IV Mochilero en Chinguetti

Mauritania por libre


IV El momento álgido de mi mochila para recuperar su estado más deplorable con la estimada ayuda del desierto


Oudane por libre

Chinguetti por libre


El imperio almorávide se expandió su dominio, desde el Sáhara Occidental ( actual Mauritania) hasta la península ibérica, durante dos siglos; siendo, poco después,su capital Marrakesh.

Una de las tribus que fue fundamental para su propagación geopolítica  fueron los Lantumas, una de las grandes tribus saharianas que vivían del tráfico caravanero.Se convirtieron al Islam, creando un poderoso movimiento religioso que fue conocido como los almorávides en el siglo XI en la región que me encontraba en aquella mañana y que consiguieron unir al resto de las tribus que cohabitaban con ellos y acabar con algunos reinos de Taifa de la península ibérica, unificándolos bajo su mandato.

Resultaba extraño pensar que aquellas personas con las que compartí algunas sonrisas y palabras en Mauritania, en otra época, perteneciamos al mismo estado. Y que sus antecesores fueran los que dominaban a los nuestros. El poder, a pesar de ser privilegio de pocos, siempre ha sido "democráticamente rotativo", nunca ha sido y será perenne..

Amaneció un viernes en Terjit, los musulmanes invocaban las bendiciones a Allah con más fervor. Era el día de descanso en el mundo musulmán.

Era el único pasajero a Atar y tuve que pagar como si fuera un taxi particular (1000 MRU). Intenté regatear el precio porque me pareció un poco inflado, sin mucha fortuna. Podría haber optado por hacer autostop, pero no tenía muchas ganas de pasarme muchas horas en una carretera poco concurrida, y más, en día festivo. 

En pocas horas llegamos a Atar. Allí mi conductor preguntó sin éxito en varias agencias de transporte si había algún taxi colectivo para Chinguetti.  Finalmente, en la rotonda del centro, paró  una pick- up que llevaba a dos extranjeros.

El guía me comentó que estaba realizando un tour de varios días con los dos turistas, primero irían a Ouadane, un importante centro comercial y religioso en el siglo XIII-XIV,  y por la tarde llegarían a Chinguetti. Le pregunté el precio y me dijo que 150 euros. Después de regatear me lo dejó por 40 euros ( incluida la entrada y comida), así que, contra todo pronóstico, visité Ouadane. Subí a la pick-up y me senté en el asiento de delante, junto al guía.  

Los dos turistas, sentados en el asiento de atrás, enseguida conectaron conmigo. Se llamaban Ahmed y Kemet y eran de origen egipcio, nacionalizados canadienses. Eran ingenieros. Me recordaban a niños, con la genuina curiosidad y la alegría espontánea de la primera etapa de la vida. Tenían la pureza de la virginidad bien llevada. El sexo no parecía haber llamado todavía a sus puertas para iniciar el desvelo de la vida, para empezar a entrelazar todo y que el mundo tuviera un significado muy diferente al que habían soñado durante sus años de crecimiento.

Azotaba un terrible viento en el puerto de montaña cuando bajamos para tomar algunas fotos del impresionante desfiladero rocoso. A pesar de las incomodidades del tiempo ,valió la pena detenerse. En esos momentos echaba de menos viajar por mi cuenta, deteniéndose uno donde se le antojara. 



Con Ahmed y su amigo, ambos canadienses y de origen egipcio, con los cuales compartí visita turística y comida en Oudane.


Ouadane no estaba muy lejos de Atar. El paisaje a lo largo de los últimos cien kilómetros, desde el cruce de la carretera de Atar a Chinguetti, era un desolador territorio, pero con repetidores de telefonía colocados estratégicamente que proporcionaban una buena cobertura en caso de avería grave.

Llegamos a los restos arqueológicos de la ciudad antigua. Ubicadas sobre una colina. Fue fundada en 1141, cuando la expansión almorávide  abarcaba la actual Mauritania, Marruecos, Portugal y  parte de Argelia y España ( Al -Ándalus).

Dejamos el coche al pie de la colina, justo en la entrada principal, y salimos por el pueblo-

Las ruinas tenían un aceptable estado de conservación. Nuestro guía nos enseñó la mezquita, con el típico y exclusivo minarete de la región que me recordaba a una torre de un castillo medieval. Probablemente, la influencia militar y la protección climática desempeñara un papel importante en su diseño.

