El mundo soñador de las fragancias
Mis más intensos y agradables evocaciones invariablemente se aproximan precedidas por la analogía de una fragancia olvidada en las profundidades de mi cuerpo terrestre, en una olvidada buhardilla de mi mente. Tal como esos trastos que acumulan polvo durante millares de jornadas y un día los redescubrimos, al despolvorearlos, cuyas geometrías nos hace resucitar el tiempo consumido.
Es el olfato el principal culpable de redescubrir las más abisales historias de mi memoria, y también quien me ofrece la posibilidad de disgustar los efímeros pasajes de la existencia como glorias pretéritas que extrañamente ganan en relevancia cuando han perdido toda su sustancia orgánica y solo se reconstruye con la imaginación.
Y en verdad, por esta razón, si no fueron tan triunfantes, tampoco tiene mucha transcendencia, sería una mera menudencia que no querría traspasar por la gloria de mi cronología disuelta. La verdad, la verdad...¿Qué importancia tendría cuando se destapa los aromas más deliciosos y terapéuticos? Y es que el gozo nostálgico que producen bien valdrían el adulterio de los mismos. ¿Acaso no soy humano? ¡Pues déjenme serlo!
A través de nuevos olores, aunque sean miasmas, cuando viajo a países exóticos, suelen renacer antiguos de las profundidades. Las conexiones cerebrales se esfuerzan en retornarlos a la luz. Y es ahí, bajo la divina luz, cuando acontece el magnífico espectáculo, después de emanarlo a través de mis fosas nasales, menos agudizadas que la de la mayoría de mamíferos; pero qué sentirán ellos, me pregunto en la desesperación del que desea que este dulce y aromático olor nunca expire.
¡Lástima que no se puedan inmortalizar las emanaciones en libros! Y que otros pudieran disfrutar de tales experiencias, descubriéndolas de nuevo, pero de una perspectiva diferente. Sería un gran descubrimiento para la humanidad poder legar los recuerdos olfativos de otros seres humanos, pero no, tan solo debemos conformarnos con poder sacar las nuestras de su sepelio.
Probablemente, por esta razón, por su díscola brevedad, es sin lugar a dudas la mejor forma de retornar al pasado, de recrearlo. Ni un libro de mil páginas ni tan siquiera un hermoso texto tendrán la misma manifestación embelesadora en mi mente. Es, en definitiva, una bruma obnubilada que causa grandes placeres a mi cuerpo. como la mejor melodía musical del universo.
Normalmente, para que ocurra un gran orgasmos olfativo, un acontecimiento extraordinario e inédito ha de acaecer en las profundidades de la no-conciencia; a saber, trombas marinas, tormentas eléctricas, maremotos...
Solo en un tumulto de ideas inconexas ante un acaecimiento externo novedoso e intenso es cuando la artillería pesada de nuestro cuerpo dispara a marchas forzadas todas los recuerdos enterrados, y es en este instante cuando hay más probabilidades que resurjan los olores pasados, donde hay detallada una hermosa historia. En este momento de búsqueda, de anhelo, de respuesta, cuando los sentidos se agudizan como nunca antes, sobre todo, si son experiencia amenazadoras, que resurgen entonces como un armadura con espada para defender esta frágil carcasa que late y piensa sin tener ningún sentido, o no mucho más que la de cualquier ser vivo, que es sobrevivir, porque así nos ha programado la naturaleza: para vivir, para vivir...para aniquilarnos entre especies y de vez en cuando apiadarnos de otras.
Y por ello es que necesitamos mentirnos, engañarnos, olvidarnos del dolor que ofrecemos al mundo a cambio de respirar. Y es por ello, que necesito la prestidigitación de los olores, que es el único territorio que dejo que la falacia me haga feliz.
(Texto repetido con algunas variaciones)
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