VIII Kastila en las islas de Poniente
Kabanata VIII
Calamares son calamares, en los mares de la penísula ibérica y de la isla de Poniente, con permiso de Lula.
Viernes, 2 de noviembre de 2024
Tomó uno de los tantos vehículos destartalados que partían aquella mañana soleada rumbo a Laoag, al norte de Vigan. Nuestro escrutador kastila no tuvo que esperar más de veinte minutos en la estación de autobuses, en la calle A. Reyes..
Por la mañana, la frecuencia de viajes a la comarcana ciudad era continua.
La calzada atravesaba la localidad de Masingal. Desde la sucia ventana del vehículo, con incómodos asientos de madera, nuestro viajero contempló una " torre gemela" a la de Bantay, despertando su curiosidad.
Rogó al revisor que detuviera el vehículo, pagó su pasaje como dios manda y descendió para visitar aquel exótico campanario oscurecido por el tiempo y con sus cornisas invadidas por el musgo.
Campanario de Masingal |
Adjunto al campanario, se erguían fragmentos de muros quebrados y separados, vestigio de lo que alguna vez fue una majestuosa nave, quizá un convento o iglesia. Los ecos antiguos de las homilías susurraban a nuestro viajero, que contemplaba en silencio su interior desmoronado.
Instó a una pareja de jóvenes para que le tomaran unas instantáneas. La muchacha, tímida y abrumada por la presencia del kastila, delegó la tarea con sutil gesto a su compañero.
Y nuestro viajero quedó inmortalizado en una imagen hasta que los ciclos del planeta acabaran por hacer olvidar a nuestra especie.
Después de comprar una botella de agua y una chocolatina en un Seven Eleven, aquellos omnipresentes colmados de todo lugar urbanizado en las islas de Poniente, tomó otro autobús destino a Laoag.
El autobús hizo una breve parada de diez minutos en la estación de Batac. Se quedó en su asiento, mirando la coreografía habitual de una farmacia frente a él. Absorto en el ritual de la cotidianidad hasta que el ronroneó del motor se hizo más poderoso y abandonaron aquel rincón del mundo.
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Farmacia en la estación de Batac. |
Al pagar su billete, antes de llegar a Laoag, consultó al revisor la parada adecuada más próxima a su alojamiento.
Ya sus pies en asfalto, negoció el precio del traslado con una de esas capsulitas desintegradoras atrapadas en una moto para ir a su hotel, ubicado a dos kilómetros de distancia, alejado de la compactibilidad
Ac Hotel Near Airport ( 845 pesos por una noche) lo recibió con amplio parking que precedía la fachada del edificio, Al llegar a recepción, la eficiencia fue inmediata, a pesar de haber llegados dos horas antes del horario establecido, apenas tuvo que esperar diez minutos para instalarse en la amplia habitación.
La estancia superó todas las expectativas,: una ancha y amplia habitación, impoluta, con aire acondicionado y baño reluciente. Por el precio, resultó inigualable, le mejor experiencia calidad-precio en todo su viaje con las pernoctaciones. Como detalle adicional, como la guinda del pastel, el alojamiento incluía gratuitamente el traslado al aeropuerto, un guiño practico que hacia honor al nombre del negocio.
Habitación que se alojó nuestro kastila en Laoag. |
Salió del hotel con aire despreocupado, casi vacilón sin serlo, enfrentándose al calor sofocante que parecía desintegrar todo a su paso. Llevaba un sombrero de ala ancha de tela deportiva y unas gafas Ray-Ban de aviador como únicas herramientas protectoras contra el implacable sol tropical. Desde luego, distaba mucho de parecerse a Tom Cruise en Top Gun, en una de las imágenes que se le ve andando por la plataforma de un aeropuerto y sin una gota de sudor ante el impecable sol. ¡No hay nada como ser guapo!
Y sin dudarlo, opto por el camino más largo para ir al centro, y no lo hizo en una capsulita desintegradora, prefirió andar a pesar de la que estaba cayendo. Esta vez, en el tramo de autovía, ningún conductor se apiadó de él. A su pasó, cruzó un largo puente con dos aceras angostas en ambos lados de la calzada.
Guiado por la intuición, tomó una bocacalle de una callejuela hormigonada antes de llegar a un amplio cruce. En esa alargada calle se topo con un camposanto desolador, bañado por un pesado sol inclemente con sus frágiles criaturas bípedas.
Pasó allí media hora, recorriendo aquel amplio espacio dividido por grandes solares por el asfalto de sus calles. No observó grandes particularidades, salvo los panteones que parecían pequeñas viviendas en un conjunto residencial-"Los muertos viviendo mejor que muchos vivos", pensó con ironía, mientras observaba aquellas construcciones funerarias.
Ese día se convirtió en el día del Seven Eleven, ya que fue lo primero que encontró para calmar su hambre y, sobre todo, su sed antes de llegar al centro. Siempre que se adentraba en uno de esos locales, encontraba un pequeño refugio para protegerse de las vicisitudes del tiempo. Sin embargo, el único pero, era que los filipinos solían bajar mucho la temperatura en sus establecimientos o transportes, pasando muchas veces de un calor abrasador a un frio casi glaciar, donde una chaquetilla no sobraba.
