Mochilero en Bajina Basta (VII)
Capítulo VII: Crónicas de un viaje a los Balcanes (Serbia)
Bajina Basta, 05 de octubre de 2023
A primera hora de la mañana, una bruma espectral envolvía a la pequeña localidad, envuelta de montañas que no se dejaban ver, convirtiendo el valle en un lugar misterioso en el que uno imaginaba que podría acontecer extraños sucesos, quizás incluso la aparición de seres de origen inescrutable. Esa niebla madrugadora y omnipresente durante todos los días que estuve allí alimentaba mi imaginación, siempre predispuesta a explorar nuevos horizontes.
Envuelto en la húmeda de las nubes bajas, en el bonito jardín exterior ubicado en la parte trasera del albergue, me acerqué a comprobar el estado de las cinco o seis bicicletas que el alojamiento ofrecía gratuitamente a sus huéspedes. Sé bien que a caballo regalado no se le deben mirar los dientes, pero aquello parecía más un cementerio de bicicletas que otra cosa. Solo una bicicleta de montaña con la cadena oxidada, el cambio de marchas bloqueado, pastillas de frenos chirriantes y un asiento decimonónico que podría milagrosamente servir para llegar al monasterio. Sinceramente, hubiera preferido que las alquilaran por un precio razonable, pero que hubieran tenido un mantenimiento adecuado.
Tomé la agonizante criatura de dos ruedas, después de inflar las dos cámaras, y rodé hasta el Monasterio Racha, ubicado a siete kilómetros de distancia. Una distancia que podría solventar a pie sin mucho esfuerzo en el caso de tener una avería grave con la bicicleta.
Llegar al monasterio resultó bastante fácil. Había suficientes carteles en la carretera para no perderse. Asimismo, los últimos kilómetros, una pista asfaltada con buen firme llevaba directamente al recinto ortodoxo. Mientras pedaleaba, la niebla se fue desvaneciendo y una tierra ubérrima subía el telón para ofrecerme su gama de colores verdes intensos, sinónimo de abundante y vibrante existencia. De hecho, en la zona del Parque de Tara, se podría encontrar con muchos de los mamíferos que en otros bosques europeos están extintos, como el oso pardo, donde se estima que había sesenta ejemplares, pero no solo osos, sino también lobos, linces y ciervos. Aunque el oso pardo era el protagonista indiscutible del parque.
El Monasterio Raca se considera uno de los tesoros culturales más importantes de la zona. Fue construido por el Rey Dragutín (1276-1282) y fue un centro de reproducción manual de manuscritos medievales de Serbia. Durante una parte del periodo de la dominación turca dejó de funcionar y luego volvió una temporada a funcionar hasta que los monjes lo abandonaron nuevamente. A finales del siglo XVIII se reconstruyó, y a principios del siguiente siglo, debido a la rebelión serbia de 1804 contra el imperio Otomano, tuvo que volver a ser reconstruido. Las vicisitudes de este monasterio octocentenario han sido numerosas, pero se obstina en su empeño de no desaparecer.
El lugar donde se aposentaban la fornida iglesia y la torre, rodeada de los nuevos edificios residenciales de los monjes, sin lugar a dudas, era idílico.
Accedí al patio del recinto amurallado y visité el interior de la pequeña iglesia. Aproveché para preguntar a dos monjes que charlaban distendidamente si podía dejar mi bicicleta en el patio mientras iba a dar un paseo, ya que no me entendían, fui a buscar la bicicleta y con mímica, comprendieron de inmediato mi solicitud. Por supuesto, me permitieron dejarla en el interior del patio. Aunque, pensándolo bien, no creo que hubiera sido necesario dejarla bajo el "protectorado clerical ortodoxo" , ¿quién se tomaría las molestias de perder su tiempo llevándose ese hierro móvil? "Desde luego, Sr. Agus, es usted muy poco considerado, a pesar de lo útil que le está siendo. Otro día tomé un taxi o vaya a pie sí tanto le molesta ir en una bicicleta vieja y mal mantenida, pero dejé de quejarse ya, los cincuenta años le está sentado fatal". Me reprendió el Viajero Pesimista cuando regresamos a Bajina Basta.
Desde el monasterio, salían varías rutas de senderismo interesantes. Yo escogí la más sencilla (Raca Monk´s trail). Este sendero recorría paralelo al pequeño río Raca, hasta llegar al manantial de Ladevac. Empezaba justo detrás del monasterio, siguiendo una pista flanqueada por un prado a la izquierda y el río Raca a la derecha. Solo me alejé del río unos dos cientos metros ladera arriba. Luego, se transformó en un bosque de hayedos donde algunos ejemplares eran centenarios. El sitio era sombrío y una excelente opción para los días calurosos. Aproximadamente, a los tres kilómetros llegué al manantial de Lavedac. Sus aguas brotaban a unos treinta metros de altura desde el río, desde el interior de la montaña, y se expandía sobre su falda como un abanico invertido. Subí las escaleras artificiales para ver el manantial, pero quedé decepcionado. Era un simple caño de agua con dos balsitas en diferentes niveles.
