XVIII Kastila en las islas de Poniente

 Kabanata VVIII

Cuando Mama casi le hace perder el avión


Miércoles,13 de noviembre  de 2024

Era su último día en Filipinas.

Se levantó, y lo primero  que intentó fue acceder a la página web de Air China para realizar el check-in online. Pero, como el primer intento antes de  ir al aeropuerto de Barcelona, tuvo que armarse de una paciencia infinita, pues necesitó varios intentos para lograr con éxito entrar. Al final, lo consiguió, solo para que la página le notificara que en el Aeropuerto  Internacional de Ninoy Aquino de Manila no estaba disponible la opción de la facturación en línea.

Hasta las 08:30 h no pudo recoger la ropa de la lavandería, ya que esa era precisamente la hora de apertura.

Pidió un taxi a través de la aplicación Grab para dirigirse a uno de los centros comerciales más grandes del mundo: el majestuoso Hall Asia. Sus dimensiones eran realmente descomunales, y nuestro kastila jamás había estado antes en un lugar de transacciones comerciales tan vasto. En la tercera planta, todavía se veían locales vacíos, esperando ser alquilados.

Aquel lugar, a esas primeras horas de la mañana , apenas albergaba a unos pocos visitantes. Ya lo habían disfrazado con los adornos navideños, y las luces festivas de los adornos creaban un ambiente entrañable, de película navideña que siempre acaba bien, a pesar de no nevar en el exterior.




Árbol de Navidad en el Hall Asia.


Había todas las marcas internacionales y algunas que les resultaba completamente desconocidas.En medio de aquel coloso comercial, descubrió una gran pista de patinaje, solitaria en ese instante, desprovista de niños y adultos que la animaran con sus piruetas y risas. Al fondo, dos figuras colosales — un perro y un conejo— presidían el extremo de la pista ovalada. Sus sonrisas amplias y amigables irradiaban una calidez casi cómica, un contraste con la siniestra mirada de la muñeca gigante de la serie coreana El Juego del Calamar.



Pista de patinaje del Hall Asia.


La tienda The Store, con sus tres amplias y modernas plantas, tenía una sección de souvenirs para todos aquellos que  quisieran llevarse un recuerdo del país. Nuestro kastila aprovechó la ocasión para comprar algunos regalos para familiares y amigos.

Al mediodía,en una pequeña rambla peatonal , situada junto a la fachada principal del centro comercial, con restaurantes alineados en ambos lados, decidió comer algo sencillo. Optó por un pequeño local casi desértico, en el que solo dos recias mujeres compartían interior, una mesa adyacente. Al percatarse que nuestro viajero era extranjero, le invitaron a unirse a ellas, pero él, precavido por naturaleza, rechazó la invitación con una sonrisa cortés.

Pidió un taxi por la aplicación para volver, después de pasar cinco horas paseando por el inmenso complejo comercial. Mientras esperaba, varios conductores le ofrecieron sus servicios, algunos de manera insistente. Uno, especialmente, se destacó y ofreció algo más. Sus ojos chispeaban con una codicia perturbadora cuando repetía la siguiente frase varias veces al viajero:

— Te llevo a una calle repleta  de señoritas bonitas. Sexo barato. 

Su rostro lo decía todo, y nada era bueno. No invitaba a nuestro kastila a confiar en el susodicho personaje. Lo tenía claro, antes iba andando hasta su alojamiento, a cinco kilómetros de distancia.

Esa noche debía acostarse temprano. A las dos de la madrugada, un taxista reservado por la aplicación Booking vendría a recogerlo para llevarlo al aeropuerto. Avisó a recepción para que le despertarán a las 01:30h y, por si acaso, programó tres alarmas en su móvil. Incluso pidió a una amiga de Tarragona que le llamara a esa hora, como medida adicional.

Pero nada salió como había planeado. Cuando, al fin, consiguió dormirse profundamente, el timbre del teléfono de sobremesa le sobresaltó. Bajó corriendo las escaleras de madera del altillo y  descolgó el aparato en la planta baja. Era el recepcionista, quien,confundido,le informaba que eran las 22:30h.

—No, no...le dije a las 01:30 h.

— Sorry, sorry...

El error dejó a nuestro kastila en duermevela. Incapaz de recuperar el sueño, pasó el resto de las horas dando vueltas en la cama hasta que sonó la primera alarma del despertador del móvil.

Pero ahí no acabó la inolvidable noche. A las 02:30h, el taxista todavía no había aparecido. El recepcionista le llamó tres veces, y en todas obtuvo la misma respuesta: " Estoy de camino". Una hora y cuarto más tarde, apareció Kenneth Gaitán, el conductor, acompañado de su madre en el asiento del copiloto. Entre disculpas apresuradas y un rostro de no haber roto un plato nunca, le explicó que había tenido un percance familiar.

Nuestro kastila, previsivo por naturaleza, había salido con suficiente antelación para que ningún contratiempo le hiciera perder su vuelo. Llegó a la terminal y se unió a la cola del vuelo de Air China con destino a Beijing. Reconoció entre los pasajeros a algunos españoles, sonidos que ya ha había escuchado durante su estancia en Palawan.

Y a la hora establecida despegaba el avión, dejando atrás un vasto archipiélago filipino. Mientras ascendían, nuestro kastila supo con certeza que no volvería jamás. Era un adiós definitivo. Filipina no logró robarle el corazón, ni provocó en él ninguna transformación. Todo seguía (casi) igual.Fue , simplemente, un viaje interesante y disfrutón.


 

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