I Mauritania por libre

Mauritania por libre


I Mi mochila y yo a través de las yermas tierras de los Hijos de las Nubes 


Nouakchot por libre



El avión de la compañía Binter, que enlazaba Las Palmas con Nouakchot, ya era un pequeño adelanto de cómo serían las cosas en el país que iba a visitar en un mes como febrero de 2025. En el interior de la cabina, los equipajes estaban colocados en los lugares más inverosímiles que uno podía imaginar. Los compartimentos, repletos, no dejaban más espacio para el exceso de carga de los pasajeros. A diferencia de la mayoría de los vuelos, aquí las azafatas miraban hacia otro lado; no impedían que las maletas o bolsas ocuparan espacios prohibidos. El protocolo de emergencia en el aterrizaje y despegue, que exigía que no hubiera objetos sueltos, no aplicaba en los vuelos mauritanos.

Una española buscaba desesperadamente un hueco en los compartimentos superiores donde colocar su maleta de ruedas, sin éxito. La azafata de Binter, resignada y con cierto grado de sarcasmo, le dijo: "Este vuelo es así". Solo faltaban sacos con cabezas de ovejas asomando por ellos y algún camello cubierto de mercancía para afirmar que ya estaba en Mauritania.

Aunque, en realidad, fue cuando miré por la ventana ovalada del avión y vi por primera vez la tierra yerma que sentí,de verdad, la sensación real de estar en Mauritania, de sentir que empezaba la aventura. En ese instante, una hormigueante e inquietante sensación de  estar empezando en nuevo mundo desconocido eclosionó en mí.  Mientras el piloto realizaba las maniobras de  aproximación a la pista de aterrizaje del  Aeropuerto Internacional de Nouakchot, ubicado a 30 kilómetros de distancia de la ciudad, desde el aire asocié la terminal con el acceso a un refugio subterráneo. Algo así como si hubiera sucedido un Armagedón nuclear. ¡ Era tan desoladora la imagen a medianoche!

—Señores y señoras, pónganse  los trajes protectores NBQ que tienen bajo el asiento para protegerse  de la radiactividad hasta que entren en los módulos seguros de acceso al Gran Bunker.— conjeturé  al oír las palabras  en árabe de  una de las azafatas del avión. Ciertamente, ella no daba indicaciones tan catastróficas, sino las indicaciones habituales de cualquier  vuelo del mundo al llegar a un aeropuerto. 

Mauritania tiene un 90% de desierto y, a vista de pájaro,  dejaba clarísimo su condición de infinito vacío, exánime de fuertes latidos, tierra fértil  para el monoteísmo. ¿ Qué mejor lugar para que la imaginación desterrara panteones de dioses y dejar solo a uno vivo? ¿ Qué mejor lugar para que el vocablo "nada" cobrara un sentido nuevo, mucho más intenso e innegable?

Bajamos del avión, ante la Nada persiguiendo mis pensamientos, recorriendo unos pasillos en penumbra, entre rostros cansados y aburridos de funcionarios que nos miraban con indiferencia. 

Enseguida llegamos al control de pasaportes, pero los pocos extranjeros debíamos pasar primero por unas oficinas a pagar el visado (55 euros). Algunos, como Víctor, un asiduo viajero por razones laborales al país de los latidos desérticos , no se habían enterado de la nueva normativa de visados que a partir del 5 de enero de 2025 se comenzó a aplicar en el país. Al menos, eso me dijo en una conversación de diez minutos mientras esperábamos en la cola para formalizar nuestros respectivos visados. Ellos debían pasar primero por otra oficina para arreglar su situación. 

El funcionario, después de tomar mis huellas dactilares y  una foto, debió verme la cara de tonto o algo así  y me pidió 60 euros por el visado. Por un momento dudé, pero al final pagué, pensando que quizá también habían cambiado los precios con la nueva reglamentación. Días después, confirmaría mis sospechas con otros viajeros europeos: había hecho la trece catorce. No se puede fiar nunca de un policía africano por muy buenos modales que tenga.