La torre del Reloj |
Finalmente, llegó al centro y ,casi al instante, se encontró con la icónica imagen de la ciudad, el principal reclamo turístico, un campanario de la época colonial española, conocido como la Torre del Reloj (Sinking Bell Tower). Su imponente y robusta estructura parecía desafiar las leyes de la física. Se erguía inquebrantable en apariencia, pero en realidad descansaba sobre cimientos arenosos, sorprendentemente blandos para soportar tal peso. La Torre, después de haber soportado las inclemencias meteorológicas de Filipinas durante décadas, parecía tambalearse a un destino inevitable, al menos que lo remediaran. Pronto se la conocería como la "Torre de Pisa de Filipinas", debido que ya empezaba a inclinarse.
El acceso a su interior estaba cerrado, no se podía visitar.
La Torre del reloj desde otra perspectiva. |
A lado del campanario, cruzando la avenida, se ubicaba la Catedral de San Guillermo que no destacaba sobre otras,, de hecho, su apariencia era bastante sencilla pero ciertamente poseía una belleza tranquila y sin suntuosidad. A pesar de su cuatrocentenaria historia y de haber sido embestida varias ocasiones por la furia de la naturaleza, seguía su esencia sobreviviendo. La fachada principal estaba completamente ocupada por un andamio de bambú para realizar el presumible mantenimiento.
Nuestro viajero, se sentó un rato en una pequeña gradería buscando un respiro, un descanso, con vista a la Torre del Reloj, ubicada entre un lateral de la catedral y un estacionamiento. Se sentó al lado, mientras disfrutaba de ese momento de tranquilidad, un filipino que quiso conocerlo y entablar una conversación.
Era la primera vez que nuestro viajero escuchaba hablar en castellano a un filipino. El hombre le explicó que su abuelo era vasco. Las facciones de su rostro reflejaba su mestizaje, un poco de aquí y un poco de allá, heredando de su linaje ibérico la alopecia, una marca visible de muchos de aquellos antepasados lejanos. La conversación. que comenzaba a volverse cada vez más interesante, se vio interrumpida cuando el filipino, disculpándose con una sincera sonrisa se levantó para reunirse con su familia. Lo esperaban en un moderno y lujoso todoterreno. Eran de Manila y estaban pasando unos días en el norte de la isla principal.
Catedral de San Guillermo |
El actual museo, en tiempo de la colonia española, había sido una fábrica de tabaco gestionada por la famosa Tabacalera. A tan solo un kilómetro de la Torre del Reloj, había sido testigo de una época muy diferente a la actual, donde el castellano se mezclaba con las lenguas autóctonas.
Al llegar, encontró el edificio cerrado, que actualmente albergaba un museo. Le llamó su atención un monolito con una inscripción que utilizaba el término español "museo", como había visto en Baler, en lugar del anglicismo "museum". Era un pequeño detalle, pero que reflejaba, una vez más, las huellas de un pasado de influencia hispana.
Antigua fábrica de Tabacalera, reconvertida en un museo. |
La ciudad de Laoag resultaba bastante fea, ruidosa y caótica. Sin duda, las urbes filipinas debían estar entre las menos apetecibles para vivir.
Al atardecer, se dirigió a la plaza Aurora, ubicada junto a la Torre del Reloj, observando como los puestos de comidas y bebidas comenzaban a prepararse, listos para atender a todos aquellos que se acercaran en busca de algo para cenar o picar.
La plaza se llenó rápidamente de vida y música. Primero fueron los niños, seguidos más tarde por los adultos, que bailaban al ritmo de un potente y pequeño bafle. Las sencillas corografías eran dirigidas por una persona y el ambiente era muy familiar y agradable.
Nuestro kastila le entró el hambre y miró los carteles. Fue entonces cuando descubrió que "calamares" también eran calamares en Filipinas, un indició más de lo escrito unos párrafos más arriba de esta entrada. Se sentó en uno de los pocos bancos disponibles que habían a comer, alrededor de un monolito de ladrillo. En medio de la agradable atmósfera, un triste músico con una guitarra española colgada en sus hombros se le acercó y comenzó a tocar una monótona melodía, cuyas palabras desentonaban sin remedio. Llamarlo músico sería un acto de generosidad, casi como llamar escritor a quien escribe estas líneas. Y es que el arte, a veces, tiene esa cualidad de ser cruda, chirriante como los engranajes oxidados de una puerta tachonada de un castillo. Sin embargo, por el esfuerzo, nuestro viajero le dio una propina, aunque no mereciera mucho por el espectáculo que le ofreció a luz artificial de las farolas.
Monolito de ladrillo en la plaza Aurora. En la inscripción en castellano pone lo siguiente: "Siendo Gobernador General el excmd. Sr Don Fernado Primo de Ribera". |
A las nueve, ya cansado, retorno su regreso al hotel a pie. Preparándose para cambiar de isla, para visitar una isla que no hace tanto era remota y ahora, gracias a las comunicaciones, se ha vuelto muchísimo más cercana, sobre todo, para el turismo: Palawan.
👇👇👇👇👇 Capítulo IX👇👇👇👇👇👇
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