Durante el trayecto, solo vi a un leñador en una de las terrazas inferiores de un tramo elevado del sendero. El bosque me pertenecía, era de mi propiedad, una propiedad con hora de vencimiento. Era complicado avistar en este sector un oso u otro animal, y más con el ruido de la motosierra de la única persona que compartía el valle conmigo. El ruido debía abarcar todo el valle para los animales, incluso donde yo no oía nada, tan solo el gorjeo de los pájaros y el relajante sonido del agua bramando entre los elementos. Esta vez, no tuve la fortuna de tener un encuentro con un representante de la vida salvaje.
Finalmente, me descalcé y me senté en una piedra para sumergir mis pies en el agua fría y así aliviar las pequeñas heridas causadas por el roce de las botas de tanto andar, día tras día, en Serbia. Y así me quedé un rato disfrutando, relajado y completamente feliz. ¿Acaso se podía ser más feliz en esta vida? Justo en el momento cuando parecía que el bosque quisiera congraciarse conmigo, intentando ocultar su lado oscuro y solo ofrecerme su candor. Me dejé engañar una vez más. A veces, más de las que quisiera, era débil para no dejarme seducir por su llamada.
Retorné al monasterio, pero antes de llegar me desvié por la canalización de agua cubierta de losas, saliendo por el lado de una carretera comarcal ascendente, al lado del monasterio. Un joven serbio, acompañado de un chica, me preguntó dónde se iniciaba la ruta a pie del mirador de Crnjeskovo. Le dije que no lo sabia. Al tener 600m. de desnivel y tener dolores lumbares, preferí dar descanso a mi espalda. Y no indagué más sobre este mirador que tenía, según la información que había recabado por internet, una panorámica del valle espectacular.
Por supuesto, que no le quepa la menor duda a ningún lector, la bicicleta permanecía en el mismo lugar que la dejé. La vuelta fue más rápida gracias al suave descenso de la carretera al pueblo. Sin embargo, debía tener cautela, porque los frenos, además de chirriar, tenían la misma efectividad que si hubiera puesto la suela de mi bota como zapata para detener la bicicleta.
Di unas vueltas por las calles de la impersonal localidad en busca de un restaurante. Al final, decidí entrar en una pizzería de "take away" que tenía varios taburetes y mesas altas. Allí mismo me la comí, acompañada de una Coca Cola. La bicicleta la dejé apoyada en la fachada del local. Al menos, no debía preocuparme por ella, tan poco deseada la pobre. No, si después de todo, le acabaría cogiendo cariño, si es que en el fondo soy un sensible irremediable.
Después de comer, bajé hasta la entrada del pueblo para tomar unas fotos a la icónica imagen turística que se asociaba indeleblemente con la localidad. No era otra que la casita de madera sobre una roca en medio del río Drina. Esta estructura había sido reconstruida varias veces debido a las crecidas del río, y en la actualidad se podía alquilar para disfrutar de una comida en su interior.
A las cinco y media de la tarde, regresé al albergue para ducharme y relajarme un rato en el espacio comunitario. Allí tuve la oportunidad de conversar con el joven ruso que en esos momentos gestionaba el negocio. Me informó que el albergue de Mitrovac, perteneciente al mismo propietario, ya estaba cerrado al ser temporada baja.
El joven me comentó que tenía muchas dificultades para entender a la puertorriqueña cuando conversaban en español entre ellos. La pronunciación endémica y el vocabulario particular del territorio eran obstáculos difíciles de superar para alguien que se desenvolvía con dificultad en el la lengua de Cervantes. Al comentar que estas variantes lingüísticas son comunes en todos los idiomas del mundo, incluso en las lenguas minoritaria; le mencioné el ejemplo del inglés que se habla en Inglaterra con el norteamericano. También le dije que el catalán, con una difusión territorial menor que el español y el inglés, presentaba diferencias significativas entre regiones. Sin embargo, él me aseguró que el ruso era uniforme en todo la federación, que no había diferencias. Esto me sorprendió mucho, siendo la séptima lengua más hablada del planeta. Sí eso era cierto, pensé, eso sería una demostración más del centralismo y autoritarismo moscovita. Lo que sugería que Rusia está lejos de ser siquiera una democracia imperfecta como las europeas.
Media hora después, Gianna, la puertorriqueña, se unió a la conversación en la sala comunitaria. Había decidido tomarse un año sabático para explorar la Europa meridional, y llevaba dos meses descansando en el albergue de Bajina Basta. Desde enero, había estado viajando constantemente y necesitaba un periodo de descanso. Había regresado al lugar donde se había sentido más cómoda a lo largo de su periplo viajero. Esta era la segunda vez que se tomaba un año sabático: la primera vez estuvo por el sudeste asiático.
El joven ruso me ofreció unirme a una visita a los cinco miradores más importantes del Parque Nacional Tara, que nos llevaría con su coche al día siguiente. Por la noche, me confirmaría si se llevaría a cabo, la hora y el precio.
A las diez me fui a dormir porque estaba cansado. El ruso todavía no había llegado. Por lo que entendí, le gustaba tomarse unas cervezas con amigos todas las noches, y esa noche se ve que alargo la velada. Así que pensé que la excursión finalmente se había cancelado.
A las intempestivas horas que debió llegar yo ya debía estar roncando como un oso grizzly. Y a los osos grizzly no es aconsejable despertarlos por nimiedades, debió pensar el ruso que debía estar perjudicado por el alcohol.
Comentarios
Publicar un comentario