V Kastila en las islas de Poniente

 Kabanata V

Los soldados de la  batalla de las Termopilas rinden homenaje a los chicos de De Las Morenas.


Lunes, 28 de octubre 2024

La credibilidad de un relato no reside tanto en lo que se dice, sino en el arte cómo se dice, quién lo dice y cuantas veces se repite. A mayor repetición, más verosímil parece. Y es que la verdad, muchas veces, queda relegada en segundo o tercer plano, siendo lo que menos importa. 

Los héroes nacionales rara vez son figuras unánimes; para unos, son símbolos gloriosos, para otros, meros asesinos o genocidas. En estos casos, el relato suele pesar muchísimo más que la verdad. Los intereses patrióticos, egoístas por naturaleza, tienden a  sus figuras más relevantes. Sin embargo, en Filipinas, a contracorriente, ocurrió algo singular y profundamente compasivo y extraño en la historia de la humanidad, que los enemigos reconocieran su loca hazaña y el valor de sus opresores en el asedio de Baler.

Los tagalos, a pesar de que el destacamento español del Baler eran un obstáculo para su independencia - aunque en realidad ya no lo eran, sino los norteamericanos, algo que aún ignoraban, pues solo cambiarían de amo-, rindieron un homenaje  cuando los españoles dieron por finalizado el asedio al percatarse que España se había rendido y Filipinas ya no les pertenecía. Su coraje, resistencia y valentía, transcendiendo nacionalidades, les ganó un respeto que perdura hasta hoy.

Es irónico que, quizás, esos soldados sean más venerados en Filipinas que en su propia tierra. Esta historia, poco conocida en la península ibérica, habría sido elevada a la categoría de mito por griegos, romanos o anglosajones.

En el vasto teatro  que es la humanidad, el destacamento del capitán de infantería Enrique de las Morenas y Fossi se alzan como protagonistas de una epopeya de resistencia, valentía  y obstinación, una hazaña tan impresiónate como rocambolesca. Desde la eternidad, acaso los 300 espartanos de las Termopilas les hayan rendido su propio homenaje.



Edición del Noticiero de Manila del  miércoles, 26 de julio de 1899


A las 09:00 h, nuestro kastila, aun con el sueño rondándole, antes de visitar la Iglesia de Baler, tomó un tuk-tuk para visitar la Cascada Madre, situada a media hora de viaje. Sin prestar demasiada atención, no negocio el precio que le ofreció el taxista. Pensando que era 100 pesos y no 1000, y pensando que la cascada estaba a solo tres kilómetros desde Baler. Sin embargo, la distancia de tres kilómetros correspondía a otra localidad más lejana. Si hubiera regateado, tal vez habría conseguido un precio algo más bajo.



Cascada Madre de Baler.


Pagó la entrada en una caseta de madera con techo de palma (30 pesos) y, para su disgusto, tuvo que abonar 300 pesos adicionales por un guía obligatorio. Nuestro viajero, amante de caminar  en soledad, protesto sin éxito. Ofreció, incluso, pagar la tarifa a cambio de ir solo, pero la negativa fue firme. Resignado y molesto, se comportó como un niño enfurruñado, apenas dirigiendo la palabra a la guía, quien no tenía culpa de nada.

El sendero avanzaba junto al río, obligándolo a mojarse los pies en varias ocasiones, aunque sin mayor dificultad, El último tramo, un pequeño cañón envuelto en exuberante vegetación, era un espectáculo para los sentidos. La caminata culminó  en una amplia poza y el agua rabiosamente cayendo desde unos siete metros. Solo necesitaron veinte minutos para llegar a la cascada. Llegaron los tres, sí, los tres he dejado escrito, porque, además de la guía, los acompañaba un alegre y mestizo perro.


Cascada Madre de Baler

De regreso, tras apenas cruzar palabras, le dio una propina a la mujer. Y el tuk-tuk  de los 1000 pesos, en el cual estaba incluido la espera y la vuelta, ¡faltaría más! le pidió que lo dejara frente a la iglesia de Baler. Dentro de aquella esfera  de hojalata acoplada a la motocicleta, se sentía el hombre más vulnerable del mundo, con la inquietante sensación de que, en la primera curva, sería lanzado hacía la jungla como una bala de cañón.



Kastila viajando en Tuk-tuk por la sorprendete región de la Aurora.


