III Kastila en las islas de Poniente

Kabanata III 

La resaca de la tormenta tropical Trami 


Sábado, 27 de noviembre de 2024

Nuestro aventurero Kastila  disfrutó del desayuno en el restaurante del alojamiento, sentado en la solitaria terraza del restaurante, donde había pernoctado, pagando religiosamente lo consumido, pues no estaba incluido en el precio de la habitación.

Con el anhelo de visitar el Lago Taal y su caldera volcánica, se dirigió a la  costera población de Tagasay, muy cercana a Barangay. Sin embargo, al llegar al principio de la carretera de Tagaytay a Tagasay , junto a la rotonda de Ninoy Aquino Circle, se topó con  una señal de tráfico ( prohíbido el paso) y dos policías que advertían que se encontraba cerrada. Había leído sobre un  trillado sendero que conducía hasta la orilla del lago.

Un avispado conductor de tuk-tuk, viendo que podría tener un potencial cliente, informó  a nuestro infatigable kastila que, debido a la reciente tormenta tropical, la carretera y los caminos se hallaban completamente intransitables, con deslizamientos de tierra bloqueando largos tramos del asfalto.



Lago Taal


Decidió tomar la carretera hacia Barangay (Ligaya Drive) , bien asfaltada y una orografía resistente a los vaivenes de la cólera de los cielos, con un rodeo considerable. Aun así, a pesar de los kilómetros, prefirió recorrerlos a pie; necesitaba estirar las piernas tras tantas horas sentado en transportes públicos. 

En el trayecto, le sorprendió la cantidad de ciclistas filipinos que surcaban los caminos negros. Observó, asombrado, cómo algunos delgadísimos jóvenes ciclistas adelantaban a camiones en subidas del 4% al 6% de pendiente, desplegando una fuerza sobrecogedora, salida de un comic de Marvel. ¡Qué poderío tenían aquellos isleños de Poniente! No le extrañaría ver  algún día a un filipino compitiendo en el Tour, si es que aún no lo hacían.

Tras una hora, descendiendo por la serpenteante carretera, un joven en scootter se apiadó de nuestro viajero y lo invitó a subir a la moto hasta Barangay, junto al lago. La ruleta de la fortuna volvía  a sonreírle, mientras el sol brillaba con el vigor que solo lo sabe hacer entre los trópicos de Cáncer y Capricornio. En el cruce, se bajó y agradeció el  solidario gesto del aborigen..

Uno grupo de chavales corrió hacía a él, solo al verlo bajar de la moto, llevándolo a un sombrío solar donde varias bangkas reposaban junto a la orilla. Estas embarcaciones tradicionales, con patines laterales para la estabilidad, lucían como insectos zapateros cuando se deslizaban por la superficie del lago. Al menos, a eso le recordó al verlas por primera vez a nuestro kastila. Quizá, pensó, algún antiguo isleño, cansado de volcar, había inspirado su diseño observando a esos insectos.

Le ofrecieron un tour por 3000 pesos, reduciéndolos a 2000 pesos al observar una expresión de perplejidad  en el rostro de nuestro kastila. Aun así, rechazó amablemente, no era gasto que debiera permitirse.

Continuó  caminando hacía Tagasay, donde el temporal había dañado la avenida principal y sus aledaños. Descubrió con resignación, que toda la orilla estaba privatizada, incluso la desembocadura de una riera. En Filipinas, la falta de una ley de costa permitía este desaguisado arquitectónico.  




Todo lo que había arrastrado el temporal flotaba en la orilla del lago Taal.



Un coche arrastrado por el fangal.




La vida continua después de la tormenta.

Algunos vehículos destrozados decoraba el dañado paisaje urbano, mientras en la orilla del Lago Taal se extendía un manto compacto de desechos, se había convertido en un improvisado "Punto Verde", cubierto de ramas, plásticos y residuos arrojados por la tormenta Trami, casi un tifón. En un lateral, una fila de ciudadanos esperaba ordenadamente ante un camión cargado de víveres, el gobierno repartía ayuda a quienes, desplazados por el desastre, aún no podía regresar a sus hogares. En esta región, la tormenta había dejado un saldo trágico: 58 vidas perdidas.

Días después, de forma irónica y dolorosa, lluvias torrenciales azotaron la Comunidad Autónoma de Valencia, causando aún más muerte que en Filipinas, un país donde muchos habitan en frágiles chamizos. Para nuestro viajero, le resultó incomprensible que en un país con muchos más medios murieran más personas que en uno con menos. Estaba claro, pensándolo fríamente, que el problema radicaba en la prevención

A pesar de las desgracias en las islas de Poniente, los filipinos sonreían al viajero y se paraban a hablar con él. Algunos le pedían hacerse una foto, iluminados por expresiones de esperanza y resiliencia, como ángeles en medio del caos.






