VII Kastila en las islas de Poniente

Kabanata VII

A Vigan que huele a español 


Jueves, 31 de octubre de  2024 

A las 07:00h,  florecieron de nuevos los pensamientos conscientes de nuestro viajero, presto a dejar aquella esponja  de hormigón, que absorbía miles de litros de agua bajo una cúpula de nubes inmortales, tercas en no desvanecerse.

Con el primer hálito del día, tomo un taxi de la aplicación Grab ( 135 pesos) para que le llevará a la estación de autobuses de  Partas, que solo era unos andenes en una amplia avenida, desnuda de esplendor.

¿Dónde se compra el billete? Preguntó el escrutador viajero, mirando a un  pasivo  y delgado conductor, esperando escuchar "palabras mágicas"  que negasen que aquella larga cola que estaba viendo no fuera, en efecto, su inevitable camino a las taquillas; pero no fue así, en el siglo XXI los milagros ya no tenían la fortaleza de antaño, cuando la plaga de información todavía no había invadido las casas de todos los seres humanos.

La cola avanzaba con desesperante lentitud, detenida a ratos por razones incomprensibles para el viajero; hasta que, por fin, el flujo se deshizo del letargo y empezó a moverse con agilidad. Con un billete a Vigan en sus manos ( 450 pesos) acabó  la larga espera.

Las plazas del vehículo se llenaron de estudiantes, cargando sus equipajes sueños de futuro, ya que Baguio era una ciudad universitaria. Partiendo el autobús a las diez y media, hacia las tierras bajas. donde el temporal  no calaba en los huesos y el sol era un actor principal.

Llegó a las 15:30 h a Vigan. La estación se ubicaba justo enfrente del mercado central. La ubicación de su alojamiento estaba a una distancia menor de un kilómetro. Aprovechó, como siempre, para estirar las piernas e ir andando hasta allí, ayudado por la tecnología hasta que erró y  tuvo que viajar a la  vieja usanza, preguntando a un grupo de ciudadanos.




Calle Crisologo en Vigan


Finalmente, encontró el alojamiento: Coffeeswings Lodging House ( 2240 pesos por dos noches). Su  limpia y ordenada habitación había sido diseñada para gnomos.

Era un poco justa, sobre todo, el baño; donde ducharse desafiaba las leyes de  la física. ¿Cómo coño conseguiría ducharse nuestro viajero?

 

La diminuta habitación del alojamiento de Vigan

Y , tras una ducha reanimadora en la "chambre de torture", se lanzó a las calles con el propósito de verlo todo.

Cuando el día comenzaba a despedirse, paseaba por la Calle Crisólogo, observando las casas coloniales con influencia china y a los viandantes del siglo XXI.

Al pisar la calle adoquinada, el kastila  sintió un soplo de familiaridad mezclado con un exotismo cautivador, debido a la marcada influencia española y el toque oriental que las hacía únicas. Lo que más llamó su atención, con su mirada escrutadora, eran las ventanas de capiz, hechas de conchas marinas abundantes en Filipinas. Estas conchas estaban ensambladas en  pequeños marcos de madera, creando superficies que adornaban los ventanales de las construcciones coloniales.



Edificios con ventanas de capiz ( característica de Filipinas).


La calle adoquinada solía estar muy animada, repleta de turistas nacionales. Con buen criterio, habían restringido el tráfico, convirtiéndola en una calle peatonal durante la tarde.

Carruajes de caballos estaban disponibles para ofrecer paseos a los visitantes. Los visigotes trataban de captar la atención de los transeúntes, pero con nuestro viajero no lograrían sacarle ni un peso. Desde hacía mucho tiempo, él había decidido no contribuir al sufrimiento y a la esclavitud animal. No se consideraba ni una buena persona ni santo, pero sí un minimizador; alguien que intentaba, dentro de sus conocimientos, miedos y posibilidades desde su irrelevante posición en el Universo, evitar el sufrimiento  a otros seres vivos, siempre que su vida no entrara directamente en el juego de la supervivencia.

Su postura no se basaba en el "santísimo sacramento de la vida" ni pollas puritanas. Era más simple y, a la vez, profundo: en los ojos de otros seres vivos había descubierto sentimientos demasiado cercanos a los suyos, demasiados similares para ignorarlos. Sin embargo, también pensaba que los cocheros no eran culpables de su situación, así como un tigre no es culpable de las víctimas que necesita para sobrevivir. 

