II Kastila en las islas de Poniente

Kabanata II

De esos extraños momentos caóticos de azarar al arribar a un nuevo lugar


Viernes, 25 de octubre de 2024

Ciertamente, el espectáculo no era nada espléndido a la vista. Nuestro kastila, reclinado en los cómodos asientos posteriores del taxi contratado por la aplicación booking (15,70 euros); observaba, a las dos de la mañana, con párpados pesados, una ciudad aletargada, surcada por almas amodorradas, almas de rocío perenne sin útero protector. Sin embargo, no le pareció una ciudad peligrosa, no mucho más que otras asiáticas.

Soñaba despierto, mientras el taxi recorría la autovía rumbo al alojamiento, ubicado en el mismo distrito que el aeropuerto: Pasay. En su mente extenuada danzaba la imagen de la hermosa azafata del avión procedente de Beijing, con su rostro blanquecino por los productos centenarios y su vultus severus, pero con una mirada sensible. Se preguntaba ¿Cómo sería conquistar su corazón y vivir una apasionada vida a su lado. Aprendiendo a entonar la melodiosa, aunque esquiva, lengua de Confucio? Fantasear era balsámico, un refugio inexorable donde los espíritus del mundo no podían acceder para lastimar su naturaleza frágil como un jarrón de porcelana. Allí, las  heridas nunca se producían. Era su historia, su mundo. Algunos le dirían la tierra de los cobardes; otros, la de los cabales.

El conductor seguía las indicaciones de Google Map, serpenteando callejuelas estrechas, salpicadas de oquedades repletas de agua de las recientes lluvias. A un lado, locales cerrados, al otro triciclos en hilera que estrechaban la calle. En un recodo, un tuk tuk bloqueaba el paso de su Toyota Hiace. Fueron más de cuarenta minutos que necesitó el conductor para encontrar el Airport Hostel Manila ( 933 pesos), cuya ubicación revelaron unas mujeres sin umbral ni ventanas que las protegiera de la noche.



Taxi utilizado para ir del Aerpuerto al hotel.

La "arboleda" no les había  dejado ver a muchos, ya que Maynila en tagalo, según  el historiador  Hugh Thomas, era lo que significaba. Sonrió con la ocurrencia que tuvo nuestro viajero al pensar que la noche era más plácida de lo que había leído, que algunos solo había visto las "copas de los árboles" y se habían amedrentado.

La habitación, mondo y lirondo, sin ventanas ni aire acondicionado, era un tortuoso y asadero  espacio que el estrepitoso ventilador de pie no conseguía doblegar al mercurio del termómetro. Pero al viajero, vencido por el agotamiento a las tres de la madrugada, cedió abatido al sueño y cayó en un abismo profundo, indiferente al infierno, aquí en la Tierra.


Sábado, 26 de noviembre de 2024

Sonó  a las ocho de la mañana el despertador del móvil, irrumpió como una cacofonía registrada en los sórdidos mundos de los que han perdido la razón y enloquecen cada despertar en una algarabía indescifrable. Nuestro kastila se levantó como si sintiera sobre su cuerpo el peso de un sillar de la Pirámide de Keops.

Tras un esfuerzo monumental, logró acicalarse, y aunque su espíritu estaba cansado y era un pesimista existencial convencido, no solía levantarse malhumorado ni maldiciendo como algunos optimistas ni tan siquiera nunca lo veías compadeciéndose ni levantar la voz a nadie, era un humano extraño, pero no mucho más extraño que los siete mil millones de humanos cuando dejaban de interpretar, cuando nadie los miraba.  

Bajó al pequeño comedor y miró de reojo la piscina, que le recordó una balsa de riego, aguas sucias que ahogaban cualquier anhelo de sumergirse. Con resignación se tomó un Cola Cao y mordisqueó desganado un sándwich raquítico que apenas se podía llamar desayuno, a pesar de formar parte del precio de la habitación. Fregó el vaso y salió a la calle en busca de información para llegar a la estación y comprar una tarjeta de prepago SIM.

Recogió  a la media hora su equipaje y solicitó por la aplicación de Grab un taxi (180 pesos) para que le llevaran a la estación de autobuses Buen día, después de recibir las indicaciones en la estación de autobuses cercana al hotel, sobre el lugar exacto desde donde partían los autobuses hacía Batangas, al sur de Manila.

Sin embargo, el cansancio le jugó una mala pasada. El taxista, fiel a las indicaciones  recibidas de la aplicación de Grab, lo dejó en la estación de metro Buen día. Solo entonces, cuando el vehículo se alejaba, comprendió nuestro kastila su error. El fallo había sido suyo, no del conductor. 