Hasta el 5 de enero de 2025 no era necesario solicitar un visado electrónico para acceder al país. Era suficiente con abonar los 55 euros y rellenar un formulario para poder acceder al país. Por fortuna, un mensaje del alojamiento Par 4 Chemins reservado en Nouakchot el día 2 de enero de 2025, me advirtió de este cambio legislativo en las leyes de extranjería que desconocía.

Hay que acceder a esta página oficial:  https://anrpt.gov.mr/fr y rellenar todos los campos del formulario on-line y  cargar una foto de nuestra cara formato DNI y pasaporte:

  • Debe ser menor a 400 KB.
  • Las dimensiones no deben exceder los 1280x960 píxeles y deben ser al menos de 480x640 píxeles.
  • La fotografía debe ser nítida, clara y de alta calidad.
  • Solo se aceptan archivos JPG,JPEG.

En los aledaños de la fachada de la Terminal de Llegadas, se agrupaban los taxistas que se acercaban sosegadamente para preguntar  a dónde quería ir. Yo buscaba, cuando la aguja del reloj marcaba ya la una de la madrugada, infructuosamente al conductor que contraté a través del alojamiento (15 euros). Justo cuando empezaba a pensar que me habían dejado tirado, apareció Mohamed con su viejo smartphone, donde mi nombre y apellidos escritos en la pantalla.

Al abrir la puerta del acompañante del Mercedes -Benz W123, uno de las marcas más socorridas por los conductores mauritanos, se cayó al suelo del parking de tierra el espejo del retrovisor, confirmando todo lo que había leído sobre el  parque automovilístico del país. Aquellos vehículos,de mil manos diferentes y  con años que Naranjito, la mascota del Mundial de España, llevaban décadas desintegrándose. Las piezas no se sustituían, más bien, se "reajustaban" con alambres y mucha imaginación artesanal  o, en el peor de las circunstancias, desaparecían para dejar a los vehículos cada vez más cerca de la sonrojosa desnudez. Mientras funcionara la mecánica todo lo demás era secundario. Sí, esa era la máxima Mauritania ante la imposibilidad de opciones más convenientes.

En el interior de aquel Mercedes de placeres perdidos, recorrimos, a través de la oscuridad y las luces lánguidas que proyectaba el vehículo, un desierto que solo podía intuir. Lo percibía a través de la perenne ventanilla bajada, que enfriaba mis pensamientos, como una inmensa alcatifa de arena con animadversión por la existencia, incapaz de sentir su infinito final. El frescor y la indescriptible sensación de vacuidad del trayecto me transportaron a una fruslería existencial que opacó mis sentimientos.

Realmente,¿ esto iba a ser una buena experiencia? ¿o me iba a encontrar con el país más aburrido del mundo sin nada que hacer? En aquella bienvenida mauritania, de memorable no tenía nada, por mucho que la grandilocuencia de los modernos viajeros con cámara en ristre quisieran susurrarme a mis odios otros conceptos más epopéyicos. ¿En donde mierda estoy? Me dije para mis adentros, antes de acceder a las primeras calles arenosas de la capital. Se me vino el mundo encima y me recriminé, en esos momentos de incertidumbre y cansancio, no haber elegido destinos más reconfortantes para mis sentidos.

Sin embargo, por mucho que aquello fuera una captación de un mundo perdido en Europa, compactamente medieval, la modernidad encontraba siempre grietas por donde acceder, como pagar con móvil comida para llevar. Es lo que hizo Mohamed en lo que atestiguaba que era el barrio más próspero, a pesar que el barrio de la Cañada Real de  Madrid bien podría haber sido Berverly Hills comparándolo con aquel barrio.