Mientras observaba la iglesia desde el exterior, imaginó las penurias de aquellos hombres que, rodeados y superados en número, se aferraron con fiereza a sus ideales. El modesto templo, ahora tranquilo, era testigo mudo de una resistencia legendaria. 

Al recibir su móvil , agradeció al motero filipino la foto con una sonrisa y cruzó el umbral, sintiendo cómo el peso de la historia envolvía el aire. El motero se unió con sus compañeros en el exterior, junto a sus motos de gran cilindrada.

El intenso fuego de la juventud volvía renacer en él, y sintió una punzada de envidia, al pensar en aquellos hombres que salieron victoriosos de tan largo asedio, sintiendo en carne propia esa mezcla de camaradería, sacrificio y la lucha por algo más grande que uno mismo, aunque fuese absurdo o fútil desde la distancia del tiempo o sin distancia.

Pero la realidad era que la iglesia era solo un símbolo, un eco débil del pasado, que solo era recordado por unas placas conmemorativas en la fachada principal.



La nueva iglesia de Baler construida sobre los cimientos de la que soportó el famoso asedio del destacamento español.


En la misma calle, en el lado contrario, había un local donde suministraban agua purificada para rellenar los garrafones azules que muchos negocios tenían. También se podían rellenar una cantimplora por tan solo 5 pesos. Solían haber en todas las ciudades, pero no siempre estaban a la vista. Sacó su cantimplora y  se la rellenaron de ese preciado líquido. En Manila, en Ermita, ni tan siquiera le quisieron cobrar los cinco céntimos. Bebió un largo sorbo y continuo explorando el centro de la ciudad.



Comercio de agua purificada.

Aunque la lengua española ya se había perdido; Baler, a diferencia de otras ciudades filipinas, mantenía más palabras cotidianas en español en su vocabulario que otras regiones, al menos eso le pareció a nuestro kastila, tal como reflejaba la foto de arriba. 

En el corazón de la localidad, el Museo de Baler ofrecía un interesante recorrido por la historia reciente. En la planta baja, gran parte del espacio rendía homenaje al asedio, con mapas, objetos y relatos que inmortalizaban los 337 dias de resistencia. Pagó los 100 pesos y se adentró en busca de anécdotas o curiosidades.



Museo de Baler.


Se dirigió a pie a la playa, situada a unos treinta minutos. Había varios hoteles de categoría superior y algunas pensiones en primera línea de mar, pero la atmosfera era tranquila y habían muy pocos turistas. Gracias a la referencia del mar nuestro viajero conseguía tener una referencia fiable entre las estrechas calles de concreto, que a veces eran un poco liosas.

La playa, popular en temporada alta, estaba desierta, salvo por dos chicos practicando surf, que debían ser novatos por las dimensiones diminutas de las olas; desde luego, no era época propicia para expertos sobre tablas. Un filipino le preguntó si deseaba aprender a surfear y, aunque podría haber sido una experiencia interesante, rechazó la oferta.

Los imponentes acantilados de los extremos de la bahía cubiertos de vegetación selvática le daban al lugar una belleza especial, pese a no tener la arena la hermosura de muchas playas filipinas y sus aguas embravecidas no fueran suficientemente apetecibles para bañarse.



Baler Beach


Paseó por el bulevar marítimo con aire decante hasta la desembocadura de un río, junto a unos feos y mastodónticos  bloques de hormigón que hacían de rompeolas. Y se internó por un barrio bastante pobre, junto aun embarcadero de humildes pescadores. Había una gradería de hormigón en la orilla, se sentó un rato para ver trabajar a los hombres de mar en sus barcas tradicionales con sus característicos estabilizadores.  



Las tradicionales embarcaciones filipinas

A las tres de la tarde, estaba otra vez en calle de la estación de autobuses a Manila, junto a ella había un humilde restaurante. Se sentó a comer un poco de pescado y arroz (150 pesos). Luego, se fue a descansar un poco de las altas temperaturas.

El resto de las horas de la tarde las dedicó a pasear , cenar y charlar con algún filipino.

Baler, contra todo pronóstico, fue la localidad que más le agradó de su viaje a Filipinas. No esperaba mucho de ella, pero tenía de todo sin destacar en nada. Baler le enamoró, sin lugar a dudas.



👇😜CAPÍTULO VI😜👇




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