Las primeras horas en la capital que hurtó el cetro a Cuzco

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    Lima..( recuerdos de mis primeras horas en Perú, donde la capital también quiso hurtarme mi "cartera")


a que arrebató siglos atrás el cetro a Cuzco, me daba la bienvenida a un territorio rico en  pingües civilizaciones precolombinas envueltas en un halo misterioso que  fascina todavía hoy a muchos investigadores  de lo místico, arqueólogos e historiadores de todo el mundo. Ejemplos de ello eran los cráneos  alargados de la valle del Colca  o las líneas de Nazca de épocas más tempranas que la del Imperio Inca. 

Sin embargo, mi interés en este heterogéneo país no había sido  despertado por aquellas antiguas y maravillosas civilizaciones que se encontraban  por doquier por la geografía peruana, culminando en el icónico Machu Picchu, sino por una porción de territorio que ocupaba una diminuta extensión del bosque tropical más grande del mundo: El Amazonas. Por sus coordenadas, se trata de la región más rica y diversa del planeta en términos de biodiversidad; según leí, en una hectárea  había más biodiversidad que en toda Europa.  

Para alguien que siente esa profunda conexión con la naturaleza, no podía dejar pasar esa oportunidad  que el destino me brindaba para conocer uno de los santuarios naturales más embriagadores que puede ofrecer nuestro planeta azul.

Por fin pisaba la capital que fundó en el 1535 el conquistador y ex porquerizo trujillano, Francisco Pizarro, cuyas reminiscencias extremeñas aún nos conectaban, para bien o para mal, a ambas naciones. El sino de estas dos naciones estaban entrelazadas como el árbol genealógico de una familia grande y compleja a lo largo del tiempo. Una historia hilada con abusos, violaciones, rencores, amores, envidias, admiraciones…

Un solícito y lozano limeño, de  cutis lampiño y moreno, me esperaba en la sala de la concurrida Terminal de Llegadas del Aeropuerto Jorge Chávez con un cartel que rezaba mi nombre, sobresaliendo entre la aglomeración de cabezas  y luchando por un hueco entre otros carteles. Justo después de recoger mi equipaje y salir de la sala de recogida de equipajes, visualicé mi nombre en medio de esa amalgama de personas.

"Señor, soy el hijo del taxista del Hotel España. Mi padre le espera en el exterior, en la parada."

Mientras recorríamos las calles de Lima en un llamativo coche amarillo, común en este gremio, conversé con Quispe, el propietario del taxi de manera destendida. Su primer consejo fue que nunca me sentara en los laterales, siempre en el centro, y cerrara pestillos de las portezuelas, ya que se habían dado casos de robos a extranjeros  con fuerza, rompiendo los cristales aprovechando las paradas en los cruces controlados por semáforos. Además, me recomendó asegurarme de coger siempre un taxi que no estuviera compinchado  con alguna banda de ladrones. 

¿Y cómo se logra eso, Quispe? Pregunté. “Es sencillo, los hoteles cuentan con personal de confianza en este gremio, y en las estaciones de autobuses pregunte al conductor de los autobuses o gente que le inspire confianza. De esta manera, evitara problemas indeseados. No peque usted tampoco de excesivo celo, no todos los peruanos somos delincuentes, la mayoría somos personas buenas y honestas. Y, sobre todo, no actúe como un alemán que recogí en el aeropuerto hace un mes. No había reservado un hotel y se negó a que le dejara al pie de uno por temor a que yo me llevara una comisión y encareciera el servicio. Por mucho que insistí de lo poco conveniente que era dejarlo en aquella plaza con todo el equipaje y que no tenía ninguna relación "empresarial" con ningún hotel, él se mantuvo terco como una mula. No tuve más remedio que cobrarle la carrera y dejarlo a su suerte, que siendo peruano no es necesario consultar a ningún oráculo para saber el desenlace final de esa decisión, el futuro inmediato de aquel alemán estaba escrito. No pasaron ni cinco minutos que mis palabras se convirtieron en hechos. Aparecieron tres jóvenes de la nada, determinados a a actuar por lo que ellos debían creer que era usual, y se acercaron, a plena luz del día, a mi ya ex cliente, presionando de forma amenazante su abdomen con dos navajas. Quedando como Dios, o mejor dicho, su madre, lo trajo al mundo. ¡Pobre idiota! Aún así, me compadecí y le ayude desinteresadamente para que pudiera realizar los trámites pertinentes en la comisaria y en su embajada. Por lo tanto, le aconsejo encarecidamente, caballero, que sea precavido, muy precavido, y así no tendrán ningún traspié doloroso en nuestro maravilloso país".