Llegamos al albergue Par 4 chemins -Atypical stopover, reservado por booking un mes antes ( 15 euros la noche). Abrió  el portillo del portón un somnoliento empleado de Sebastien (el propietario del negocio, un europeo francófono afincado en Nouakchot, de trato amable y cordial, siempre dispuesto a resolver las dudas de los viajeros) y  hice el registro de entrada en la básica recepción, que no era otra cosa que una barra de chiringuito de playa.



Fachada del albergue Par 4 chemins-Atypical stopover en Nouakchot.


Las cabañitas de madera se ubicaban en la azotea de la casita. Eran habitaciones individuales sencillas pero agradables y cómodas. El aseo compartido siempre lucía limpio, ya que los trabajadores estaba pendientes de  tenerlos constantemente inmaculados. ¿Qué más se podía pedir por 15 euros?  



Cabañas en la azotea del alojamiento Par 4 chemins-Atypical stopver



El interior de mi habitación en el albergue Par 4 chemins-atypicalstopover


Me tumbé boca arriba en la cama y unos zumbidos familiares aparecieron antes de caer rendido. ¡Joder! ¿En el desierto también hay mosquitos? Deshice la mosquitera y me protegí de esos insufribles seres vivos, y aunque el zumbido seguía pululando por el espacio de la habitación los insectos no encontraron la manera de poder acceder a mi piel ni la de quebrar mi sueño, caí profundamente dormido. 

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Me levanté  a las ocho de la mañana. Solo unas horas antes, había aterrizado en Nouakchot, una ciudad que, hasta hace unas décadas, no era más que un pequeño pueblo. Sin embargo, la independencia y la aridez de la región provocaron un crecimiento desmesurado con el abandonó del desierto por parte de los nómadas, de los hijos de las nubes, que la ha llevado a superar el millón de habitantes en la actualidad.

Las primeras horas en un país nuevo siempre me sumergen en una especie de trance. Es como si estuviera viviendo en otra dimensión, como si la realidad a mi alrededor se hiciera a través de un prima extraño, fantasioso.  Algunos lugares despiertan más interés que otros, pero lo que más valoro es la capacidad que tienen para sacudirme por dentro, para hacerme reflexionar. Y tenía la intuición de que  Mauritania, con su inmensidad y su vacío, estaba a punto de hacer precisamente eso.

Había salido de mi alojamiento sin mirar un mapa ni Google Map a través del WIFI del albergue, dejándome llevar como si fuera un nómada, un Hijo de las Nubes, pero estrellado, porque elegí el camino contrario. Aunque la realidad es que no me importó. Al poco del azaroso caminar, el panorama se tornó más desértico, por la poca gente que pululaba y por la arena como pavimento. Pasé, al rato, junto a una pequeña panadería y pregunté al trabajador por el camino al centro.

¡Está muy lejos del centro! ¡Toma un taxi!  Al comentarle que no tenía  ouguiyas él me pagó el taxi. Me supo terriblemente mal que una persona humilde me pagara la carrera. 

Las calles, dibujadas a cordel y desprendidas de historia, estaban bordeadas de casas bajas, donde el Sáhara  se mantenía muy presente en todas ellas, en su mayoría catifas de arena, bajo los pies de un crisol de razas africanas que daban a la extravagante capital un aire cosmopolita. El centro no era muy diferente, incapaz de proyectar un aura diferente del resto donde se ubicaba el timón político del país.

En cualquier lugar los envases de agua, zumos o yogures, papeles, , jirones de ropas se esparcían, sin sonrojo por parte de sus ciudadanos, por sus calles. 

Mis primeras impresiones sobre la capital despertaban en mí una mezcla de asombro y desconcierto. La vida se organizaba, más o menos, como la de cualquier ciudad del mundo pero con la particularidad que aquí cada ocupación laboral, cada movimiento, resultaba una proeza, un milagro de la ingeniería social. Nada parecía que pudiera funcionar, ante vetustos artilugios, pero, a la hora de la verdad, resultaban ser tan eficaces como los modernos.