Cuando  más  sondeaba el mundo, menos culpables encontraba. Para él, todos, sin excepción,  eran el resultado de un algoritmo indescifrable que lo había llevado hasta allí. Sabía - o creía saber- , además, que su individualidad era una mera ilusión  y que el libre albedrío era el mayor acto de fe de la humanidad, un acto mucho más audaz que creer en la existencia de Dios. 

Estaba convencido de que, tarde o temprano, la ciencia terminaría por demostrar esta suposición, quizá a través de su herramienta más poderosa actualmente: la inteligencia artificial. Una vez que esta comprendiera que el verdadero lenguaje del universo no era otra que las matemáticas, descubriría verdades incómodas que la humanidad siempre se había resistido a aceptar.




Calle Crisologo al anochecer.


En la animadas calles, Halloween  se celebraba con modestia, lejos de la pomposidad norteamericana, pero impregnado de un encanto propio. Junto a la plaza Burgos, un pequeño mercado de puestos callejeros tematizados para la ocasión ofrecía un escenario vibrante, teñido de la oscura imaginación de los hombres bajo el influjo de los camposantos.

Los pubescentes, esos seres recién arribados al puerto de los deseos, caminaban entre risas y murmullos, subyugados por la embriaguez de cuerpos ardientes y almas llenas de esperanzas eternas. Ajenos a las efímeras verdades de las cosas, no conocían todavía los secuestros emocionales ni la tiranía de los espíritus arrastrados por la carne. En sus ojos brillaban la última chispa de transmigración, como un fuego puro que solo veía luz, mucha luz, donde otros encontrarían penumbra.



Adolescentes y jóvenes disfrutando de Halloween en Vigan
.


Nuestro kastila, contagiado por la felicidad poetizada de los jóvenes, decidió acercarse a la plaza de Salcedo, atraído por un rumor de un espectáculo de luces y sonidos que prometía la fontana ornamental. Sin embargo, al llegar, descubrió, decepcionado, que la fuente no estaba operativa, y tuvo que conformarse con un paseo entre las sombras y las luces de la noche.

A su alrededor, las familias y grupos de amigos charlaban distendidamente, algunos compartiendo risas, otros absortos en el resplandor frío de sus celulares, sin mediar palabra. La mayoría se sentaba en una pequeña gradería situada a un lateral de la plaza, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel rincón.

Antes de marcharse, tomó varias fotografías de los edificios gubernamentales suntuoso que, con sus fachadas ocres, lucían más imponentes bajo el alumbrado público, adquiriendo la dignidad de las grandes maravillas del mundo.

Con esos últimos disparos, se alejó del lugar en dirección a su habitación, dando por concluida la jornada, mientras las luces de la ciudad se difuminaban tras él, dejando los espíritus malignos vagar en mil formas diferentes en la víspera de Todos los Santos.


Jueves, 01 de noviembre de 2024



Restos históricos de la antigua iglesia de Nuestra Señora  de la Asunción de Bantay.


Despertó en la habitación del gnomo justo cuando el reloj marcaba las ocho de la mañana. Bajó las escaleras y se dirigió a la modesta recepción a desayunar, donde le aguardaba un sencillo plato: huevos fritos, arroz y café, incluido en el precio del alojamiento. El aroma del café llenaba el aire de la salita, preludio de un magnifico día.

Era una mañana radiante, y su espíritu anhelaba explorar los vestigios  de la  Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Bantay, ubicada a unos tres kilómetros de distancia. Optó por i a pie, dejando que el camino guiara sus pasos.

Cruzó el río Govante por el puente  Quirino Boulevard, donde el agua apenas se deja ver por las abundantes plantas acuáticas que ocupaba su superficie. Avanzó hasta un cruce en la carretera principal. Desde allí, podía vislumbrar el campanario, un testigo inmutable de unaépoca más española.

El cementerio era por definición caótico por mucho que los familiares supieran exactamente donde se encontraban sus seres queridos. extendido sobre una pequeña superficie y una colina salpicada de tumbas blanquecinas sobre la superficie. Convirtiendo la ascensión en un laberinto sin senderos ni caminos. Subir la colina era una aventura, como escalar una ladera pedregosa. Algunas tumbas lucían recién pintadas, señalizadas con ramitas para advertirlo. 

