitar la sobrecarga de la baca, que recogió otro vehículo. Veinte kilómetros más tarde, volvieron a cargarla en nuestro vehículo, pero ya sin la mirada inquisidora del funcionario.
Debo confesar que, al ver el Toyota sin ningún distintivo ponerse a nuestro lado en contradirección, pitando locamente, por un momento pensé — a pesar de no tener mucho sentido estando tan cerca de un control de la Gendarmería — que nos atracaban un grupo de bandidos armados o, peor todavía, era un grupo terrorista islámica. Por suerte, solo fueron unos segundos de incertidumbre.
En la parada larga, detuvimos el vehículo en un pueblecito de cuyo nombre ya no recuerdo, en una gran jaima, donde unas mujeres cocinaban en una olla una sopa oscura que no probé. Me comí unas galletas y me tendí en una de las esterillas. Creo que aquí empecé a enamorarme de las haimas. Las esperas en ellas se hacían mucho más llevaderas, y cuando hacía calor y corría un poco de viento, se estaba de muerte..
El último tramo, antes de llegar a Tdjikja, superamos un puerto de montaña de rugosidad rocosa, donde , de vez en cuando, aparecían las siluetas fantasmagóricas de grupos de dromedarios alumbrados por los focos de nuestro vehículo. Nuestro conductor apagaba las luces para que los animales continuaran su camino cuando nos los encontrábamos en mitad de la carretera.
En los últimos doscientos kilómetros, los controles de personas se volvieron más estrictos, y fue en esos instantes que comenzaron a solicitar mi pasaporte, entregando fotocopias de mi documento y el previsado sellado por las autoridades mauritanas; tal como aconsejaba hacer antes de partir de Nouakchot o de una frontera terrestre en la maravillosa y archiconocida página web de países insólitos Against the Compass, creada por el aventurero Joan Torres.
Cuando pensaba que no llegaríamos nunca a Tidjikja, apareció una población con una iluminación urbana muy buena para los cánones mauritanos. Las farolas tenían placas fotovoltaicas.
El reloj de mi móvil marcaba las 00:15 del 18 de febrero de 2025 cuando tomé la mochila del maletero del vehículo en Tidjikja. Había sido una interminable jornada en la carretera.
Abdula, un joven pluriempleado, esperaba con su taxi en la parada de la agencia de transporte. Fui el único que requirió sus servicios.
Me llevó a uno de los pocos alojamientos que había en la población: Auberge la Caravane du Désert ( Telf. 45244891). Entramos por un pequeño restaurante adyacente que tenía dos accesos, uno daba a la calle y otro al interior del recinto hotelero, ya que no conseguíamos despertar al propietario del negocio.
Incluso ya en el interior de la gran explanada de tierra, junto a su pórtico, al taxista le costó despertarlo. La primera habitación que me mostró, con baño privado y aire acondicionado, la acepté sin dudar, estaba demasiado cansado para ponerme finolis.
Habitación de Auberge la Caravane du Désert. En las fotos no se aprecia el gelatinoso suelo. |
Fachada de Auberge la Caravane du Désert. Un instalaciones venidas a menos. |
El cansancio me impidió ver la sustancia viscosa y brillante que cubría el suelo de la estancia, que parecía no haberse limpiado desde tiempos inmemoriales. Por suerte, las sábanas de la cama estaban relativamente limpias. Sin embargo, lo peor de todo fue lo que me cobró por las dos noches. A pesar de recriminarle lo abusivo del precio, logré que lo rebajara un poco al hacerle sentir mal: cuando ya le había pagado 1500 MRU por noche, me llamó al darle la espalda,indignado, para darme 400 MRU, quedando en 1300 MRU por noche..
Abdula habló con el propietario del pequeño restaurante para que me hiciera algo rápido, ya que la cocina estaba cerrada. Me hizo un sandwich de patatas fritas que comí con gula, solo había comido unas galletas.Mientras, unas chicas que charlaban en el local sonreían con genuina curiosidad por la novedad que provocaba mi presencia.
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Al despertar, después de un excelente descanso, me di cuenta del grasiento suelo. El alojamiento, con una gran explanada, parecía estar en sus horas bajas. Debió tener una época de mayor esplendor, por lo menos en los primeros años de su inauguración.
Al lado del albergue había un local donde cambiaban euros; después de regatear, logré una tasa de cambio de 1 euro por 39 MRU; al principio me ofreció 38. Luego, el joven me hizo varias preguntas sobre mi país e intercambiamos números de teléfono.
Tidjikja fue fundada en el siglo VXII y prosperó gracias a su emplazamiento junto a un importante oasis en la ruta comercial del Adrar a Tichit y Walata.
Aunque la ciudad no tenía grandes atractivos turísticos, ofrecía a sus pocos visitantes una genuina experiencia donde lo que más destacaba era su centro repleto de vibrantes comercios.
Nunca antes había visto tanto carretón en las calles de una población tirado por burros. Había más carretones que coches.
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La tracción animal todavía está muy presente en las calles de Tidjikja. |
El único problema era que la mayoría de los que se sentaban en la plataforma de carga,con fusta en mano, no eran precisamente muy considerados con los sufribles burros, que ante los fuertes fustazos corrían abrumados por el dolor.
La forma en que se veían obligados los seres humanos a vivir repercutía inevitablemente en su forma de pensar. Ningún pensamiento era libre, todos eran esclavos del mundo y cuerpo que les había tocado en suerte vincularse.
