XIII Kastila en las islas de Poniente

Kabanata XIII

La fortaleza española de la apacible Taytay 


Jueves, 07 de noviembre de 2024

El runrún del motor del autobús sonó a las afueras de El Nido, un canto mecánico que anunciaba un nuevo destino para nuestro kastila, predispuesto a descubrir los encantos de una nueva ciudad en la isla de Palawan y dejar para siempre las maravillas de otra. Por 110 pesos llegaría a Taytay, un destino a poca distancia, el autobús terminaba su recorrido en Puerto Princesa.

A las 10.00, llegó a la terminal provincial de Taytay, una sencilla estación donde la arena no había dejado de reinar en un reino de silencios largos e historias parsimoniosas. Era el Palawan más auténtico, el menos alterado por el turismo.



Estación de Taytay.



Autobús que utilizó nuestro kastila para trasladarse a Taytay.


El alojamiento D´Mesa Secret Lodge aguardaba a 650 m de la polvorienta terminal, en la avenida principal que se deslizaba sin demasiados estruendos al centro de la ciudad. Así que aprovechó para estirar las piernas e ir andando, haciendo una breve parada en una panaderia para mantener ocupado su estómago con la deliciosa bollería filipina.

No tardó en descubrir que Taytay era la contraposición de El Nido: provinciana y apacible, un remanso de tranquilidad ausente de la vorágine turística. Ni tan siquiera los motores habituales de triciclos, motos y coches eran suficientes para perturbar los oídos de nuestro viajero.

Le costó un poco encontrar su alojamiento, debido a que no tenía un cartel que lo anunciara. Situadas las habitaciones sobre un restaurante, ambos negocios bajo la mano de la misma persona. 

El precio por dos noches fue 1740 pesos, pero el costo no incluía el aire acondicionado  y extrañamente ni  agua corriente las 24 horas. La habitación disponía de un aparato de aire acondicionado, sí, pero su uso era un lujo adicional que solo se concedía a quien pagara el correspondiente suplemento.

—  Usted solo ha pagado por el ventilador — respondió secamente la propietaria cuando nuestro viajero, frustrado, manifestó su descontento.

Para colmo, la reserva hecha a través de la página de Booking no advertía que las duchas dependía de cubos de agua. Cuando pidió una justa reconsideración o descuento, la propietaria se negó rotundamente, dejando una amarga sensación de insatisfacción. No lo recomendaría a nadie.

Descendió por la avenida principal, donde el ritmo pausado del entorno contagiaba su espíritu, volviéndose perezoso y adormilado. La ciudad tenía el cariz de una siesta interminable, de nunca despertar. 

Allí, en la localidad parada en el tiempo, un anciano se acercó con un mirada cargada de recuerdos. Entablaron una conversación, desterrando historias de un Palawan remoto y casi místico. Recordó los años en que la isla era un secreto que pocos osados descubrían. Solo los viajeros de la vieja escuela — aquellos desaliñados, intrépidos y valientes soñadores — se lanzaban a conquistar lo desconocido, aceptando incomodidades y peligros como el precio a sus aventuras. ¡Cómo ha cambiado el mundo en treinta años!




Bahía de Taytay.


El sol del mediodía gobernaba con dureza sobre las tierras de Poniente, pero nuestro kastila no se rendía. Caminó por una amplia avenida que culminaba en unos muelles escalonados. A la izquierda, una esplanada con un pórtico ofrecía sombra a los pasajeros que aguardaban transporte en el Taytay Port. Pensó en alquilar una barca para explorar las islas al día siguiente; pero prefirió, finalmente, optar por una motocicleta.

Al otro lado, una pequeña carretera llevaba a la imponente Fuerza de Santa Isabel, una sólida fortaleza española que aún resistía el paso del tiempo, contando en silencio las historias de un ayer distante.



Paseo marítimo  que da acceso al puerto y el histórico fortín Fuerza de Santa Isabel


Las construcciones de los españoles en Filipinas tenía un aire de templos ocultos en la selva, de estar en una película de Indiana Jones, con el musgo verdoso y ese color oscuro que desprendían. Le encantaba visitar aquellas construcciones antiguas.



Lateral de la Fuerza Santa Isabela ubicada al lado opuesto del Taytay Port.


