Mochilero en Nis (XIV)

Capítulo XIV: Crónicas de un viaje a los Balcanes (Serbia)

Nis,12 de octubre de 2023

Nis es un lugar que lleva habitado antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, mencionado por primera vez por los tracios alrededor del 424 a.C. En ella nació probablemente la figura más importante de la historia de la ciudad: Constantino el Grande. A lo largo de su historia, esta ciudad ha cambiado varias veces de dueños, incluyendo romanos, búlgaros, otomanos y, por supuesto, serbios. Fue una ciudad que estuvo en la lista negra de la OTAN durante los bombardeos de Serbia, debido a ser uno de los centros industriales más importantes del país. Hablamos de una ciudad que es casi del tamaño de Zaragoza.

Por lo tanto, por su extensa historia, la ciudad ofrecía un vasto legado de lugares interesantes para el turista cultural, proporcionando una jornada  llena de distracciones fascinantes. Entre ellos se encontraban la Fortaleza o el Campo de concentración de la Cruz Roja. Antes de iniciar la visita a la fortaleza, decidí acercarme a una moderna y concurrida panadería de la plaza Krajna Milana; como cité en la entrada anterior, se erguía  en esa plaza un monumento a los Libertadores. Allí, desayuné dos pastas de hojaldre y un capuchino  mientras estaba sentando en un taburete junto a la barra de la pared. Me costó 350 DRS.

Desde la plaza, crucé un sencillo puente sobre el pequeño río Nisava para llegar al acceso principal de la fortaleza otomana: La Puerta de Estambul, construida entre 1719 y 1723 y que se conservaba espléndidamente. No era  una construcción profusa en detalles ni de grandes dimensiones, carecía de ninguna singularidad que le otorgara una autenticidad única, pero era bonita.




Al adentrarme en el corredor abovedado de la puerta turca, observé que la oficina de turismo situada allí estaba cerrada. Justo después del acceso, a mano derecha, se ubicaba el antiguo hamman, utilizado exclusivamente para hombres en el pasado. Ahora albergaba el Museo de Jazz (entrada 150DRS), establecido a raíz del Nisville Jazz Festival que se celebra cada verano y atrae a cien mil aficionados y los mejores músicos de este género musical. Una mujer mayor, relacionada con el museo, intentaba captar la atención de los pocos turistas que se quedaban a curiosear la entrada desde una distancia prudente, aunque con poco éxito por lo que observé.




Alrededor de esa área, se encontraban  dos  cafeterías y una tienda de souvenirs con productos de buena calidad. Continué recto, por el camino asfaltado, dejando atrás estos locales, y giré a mano izquierda en dirección a la Puerta de Belgrado, la cual, en ese momento, no era accesible al público debido a trabajos de restauración. Sin embargo, lo que sí estaba habilitado era el adarve que conectaba ambas puertas (Belgrado y Estambul). Aproveché para subir y otear la llanura urbanizada, tal como debieron hacer tantos soldados en épocas pasadas, pero con otros intereses menos defensivos. Resultaba triste ver las paredes del antepecho dentado cubiertas de grafitis y las esquinas repletas de basura.




Junto a la Puerta de Estambul, al otro lado del museo de Jazz,  se hallaba el sombreado y apacible anfiteatro que albergaba varios restaurantes abiertos. Este lugar se utiliza para realizar actuaciones y eventos estivales, como el Festival de Jazz, siendo perfecto para resguardarse de las altas temperaturas del verano. Según las reseñas, con una buena acogida por parte de la población de Nis.

Siguiendo el paseo asfaltado que corría paralelo a la muralla, en dirección opuesta al hamman, paseaba por el arbolado parque buscando puntos de interés, cuando llamó mi atención un edificio ruinoso pero con la estructura y el tejado bien conservados. Este edificio, construido entre 1720 y 1723, funcionaba como una herrería. Me acerqué para echar un vistazo al interior de los dos compartimentos que componían el edificio, cubierto sus interiores de una espesa vegetación, y leí el panel informativo.