Luego, nos dirigimos a una de las bibliotecas que conservaban libros de la época más importante de la población. Se guardaban en archivadores plegables de cartón de una empresa española, colocados en estanterías y armarios modernos. Los libros perdían esa pátina misteriosa y ancestral que les habría conferido una ubicación más retro, más acorde con la historia milenaria del lugar. Y es que uno esperaba un espacio más polvoriento y viejo, donde los documentos antiguos reposaran... entre polvo y maderas rancias.



Una de las bibliotecas de Oudane. Me decepcionó un poco encontrarme una habitación tan "moderna".


Tomé unas fotos de algunas páginas y las traduje con la aplicación de Google, pero me quedé igual. Era un galimatías ininteligible que no  tenía mucho sentido en castellano, un compendio tedioso de palabras. Tal vez por una mala traducción o, simplemente, porque su valor no residía en sus palabras, sino en su historia, en  la repercusión que tuvo para aquellos hombres y mujeres que formaron parte de aquellas hojas amarillentas y carcomidas.

La impresión del sitio no me pareció la más adecuada para pernoctar.Chinguetti me resultó mucho más atractiva y fascinante. Tal vez, al tratarse de una visita tan breve no me dio tiempo de familiarizarme con Ouadane y no pude valorarla justamente.

Nuestro guía acababa de preparar la comida y había dispuesto un improvisado comedor  bajo la copa de una acacia, protegiéndonos del sol del mediodía. Aunque llevaba muchos años sin comer carne, a pesar de mis costumbres, comí el único plato disponible: guiso de camello. Por una simple razón:tenía un hambre atroz.

Considero que mi decisión de no comer carne se debe más a minimizar el sufrimiento a mi alrededor —sin anteponer mi propia salud— que a una creencia idealista sobre un mundo feliz para todas las especies. Soy consciente de que el mundo, tal como está conformado, ha sido forjado a través del dolor y el sufrimiento. Las garras de un tigre, por no decir su cuerpo y mente, no han evolucionado para acariciar herbívoros,ni  los hervíboros para sobrevivir de la nada. Hay algo cruel en nuestra existencia, y no es otra cosa que la ausencia del amor en nuestra creación. Lo que  nos ha hecho bípedos e inteligentes no es, precisamente, el placer.

Y es que hay un optimismo tan banal y cínico en la naturaleza humana, tan indiferente a las emociones de todo lo que es capaz de sentir, que uno acaba temiendo esa extraña sonrisa de dientes afilados que quiere abrazarte y consolarte mientras te muerde el cuello. Es algo mucho peor y más amargo que la propia realidad. De eso huyo, precisamente, de ese optimismo animal, ese optimismo ancestral por sobrevivir que no desvela la realidad, sino,cegado por sus pasiones, lo oculta temerariamente.

Sigamos con el relato y dejemos mis filosóficas cavilaciones. No es mi finalidad convencer a nadie, me conformó con comprender un poquito al mundo que estoy  intrínsecamente vinculado,  al  que pertenezco física y mentalmente, sin margen para el mayor acto de fe de la humanidad, que no es otra cosa que el libre albedrio.

Volvimos a recorrer la carretera en dirección contraria hasta el cruce. 

Los últimos kilómetros, cubierta la carretera por arena y los laterales de dunas, se transformó en  una épica entrada, aunque solo fuera para nosotros, los turistas. No creo que fuera del agrado de los autóctonos tener que "navegar" por ese mar de arena. Pero ya se sabe que en esta existencia lo que a unos les duele a otros les produce placer. 

Últimos kilómetros antes de llegar a Chinguetti:

https://youtube.com/shorts/uInStU9QbIU?si=t7VCPtnP5624vFvB



El minarete de Chinguetti es considerado popularmente como uno de los símbolos del país.


Paramos en el antiguo pueblo de Chinguetti. El guía intentó convencerme de que continuara con ellos al día siguiente, pero le dije que prefería quedarme un día entero en el pueblo. No me gustaba viajar tan rápido.

Me despedí de los dos muchachos. Sentí que, de haber coincidido nuestras vidas en la adolescencia, podríamos haber formado ese grupo de niños perdedores que sueñan con grandes aventuras y luchan juntos contra las vicisitudes de esa etapa de la vida. Había congeniado con ellos, y me supo mal separarme tan pronto, pero era algo a lo que ya me había acostumbrado en los viajes: a los efímeros encuentros. ¿Acaso la vida no era precisamente eso? Efímeros encuentros en una existencia fugaz.