La Fuerza San Isabela fue construida en 1667 bajo la dirección de la orden de los Agustinos Recolectos. Soportó varios asedios por los piratas moros. La pequeña población se refugiaba con los españoles en esta fortaleza para soportar el acorralamiento impuesto por los musulmanes cuando les daba por aparecer con no muy buenos modales.



Una parte del frontal  de la Fuerza Santa Isabela.


Un hermoso y buen cuidado parterre encabezaba el acceso a la fortaleza. El portalón de entrada tenía bajo relieve en la piedra, en su parte superior, el escudo de armas de España. Confirmando rotundamente su origen, por si algún fanático conspiranoico tenía alguna reticencia y pensaba que fue construida por alienígenas.¡ Nunca se sabe en este mundo de egos fantasiosos!


 


El escudo de armas de España grabado en el muro.



La entrada costó 80 pesos. Dentro, un modesto museo ofrecía vestigios sin grandes pretensiones, sin ínfulas de grandeza. Y en la parte superior, una antigua plaza de armas albergaba en su centro una modesta capilla y algunos cañones antiguos que si se lo propusieran podrían volver a tronar y hacer temer a sus enemigos procedentes de la mar.

Mientras exploraba, una joven adolescente lo observaba con ojos de curiosidad, como si hubiera encontrado a un visitante de otro planeta. Nuestro kastila, para disipar cualquier temor, le dedicó una sonrisa afable. Ella respondió tímidamente y regresó victoriosa con su grupo de amigos. En Taytay, los turistas seguían siendo una rareza, incluso tan cerca del El Nido.

El tejado de la capilla era nuevo, tal como había comprobado por imágenes de años anteriores que se mostraba la construcción desnuda de arriba.
 




Capilla de Fuerza Santa Isabela.


Cerca de la fortaleza había un grupo de humildes palafitos de tejados de uralitas que le traía recuerdos de sus felices días en la Región de Loreto en Perú. Un modesto pescador recogía el pequeño pescado enredado en una malla de pesca extendida sobre el muro de un rompeolas. Se quedó un rato mirando aquel lugar que parecía poderse solo acceder a través de canoa.

 



Humildes palafitos sobre tranquilas aguas.



Antes de comer, el viajero cambió 100 euros en la casa de empeños Palawan Pawnshop, obteniendo una pésima tasa de cambio: 6100 pesos. Además, la transacción fue lenta y frustrante, contres visitas a la ventanilla que le hicieron perder media hora.

Después comió en un sencillo local al lado del mercado central. Mientras comía pescado jugo a Piedra, papel  o tijera con la niña de los propietarios, que a falta de atenciones de los adultos y aburrida como un perro abandonado en una finca de fin de semana, veía pasar lentamente los días laborales. La pequeña aprendió rápidamente, arrancando risas a dos comensales mayores que observaban la tierna escena entre la niña y el extranjero.

Con el sol todavía reinando, pero ya más indulgente, se dejó  llevar por un paseo que le llevó a ascender por una pista de tierra bordeada por una compacta vegetación y humildes casas. La ruta estaba bastante transitada de motos. La pista llegó a una carretera asfaltada. Siguió a mano izquierda el asfalto, junto a pequeño villorrio de casitas. Desde allí, tenía una increíble panorámica de la bahía de Taytay.


 
Panorámica de la bahía de Taytay.



Para volver al centro se le ocurrió descender por un camino difuminado que lo llevó a un propiedad privada, un solar amurallado de chapa de acero que lo hacía inaccesible desde la calle, que en su interior tenía un casa que recordaba  la Casa de Neibolt Street de la novela de éxito It de Stephen King. Por fortuna, un canal seco de aguas residuales dejaba un pequeño acceso al exterior que aprovechó para cruzarlo; la otra alternativa era ascender de nuevo, y era algo que quería evitar a toda costa.

En la vertiente de la montaña que descendía a Taytay, unas enormes letras iluminadas de color verde destacaban en la penumbra, proclamando el nombre de la localidad contra la oscuridad de la noche. Fue la última imagen que quedó grabada antes de regresar a su alojamiento, donde el día cerró sus telones y la nueva función se preparaba en el mundo onírico de nuestro viajero escrutador. 


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