Punk, muy punk en Bilbao, pasado los 50
La juventud se ha esfumado. Con ella, supuestamente, los mejores momentos de la existencia de todo ser vivo. Aunque, siendo sinceros —si en este mundo se puede ser sinceros—, puede que ni siquiera hayan sido tan buenos para la mayoría. Pero qué coño, estamos vivos. Y esta noche, a pesar de los achaques, más feos que nunca y luciendo cuerpos amorfos, todos acabaremos gritando como adolescentes, sintiéndonos supervivientes en una vida de mierda que, con sarcasmo e ironía, se lleva mucho mejor. ¡Qué mejor chute de inmortalidad que este! Y no esos telómeros salerosos que ya tenemos menguados, y que algunos científicos están obsesionados con mantener igual de vigorosos que antaño.
Uno no podrá evitar emocionarse al ver el fenomenal ambiente, sentirse orgulloso de formar parte de esta familia, aullar como un lobo solitario que, por fin, se ha reencontrado su manada; una manada que, sin demostraciones públicas, adora al mejor cantante del punk de esta mierda de historia colectiva que hemos construido los humanos desde tiempos ancestrales.
Si Charles Bukowski, Schopenhauer o Cioran hubieran coincidido en la misma burbuja lingüística, cultural y temporal, seguramente habrían sido acérrimos seguidores de este cantante.
A pesar de contar con escasos 45 minutos sobre el escenario, ofrecieron un concierto genial para los pocos que estábamos allí. Fue breve, sí, pero intenso. Aunque, siendo honesto, no sé si algún día podré perdonarles que no tocaran “Soy una bomba nuclear”. Esa ausencia dolió más que cualquier distorsión mal ecualizada.
Sin embargo, tocaron “Fuerzas de seguridad” y “Ratas de ciudad”, otros himnos de ese primer elepé legendario Vómito, que un adolescente de dieciséis años, triste y apagado, llevaba en su walkman. Canciones que consiguieron canalizar toda su rabia hacia la música, y que hoy, décadas después, siguen resonando como gritos de resistencia. Pero, sobre todo, que salvaron a muchos chicos , aquellos que no sucumbieron a las drogas, gracias a poder reconducir el odio a las palabras, desfogándose cada fin de semana que había un concierto punk.
🕢 Último Rekurso – 19:30 h
Desde Sant Boi de Llobregat llegaba Último Rekurso, un grupo que no conocía, pero que sonó sorprendentemente bien. Con más público ya en el pabellón y jadeando algunas canciones, esta vez sí apagaron las luces. Un gesto que merecían todos los grupos y a Vómito se le negó.
Algunas canciones me recordó a Boikot cuando todavía no se había inclinado por la pachanga.
🕗 One Way System – 20:15 h
Después, desde el Reino Unido, subieron al escenario los veteranos de One Way System. Punk acelerado, ritmos crudos y una energía sobrecogedora que bien podría haber compartido escenario con los mismísimos Sex Pistols.
Los Pedros, unos colegas que conocimos en el anterior concierto de La Polla Records en Gasteiz, nos enviaron un mensaje: nos esperaban junto a la puerta nº 27 del pabellón, al lado de uno de los puestos de cerveza y calimocho. Y claro, allí estuvimos. Tomando un calimocho a precio de burgués —6 euros— en los pasillos exteriores, mientras el grupo rugía en el escenario. Así que, siendo honestos, no les presté demasiada atención.
🕗 Evaristo – 20:15 h
Ya con el pabellón repleto de seguidores fieles —la mayoría sobrepasando la significativa edad del medio siglo—, el ambiente parecía más un cementerio de elefantes que un concierto punk. Al menos, no como los que recordaba en la memoria, cuando intimidaba acceder a un lugar lleno de punks, muchos de los cuales no eran más que niños tímidos disfrazados de violencia.
Pero entonces apareció Evaristo en el escenario, gritando con su voz inconfundible: “No disfrutamos en el paro ni disfrutamos en el trabajo”. Y con esa frase, nos dio un subidón de adrenalina que hizo temblar los cimientos del bonito recinto. ¡Volvieron las chapas, las botas militares, las crestas, los pelos desaliñados...! Una conjunción de recuerdos que podía intuir en todas las miradas de aquellos hombres —y mujeres— que, incluso algunos, debían ser abuelos o abuelas.
¡Qué raro resultaba todo! La vida era una respuesta contraria a la anterior respuesta. Ahora, la rebeldía vestía de perreo, de promiscuidad y de superficialidad... ¡ Y eran nuestros hijos!
Los Pedros y sus dos amigos, que esta vez los acompañaban, rugieron como adolescentes. Por un momento, contagiado por la energía del público, me asaltó la fuerza de la juventud. Me levanté y empecé a tararear la canción con una intensidad desconocida en mí, allí, en las escaleras de las graderías. Fue como si el tiempo se deshiciera entre acordes.
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Los Pedros en "acción punk" |
Después llegaron algunas canciones de The Meas y The Kagas, menos conocidas para mí —y para muchos del público— que enfriaron un poco el trepidante ritmo del veterano público. Pero incluso en esos momentos, era alucinante ver a tantas personas de mi edad cantando canciones subversivas y rebeldes. Algo que en mi juventud parecía exclusivo de los jóvenes, y que ahora, décadas después, se convierte en un acto de resistencia generacional.