Sus palabras estuvieron muy presentes en otros peruanos con los que interactué en el país, quienes no dudaron en ayudar al Viajero Pesimista siempre que lo requirió en algún momento de este espectacular viaje. Dicho sea de paso, lo que más abundaba en Perú no era los delincuentes, sino la gente honrada.

Todavía recuerdo uno de los episodios más tenso en la selva amazónica. Fue durante un viaje que realicé por una pista  de tierra  que atravesaba un frondoso  bosque tropical desde  Yurimaguas a Tarapoto, dos ciudades pertenecientes a las regiones de Loreto y San Martín, respectivamente. Una ruta  que era conocida por ser propensa a los asaltos, y que actualmente (2010), lamentablemente, las autoridades no han logrado erradicar por completo.

Cuando le expresé al conductor de la pick up colectiva  que debía llevarnos a Tarapoto  mi preocupación  por la mala fama de esta ruta, esto es lo que me respondió: “¡Usted tranquilo, miré que recortada llevo debajo de mi asiento por si esos pendejos prueban a hacerlo!” La verdad es que sus palabras no me tranquilizaron en absoluto. Su aspecto - calvo, excesivamente obeso y con dificultad para respirar- estaba lejos de ser el de un héroe de película como los que Hollywood proyecta, como un Chuck Norris o un Steve Seagal. Sin embargo, era lo que había y no me quedo más remedio que dejarlo todo a la ruleta de la suerte, esperando que nosotros fuéramos uno de esos nueve de cada diez que no eran asaltados.

Y por suerte, para los pasajeros de ese viaje, aquel conductor debía ser la proyección del Dios Hotei, porque el trayecto transcurrió sin la necesidad de verlo apretar el gatillo ni que nos apuntaran con cañones de amos hostiles.



Llegamos al envejecido casco antiguo de la ciudad, con una profusión de balcones en sus fachadas coloniales que exhibían una belleza y ornamentación singular ,lo cual deleitaba  a la vista de quienes las veían por primera vez.. Mi hotel se ubicaba en esa área protegida por funcionarios estatales, incluida una tanqueta en una bocacalle de la plaza de armas.

Accedí a la recepción del hotel  después de despedirme del entrañable Quispe, que la providencia no volvió a dejar que volvieran a  converger nuestros caminos. Una señora de edad avanzada, al menos esa era la impresión, me atendió como si sufriera de una  fisura anal en su pico de dolor. Me asignó una habitación oblonga y pequeña  en la abarrotada azotea, donde abundaban las macetas y jardineras  de frondosas y exóticas plantas, que le dotaba de un carácter muy amazónico. Desde esa atalaya urbanística, tenía una perspectiva de los alrededores, donde destacaban las cercanas torres del Convento de San Francisco, que albergaba en su interior un gran osario de personas que habían perdido el aliento vital hacía mucho tiempo y que , curiosamente, dormían eternamente en contraposición a las prácticas cristianas.