Lo primero que hice fue cambiar dinero a los cambistas del centro, sentados en sillas de plásticas con enormes fajos de dinero oculto sobre sus amplios trajes tradicionales (Derra´a), ya que los bancos, al ser día festivo (domingo), estaban cerrados. 

1 euro por 40 MRU. El mejor cambio que obtuve de mi viaje. Solo había que tener cuidado que no te dieran un billete roto que siempre era más difícil desprenderse de él.

Las tiendas de telefonía estaban abiertas, pero la información que me dieron a mí era que estaban cerradas. Así que busque entre puestos callejeros mi tarjeta de prepago (compañía Mattel 4GB). Y encontré uno enfrente del moderno edificio acristalado de la compañía ferroviaria que me recordaba a un mastodonte new jersey. Tuve buena cobertura en las poblaciones que pernocté, excepto en Terjit.




El edificio moderno  más llamativo de la ciudad [SINM (Sociedad Nacional  de Industria y Nacional)].


Estoy casi seguro que pagué más de lo que valía. De hecho, en Nouakchot, muchos intentaban cobrarte ocho veces más caro algunos productos, y ya no había escusa para decir que pensaban en oiguiyas antiguas, que tenía un cero más que la actual divisa. Algunos lo hacían premeditadamente, conscientes de lo que hacían, y no hablo solo de mercados y taxistas, lugares tradicionales para el regateo. No, no... también lugares como una copistería  o  un  bar.

Recuerdo el regateo en el mercado de ropa con un joven vendedor a quien compré una camiseta de la selección mauritana. Al principio, comenzó pidiendo 800 MRU. Yo le dije que no le pagaba más de 300 MRU. Intento que pagara algo más, pero cuando hice el amago de marchar enseguida acepto mi propuesta. Y como me había guaseado un poco de él no pudo reprimir su vanidoso orgullo y cuando dejaba la tienda me llamó para indicarme con el dedo un cartel que ponía 100. Se me quedó la cara de panoli, cuando comprendí que aun así había pagado tres veces más, mientras él sonreía satisfecho y un hombre mayor , junto a él, le recriminaba tímidamente su acto. Por un momento, pensé en vengarme de él, comprándole cinco más, pero está vez a precio mauritano. Solo por el placer de decirle: Si te hubieras callado habrías ganado 1500 en vez de 500 y darle unas palmaditas en el hombro con una sonrisa de oreja a oreja; pero no era cuestión de eso, en esta vida, más importante que ganar era saber perder, pues en una sola derrota hay mucho más aprendizaje que en toda una vida repleta de victorias.

Después de almorzar tomé un taxi compartido a Carrefour Madrid para ir al mercado de dromedarios, desde allí negocié con un conductor de rickshaw para el traslado. Primero me llevó a una avenida de ventas de muebles, y eso que utilice el traductor de Google para que no hubiera malos entendidos. ¡Ya me extrañó que fuera tan barato! Pensé: ¿Dónde están los dromedarios aquí? Al final, le enseñé fotos por internet y comprendió dónde quería ir ( 300 MRU i/v más 40 m de espera).

La circulación en el último tramo se convirtió en un caos polvoriento, de movimientos lentos y  frágiles utilitarios que quedaban atrapados en vados arenosos, patinando sus ruedas minúsculas, o burros tirando de carros con neumáticos de vehículos. Era una "little India" pero con menos colorido, riqueza y perturbadoras imágenes.

Llegamos a la  gran explanada casi una hora después. La imagen fue impactante, ver tantos dromedarios ocupando aquel gran espacio. Sin embargo, lo que vi me entristeció demasiado, ver a muchos de ellos  con las articulaciones de las patas delanteras atadas para restringir sus movimientos, saltando como canguros para moverse, mirándome algunos de ellos con miradas asustadas o tristes, o cómo los golpeaban para que se movieran, o las suplicas lastimeras de un joven dromedario en la parte de carga de una pick up al ser separado de su grupo. 