Dejé atrás la antigua herrería y continué siguiendo paralelo a la muralla, donde noté, junto a la muralla, una depresión que llevaba hacía la antigua Puerta del Agua, completamente abandonada a la naturaleza, obstruida por la silvestre vegetación y bloqueando el paso.

En el parque, habían varios antiguos polvorines. El mejor conservado, ubicado al final de la recta asfaltada, tenía cerrado el acceso a su interior. Sin embargo, los otros que pude explorar estaban abiertos pero en peor estado de conservación; sus interiores eran estercoleros donde se podía encontrar cualquier cosa menos algo agradable para la vista o el olfato. Por lo tanto, resultaba comprensible que mantuvieran cerrado el mejor conservado de todos. 




Junto al polvorín mejor conservado, en una esplanada herbácea, se ubicaba una larga nave en ruinas con murales pintados en sus fachadas, que muchos hacían referencia al Festival de Jazz. Me imaginaba el lugar lleno de gente tomando copas, charlando e incluso disfrutando de escarceos amorosos en las noches donde las notas musicales eran las principales protagonistas.




Dejé el perímetro del parque y me centré  en el epicentro del mismo, donde destacaba la Mezquita de Bali-Beg, construida a principios del siglo XVI. Era una construcción robusta y poderosa que lamentablemente había perdido la "conexión con sus fieles", es decir, su minarete, solo quedaba la base. Probablemente, acabaran construyendo una nueva como ha ocurrido en otras mezquitas, pero financiado, eso sí, por los turcos, como ha ocurrido con otros monumentos islámicos en territorio serbio. Actualmente se utiliza como galería de arte.




En los alrededores de la mezquita, se puede visitar el Lapidario, colección de 41 lápidas romanas y medievales al aire libre, restos de unas termas romanas o el monumento al príncipe Milan y los libertadores de Nis de 1878, con forma de bala de fusil. Asimismo, en la fortaleza queda un tramo visible del foso, la antigua prisión o el edificio del archivo histórico.




Después de pasar varias horas en la fortaleza, tomé la decisión de ir paseando hasta el antiguo campo de concentración, que estaba ubicado aproximadamente a un kilómetro. Las temperaturas y el cielo despejado eran propicios para llevar a cabo esa actividad.

En un amplio solar se encontraba El Campo de Concentración de la Cruz Roja, rodeado por un muro de hormigón y alambres de púas. Originalmente, según su nombre indica, antes de ser ocupado por las fuerzas nazis, pertenecía a la Cruz Roja. Accedí por el acceso principal; los portones estaban abiertos formando un ángulo menor de noventa grados respecto al vano.

El edificio principal donde  encarcelaron a todos los enemigos de los nazis, a saber: judíos, comunistas, cíngaros o cualquier sospechoso de ser una amenaza; se encontraba en un extremo del solar, a mi mano derecha. En el lado opuesto, unas instalaciones con forma de U, probablemente utilizadas por los nazis como sus dependencias. La taquilla se ubicaba al principio, aprovechando la estructura en forma de U. Una mujer simpatiquísima en "Tierra de Refunfuñadores" me informó que podía comprar la entrada única (300DRS) o una entrada múltiple ( 1000 DRS), válida para todas las atracciones culturales de la ciudad. A buenas horas me enteraba, cuando algunos de los sitios que entraba la entrada múltiple ya los había visitado. Así que compré la primera.





Realice un barrido con la mirada por el ancho recinto al aire libre, que asemejaba a una pradera por lo exuberantemente verde que lucía. Resultaba impactante observar las dos torres de vigilancia situadas en las esquinas más distantes, donde los obedientes soldados alemanes debían cumplir tediosos turnos vigilando la prisión. Los castigos para aquellos que mostraban negligencia en sus labores distaban de ser tan benevolentes como en nuestra época. Muchos de esos bisoños hombres debieron ser víctimas del propio sistema opresor  al que pertenecían, sin espacio para la diversidad ideológica y sexual. Sus mentes fueron moldeadas para ver y sentir el mundo de manera muy diferente.




