I. Kastila en las Islas de Poniente


El pequeño preámbulo


El viajero pesimista y yo, que somos la misma persona, os vamos a contar nuestro  reciente viaje al sudeste asiático, concretamente a Filipinas, con una escala larga en Beijing tanto a la ida como a la vuelta. Aprovechamos esta escala para visitar una de las maravillas  del mundo que ,durante muchos años, ha despertado  la imaginación  de los occidentales, especialmente en una época pretérita que era imposible visitarla para la mayoría de mortales. Me refiero, por supuesto, a la Gran Muralla China.

Una región,  por cierto, que hacia más  de dieciocho años que no estaba. En aquella  ocasión, realicé un largo viaje de dos meses por Tailandia y Laos, una experiencia llena de momentos épicos y otros no tanto. Pero eso, como suele decirse, es  harina de otro costal  que daría para otro diario. Ahora es el turno de contar mi historia en Filipinas,  a la que decidido llamar, en honor a los grandes aventureros del siglo XVI, las Islas de Poniente. Así  las conocían antes de que el explorador López de Villalobos las bautizara  como Filipinas, en homenaje al joven regente  español y futuro rey Felipe II.

Este diario estará escrito en tercera persona para lograr un distanciamiento del ego. Escribir desde esta perspectiva me permitirá adoptar el punto de vista del observador, creando un personaje de mí mismo que facilite una narración más honesta. A este personaje le llamaré "Kastila", el nombre con el que los filipinos  nos conocen desde que los primeros españoles se asentaron en estas maravillosas Islas de Poniente.

Así  que sin más rollos ni  preámbulos  vayamos al inicio de este relato y comencemos el primer capítulo.



Sector de la Muralla China en Mutianyu


 Jueves , 25 de noviembre de 2024


 Kabanata 1

Del ilustre momento que se presentó al Kastila la obra de ingeniera más larga del mundo


"Si tienes un hijo, no lo críes.

Si tienes una niña, aliméntala con carne seca.

¿No ves que la Gran Muralla se apoya en esqueletos?"

Antigua oda china.


Nuestro Kastila, aquel que una vez fue un joven soñador y ahora carga con la mirada serena de un viejo escrutador, se hallaba en el serpentín de control  de pasaportes del Aeropuerto de Pekin-Capital. Era temprano, y la luz recién nacida de la mañana teñía la sala acristalada con un halo casi irreal, mágico, como si el tiempo se hubiera congelado. 

Con paciencia, aguardaba su turno. El trámite, aunque mundano, tuvo la fluidez de una danza de los nuevos tiempos, de la nueva revolución que dictaría muy significativamente los pasos de la humanidad, de una nueva era. La máquina, al reconocer la nacionalidad inscrita en el pasaporte que el funcionario había deslizado en el lector, respondió en la lengua materna del viajero. Allí, huellas dactilares y rostro quedaron registrados, en un anonimato con código de barras.

Al cruzar el control de pasaportes,  llegó al único lugar posible que se podía llegar: un andén. Allí, un tren recorrió los tres o cuatro kilómetros que separaban la terminal de salidas hasta donde las maletas esperaban el recuentro con sus propietarios.

Y salió, por fin, al hall.  Por delante  tenía unas horas preciosas, un intervalo robado al viaje de Filipinas, para visitar la majestuosa Gran Muralla China antes de embarcar hacia su próximo destino: Manila, la puerta a las Islas de Poniente.

El billete de avión le costó  594 euros  a través de la plataforma Booking, con la compañía Air China, que realizaba dos largas escalas en Beijing. Y aprovechando el aperturismo del gobierno chino con el turismo foráneo había contratado a través de una agencia china el transporte privado a una de las catalogadas siete maravillas del mundo. El precio salió por 580 yuanes al sector de Mutianyu, incluido solo peajes y gasolina. 

En un primer vistazo, sus ojos escrutadores no encontraron a nadie sosteniendo un cartel con su nombre. Fue necesario dar varias vueltas alrededor del extenso vestíbulo para descubrir  su nombre, escrito al revés, en un pequeño cartel que un hombre chino sostenía en su mano izquierda. Este, distraído, golpeaba suavemente  su pierna con el cartel al caminar, como si el gesto fuera una coreografía misteriosa del oriente más desconocido.

Se llamaba Patrick ,tenía 54 años y, desde el primer momento, se esmero con éxito  en agradar al viajero, asegurándose de que cada detalle del encuentro fuera satisfactorio. Mientras avanzaban en el interior del coche, Patrick desgranaba con entusiasmo la historia de los edificios de alrededor, llenando el recorrido de vida y significado.

En un gesto de hospitalidad oriental, se detuvo frente a un imponente edificio gubernamental, donde entró en una pequeña tienda de comida para comprar el almuerzo al Kastila. Los sabores, intensos y aromáticos, conquistaron el paladar del viajero, dejándole un recuerdo tan sabroso como inolvidable.