Nuestro viajero, en su ascenso, apoyó la mano en una de estas lapidas recién pintadas, dejando un rastro blanquecino en la palma de su mano. Allí, entre cimientos de lo que una vez debió ser una pequeña iglesia, un cura daba misa, mientras los fieles escuchaban atentamente sus mensajes divinos.



Cementerio junto al Campanario de Bantay.


Siguió deambulando por las callejuelas, sin perder de vista el campanario que se alzaba imponente entre los muros de una finca. No encontraba el acceso. Y donde no se levantaba muros, se levantaba una selvática vegetación que la hacía inaccesible, como si quisiera proteger la torre de los hombres.

Descendió de nuevo hasta la avenida principal, donde el bullicio cotidiano lo envolvió una vez más. Le señalaron que el acceso al campanario, estaba justo enfrente, a escasos diez metros de donde se encontraba,

En su interior, se percató que los alrededores de la torre del campanario estaba balizado, como si de un asesinato se tratara, pero más que por asesinato, era por la peligrosidad de la torre, que parecía poderse desmoronar en cualquier momento.

Se unió a esa costumbre tan internacionalista de todo buen turista y tomó  varias fotografías.




Campanario de Bantay.


Tras explorar durante la mañana los barrios colindantes de Bantay, emprendió el regreso al centro. El paseo le había abierto el apetito. Su objetivo era claro, encontrar aquel restaurante que le había cautivado el día anterior.

Al  acceder al oblongo restaurante semivacío, pidió un plato de Tilapia, un pescado africano de crecimiento rápido, con unas patitas.

Para completar el pedido, saboreó su primera cerveza San Miguel; que fue creada, precisamente, en Filipinas para combatir los calores tropicales. Creada por los agustinos en la isla de Cebú.

Después de comer dio otro pequeño paseo por la calle más mimada de la ciudad: Crisologo. Media hora más tarde marchó a visitar el discreto mercado central y un cementerio donde estaba el panteón de la familia Crisologo, que era una de las más influyentes e importantes de Vigan. 



Calle Crisologo.

Nuestro Kastila, un alma errante carente de espíritu práctico, se movía en este vasto mundo con pensamientos asilvestrados e inciertos, incapaces de enraizar a ningún rincón tangible. Al observar el panteón de la ilustre familia Crisólogo, con sus tumbas blancas y su ornamentos fastuosos, solo veía un acto vanidoso de intentar perpetuar lo efímero, lo que es imposible inmortalizar. 

No deseaba nada de eso para sí mismo. Al contrario, en una visión del final, aspiraba a una despedida sencilla y anónima, como la de millones de seres vivos que pasan por este mundo sin ceremonia ni camposantos, y menos aún con suntuosidad.  Quería diluirse como un azucarillo en el agua, formar parte de la inmensa mayoría olvidada. Lo consideraba el acto más puro de amor, entregarse sin resistencia al olvido, a la memoria deshecha, a la tierra sin inscripciones ni epitafios. 

Quería, en definitiva, ser como ellos , una vida que termina en silencio, sin homenajes, pero que alimenta la continuidad de todo lo demás.

En su interior, este deseo no era nihilismo, sino una forma profunda de consideración con la vida anónima. Despojarse de todo, renuncia al artificio y aceptar la fusión con el todo; ese quería que fuese su último anhelo. Un actor de amor supremo hacia lo inmemorial, hacía los sin nombre, hacia todos los seres vivos que, en su humildad, conforman el mundo sin que nadie lo note.




Mausoleo de la familia Crisólogo.


Proseguía vagabundeando, reflexionado y charlando un rato con algún viandante. La tarde se iba apagando, la luz artificial retornaba su baile. Comía en un local de comida rápida y volvía a los escenarios del día anterior. A observar, como disfrutaban de la noche los filipinos, como todo se despedía para el kastila, que volvería hacer el equipaje por enésima vez, en busca de nuevos lugares, de nuevos sueños.



Nuestro Kastila tomando un café con leche en la siempre animada calle de Crisólogo.




👇👇🖐🖐Capítulo VIII🖐🖐👇👇




Comentarios

Entradas populares de este blog

IX Rugidos del mar

Mochilero en Angola (I)

Mochilero en el minarete de Samarra

VI C´est interdit dans le wagon de fer

Mochilero en Angola (IV)

VII Nouadibú por libre

Mochilero en Angola (VIII)

VIII Mochilero en la utópica República Árabe Saharaui Democrática (Dakhla)

Mochilero en Angola (II)

Mochilero en Angola (III)