Lleno de anhelo por explorar sus calles, salí en pos de la ciudad a descubrir la plaza de armas y aprovechar para cenar algo antes de ir a dormir. Los filamentos de tungsteno brillaban como luciérnagas en una oscura noche, donde las parejas embelesadas de la energía vital de la procreación se miraban sin remilgos, absortos en una conexión profunda que acabaría algún día por disiparse, mientras que los paseantes solitarios y fatigados por una larga jornada evocaban personajes decimonónicos, con trajes anacrónicos, atrapado por la tenue luz en una atmósfera irreal que me hacía sentir que la vida era un sueño. Tomé asiento en las escalinatas de la catedral donde descansaba los restos del conquistador Pizarro, para observar  la hermosa plaza y  dejarme llevar por la ensoñación del momento. No obstante, la magia se rompió, cuando me vi interrumpido por un joven limeño que se sentó a mi lado con intención evidente de entablar conversación conmigo, como pescador experimentado que se coloca cerca de la orilla de un río abundante en peces en busca del más sabroso. No pasaron ni cinco minutos antes de que otro individuo se sentara en el lado opuesto, como si la casualidad pudiera abarcar tanto.¿ De dónde eres?¿Cómo te llamas?¿Qué me traía a Lima?¿Estaba viajando solo?... Dado que no me inspiraba confianza, me levanté y decidí seguir con mi paseo, en busca de un restaurante para cenar, y dar por concluido mi primer encuentro con las calles de la capital. Un presentimiento me susurraba que quien había permanecido tácito junto a mí me seguía. En la siguiente intersección, detuve mi paso después de doblar la esquina. No pasó mucho tiempo hasta que apareció el mismo joven que, desconcertado, al topar conmigo, cambió de acera. Caminé unos pasos, luego me detuve, reinicié la marcha, volví a detenerme. Y el replicó mi secuencia, hasta que finalmente le frustró la  absurda situación y optó por cruzar de nuevo la calle y acercarse a mí." ¿Cómo puedo obtener un visado español? Soy músico y quiero trabajar en España". Soltó de repente. Vaya sorpresa. Había estado prestando atención a mi conversación en las escalinatas de la catedral con su compinche. Mis peores temores estaban tomando forma. Se alejó cuando le respondí que no sabía cómo ayudarlo. Entonces, un coche desvencijado se detuvo unos metros adelante, y otro joven descendió y se situó en la siguiente intersección, esperando a que cruzara la calle. En el hotel me advirtieron que no cruzara de noche más allá de ese cruce. Parecía que estaban esperando a que yo cruzara para abordarme definitivamente como piratas al abordaje de un barco mercante. Sus amigos estaban en el interior del vehículo, aparcado un poco más arriba. Afortunadamente, la bocacalle en la que nos encontrábamos se ubicaba mi hotel y como a diez metros había un restaurante en la esquina aproveché para comer algo, en una pequeña terraza, frente al joven observador, a una distancia de quince metros.  Estuvo allí, plantado, mirándome cómo comía durante aproximadamente media hora. Al final, se marchó aburrido, y no lo vi más esa noche. Cuando terminé de cenar, me dirigí al hotel.

Días posteriores, tuve un encuentro con la ansiosa y desquiciada "novia" del jefecillo de la banda, que tenía todos los síntomas de una heroinómana y también se acercó otra con un cuerpo de contorsionista que todo los indicios me llevaba a pensar que formaba parte de este grupo. La primera, me comentó que su novio estaba obsesionado conmigo debido a que me había burlado de ellos. Afirmó que él nunca dejaba las cosas pasar. En definitiva, vino a amenazarme. En cuanto a la segunda, después de pasar una tarde con ella en el centro de Lima, empecé a notar algunas contradicciones y una obsesión por intentar que abandonara la zona protegida. La gota que colmó el vaso fue cuando me empujó suavemente a cruzar el río Rímac, frontera natural de uno de los lados del área vigilada. De hecho, desde el puente, se podían ver personas que habían caído en desgracia debido a las drogas, presagio de las malas noticias que podía proceder del margen opuesto del río.

Y los sueños acabaron abatiendo mi excitación de aquella primera tarde-noche en Perú. Después de reflexionar que la vida puede ser un sueño, pero que es un sueño que se siente muy real, trágicamente real. Y, por fortuna, en ese sueño sudamericano que me encontraba no acabó convirtiéndose en una terrible pesadilla, y la que hurtó el cetro a Cuzco no consiguió robarme la "cartera".



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