XVII Kastila en las islas de Poniente

 Kabanata XVII

Cavilando entre las calles ruidosas de Manila 


Martes,12 de noviembre de 2024

Le apetecía explorar los barrios de Malate y Ermita, sumergirse en el latido diario de la vida autóctona, aunque aquellos rincones carecieran de promesas turísticas. Pero, ¿qué importancia tenía eso para él? Nuestro viajero no era un coleccionista de postales monumentales, obsesionado con completar el álbum del mundo. Si alguna obsesión le acompañaba, era la de desentrañar la singularidad, la autenticidad escondida tras el velo del mundo utilizando el viaje como fin. Sin embargo, esa búsqueda se había tornado cada vez más desesperanzada, como un horizonte prometedor que se va difuminando cada vez en colores más oscuros cuanto más cerca estas de él...

El sendero que seguía lo conducía a lugares insospechados, recodos inesperados donde el mundo parecía reflejarse como un solo espíritu, mirándose a sí mismo desde incontables perspectivas. Un espíritu que, en su juego de desdoblamientos, había tejido la ilusión de una individualidad separada, de una libertad esquiva, de una moral ambigua, de una bondad que a veces rozaba la maldad y de una maldad que no siempre era completa. Un mundo de paradojas, donde la justicia sólo puede alzarse sobre el suelo fértil de la injusticia, donde los justos no son siempre puros y los injustos no son siempre villanos. Argumentaban algunos, que en una larga vida, el ser humano puede tener mil rostros desemejantes. ¿Será verdad?

Entonces, se preguntó nuestro kastila en aquella mañana de noviembre en las islas de Poniente, ¿cuál era la senda a seguir? ¿Qué camino desvelaba la existencia? 

Él había descubierto que el servilismo a la naturaleza era el mal más terrible, pero también la única manera de recibir las migajas de felicidad por subyugarse a su supremacía omnipresente en cada quark del universo. Los quarks, los mensajeros del "creador", dirigían ese subterfugio que era la vida, esa vida diseñada para verla cada ser vivo como él deseaba.

El camino más solitario que ni los locos querían abordar, ni tan siquiera el idiota que miraba el mundo desde la candidez de sus pensamientos, no de sus acciones, y soportaba estoicamente la flagelación constante del evangelizador que creía poseer la verdad suprema tampoco parecía escapar de sus imperceptibles soldaditos creadores del sino.¿Podría escapar sin que él le dirigiera su destino?

El viajero, perdido en el laberinto de sus dilemas, terminó de almorzar: dos ensaimadas compradas en una panadería local y un café en una terraza ubicada en el subsuelo de una calle adyacente a su alojamiento. Todavía con el aroma del café en sus labios, accedió a la calle Remedios por Taft Ave, una arteria llena de vida y , también,de suciedad.

Por la noche, este lugar , repletos de spas y "misteriosos locales", santuarios del descontrol, se debería transformar en un lugar de turbios pensamientos predispuestos a ser satisfechos por un módico precio, caviló nuestro escrutador viajero. 



Barrio coreano de Manila.


Frente a  él se alzaba la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios de Malate, ubicada muy cerca del barrio coreano. Sobria y barroca su fachada, como sucedió con otras construcciones españolas, fue reconstruida varias veces, alguna vez destruida por la ira de la naturaleza y otras por la ira de su hijo predilecto: el hombre. Estaba dedicada a la patrona de los partos. 

Sentado en un murete de la plaza Rajah Sulayman, el viajero contemplaba la iglesia; a sus espaldas,la estatua del último sultán independiente de Manila, que dio nombre toponímico al lugar, blandía una espada que parecía su hoja un taladro por sus ondulaciones y su posición indicando la punta hacia el suelo. En 1571 falleció en la decisiva Batalla de Bangkusay  por el control de Manila contra el ejército español que dirigía el vasco Legazpi.



La iglesia de Nuestra Señora de los Remedios 

Retorno a la gran avenida para tomar el metro hasta el barrio de Ermita. Su primera parada fue en la pequeña librería  Solidaridad Bookshop, propiedad de un escritor local. Entre estanterías con títulos en tagalos en sus lomos había una estantería a la entrada del establecimiento repleta de libros de historia del país en lengua inglesa que podría interesar a todo viajero amante de nuestro pasado. Le llamó la atención que la puerta de acceso permanecía siempre cerrada, que para acceder había que llamar a un timbre. Le extrañó muchísimo esa cautela, ya que pensó que lo que menos ambiciona robar un ladrón es un libro, convencido que era el negocio con menos perdidas por hurtos del mundo.

Al atardecer, tras largas horas descubriendo cada recoveco de Malate y Ermita ,se acercó, por fin, a descansar en el gran parque Rizal.Allí observó la vida cotidiana de un día laboral cualquiera: jóvenes corriendo, parejas nacientes brindando al amor bajo un sol moderado, dueños paseando a sus perros a la europea, atados y con cuidados pelajes, ancianos sentados en bancos absortos en sus pensamientos... Mientras contemplaba los rostros que le rodeaban, cuatro adolescentes se le acercaron para entrevistarle para un trabajo escolar. Aunque el idioma complicó la fluidez de la conversación, ambos lados mostraron paciencia y cortesía, fue un rato divertido para nuestro filósofo viajero, que se había levantado aquella mañana mucho más cavilador que nunca.

Al encontrarse en las proximidades del National Museum of the Filipino People se acercó para darle una oportunidad, ya que no le atraía mucho la idea.  Era un edificio imponente de estilo neoclásico que albergaba  varias colecciones etnográficas y una sección dedicada al naufragio de un Galeón español que se hundió en las costa de Manila. El lugar era interesante pero no le llegó a cautivar.

La entrada al museo era gratuita.

Después de cenar por los alrededores, tomó el metro de regreso, pero se pasó la parada Vito Cruz, la más próxima a su hotel. Bajo en la siguiente estación, un centro comercial  de poca alcurnia lo invitó a curiosear un rato, donde vio un establecimiento de tableros de ajedrez pero sin jugadores. Por un instante pensó en esperar un rival, pero desistió.

El metro, repleto en hora punta,lo obligó a hacer una cola de media hora y, ya dentro del metro propiamente dicho, mantenerse alerta, apoyando su espalda contra  una de las superficies verticales del vagón para proteger más eficazmente sus pertenencias. El tumulto era terreno ubérrimo para amigos de lo ajeno. Las manos prestidigitadoras de los carteristas se movían fantasmagóricamente por los cuerpos más atolondrados, y un alma extranjera siempre era un objetivo más codiciado. 

Como la noche anterior, se tomó una cerveza sentado en el baúl frigorífico del kiosko antes de retirarse a dormir. No le interesaba la noche de Manila.Pensó, bocarriba en su cama, "la noche  es para las aves nocturnas".



Largas colas para acceder  a la parada de Vito Cruz en Malate.


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