IX Kastila en las islas de Poniente


Kabanata IX

Cambio de isla, empanada nueva


Domingo, 03 de noviembre de 2024 

La alargada isla de Palawan,  como una ancha hoja de espada deteriorada sobre una charca de sangre azul, aguardaba paciente a la llegada de nuestro viajero. Pero hasta que el sol se fundiera en el horizonte, no tocaría tierra en su capital: Puerto Princesa.

Con apenas cinco minutos  de circulación, su taxista ( la hija de la propietaria del hotel) lo dejó  en el pequeño aeropuerto de Laoag. En las terminales solo podían pasar los pasajeros.  Allí, en un rinconcito de la sala, facturó su mochila grande en los mostradores de  Phillippines Airlines , la cual recogería directamente en su destino.

La Terminal de salidas, austera y funcional, ofrecía lo esencial, pero a precios europeos. En su pequeña cafetería, se comió un sándwich y tomó un café, mientras observaba la plataforma todavía vacía.




Terminal de salidas del aeropuerto de  Laoag (salidas)



A las 12:40 h, se abrió la puerta de embarque Nº1 y se inició el flujo de pasajeros. Las asistentes de tierra, diligentes y serenas, comprobaban con ojos minuciosos que los equipajes cumplieran las normas de la compañía. En ese bullicio ordenado, nuestro kastila  era una sardina en un banco de boquerones, un extranjero en un mar de rostros locales. El vuelo, como  el estadio que alberga la final de Champions cada año, estaba completo.

Su billete había salido algo más caro, una consecuencia natural de su costumbre de dejarse llevar por la improvisación. No era de quienes atan cada detalle de su viaje, sino de aquellos que prefieren mecerse por las trazas borrosas de un croquis mental; vuelos internacionales, la primera noche en el país y un seguro de viaje solían ser sus únicos puntos fijo. El resto del trayecto lo tejía el viento, la intuición y las sorpresas que el camino quisiera regalarle. 

Aterrizaron en la gran metrópolis de su fundador Legazpi, en la terminal de vuelos domésticos. En la sala de recogida de equipajes, gracias al personal de seguridad, tomó un ascensor que le llevó directamente a un nuevo filtro de seguridad antes de acceder a la sala de embarque.

Después de días sin ver ni  la sombra de un extranjero, el contraste fue impactante en la sala. En la sala se mezclaban rostros de todas las nacionalidades, como si acabara de entrar a la Torre de Babel. Era evidente que Filipinas, más allá de sus enclaves turísticos, permanecía casi como territorio virgen para los ojos externos.

La voz metálica de la megafonía interrumpió sus pensamientos: el vuelo había cambiado de puerta de embarque. Descendieron por unas escaleras hacia una planta inferior, , y pronto se encontró en fila, observando con curiosidad y discreción a quienes compartirían con él el próximo trayecto.

Frente a nuestro kastila se sentaba un anciano europeo de aspecto cansado junto a una joven y hermosa filipina, cuya presencia evocaba más preguntas que certezas. " Tal vez solo fuera un espectador entre bastidores".

Entonces, como un eco de tiempos pasados, recordó las palabras de una exnovia que había trabajado en una residencia: "Algunos conservan un vigor sorprendente incluso cuando su cuerpo no es mucho más que un amasijo de órganos al borde del colapso." Y con una sonrisa irónica, le lanzaba esa frase lapidaria, cargada de ambigüedad:" Incluso la tienen mucho más dura que tú, que eres muchísimo más joven y haces deporte." 

No podía evitar preguntarse a veces si aquellas palabras eran una aguja para pinchar su ego o simplemente una verdad incómoda, de esas que son difíciles de gestionar. Mientras el avión terminaba de llenarse, dejó aquel pensamiento con una media sonrisa y se dejó llevar por las imágenes de la ventana ovalada del avión, disfrutando de las artísticas formas geométricas de las nueves.



Vuelo de Manila a Puerto Princesa.



A las 23:oo h llegó el vuelo procedente de Manila a Puerto Princesa.  Nuestro kastila, cansado pero expectante, recogió su equipaje salió al anden, donde un taxista oficial le dio el precio del trayecto al centro de la ciudad: 300 pesos. No esta claro si el sueño, la confusión o alguna distracción jugaron en su contra, pero " hundred" lo convirtió en "thousand"  , transformando los modesto 300 pesos en exorbitantes 3000.

Con esa cifra en mente, rechazó la oferta y decidió seguir andando dirección al centro de la ciudad, cruzando un aparcamiento mal iluminado, cuando un conductor clandestino le interceptó. El hombre se ofreció a llevarlo por 200 pesos ( que el viajero, en su empanada mental, seguía sumando un cero más).

Sin embargo, el giro inesperado llegó cuando nuestro viajero le hizo la contraoferta: "four hundred". El conductor, desconcertado pero feliz, aceptó sin pensarlo dos veces. Para él, esa noche estaba hecha.

Ya acomodado en el interior del coche, el viajero cayó en cuenta de su error. Pero ya era tarde para rectificar, solo pudo sonreírse a sí mismo y consolarse con un pensamiento práctico: ¡Va, al cambio tampoco era tanto dinero!

Finalmente, llegaron al alojamiento, donde nuestro kastila, aun entre risas internas por su propio despiste, pagó lo acordado. El conductor, más que satisfecho con la inesperada ganancia de la noche, le entregó su número con entusiasmo, esperando que la flauta volviera a sonar.



Habitación con dos camas del Hotel Ovo.


El Hotel Oyo 554 Dads Bayview Pension ( 1060 pesos) intentaba, con cierto encanto modesto, evocar la silueta de un barco, con  aquellos ojos de buey en la escalera.  La habitación, aunque sencilla, resultó aceptable, y el joven de recepción  le recibió con un sonrisa que denotaba amabilidad y disposición. 

Antes de entregarse al descanso, nuestro kastila aprovechó para dar un  breve paseo  por los alrededores, visitando la Catedral de la Inmaculada Concepción de María   y el paseo marítimo (Baywalk) lleno de restaurantes y  puestos callejeros, comiendo unas patatas fritas en  uno de ellos con la brisa del mar.



Catedral  de la Inmaculada Concepción de María.


Y sin más preámbulos se fue a dormir, dejando para el día siguiente la verdadera exploración de la isla exótica, que no lo parecía tanto estando en Puerto Princesa, una ciudad igual de ruidosa  y fea como las de la isla Luzón



Baywalk


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