Las primeras horas en la capital que hurtó el cetro a Cuzco
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Lima..( recuerdos de mis primeras horas en Perú, donde la capital también quiso hurtarme mi "cartera")
a que arrebató siglos atrás el cetro a Cuzco, me daba la bienvenida a un territorio rico en pingües civilizaciones precolombinas envueltas en un halo misterioso que fascina todavía hoy a muchos investigadores de lo místico, arqueólogos e historiadores de todo el mundo. Ejemplos de ello eran los cráneos alargados de la valle del Colca o las líneas de Nazca de épocas más tempranas que la del Imperio Inca.
¿Y cómo se logra eso, Quispe? Pregunté. “Es sencillo, los hoteles cuentan con personal de confianza en este gremio, y en las estaciones de autobuses pregunte al conductor de los autobuses o gente que le inspire confianza. De esta manera, evitara problemas indeseados. No peque usted tampoco de excesivo celo, no todos los peruanos somos delincuentes, la mayoría somos personas buenas y honestas. Y, sobre todo, no actúe como un alemán que recogí en el aeropuerto hace un mes. No había reservado un hotel y se negó a que le dejara al pie de uno por temor a que yo me llevara una comisión y encareciera el servicio. Por mucho que insistí de lo poco conveniente que era dejarlo en aquella plaza con todo el equipaje y que no tenía ninguna relación "empresarial" con ningún hotel, él se mantuvo terco como una mula. No tuve más remedio que cobrarle la carrera y dejarlo a su suerte, que siendo peruano no es necesario consultar a ningún oráculo para saber el desenlace final de esa decisión, el futuro inmediato de aquel alemán estaba escrito. No pasaron ni cinco minutos que mis palabras se convirtieron en hechos. Aparecieron tres jóvenes de la nada, determinados a a actuar por lo que ellos debían creer que era usual, y se acercaron, a plena luz del día, a mi ya ex cliente, presionando de forma amenazante su abdomen con dos navajas. Quedando como Dios, o mejor dicho, su madre, lo trajo al mundo. ¡Pobre idiota! Aún así, me compadecí y le ayude desinteresadamente para que pudiera realizar los trámites pertinentes en la comisaria y en su embajada. Por lo tanto, le aconsejo encarecidamente, caballero, que sea precavido, muy precavido, y así no tendrán ningún traspié doloroso en nuestro maravilloso país".
Sus palabras estuvieron muy presentes en otros peruanos con los que interactué en el país, quienes no dudaron en ayudar al Viajero Pesimista siempre que lo requirió en algún momento de este espectacular viaje. Dicho sea de paso, lo que más abundaba en Perú no era los delincuentes, sino la gente honrada.
Todavía recuerdo uno de los episodios más tenso en la selva amazónica. Fue durante un viaje que realicé por una pista de tierra que atravesaba un frondoso bosque tropical desde Yurimaguas a Tarapoto, dos ciudades pertenecientes a las regiones de Loreto y San Martín, respectivamente. Una ruta que era conocida por ser propensa a los asaltos, y que actualmente (2010), lamentablemente, las autoridades no han logrado erradicar por completo.
Cuando le expresé al conductor de la pick up colectiva que debía llevarnos a Tarapoto mi preocupación por la mala fama de esta ruta, esto es lo que me respondió: “¡Usted tranquilo, miré que recortada llevo debajo de mi asiento por si esos pendejos prueban a hacerlo!” La verdad es que sus palabras no me tranquilizaron en absoluto. Su aspecto - calvo, excesivamente obeso y con dificultad para respirar- estaba lejos de ser el de un héroe de película como los que Hollywood proyecta, como un Chuck Norris o un Steve Seagal. Sin embargo, era lo que había y no me quedo más remedio que dejarlo todo a la ruleta de la suerte, esperando que nosotros fuéramos uno de esos nueve de cada diez que no eran asaltados.
Y por suerte, para los pasajeros de ese viaje, aquel conductor debía ser la proyección del Dios Hotei, porque el trayecto transcurrió sin la necesidad de verlo apretar el gatillo ni que nos apuntaran con cañones de amos hostiles.
Accedí a la recepción del hotel después de despedirme del entrañable Quispe, que la providencia no volvió a dejar que volvieran a converger nuestros caminos. Una señora de edad avanzada, al menos esa era la impresión, me atendió como si sufriera de una fisura anal en su pico de dolor. Me asignó una habitación oblonga y pequeña en la abarrotada azotea, donde abundaban las macetas y jardineras de frondosas y exóticas plantas, que le dotaba de un carácter muy amazónico. Desde esa atalaya urbanística, tenía una perspectiva de los alrededores, donde destacaban las cercanas torres del Convento de San Francisco, que albergaba en su interior un gran osario de personas que habían perdido el aliento vital hacía mucho tiempo y que , curiosamente, dormían eternamente en contraposición a las prácticas cristianas.
Días posteriores, tuve un encuentro con la ansiosa y desquiciada "novia" del jefecillo de la banda, que tenía todos los síntomas de una heroinómana y también se acercó otra con un cuerpo de contorsionista que todo los indicios me llevaba a pensar que formaba parte de este grupo. La primera, me comentó que su novio estaba obsesionado conmigo debido a que me había burlado de ellos. Afirmó que él nunca dejaba las cosas pasar. En definitiva, vino a amenazarme. En cuanto a la segunda, después de pasar una tarde con ella en el centro de Lima, empecé a notar algunas contradicciones y una obsesión por intentar que abandonara la zona protegida. La gota que colmó el vaso fue cuando me empujó suavemente a cruzar el río Rímac, frontera natural de uno de los lados del área vigilada. De hecho, desde el puente, se podían ver personas que habían caído en desgracia debido a las drogas, presagio de las malas noticias que podía proceder del margen opuesto del río.
Y los sueños acabaron abatiendo mi excitación de aquella primera tarde-noche en Perú. Después de reflexionar que la vida puede ser un sueño, pero que es un sueño que se siente muy real, trágicamente real. Y, por fortuna, en ese sueño sudamericano que me encontraba no acabó convirtiéndose en una terrible pesadilla, y la que hurtó el cetro a Cuzco no consiguió robarme la "cartera".

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