XI Kastila en las Islas de Poniente

 Kabanata XI


"Turisteando" entre islas.


Martes, 5 de noviembre de 2024

La noche anterior, nuestro Kastila decidió entregarse a la promesa de aguas turquesas y secretos insulares. Entre las opciones de tours A, B, C y D, que pululaban como hojas de un mismo árbol en los alojamientos y oficinas de turismo, escogió el Tour A. Pagó 1200 pesos, más 400 por unas tasas que, cual llave mágica, le concedían acceso durante cinco días a aquellos parajes soñados, aunque solo utilizara uno de los cinco.

Se presentó en la recepción del hotel, a las 08.45, un adolescente taciturno que lo acompañó hasta la exigua playa de Corong-Corong ,frente al Café Atenas. Allí, la arena del El Nido, reflejaba tímidamente en el agua rostros barbudos de antiguos europeos, al menos eso le pareció a nuestro viajero, soñador por naturaleza.

El caprichoso cielo de las islas de Poniente se mostró compasivo aquella mañana. Contra todo pronóstico meteorológico, el sol bañaba con suavidad a los turistas que, sin temor a no zarpar, iban llegando pausadamente desde sus respectivos alojamientos. Pronto fueron apiñados en grupos y dirigidos hacia un embarcadero flotante que danzaba al ritmo del suave oleaje. Bajo sus pies, una sensación de embriaguez de seis de la mañana de un domingo cualquiera, mareaba a nuestro kastila.

La bangka que les correspondía era una nave alargada, con dos hileras de bancos en la cubierta techada. Sobre esta, un piso superior ofrecía una plataforma descubierta, excepto donde estaba colocado transversalmente un banco para cuatro personas. Eran veintiséis almas, cada una con su historia, sus expectativas. El responsable de la embarcación dio una breve presentación antes de partir. Algunos pasajeros, entre ellos nuestro viajero, subieron a la parte superior.

Nuestro Kastila, ávido de vistas y brisas, subió a la parte descubierta, donde se encontró con tres jóvenes italianos, una pareja neerlandesa y dos parejas españolas que se acomodaron en un banco cercano. El barco, como un coloso tímido y siendo el más lento de todos, rompió suavemente las aguas, dirigiéndose a su primera parada: Seven Commando Beach.

Aquella playa, esculpida por un Dios caprichoso, estaba incrustada en una isla de verticalidades y rugosidades imposibles revestida de una flamante vegetación tropical. Se les presentó como un espejismo hecho realidad: arena blanca  y un palmeral en el fondo del escenario albugíneo. A pesar de ser temporada baja, la playa ya bullía de turistas, predispuestos algunos a entregarse a su primer baño en el Mar de la China Meridional.

Las bangkas, diligentes, dejaban a los turistas antes de retirarse al azul profundo, dando paso a los siguientes. Nuestro Kastila, con una sonrisa que le iluminaba el rostro, dejó que las aguas saladas lo bautizaran en aquel escenario de sueños infantiles. Allí, mientras el líquido celestial refrescaba su cuerpo, imaginó lo que habría sido llegar al amanecer a esa caleta en kayak desde El Nido, sin turistas, la sensación que debería haberle embargado.



Seven Commando Beach.



Entre imponentes murallas de piedra caliza, esculpida con paciencia desde tiempos inmemoriales, se abría paso un estrecho y poco profundo canal, como un umbral secreto hacía la mítica Gran Laguna (Big Lagoon). Para cruzarlo y adentrarse en su santuario de aguas tranquilas, los visitantes debían alquilar un kayak (300 pesos).

Nuestro kastila, aunque encandilado, demostró cierta torpeza al principio: el remo parecía tener vida propia, moviéndose descoordinadamente, golpeó a un marinero que le ayudaba a separarse de la bangka. Sin embargo, con el paso de  los paleteos, consiguió desplazarse al interior, no sin movimientos rudos, que hubieran desentonado en una procesión de kayaks.

La Gran Laguna, rodeada de altas paredes de rocas que parecían custodiar un secreto ancestral, era un espectáculo que dejaba a todos boquiabiertos.

Las bangkas, demasiado grandes y orgullosas para entrar, aguardaban pacientes en la entrada, semejantes entre sí, el nombre de su embarcación fue  su luz, la guía para no perderse.