La fresca mañana de luz irreal, cómplice del entusiasmo inicial, abría el telón de un nuevo viaje, prometiendo aventuras que apenas comenzaban a desplegarse.




Patrick, el conductor  de nuestro kastila.


Patrick le explicó que las matrículas melifluas, marcadas con el predominante color verde, identificaban a los vehículos eléctricos. AL observar nuestro kastila  los vehículos que circulaban a esa hora con rapidez comprendió que en porcentaje había muchísimo más coches  que en España. En una ciudad como Beijing, (casi) permanentemente envuelta en una fina capa de nubes tóxicas, aquello era una buena noticia para su degradada salud.

Lo que captó su atención, sin embargo, fue lo inmaculado de sus calles que parecían recién estrenadas. Esa sensación de perfección lo sumió en un pensamiento inquietante: un mundo tan impecable tenía algo de distópico, casi surrealista, como si la verdadera y triste realidad estuviera bajo sus avenidas y calles. Se sintió como un intruso en una colmena, donde cada individuo parecía estar justo donde debía, sin margen para desviarse ni tan siquiera un milímetro.

Finalmente, Patrik y  nuestro kastila,  llegaron al sector de Mutianyu, donde la Muralla esperaba  tácitamente a nuestro viajero. Patrick aparcó su viejo coche y  acompañó  y ayudó al viajero a adquirir una entrada para acceder a una de las siete maravillas del mundo moderno.

Precio de la entrada 200 yuanes.

Precio del telesilla y el tobogán para descender hasta el punto de entrada 120 yuanes.

Un enorme edificio presidia  el primer acceso con una pequeña rambla flanqueada de comercios y  cubierta de parafernalia china., sobre todo, de multicolores paraguas.



Rambla peatonal de la entrada principal de Mutianyu.


En una amplia explanada asfaltada, junto a una zona cubierta donde los visitantes hacían cola, el  shuttle bus aguardaba, para llevar a los viajeros hasta la entrada principal para coger uno de los teleféricos que ascendían a la muralla.

No tuvo que hacer mucho tiempo de espera nuestro kastila, a pesar que ,a esas primeras horas de la mañana, ya comenzaba a haber turistas nacionales. Con mil millones  de almas deseosas de descubrir su legado, su cultura, su identidad... Era imposible visitar alguna atracción turística  sin nadie alrededor. China, con su turismo interno, ya era una industria potencialmente exitosa. Las divisas extranjeras  podrían ser fundamentales para su economía exportadora, sí; pero algo quedó claro a nuestro viajero: la industria turística no necesitaba del exterior, como  en otros países menos diversificados y mucho más frágiles.

La telesilla de pinza fija  llegó lentamente, sin detenerse, a la estación de recogida de pasajeros. Allí, torpemente, nuestro kastila se sentó por indicaciones de un operador que bajó la barra de seguridad. Había supuesto que la telesilla se detendría completamente, pero no fue así; el pasajero debía ser ágil, sin perder el ritmo, para no quedarse atrás. Fue en ese instante, suspendido en el aire, cuando el viajero de occidente se sintió embargado por una emoción casi infantil, sentado en aquella silla tan expuesta al vacío, cuando se acercaba poco a poco a los muros de la muralla, que se veía cada vez con mayor claridad. Iba a ser un momento para enmarcar en su carrera viajera. ¿Quién podría haberle dicho, a principio de su viaje, que él, que ni tan siquiera planteaba visitar China, terminaría paseando por la Gran Muralla China en 2024?



Telesilla de pinza para subir a la Gran Muralla China


Según un estudio relativamente reciente  del  gobierno chino de 2007, aseguraba, con ramificaciones y fortificaciones que se extienden por el norte de China, que llegó a tener la friolera cifra de 21000 kilómetros  por terrenos montañosos y muchas veces inhóspitos.

Sus primeras construcciones datan de varios siglos a.C. para protegerse de las incursiones de los tártaros, pero a lo largo de la historia hubo reconstrucciones para el mismo fin: salvaguardar los intereses de las dinastías chinas de las invasiones de los pueblos del norte. Destacando que las primeras murallas chinas fueron construidas de tierra apisonada  utilizando un armazón de madera y databan aproximadamente del 7000 a.C. Nunca fue una Muralla China, sino muchas independientes que acabaron uniéndose con el tiempo.

Leyó que una de las razones principales de los mongoles de sus incursiones en China era la falta de agua en su árido territorio. 