Alberge Zarga.


Me alojé en el Alberge Zarga, ubicado  a las afueras del pueblo nuevo, sobre una duna relativamente uniforme que le confería un aspecto indómito y antediluviano.

Había varias cabañitas hechas de cañas, con una cortina en la entrada, además de dos habitaciones básicas con baño privado. Aunque me hacía ilusión dormir en una de aquellas cabañitas, finalmente opté por la habitación debido al viento que azotaba esos días. Preferí resguardarme de la arena, que se filtraba por todas partes; incluso entre los muros de mi alcoba logró introducirse, aunque en menor medida. (900 MRU por dos noches). 

La única pega que encontré fue que no había escobilla en el lavabo y no habían limpiado el inodoro. Así que imaginaros como se encontraba su interior.



Mi habitación del Alberge Zarga.

Justo al lado,  a tan solo cien metros, unas inmensas y fotogénicas dunas  se elevaban en el desierto tras cruzar un lecho seco. No pude resistirme a hacer unas fotos.  El lugar era sorprendentemente hermoso a pesar de la basura que podías encontrar en algunos  rincones. ¡Y la que debía haber sepultada por la arena!

La soledad seria total de no ser por aquella casa sin ornamentaciones, casi primitiva, amenazada por ser engullida por las dunas del desierto. Extraño objeto en tan desafiante mundo.



Sintiendo la grandeza del desierto.


Fui a dar un paseo por el pueblo nuevo. Niños y adolescentes se arremolinaban  a mi alrededor, inagotables e intensos. Sus esfuerzos por comunicarse conmigo buscaban la recompensa de pequeños tesoros que, a través de historias orales de sus padres y abuelos, debían haber oído sobre los generosos occidentales.

Hubo un tiempo en que una de las etapas del mítico Rally Dakar finalizaba aquí, y el turismo comenzaban a despuntar como una una industria importante en una población pusilánime y deprimida, que había perdido su estatus de ciudad caravanera en favor de la modernidad. Una modernidad que los sepultó. Y cuando empezaban a resucitar con el Dakar y el turismo un atentado terrorista la volvió a enterrar.



Etapa Nº 9 del Rally Paris Dakar de 1995



Cené en el comedor del albergue, en una jaima abierta, compartiendo mesa con tres jóvenes de diferentes nacionalidades: un francés, un coreano y un japonés. Cada uno de nosotros explicó su viaje. El japonés estaba recorriendo Europa y varios países africanos en una Yamaha Ténéré 700. Su proyecto era regresar a Japón tras más de un año explorando Europa, cruzar Siberia hasta Vladivostok y tomar allí un ferry hacia Japón. El francés, un habitual visitante de Mauritania, estaba realizando un reportaje fotográfico sobre las dunas de Chinguetti. El coreano, al igual que yo, viajaba como mochilero. Había logrado viajar desde Nouadhibou a Choum en el tren del hierro, en los vagones vacíos, una opción que yo había descartado desde el principio. Si lo hubiera hecho (algo que no logré) habría sido con el mineral de hierro dentro del vagón, desde Zouerate.

A las 23:00h me refugié en mi habitación, no tardando mucho en quedar dormido.


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Foto tomada desde el pueblo histórico. Al fondo, se puede distinguir el pueblo nuevo donde me alojé dos días.


Por la mañana visité el pueblo viejo, separado del nuevo por un ancho cauce seco. 

Muchas casas, con sus ventanas bajas, casi al ras del suelo, eran amenazadas por la arena, especialmente aquellas que carecían de mantenimiento y se encontraban en un estado deplorable. La arena del desierto no dejaba títere con cabeza, era la reina indiscutible de la fiesta.



Algunos edificios del pueblo Chinguetti se ven amenazados por la arena del desierto.


Por las estrechas calles, niñas de rostros bonitos se acercaban para  pedirme que las acompañara a una biblioteca, una tienda o algún otro lugar donde dejar mis ouguiyas. Eran muy intensas en sus ruegos, pero no llegaban en ningún momento a ser violentas, a diferencia de otros destinos. Chinguetti ya estaba aquejada del " mal del turista", a pesar que no fuéramos legión.

Recuerdo que una de ellas me decía: "Layla es la 'number one´.Pásate luego por mi tienda, ¡recuérdalo! 

¡Cadeau,cadeau! 