La Gran Laguna (Big Lagoon).




Peñasco solitario en el archipiélago de Bacuit.


Fueron a una preciosa calita en una isla próxima a la Laguna Grande. Tuvieron que hacer a nado los últimos metros para llegar a ella. En una sección contigua, separada por caliza  y accesible a pie de la calita colocaron la comida preparada sobre una mesa plegable, incluido en el Tour.




La calita donde pararon a comer.


Luego, se entregaron al placer de un chapuzón en las cristalinas aguas, donde el tiempo perdía todo sentido. Cerca de la  solitaria mesa, varios córvidos, agiles e inteligentes, revoleteaban, aprovechando los restos recientes de comida esparcidos sobre la arena.

La travesía continuó hacía  Secret Lagoon, un rincón escondido de una isla, una pequeña piscina natural en el interior de una islote que había que acceder a nado por una oquedad en la roca. Tras esa visita, en el lado de enfrente, un islote menor escondía  una más  pequeñita y  con mayor facilidad de acceso.

Permanecieron en aquella zona unos treinta minutos, mientras el cielo se encerraba en sí mismo, donde las gordas nubes robaban lentamente la luz, una luz que hubiera sido un regalo para la siguiente parada.


Secret Lagoon.


La siguiente parada fue la playa de Payong-Payong, un rincón privilegiado para el snorkel, donde la vida marina desplegaba su vibrante espectáculo. Apenas llegaron, el más osado de las dos parejas españolas que viajaban en la planta superior decidió tomar el rol de guía improvisado, incitando a los demás a seguirlo hacia las cercanías de los acantilados, creyendo saber más que las tripulación.

Nuestro Kastila, en cambio, se lanzó al agua con menos pretensiones… pero con un poco de mala suerte. Al saltar desde la bangka, el tubo de buceo se le desprendió y, con la indiferencia solemne del mar, fue engullido por las profundidades. Allí, donde el lecho marino parecía un abismo inaccesible, ni nuestro viajero ni la propia tripulación pudieron recuperarlo.

Mientras buscaban sin éxito el tubo perdido, uno de los guías lanzó un aviso emocionado: una tortuga marina cruzaba con serenidad entre un banco de peces. Todos los que estaban atentos al espectáculo disfrutaron de su majestuosa aparición, pero no así nuestras parejas de españoles, que, entretenidos en su aventura cerca de los acantilados, se perdieron el momento por completo. La tortuga, indiferente al drama humano, desapareció en las aguas como un suspiro.

Poco antes de que la bangka emprendiera el regreso, el cielo se partió en mil pedazos. Como si descargara un rencor acumulado, una lluvia torrencial cayó con furia, un verdadero diluvio que parecía anunciar el fin de los tiempos. Los turistas, presas de la tormenta, se refugiaron en la cubierta inferior, apretados unos contra otros en busca de calor y cobijo. Pero un solitario viajero como el nuestro, despreció la protección, y con estoica perseverancia quedó inmóvil y desprotegido. Dejó que el baldazo lo golpeara sin piedad,  como un penitente que encuentra redención en el castigo. Y, aunque empapado , su expresión asomaba una satisfacción extraña, casi mística, como si hubiera pactado con Satanás desangrarse aquí, en la Tierra, para sí poder entrar en su reino de placer desmesurado.

Al regresar a la bahía de El Nido, el mar, caprichoso y aliado de los marineros, pareció sellar un pacto: la tormenta se detuvo justo al llegar al muelle. Como si aquel "fin del mundo"  fuera un cómica caricatura del verdadero final de todas las cosas que vibran en nuestro planeta azul.




Recorrido del Tour A.


Aunque nuestro Kastila solía evitar las excursiones grupales, esta vez fue diferente. Traicionando su propia naturaleza, se sintió feliz. Más aún, disfrutó como un niño, con esa alegría pura y despreocupada que rara vez visita a los adultos.

Y es que el agua tiene esa magia inexplicable, ese vínculo ancestral con el ser humano, como si nuestra genética  quisiera seguir honrando a nuestro antiquísimos antepasados acuáticos, como si todo fuera uno, como si nada fuera interdependiente en un mundo diseñado matemáticamente con cálculos y formulas incontenibles en el cerebro. 






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