Mauritania era uno de esos territorios que parecían de otro siglo, y eso era precisamente uno de sus mayores atractivos para un viajero. Pero lo peor de estas circunstancias, aparte de la pobreza endémica de la población, era el maltrato animal.
Para llegar al centro, tuve que cruzar dos lechos secos y girar seguidamente a la derecha.
Paró un vehículo enfrente de mí para recriminarme que tomara una foto de una tumba con una señalización en un cartel para indicar que allí descansaba los restos de un kouba ( tumba de alguien importante y venerado). No tuve más remedio que disculparme. Sin embargo, pensé, ¿cómo uno iba a saber que esta desastrosa tumba en un cementerio de mierda, con todo el respeto por los que descansaban en un sueño eterno allí, albergaba alguien importante para la comunidad musulmana?
Era, según la inscripción en árabe , el Iman Muhammmad Ahmad, el lider espiritual de la primera migración de Chinguetti a Tidjikja en 1070 d. H.
Una de las curiosidades de los nómadas de esa región al enterrar a sus fallecidos era que lo hacían con el cuerpo tendido de costado, mirando hacia la meca, en un hoyo hondo y estrecho. Si se trataba de una mujer ,se rodeaba con un circulo, y si era hombre , con un óvalo, ambos delimitados con piedras.
Tumba de un líder espiritual en el cementerio de Tidjikja. |
Las arenosas calles del centro estaban repletas de personas comprando en los humildes locales. El ambiente era animado y tranquilo.
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Uno de los cauces secos de Tidjikja (Uadi). |
En una de las tiendas de la esquina, pude tener una conversación con un senegalés afincado allí. Hablaba un castellano tangible aprendido en la escuela. Se quejaba amargamente de la población, de las pocas oportunidades que tenían para continuar desarrollándose laboralmente. Los sueños de los jóvenes eran circunscritos por los grandes muros de la pobreza, muy difíciles de traspasar. Le animé, no por convicción, sino por empatía.
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Centro de Tidjikja. |
Los "velados" del desierto. Siempre con sus caras cubiertas para protegerse de las inclemencias del tiempo desde tiempos remotos. |
Al abandonar el centro, cuatro niños de unos doce o trece años se acercaron tímidamente, pero con el paso de los minutos y mi accesibilidad, esto les permitió, poco a poco, envalentonarse. Hasta que el más "emprendedor" del grupo se atrevió, después de media hora caminando a mi lado, a pedirme dinero. Les dije que no, pero que podía invitarles a tomar un refresco y comer algún dulce. Luego, cuando me vieron tomando fotografías en una feota plaza, se ofrecieron como extras.
Los cuatro jovenzuelos que estuvieron casi una hora conmigo, mientras exploraba la ciudad. |
Al cruzar el primer vado, vi la primera papelera de Mauritania: reluciente y amarilla, diseñada para ser visible desde lejos. Al levantar la tapa verde me llevé una sorpresa desagradable. Era la papelera más limpia de la historia de las papeleras del mundo. ¿Qué papelera no querría serlo en Mauritania? Sus ciudadanos tenían muy interiorizado el hábito de tirar todo a la calle.
La triste realidad es que este gesto no lo hacia nadie en Mauritania. |
Al pasear por el primer lecho seco, observé un pequeño mercado de animales, principalmente dromedarios y ovejas.Lo que más me sorprendió no fue ver el mercado, sino que habían construido un ambulatorio a orillas del uadi (lecho seco). No quería ni imaginar qué podría ocurrir en un hipotético episodio de lluvias torrenciales. A veces, no era necesario ser un experto para comprender el peligro de edificar en lugares inadecuados. Lo que no sucede en cien mil años puede ocurrir en un día.
Paseé por el palmeral, distribuido en solares privados. Después, como el sol comenzaba a hacer de las suyas al mediodía, me refugié en mi habitación, aprovechando el aire acondicionado; pero no sin antes disfrutar de un generoso plato de cuscús en el restaurante junto al albergue.
Antes de anochecer, me acerqué al campo de fútbol municipal, que contaba con césped artificial y gradas para aproximadamente dos mil personas. Los niños que jugaban allí, al verme, detuvieron el juego y me rodearon, haciéndome preguntas sobre el fútbol español, especialmente de Barça y el Real Madrid, equipos que han logrado convertirse en patrimonio de la humanidad.
Estadio de Tidjikja. |
Después de que la novedad inicial se desvaneciera y con mi estímulo, los niños reanudaron su partido de fútbol. Me quedé un rato observándolos jugar, como si fuera un observador de algún equipo europeo.
Por la noche, volví al centro de la población, pero la mayoría de los locales estaban cerrando . La propietaria de la agencia de transporte a Terjit me interceptó en la calle para proporcionarme un número de contacto para el día siguiente, informándome que pasarían a partir de las ocho por el albergue para recogerme. Ella había sido informada por mi anfitrión esa misma mañana cuando le solicité que reservara una plaza.
Desde luego, Tidjikja no era una ciudad para turistas, sino, más bien, para personas curiosas que les interesaba observar la vida cotidiana de una comunidad sin las interferencias del turismo masivo.
Me fui a dormir pensando que desviarme a este pueblo no había sido una mala elección, a pesar de la larga jornada en coche para llegar hasta aquí. 😉
👉👉👉👉CAPÍTULO III: TERJIT👈👈👈👈
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