¡Cadeau,cadeau!

Era el grito de batalla,

el lema de niñas y niños.

Las bibliotecas estaban cerradas.  Abrían un poco más tarde, pero ya no volví para verlas. Con una que había visto en Oudane tenía más que suficiente.



Biblioteca Habott, Chinguetti.


Llegué, a través de las estrechas callejuelas de arena, entre construcciones de adobe con vigas de tronco de palmera, hasta la imagen más carismática y el emblema popular del país: el minarete de Chinguetti. Una antigua y austera mezquita de mampostería, con un patrón de construcción muy distinto al habitual. 

Luego, recorrí todas las callejuelas del pequeño pueblo, donde muchas casitas de adobe se desmoronaban como un azucarillo en el agua, mientras otras eran restauradas o, sencillamente, se construía nuevas casas.

Me llamó la atención el estado de los cuadros eléctricos, con sus cajas abiertas y sus bornes expuestos al mundo, amenazando con electrocutar a algún niño todavía ajeno a los peligros ocultos en esas "cajas hechizadas, creadoras de soles nocturnos".



El lamentable estado de las "cajas hechizadas" de Chinguetti.


En una callejuela, indiferente a los transeúntes, un gato fallecido  se descomponía, convirtiéndose en  alimento para diminutos oportunistas. La muerte siempre ha tenido, y siempre tendrá, un valor subjetivo y arbitrario en esta existencia.

La punta de un hierro oxidado sobresalía por  el orificio más vulnerable de todos los que poseen los mamíferos. Debió de ser un camino tortuoso, si esa fue  la manera en que dejó este mundo: ensartado en vida. Me estremecí, no por lástima, sino al imaginar lo que debió sentir en aquel momento,paradójicamente, antes de perder la vida.

Y pensar que, no hace tantos siglos, esta misma práctica era habitual en las plazas medievales para ajusticiar a presuntos delincuentes o asesinos...



Calle del viejo Chinguetti.


Mientras dejaba atrás la parte vieja, me imaginé por un momento aquella antigua ciudad caravanera en la cúspide de su esplendor, cuando esclavos negros, oro y marfil de la franja subsahariana se intercambiaban por telas, armas y otros productos procedentes de Europa. ¡Qué distinta debía ser la Chinguetti del ayer a la de ahora, con sus "cajas hechizadas"!

Crucé de nuevo el lecho seco y polvoriento que rara vez  ve recorrer el agua y me dirigí a visitar la fortaleza de la Legión Francesa.

El viento hacia chirriar los oxidados goznes del portón entreabierto de lo que, presumiblemente, fue la plaza de armas. Nadie vigilaba el lugar, estaba completamente abandonado. Las vigas de tronco se desmenuzaban y pudrían, haciendo inaccesible la parte superior, donde se encontraba un pequeño "paseo de ronda", ideal para vigilar el entorno.



Una antigua fortaleza de la Legión Francesa.


En el interior, un modesto atrio de veinte arcos apenas resistía al paso del tiempo, con sus habitaciones devastadas por la cruda realidad de los edificios que nunca más vuelven a ser habitados.



El patio interior de la fortaleza de la Legión Francesa.


Las habitaciones, algunas con puertas entreabiertas y petrificadas en la misma posición durante décadas, narran silenciosamente su abandono. Lo que parece ser una cocina todavía conservan algunos azulejos, que a nadie le ha interesado llevar para su casa. De hecho, la población de Chinguetti parece no haber mostrado interés alguno por nada de la fortaleza, ni siquiera por cobrar entrada turística.



El centro del Chinguetti nuevo, a pesar que a veces es difícil distinguir entre lo viejo y lo nuevo.


Después de una siesta, me entretuve un largo rato viendo jugar a las damas del desierto a cuatro beduinos, junto a una acacia, en la orilla del lecho  que separaba la población  vieja de la nueva. Estaban sentados  en el lado de esta última.

Poco a poco، mientras la rivalidad crecía entre los jugadores - especialmente entre aquellos que querían vencer al mejor de ellos, que ninguno era capaz de echar del tablero- comencé a comprender las reglas del juego.

Finalmente, me despedí de ellos y marché a cenar al albergue antes de ir a dormir. Allí volví a conversar con el francés, que era el único que no había dejado el alojamiento. El japonés se dirigía a Tdijikja y el coreano a Nouakchot.


👉CAPÍTULO V: ZOUÉRATE👈


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