No, no me gusto nada. Era mucho más hermosos verlos en el desierto pastando libres, a pesar de que tuvieran propietarios. Esas imágenes capturadas en mis traslados entre poblaciones mauritanas fue una experiencia generosamente más gratificante que aquel mercado.



Mercado de dromedarios de Nouakchot.




Grupos de dromedarios en el mercado de Nouakchot.


Mientras tanto, con lentitud y esmero, los dueños, en sus haimas, preparaban ceremoniosos tés mauritanos con los futuribles compradores. En ese momento, la hora del té, la noción del tiempo desaparecía,  pasado, presente y futuro se solapaban, quedaba el no-tiempo, una sensación tan confortable como cualquier perro feliz  tendido  a la sombra de un árbol  durante  largo tiempo, contrariamente a lo que sucedía en el descampado, lugar de sufrimiento. 

El conductor del tuk-tuk me dijo que el gobierno no les permitía  circular por el centro de la ciudad. Así que me dejó de nuevo en Carrefour Madrid. Allí, algunos taxistas, se envalentonaron y me pidieron precios desorbitados cuando por 20 oiguiyas  en taxi compartido volvía al centro.

Ya en el centro intenté  acceder a la bonita y moderna  Mezquita Saudí, pero me denegaron  el paso cuando les dije que no era musulmán, acompañándome  a la salida del recinto perimetral amistosamente. Eso sí,  pude utilizar los baños públicos del recinto que no estaban en las mejores condiciones higiénicas. 



Mezquita saudí de Nouakchot.




Mezquita Saudí desde otra perspectiva.



Fachada de la Mezquita Saudí.


Luego visite la inmensa plaza (Parc de la Liberté), rodeada de edificios gubernamentales, que estaba desolada por el calor. Hice varias fotos a un lugar que, al menos de día, no tenía ningún encanto. Tal vez, de noche, se llenara de mauritanos y adoptara una imagen mucho más interesante para el viajero.



Parc de la Libérté.


Me refugié en mi habitación  unas horas para protegerme de la hostilidad del sol. A pesar  de que era invierno, la temperatura en las horas centrales ya dejaba de ser soportable.

Al salir de mi cabaña, ubicada en la azotea, tuve una conversación con Járik, un joven polaco que hablaba muy bien castellano. Llevaba varios días en Nouakchot y había hecho amistad con una alemana que en esos momentos tocaba el violín  en el comedor de Sebastién, ubicado en la planta de abajo. Había acordado viajar juntos, y sí, venía por la misma razón que la mayoría de aventureros que visitaban el país, fundamentalmente para viajar en uno de los vagones del Tren de Hierro. Todos los viajeros que conocí en el viaje, excepto un japonés que viajaba en moto, querían vivir esta experiencia. Si no existiera el Tren de Hierro e internet a Mauritania lo visitarían todavía menos viajeros independientes. Era una locura lo que puede conseguir un buen marketing por las redes. Y ya en Zouerate maldecí  a esos youtubers que acabaron "ilegalizando"  una 'alegal aventura",pero eso lo contaré  en el capítulo que corresponde.

Después  salí  un rato  y decidí  no ir al  Mercado de pescadores al atardecer. Había dormido poco y estaba cansado. En su lugar, pasé mis últimas horas del día en un cafetín  tomando varios tes y viendo pasar a la gente.

Mientras bebía vi a algunos  manteros senegales, como ocurría  en muchas ciudades españolas, al divisar a la policía salir corriendo. Tenían  los artículos dispuesto sobre una manta con unos cordones en sus esquinas  que al tirar de ellos rápidamente  quedaban en su interior, convirtiendo la carga en un fardo fácil de transportar. No todos lograban su propósito. A un pobre senegalés la policía le confisco varias mochilas que se debieron repartir entre los tres que vi.

Me fui a dormí a las diez porque quería levantarme temprano para tomar el autobús a Tdijika.

Demasiado cansado para seguir de parrandeo...😎



👉SEGUNDO CAPÍTULO: Tidjikja por libre👈



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