Jóvenes de Tagasay.




Pespectiva del Lago Taal desde la carretera de Tagasay a Tagaytay.


Recorrió la pequeña localidad y pidió permiso para acceder al pequeño puerto. Un vigilante amable permitió su paso; pero otro, menos cordial, intento expulsarlo. Sin embargo, el primero, refirmando su autoridad, insistió en que podía llegar hasta la orilla junto a unas naves industriales.

Al salir  de la localidad, equivocó el cruce hacia la carretera de Tagaytay, pues el lodo cubría todo el asfalto. Continuó por la costera, que alternaba con pequeños tramos de barro y maleza. Dos grupos de personas le advirtieron que ese camino se alejaba más que acercarle, y finalmente, aceptando el consejo, regresó al centro de la población, donde encontró el camino principal cortado por una masa pringosa de barro.

Los primeros kilómetros, cubiertos por deslizamientos, eran transitables a pie con sumo cuidado. Cables de luz pendían casi en el suelo, debido a postes de luz inclinados o apoyados diagonalmente en algún elemento de la naturaleza, y las humildes casas de uralita, vacías, componían un paisaje apocalíptico. Solo perros asustados vagaban por la zona, algunos ladrando más por miedo que por agresión.

Al avanzar varios kilómetros y alcanzar una altura considerable, en una curva encontró una magnífica panorámica del Lago Taal. Ante sus ojos se extendía la caldera volcánica sumergida, una de las más bajas del planeta ( 311m), con su lago interno y el islote Volcano Island en el centro. Hacia semanas, el volcán había entrado varias veces en erupción, lanzando columnas de vapor hasta alcanzar dos kilómetros de altura, recordando  al ser humano lo vulnerable que es.

Cuando más cerca estaba de la localidad de Tagaygay, peor se tornaba el camino negro. Enormes masas de tierra arrancadas de las paredes naturales ocupaba grandes espacios del asfalto. Al atravesar una, el viajero comenzó a hundirse como en arenas movedizas, pero logró solventar, lo que parecía el final de sus días, gracias a un enorme tronco cercano, arrastrándose como un reptil luchando por su vida.

Decidió que era el fin de la aventura y emprendió el regreso a la localidad costera, optando por tomar un taxi hasta su hotel. En el descenso se cruzó con los ciclistas filipinos que había pasado andando hacia quince minutos y a los cuales informó de la peligrosidad a la que se iban a enfrentar. Diez minutos más tarde, vio bajar a los ciclistas que les sonrieron. Tampoco quisieron enfrentarse cara a cara a la Parca aquel día.



Las piernas de nuestro kastila después de intentar subir por la carretera cortada a Tagaytay


"That American thinks he´s all that! Look at him!" Escuchó a algunos jóvenes decir en voz alta y  jocosamente al observar a nuestro kastila embadurnado de barro sus extremidades inferiores. Aprovechó una manguera que utilizaba un filipino para limpiar la calle y, sin más ceremonias, se aseó, quedando completamente limpias sus piernas.

Más tarde, una jovencita le preguntó sí estaba casado. Al hacerse el desentendido, algunos transeúntes entre risas repitieron las palabras mágicas que debían transformar en la mente de la jovencita en un sello de entrada del Reino de España en su pasaporte filipino. Reflexionó sobre sí mismo, imaginando las exigencia de un romance con alguien mucho más joven.

Las erecciones espontáneas eran cosa de la juventud, ahora cada erección era un triunfo a la perseverancia y  una conexión con la otra persona. Las erecciones ahora eran demasiado selectivas y vulnerables.

Sin embargo, no juzgaba a la joven, en busca de mejoras sustanciales a través del amor, sin parar a pensar en los inconvenientes de su viejo amante. 

Después de preguntar a varios conductores de tuk-tuk, acaba subiendo a uno (400 pesos) que le devolvió al centro de Tagaytay. Allí disfruto de un plato de arroz con marisco y un zumo ( 200 pesos), y , posteriormente, se tomó un delicioso capuchino de caramelo en un pequeño local encantador.

 A las nueve de la noche, se retiró a descansar, pero no sin antes intercambiar palabras con un joven  y apuesto italiano que trabajaba en el hotel, que no sabía si era copropietario o empleado, pero que le dio la impresión de ser la primera opción.  Y así concluyó una intensa jornada, fruto de una inesperada carambola del destino.



👇👇☠️Capitulo cuarto☠️👇👇




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