Pero luego vino el vendaval: “Ángeles del norte tan pulcros y pulidos”, una de las mejores canciones del repertorio de La Polla Records, aunque no provocó el mismo entusiasmo general que otros himnos como “No somos nada”, “Salve” o “Ellos dicen mierda”. Para algunos —para un presente que aún resiste— fue el momento álgido de la noche, una canción que llevaba años sin escuchar en directo.
Los calimochos no paraban de circular, como en épocas prehistóricas, cuando internet y la telefonía móvil aún no habían revolucionado el mundo. Era un tiempo en que los recuerdos vagos quedaban a merced de la tiranía de la mente, que los volvía más legendarios, más magnánimos.
🖕 Barrenkale
Acabó el concierto en el pabellón de Bilbao Arena y enfilamos a pie la avenida descendente, dirección a Barrenkale. Dispuestos a seguir la furia punk allá donde aún quedaran resquicios del Bilbao de los noventa. No es que añoráramos la violencia callejera, sino aquella actitud antisistema y la rebeldía juvenil que, ahora, había perdido toda su esencia. Y ya lo dijo Diógenes: nadie se baña dos veces en el mismo río. Y eso era Bilbao: otro río con el mismo nombre, pero con protagonistas distintos.
En Barrenkale ya no podíamos cantar la famosa canción de M.C.D.: En Barrenkale tu cabeza iba a estallar. Eso no iba a ocurrir, al menos no con la música radical vasca. Sonaban ritmos más comerciales y sensuales, diseñados para que los apareamientos se dieran con más frecuencia que antes, cuando el machismo —porque negarlo— nos limitaba, nos imponía barreras imaginarias.
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Pako en la mítica calle de Barrenkale |
Uno de los Pedros, ya en un local que todavía resistía los embistes del tiempo, que se negaba a desaparecer, organizado mentalmente por los medicamentos ilegales, me hablaba como una metralleta con cargador infinito, dejando caer una frase mítica y sincera, entre tantas:
—Mi mujer me quiere porque le hago reír mucho. Si fuera por asuntos de cama, me habría dejado al segundo día. Soy un puto desastre.
Pero también me habló orgullosamente de sus hijos, y por sus palabras —y en el estado en que se encontraba— se notaba que los adoraba. Adoraba a su familia.
—No, Paco; él no es así normalmente. Lo que pasa es que lo hemos conocido de fiesta, acelerado y embriagado hasta las cejas —le dije a mi amigo.
Finalmente, nos despedimos de Los Pedros hasta la próxima, sí la había, y nos fuimos a dormir a las tres de la madrugada, en la calle San Francisco, una calle que había sido tomada por el multiculturalismo. De ese bosque frondoso y lleno de variedad también habían surgido nuevos depredadores exóticos que preocupaban a la población originaria que aún habitaba allí.
🦔 Eskorbuto
No podíamos olvidarnos de esta legendaria banda en nuestra visita a Bilbao que vivió aceleradamente y solo dejó vivo al batería. Por desgracia, nunca pude verlos en directo.
Hicimos turismo punk, una frikada. Fui a visitar el cementerio donde están enterrados Iosu y Jualma, y también el elaborado mural dedicado a ellos, que ya es lugar de peregrinación para sus seguidores.
Llegar al mural, en Santurtzi, fue muy fácil en metro.
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Mural homenaje a Escorbuto |
El cementerio nos obligó a subir a la parte alta del pueblo para hacernos unas fotos en la lápida de Iosu. Jualma estaba enterrado junto a su familia, sin ninguna referencia a la banda.
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Dos peregrinos a reverenciar al mayor exponente del Punk |
Hubiera sido la ostia que hubieran estado enterrados juntos, con un pequeño monumento haciendo referencia a un legado a esta "Historia triste". Nos conformamos con hacernos unas fotos en la lápida solitaria de Iosu, incrustada en un murete rodeado de césped. Como si en el más allá tampoco tuviera cabida con los de su especie.
Y busqué en Spotify la canción de Reina mía, para despedirnos de él, una canción que es un testamento, unas últimas palabras, hechas en canción, cuando la enfermedad ya le estaba consumiendo:
"Adiós reina mía, parece que marcho de aquí Mi barrio, mi calle se quedan sin mí Sirenas y disparos sin voz y sin dolor Adiós reina mía, ya no pinto nada aquí Mi vida, ruleta que da vueltas Perdiendo el control Cuando me marche, no me olvidaré de ti Cuando me marche, no me olvidaré de ti Cuando me marche, reina mía, no me olvidaré de ti No me olvidaré de ti..."
🧳 Turista sin cresta
El resto de las horas en Bilbao, ese fin de semana, las pasamos como turistas convencionales, como ciudadanos adoctrinados para balar como ovejitas. Porque los años nos habían amansado, la divina juventud —efímera— nos había dejado en una supuesta etapa de sabiduría… Y una mierda.
Adiós, "reino mío"(Bilbao). Meca del punk del siglo pasado.





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