Mochilero en Fruska Gora (V)

Capítulo V: Crónicas de un viaje a los Balcanes (Serbia)

Fruska Gora, 03 de octubre de 2023

Muy cerca de Novi Sad, en la ribera derecha del Danubio, se eleva un conjunto de valles y elevaciones  que se extienden por unos 80 kilómetros de este a oeste, con la cima más alta alcanzando unos modestos 539 m de altura. Este área fue declarada parque nacional en 1960: El parque Nacional de Fruska Gora.

Destaca por la abundancia de viñedos, áreas boscosas, senderos y hasta 16 monasterios ortodoxos, llegando en su momento álgido a tener 35. En una existencia lejana, estas cimas fueron islas en el mar de Panonia. 

Así que no podía perder la oportunidad de realizar una caminata por sus senderos, dado que eran tan accesibles y cautivadores.





No sé cuál fue la razón por la que me levanté por la mañana emperrado con que el autobús que debía tomar para ir a Fruskha Gora era el N.º 86. Estaba completamente convencido, tan seguro de ello que ni siquiera cotejé  la información importante en el papel que la joven de la oficina de Turismo anotó por petición mía, precisamente para evitar que ocurriera este tipo de errores. En fin, a veces uno se levanta con el pie izquierdo. El número del autobús que paraba en el monasterio Novo Hopovo a demanda era el N.º 36.

Por eso, al llegar a la parada de Limanski Park y observar que en los horarios de los autobuses no salía el número 86, comencé a ponerme nervioso e inquieto. Además, los pasajeros a quienes  pedí ayuda no me sirvieron de mucho. O no entendían lo que intentaba decirles o simplemente no lo sabían. Hasta que al final recordé el papel con la información y pude tranquilizarme al descubrir que era el número 36.




Un taxista se detuvo en la parada de bus y bajó la ventanilla del lado del acompañante para hablar con varios pasajeros. Dos de ellos subieron al viejo Opel granate del taxista y al arrancar el vehículo y moverse despacio, gritó: "¡Irig! ¡Irig!" Al principio no reaccioné, pero dos segundos después, ese nombre me resultó familiar, así que salí corriendo detrás, arrancando más rápido que Usain Bolt  en los cien metros y lo detuve antes de que pisara el acelerador a fondo.

" ¿Pasa por el monasterio de Novo Hopovo?" Le pregunté, decidido. La mujer mayor  que se sentaba en el asiento del acompañante actuó como interprete porque el conductor no me entendía en absoluto. Finalmente, acordamos un precio de 300DRS. Acepté, ya que me quedaban cuarenta minutos de espera a que llegara el autobús, y me subí al interior del coche. Había leído  sobre el pueblo Iriq varias veces , una de ellas en el artículo de Fruska Gora en la excelente página  web de viajes del trotamundos Andreu: Ganas de mundo. Además, la chica de la oficina de turismo lo había mencionado lo suficiente como para que pudiera familiarizarme con el sonido fonético de este topónimo.

El recorrido transcurrió por una carretera sinuosa a través de un  hermoso bosque. La mujer me preguntó varias cosas y me dijo que estuviera tranquilo que ella bajaba en el mismo sitio, a pesar que ella no iba al monasterio.  

Paramos en el arcén y bajamos los dos. Ella me mostró un cartel enganchado en un poste de la luz, escrito en cirílico con la inscripción: Monasterio de Novo Hopovo, señalando a una carretera estrecha y asfaltada que descendía. Aunque no entendía serbio, reconocía las letras de este alfabeto, gracias a los dos años que pasé estudiando ruso en la Escola Oficial de Idiomes de Tarragona. A decir verdad, aprender el alfabeto no requiere mucho esfuerzo y puede ser de gran utilidad, a pesar de que seas un completo analfabeto en ese idioma. Por ejemplo, "monasterio" en serbio tenía un sonido fonético parecido al catalán y creo que reconocible para un castellanoparlante que no conozca el catalán, podía deducir a qué se refería. Por supuesto, casi nunca resultaba tan sencillo, pero como dice el refrán: " el saber no ocupa lugar" y a veces, sorprendentemente, puede sacarte de apuros. Al fin y al cabo, todo esta más conectado de lo que solemos pensar.