La serpentina muralla, que se deslizaba por todas las cumbres  cercanas hasta perderse en el horizonte, era un espectáculo deslumbrante. El tramo que recorría  estaba completamente restaurado, impoluto, como estuviera recién " horneado" por los dioses más bellos e inteligentes que han existido en la imaginación del hombre. Las pendientes, a menudo desafiantes, no eran un obstáculo para nuestro kastila, que se dejaba llevar por la frialdad de sus adoquines  y  la calidez del sol otoñal. Mientras veía a los turistas apresurarse a pulsar el obturador de sus cámaras para inmortalizar su paso por  esta majestuosa obra. 

 


Gran Muralla China (sector de Mutianyu).


Guardó un respetuoso silencio, durante unos minutos, por todas las víctimas anónimas que habían caído en su construcción, que una oda china recordaba desde tiempos inmemoriales. Ellos eran la amarga y sangrienta experiencia de toda obra faraónica, siempre predispuesta a apagar almas antes de tiempo. Obras que, tal vez ,nunca debieran haber sido levantadas, que nunca debieron ser admiradas; pero  ya que  estaban ahí, y los actuales moradores del planeta la disfrutábamos, habría sido reconfortante ver un pequeño memorial  en honor a sus sacrificados. Eso pensó nuestro viajero.

Otra curiosidad, mucho menos amarga, era que siempre había oído decir  en su juventud soñadora que la Gran Muralla se podía ver desde el espacio, cuando tenía, curiosamente, menos kilómetros otorgada y en China los ciudadanos le prestaban escaso interés. Sus vidas de subsistencia eran tan exigentes que apenas dejaban espacio para pensamientos menos urgentes. Pero, ¿era realmente cierto este rumor, o solo era una leyenda urbana? No, no era cierto; era un mito popular que había circulado durante década sin base científica.

Nuestro kastila recorrió varios kilómetros por  la muralla, deteniéndose e intentado imaginar a los soldados chinos  patrullando por su suelo o vigías vigilando desde las torres almenaras, alerta ante cualquier incursión del enemigo. No debió ser una época fácil para aquellos hombres castrenses, que se enfrentaban a las adversidades más cruentas; como la meteorología impía de las estaciones más extremas en aquellos solitarios parajes de formación geológica de tiempos remotos, algunas moldeadas como las montañas gallegas. De hecho, a nuestro kastila le recordó a Galicia, pues compartían ciertas similitudes, además de la senectud.



La Gran Muralla China


Habían una pareja de kastilas que había visto en su vuelo procedente de Barcelona que utilizaban el tiempo de escala para ver la Gran Muralla China, aunque el destino final de su viaje debía ser otro.

Después, nuestro viejo kastila se tomó una coca cola en uno de los puestos cercanos a  la muralla, antes de deslizarse  por el tobogán de tres kilómetros, a un precio desorbitado para ser China. 

El mecanismo de funcionamiento de los carritos del tobogán era sencillo. Una palanca  vertical en el frontal era el único mando, con el cual se frenaba si era necesario, al desplazarla hacia uno mismo. Nuestro kastila la utilizó  más veces de las que hubieses querido, para evitar chocar con los carritos que lo precedían. Eran pasajeras chinas de edad avanzada, que recorrían el trayecto con extrema cautela. Lamentablemente para nuestro viajero, no pudo disfrutar del descenso como habría deseado, pues en cada curva se veía obligado a frenar hasta casi quedar parado, transformando lo que debía ser un vertiginoso descenso en una serena y controlada travesía.

Al llegar al final del recorrido, observó que ya había una gran multitud de turistas nacionales haciendo cola. A esa hora del mediodía, el mundo chino de obturador  despertaba su dragón y hacía arder todos los puntos turísticos más relevantes de la capital.

Patrick lo esperaba en un banco, tomando el sol, en la plaza de las taquillas. Con esa profesionalidad condescendiente, preguntó al kastila si le había gustado; obviamente, respondió afirmativamente. ¿Quién no quedaría maravillado por esta construcción?  Sería un sacrilegio no sentirse tocado por su magnitud, por la energía especial que emanaba el lugar.



Árbol artificial (¿o no?) en la rambla de las taquillas 



A las 14:00 h llegaron al parking del aeropuerto, dándole una propina merecida al agradable y solícito conductor. Volviendo a recorrer en dirección contraria el recorrido hecho para entrar.

Y espero unas horas en la terminal, hasta que empezó la hora del embarque y, media hora más tarde, el vuelo despegó dirección a Manila. Y entre la duermevela y los sueños inhóspitos de las deseosas animas aventureras, a lo largo de cuatro horas y media de viaje, apareció ante la ovalada ventanilla la capital de la Perla del mar de Oriente, iluminada extrañamente en la oscuridad de una ciudad que se extendía infinitamente a vista de pájaro. 

Había sido para él un buen comienzo, a pesar del cansancio arrastrado por las horas del viaje.


👋👉👉Segundo capítulo👈👈👋

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