Aprovechando el error, caminó un poco por el centro financiero y moderno de Manila, situado muy cerca de la parada de metro. En uno de sus locales accedió para comprar una tarjeta de prepago SIM con la compañía GOMO ( 900 pesos por 30 GB sin llamadas). La dependienta transexual , amable y paciente, lo ayudó a registrarse en la aplicación, gesto que él agradeció con una generosa dádiva. Tuvo cobertura en todo el viaje y funcionó de maravilla. Más contento no pudo estar al acabar el viaje con esta compañía telefónica.

Finalmente, con otro taxi Grab, llegó a la estación correcta no sin antes cerciorarse de ello. No era más que un pequeño solar sin asfaltar, suficiente apenas para albergar no más de seis autobuses. Subió a bordó, y en cinco minutos el vehículo comenzó su marcha hacia Batangas (180 pesos).

El trayecto por la autopista duro dos horas y media. Al borde de la carretera pudo observar carteles que le transportaban a España, susurrando una pasado hispánico, cuando España y Filipinas compartían un destino como una sola unidad política, cuando en España nunca se ponía el sol. Nombres como Puebla de Oro o Cuenca eran ecos lejanos de unas islas de Poniente hispánicas.

Al llegar a la última parada, el autobús dejó a los últimos pasajeros en la terminal más próxima al puerto. Nuestro kastila se encaminó hacia las instalaciones portuarias. Allí, un aire de desolación lo envolvió: taquillas cerradas con el lacónico anuncio de "cancelled",  jóvenes mochileros recostados  en la sala principal junto a sus grandes macutos, unos macutos que nuestro viajero ya no podía cargar, sus lumbares no se lo permitían. 

Se dirigió  a la oficina de información, ubicada en el centro de un pasillo, en busca de respuestas, pero solo ofreció frustraciones. El inglés norteamericano con la dicción filipina resultaba todavía más complicado de entender para nuestro viajero. Sin embargo, con esfuerzo y paciencia, consiguió comprender la situación. Definitivamente,  su viaje a Romblón desvanecía y abría la segunda opción. Filipinas tenía muchos lugares interesantes para que a nuestro viajero le frustraran, además su manera de viajar siempre había sido de improvisación, odiaba programar un viaje, a pesar de que penalizara a la hora de ver cosas. Pero para él, viajar era mucho más que visitar lugares de interés. 

Algo resignado, comió un trozo de pizza en un Seven Eleven, una cadena de alimentación omnipresente en el país, pero sin el alma de un plato bien servido. Retornó después a la estación de autobuses y cambió de planes. Compró un billete hacia Tagaytay (180 pesos), aceptando las vicisitudes del viaje como parte del mismo. Para llegar a la estación, tomó un tuk-tuk, esas pequeñas cápsulas motorizadas que daban la sensación de querer abrazar a la muerte en el más mínimo error.



El triciclo que llevó a nuestro kastila a la terminal de autobuses de Batangas


El problema  que  a esa hora de la tarde no había ningún  autobús  directo  desde Batangas a Tagaytay. A las 18:30h el conductor  lo dejó en una pequeña población cuyo nombre olvido. La noche ya había extendido su manto oscuro sobre el sur de la isla de Luton.

Preguntó para ir a Tagaytay en la  estación de autobuses, ajena a toda actividad, vacía y apagada. Se sentó  en unos bancos junto a una Van estacionada, con la puerta corredera abierta y sin nadie en su interior, dudando que jamás fuera a llenarse de pasajeros.

Transcurrió una soporífera hora, y nada había cambiado, seguía siendo el único pasajero. Entonces, el conductor de la van, acompañado de una mujer que hacía de traductora, se acercó a negociar con el kastila. La propuesta: llevarlo solo a su destino. La negociación se alargó durante media hora, con regateos en un tira y afloja que divertía a ambos. Finalmente, acordaron un precio que consideró razonable: 1000 pesos por recorrer aproximadamente 85 kilómetros.

Tal vez, con paciencia, la van se habría llenado en tres horas, pero el cansancio pesaba demasiado. Su cuerpo clamaba por descanso, por un sueño reparador que la incertidumbre y los caminos quebrados le negaban desde hacía días.

Otra vez, otro conductor que no encontraba el alojamiento, media hora dando vueltas para encontrar el hotel Auntie  Gigi's  Place (2322 pesos) que había reservado para pasar dos noches. Nuestro Kastila empezaba a desesperarle la situación. Si iba a ser siempre así  la cosa iba a ser desesperante.

Al llegar, sintió un profundo agradecimiento, al observar la amplia habitación  y el baño. Era un espacio acogedor para nuestro kastila, que conseguiría encontrar el sitio perfecto para regenerarse, disipar la fatiga.



Alojamiento Auntie Gigi´s place en Tagatay 

Salió un momento  por el centro, para cenar algo, y  a la hora y media retornó a su alojamiento para descansar. Mañana, ya sí, empezaba a descubrir el mundo filipino.

👋👋Capitulo tercero👋👋

 




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