Llegué rápidamente al fondo del valle. Había un tráiler estacionado en un amplio parking y enfrente el monasterio con algunas naves que parecían más modernas que la iglesia central. Desde allí, sobresalía el puntiagudo campanario. La primera mención fiable de la iglesia databa de 1641

Accedí a su  patio interior, donde se ubicaba la iglesia y saludé en serbio a la única persona que se encontraba en esas primeras horas en el exterior, un jardinero. No sé si pronunciaba correctamente "Buenos días", pero el caso es que ellos no dudaban nunca en seguir la conversación en serbio como si yo fuera un serbio más durante mi viaje por el país, nunca cuestionaron mi origen. Estaba claro que para ellos era uno más mientras no abriera la boca demasiado. Viajar por el este y muchos países de Oriente Próximo servía, sobre todo, para pasar desapercibido para la mayoría de ciudadanos, convirtiéndome en uno más de la manada.  





Busqué durante diez minutos el dichoso sendero, camino o trocha que me condujera a Staro Nopovo por el bosque, pregunté al jardinero que no supo indicarme. En torno al monasterio todas las posibilidades me llevaban a una frondosa vegetación sin ninguna señalización, pero había una pista de tierra que conectaba sendos monasterios, de eso estaba seguro. Lo corroboré al llegar a Staro Nopovo y encontrarme después con el cruce  con dirección a Novo Nopovo. ¿Dónde se escondía? ¿A cuántos metros? 
En la oficina de turismo pregunté si había algún plano detallado de los rutas a pie, aunque fuera en serbio, del parque. Y lo único que conseguí fue un plano básico y muy superficial de la zona. Decidiendo dejarme llevar e intentar llegar  a pie a la población de Sremski Kalovci. Situada a unos 20 kilómetros de distancia.

Así que decidí seguir el firme de la pista asfaltada que llevaba hasta Staro Nopovo a lo largo de más de dos kilómetros. Circulaban poquísimos vehículos y la mañana era soleada pero con una temperatura ideal para hacer senderismo. Además, el último tramo arbolado era una delicia para los sentidos. Se empezaba a forjar el mejor día de mi viaje a Serbia. Está afirmación era totalmente subjetiva. El parque Tara es mucho más impresionante y bonito, y me lo pasé genial, todo hay que decirlo, pero creo que esta fue la mejor jornada en tierras serbias. Disfrute muchísimo a lo largo de los veinticincos kilómetros a pie que recorrí, a pesar de los dolores producidos por la artrosis lumbar al día siguiente. Me recordó los viejos tiempos que pasaba todo el día caminando.





Llegué  a la entrada de Staro Novopo. Un muro con dos accesos: uno para vehículos y otro para peatones. 



EL monasterio eran dos iglesias reconstruidas después de la segunda guerra mundial. Ubicada en un claro del bosque. Paré un rato a contemplarla y procedí a seguir por una pista de tierra balizada. 





A menos de cien metros, el camino se bifurcaba: a la izquierda, hacia el monasterio Novo Nopovo, y a la derecha, hacía Iriski Venac. Tomé el camino de la derecha, que estaba excesivamente señalizado.  La mayoría del recorrido transcurrió por pistas de tierra y algún tramo por sendero.






En el último tramo, unas flechas pintadas a ambos lados advertían de un giro de 180º. Sin embargo, omití estas señales contradictorias y continué ascendiendo sin ningún tipo de señal, aunque no tuve dificultades a la hora de orientarme, la misma pista me llevaba hasta la carretera.

Un par de hombres estaban cortando leña junto a un espacio verde en la carretera, cerca del restaurante Na Vencu que pertenecía al área recreacional de  Iriski Venac,situado a veinte kilómetros de distancia en coche desde Novi Sad. Les pregunté a los leñadores por el camino que debía coger para llegar a  la Torre de Comunicaciones bombardeada por la OTAN. Para que me entendieran, adopté la postura de la montaña en yoga, con los brazos extendidos y las manos entrelazadas estirándose hacia arriba. Ellos me indicaron que debía ir hacía la derecha.

El restaurante no estaba abierto en esos momentos; los trabajadores estaban ocupados en las tareas logísticas. Les pregunté si podían prepararme un café, respondiéndome afirmativamente. Me senté en las mesas exteriores y disfruté del café  mientras miraba el superficial plano del área de Fruska Gora.





Aproveché la proximidad para visitar el feúcho monumento dedicado a los soldados caídos por la liberación nacional, desde 1941 a 1945. En el centro se erguía un obelisco, con una escultura  en su base que representaba un grupo de  partisanos armados. En la parte superior del obelisco, se encontraba una mujer que parecía que estaba bailando la sardana.