Una de las cosas que más me impactó al entrar a la nave principal, compuesta por dos plantas y un altillo, fue ver la recreación, o tal vez no, de las antiguas bombillas de filamento colgando en los vestíbulos y pasillos, generando una luz amarilla tenue que presagiaba historias lúgubres en sus salas. A pesar del tiempo transcurrido, el ambiente, con la exposición de fotos e historias, como las celdas de castigo en la buhardilla, con sus espacios reducidos, lograba crear una sensación de profunda melancolía que sugestionaban el alma del visitante, por muy insensible y fortalecida estuviera.




Salí del recinto rumiando lo imposible: cómo poner fin a algo que se repetirá cíclicamente en la naturaleza, algo a lo que estamos condenados a reincidir. Reflexionaba sobre la verdadera victoria, sabiendo que solo llegaría cuando fuéramos conscientes de quién es el verdadero enemigo y cuál es el verdadero infierno. Esto me recordó a las creencias cátaras, que sostenían que el problema crucial es el mal, que se encuentra en el Universo. Para ellos, lo visible, lo material y lo perverso era el reino de Satanás. Y no creo, desde muy humilde visión del mundo, que estuvieran desencaminadas sus convicciones. La Ciencia, aunque aséptica, posiblemente les diera la razón, eso sí, despojada de simbolismos.

Al lado de la estación de autobuses habían locales de comida económica. Opté por uno chino de comida para llevar y compré unos fideos por 300DRS. En la pequeña terraza, un chico regordete llevaba quince minutos hablando por teléfono, parecía estar suplicando algo a su madre. Al verme comer, le debió entrar el hambre, ya que a los cinco minutos después volvió con un envase desechable repleto de fideos. Mientras comía, no dejaba de hablar. ¿Quién dijo que los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez?

Con el estómago satisfecho, me dirigí al bulevar principal y peatonal de la ciudad a tomar un capuchino en una concurrida terraza , donde el pobre camarero no daba abasto para atender a todas las mesas. Pude observar a un niño que llevaba puesta una camiseta de un partido conmemorativo de baloncesto entre el Partizan y el Fuenlabrada, que se había disputado unos meses atrás en Belgrado. Este partido fue un gesto de agradecimiento a la ciudad española por acoger los partidos del Partizan cuando jugaba como local durante las guerras de los Balcanes. Me vino a la mente las imágenes ofrecidas en un telediario español, con las gradas completamente llenas, las espectaculares y peligrosas bengalas echando humo y los colores inverosímiles de las mismas, ofreciendo un ambiente irreal y conmovedor.

Finalmente, como todavía quedaban unas horas para anochecer, me acerqué a la Catedral ortodoxa de la Santísima Trinidad, inaugurada en 1878.Una catedral grande, pero que no me pareció nada del otro mundo. El espacio delantero, incluido el pórtico, del edificio ecléctico se había convertido en un improvisado parque infantil, donde las madres charlaban distendidamente, de pie o sentadas en los bancos, mientras los niños correteaban e intentaban trepar las columnas como si fueran hombres araña. Pensé sarcásticamente para mis adentros: "Hollywood siempre perjudicando a las mentes infantiles".




Di un corto paseo donde descubrí un edificio peculiar, una casa rosada con un número inscrito en el dintel de unos de sus accesos: 1927, probablemente la fecha de finalización de su construcción. Llamándome la atención, sobre todo, sus dos torres cubiertas por tejados con forma geométricas piramidales de cuatro lados, una de ellas con los tejados hundidos y la otra acabada redondeada en su parte superior, ambas con ojos de buey. Sin duda, aquel edificio no pasaba desapercibido, a pesar de no estar reseñado en mis guías de la ciudad.




El descanso fue la nota negativa de esa interesante jornada. La maldita música proveniente de la sala recreativa entraba por el patio interior hacia mi habitación, con un constante runrún que demolía toda esperanza de caer profundamente dormido. En esa segunda noche, el cansancio no fue suficiente para evadir el constante ruido, resignándome a la indeseada y desasosegada duermevela. Daban ganas de bajar y liarse a tiros con los altavoces del local.

Serbia estaba a punto de despedirse, y parecía desear que estuviera en vigilia esas últimas horas para recordarla siempre altiva y orgullosa de sí misma, capaz de ayudar pero no arrodillarse.




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