Después de reflexionar un rato, decidí seguir un sendero muy bien señalizado, pero en dirección contraria a la que me habían indicado los leñadores. Como resultado, di una vuelta circular para llegar al mismo sitio, habiendo transcurrido una hora. En mi defensa, diré que el paseo fue muy agradable y que estaba de vacaciones. 

Pasado el monumento a los soldados caídos, en un cruce, pregunté a Darko, un serbio jubilado y senderista, la dirección hacia la Torre. Me dijo que él se dirigía hacia allí y que sí no tenía ningún inconveniente podíamos ir juntos.¿ Por qué debería tener algún problema?  Pensé aliviado. Hablamos de vez en cuando, buscando las palabras adecuadas para comunicarnos efectivamente, y en otros tramos íbamos en silencio disfrutando de la naturaleza, en  una zona boscosas muy transitada los fines de semana.

Al llegar a la Torre de Comunicaciones bombardeada por la OTAN. inevitablemente afloraron las reflexiones políticas. Siempre con cautela y respeto entre ambos, intentamos expresar nuestro punto de vista. Traté de comprender la perspectiva serbia. Kosovo fue Serbia hasta que el Imperio Otomano venció a las fuerzas serbias del príncipe Lazar el 28 de junio de 1389 en el Campo de los Mirlos. 

A diferencia de su posición en el conflicto israelí-palestino, Estados Unidos no recurrió a la historia para posicionarse  en el bando fuerte y poderoso. Hizo, lo que suelen hacer las grandes potencias paternalistas: proteger sus intereses geopolíticos. A los palestinos se les podía expulsar de sus tierras, pero no podía hacer lo mismo con los kosovares.

Y ahí radica el problema y la enfermedad: que para defender la democracia de su nación, actúan en el exterior como cualquier "sátrapa del mundo." La única diferencia entre ellos y los gobiernos rusos, chinos o iraní, por mencionar algunos ejemplos de gobiernos autoritarios: es que al menos ellos protegen más a sus propios ciudadanos. Pero siguen, a los ojos de millones de ciudadanos del mundo, siendo un cáncer crónico para ellos. Alimentando la animadversión.

 




Mi objetivo era llegar a Sremski Karlovci y Darko me ayudó a conseguirlo. No estoy muy seguro de sí lo habría conseguido sin él. El camino a veces se enredaba un poco. En un cruce, salimos un momento del camino y nos colocamos en un mirador con un amplia panorámica. Me señaló que detrás de una pequeña colina se encontraba mi destino. Dos kilómetros después, nos despedimos, nuestros caminos se separaban.  





El último tramo, rodeado de viñedos, no tenía señalización en los cruces, así que seguí mi intuición. En dos ocasiones tuve que retroceder mis pasos al  llegar a pistas sin salida y en otra ocasión, andar por un campo de cultivo hasta encontrar el camino que finalmente me llevó a Sremski Karlovci. Llevaba acumulado 25 km, según la aplicación de Strava.

Sremski Karlovci, un destacado municipio de 9000 habitantes a orillas del Danubio y muy cerca de Novi Sad, tenía una buena y frecuente conexión de transportes interurbanos con esta última ciudad. Esta fue la razón principal para intentar acabar la ruta allí, además de una  importante oferta turística- cultural. Sin embargo, la realidad es que llegué tan cansado que, aparte de comer en un restaurante, solo pude dar una vuelta rápida por el centro viendo lo más importante. Y no fue por tiempo, que todavía quedaban unas horas de sol, sino porque tenía todo el cuerpo dolorido. 







En el paseo peatonal habían varios restaurantes. Aproveché para comer  un pescado y una cerveza por 2022 DRS.





Busqué la parada del autobús a Novid Sad, pero antes intenté detener el autobús alzando la mano, el conductor me hizo un gesto indicando que solo podía parar en las paradas oficiales." Chaval, esto no es África". Me dijo el Viajero Pesimista con sarcasmo.

Creo que pagué 65 DRS. El número 61 y 62 llevan a la capital. 

Y después de dar mi última vuelta por Novi Sad. A las nueve de la noche caí rendido en la cama. Esa noche, ni siquiera los murmullos del exterior pudieron alterar mi reparador sueño. Un sueño que me alejó de la poca silenciosa habitación. 

¿A qué hora se hizo el silencio de madrugada? 

No lo sé (Ni me importó).


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