Mochilero en Novi Sad (IV)
Capítulo IV: Crónicas de un viaje a los Balcanes (Serbia)
Novi Sad, 02 de octubre de 2023
A las siete menos cuarto, salí de mi habitación en busca de un local que sirviera café. Al doblar la esquina, observé que el quiosco se encontraba abierto, con sus típicos armarios refrigeradores de puertas de cristal e imantados como medida de seguridad colocados en el exterior, repletos de bebidas que solo se podían abrir sus puertas tras previo aviso al quiosquero que las liberaba desde el interior de su local. Aproveché para comprar un billete de un solo uso para llegar a la estación de tren. La mujer de avanzada edad que atendía el quiosco refunfuñó cuando, por error, le dije que quería un billete para todo el día en vez de uno solo válido para 90 minutos de validez y para la zona A. Rápidamente corregí el error a través de gestos, ya que solo conocía diez palabras en inglés. No perdonó mi dislexia, como estoy acostumbrado a que ocurra al interactuar con desconocidos.
Estaba en la tierra de los refunfuñadores, no podía ser mera casualidad que a lo largo de mi viaje por esta hermosa región de los Balcanes me hubiera encontrado tantas personas propensas a enfadarse por cualquier nimiedad. Esto era particularmente común entre las personas más mayores de cincuenta años. Reflexioné sobre la posible razón detrás de esto y solo la encontré en la violenta desmembración de Yugoslavia. Las secuelas de haber experimentado la iniquidad de la guerra, haberla perdido y, en muchos casos, haber tenido que abandonar o , más bien, huir de su tierra, parecían ser razones suficientemente sólidas para vivir una existencia sombría, difícil de superar y no poder conseguir ver el mundo con el optimismo de aquellos que han pasado sus vidas rodeados de comodidades y riquezas.
El billete de un solo uso me costó 50 DRS y era válido durante 90 minutos, solo para la zona A. A la que pertenecía Stari Grad y la estación de tren. Y los vendían en todos los quioscos de la ciudad.
Tomé el tranvía N.º 10, pero también podría haber tomado el N.º 2, ya que ambos pasaban por la plaza Slavija donde tenía que realizar el cambio de vehículo. No necesité preguntar acerca de la parada, el día anterior había pasado por esta amplia rotonda presidida por una gran fuente circular y chorros altos de agua, que eran fácilmente reconocible, incluso mirando fotos por internet la hubiera distinguido. La paraba del tranvía estaba unos metros más arriba de la rotonda. En esa parada tomé el autobús N.º 36, que paraba justo enfrente del Museo de Yugoslavia. La estación se encontraba en la calle paralela, detrás de los bloques de edificios residenciales. Fue el conductor quien me avisó de que tenía que bajarme allí, de lo contrario, me la hubiera pasado de largo segurísimo.
![]() |
Esta foto es propiedad de Wikimedia Commons. |
En el interior de la urbanización, pregunté varias veces por el camino correcto para superar una pequeña inclinación del terreno sin tener que practicar una variante urbana de "rappel". Al final, encontré una escalera que conectaba la avenida de la estación de tren con mi ubicación. Una prominente estructura de metal, repleta de cristales polvorientos y cercada por chapas galvanizadas, se erguía ante mí. Su interior estaba inacabado y repleto de obreros. Las taquillas provisionales se encontraban en la planta inferior, junto a los andenes, y se podía acceder a ella mediante ascensores o escaleras. Las moléculas de arena generadas por la obra se filtraban por todas partes, las mujeres de la limpieza debían estar viviendo una pesadilla durante todo el tiempo que estaba durando la ampliación.
El billete de tren a Novi Sad me costó 483 DSR +120 DRS ( por tener asiento asignado). No llegué a saber si era obligatorio pagar por este servicio o si podía comprar el billete simple sin necesidad de tener que asignar asiento.
A las 08:00h, bufaron las puertas del tren, abriéndose para los pasajeros, preparados en el andén para subir a su correspondiente vagón. Y a las 08:09h, partió puntual como un reloj suizo. El tren era de dos pisos, moderno y cómodo. Las elegantes azafatas uniformadas iban y venían, y el revisor pasó a los cinco minutos de partida, entró a nuestro vagón solicitando amablemente a todos los pasajeros nuestros correspondientes billetes. El constante traqueteo del tren al pasar por las vías adormecía los sentidos, a pesar de que la planta baja de mi vagón estaba completo, casi nadie hablaba. El paisaje era monótono y llano, con muchas tierras de cultivo en su temporada de descanso. Cuando me quise dar cuenta, ya estaba en Novi Sad. El viaje apenas duró cuarenta minutos.
Bajé intuitivamente en una zona de edificios modernos, pensando que debía estar cerca el centro, y acerté completamente. Solo tuve que cruzar la avenida por un paso peatonal subterráneo para acceder al paseo peatonal donde estaban los edificios más emblemáticos de Novi Sad, y al otro extremo mi habitación (Dunavska Room), en la calle Dunavska Nº2.
Lo primero que hice fue dirigirme hacia al alojamiento. Normalmente en Serbia, la entrada del huésped comenzaba a partir de las 15h. Así que mi intención era pedir permiso para que me guardaran mi mochila grande hasta esa hora. Me costó encontrar la ubicación exacta del lugar. Las indicaciones de Google Map me llevaban a un patio interior al que se accedía por dos calles a través de sendos soportales, pero allí no había ninguna reseña ni indicación clara. El patio estaba repleto de mesas y sillas pertenecientes a locales de estilo irlandés, lo que no auguraba una noche tranquila para mí.
Mi habitación se encontraba en la primera planta del bloque más cercano al patio, y para llegar a ella, tan solo había que subir unas escaleras y recorrer un pasillo exterior, visible desde abajo. Tuve que llamar a la propietaria por teléfono, y enseguida apareció un hombre que me indicó donde se encontraba y me mostró el alojamiento por dentro. La habitación estaba en bastante buenas condiciones, y me permitió hacer el registro de entrada en ese mismo momento, por un total de 36 euros por dos noches, tal como había reservado por Booking un día antes. En otro país, no habría considerado oportuno dejar mis pertenencias en un lugar tan expuesto y vulnerable mientras me ausentaba.
Eran casi las once de la mañana y todavía no había tomado nada. Así que di un paseo hasta encontrar un atractivo local, en la calle Ise Bajica, cerca del parque Dunavski Park. El sitio era acogedor, pero la cocina no era nada del otro mundo, aprobaba justito. Pedí una tortilla francesa, un zumo de naranja y un café por 960 DRS.
Y ya con el estomago lleno, aproveché el excelente día que hacia para seguir la propuesta a pie de Lonely Planet (Belgrado y Serbia de cerca), pero siguiendo mi propio orden y añadiendo lugares.
Primero fui a la Plaza de la Libertad, el centro neurálgico por excelencia de la vida social de la ciudad, para observar los grandes edificios que la rodeaban.
El ayuntamiento construido en estilo neorrenacentista, construido entre 1894 -1895.
El Palacio del Hombre de Hierro o soldadito de plomo, construida entre el siglo XIX y XX, donde un estatua-soldado con lo que parecía una armadura medieval vigilaba ,desde las alturas, todo el centro de la ciudad, y sostenía en una mano una albarda. Aunque no comprendí qué hacía un hombre del medievo en la torre de un edificio decimonónico, un elemento que parecía estar fuera de lugar en el contexto histórico del edificio , y me hubiera gustado saber la razón, ya que despertó mi curiosidad.
La Iglesia del Santo Nombre de María, el templo católico más grande de la ciudad. Se construyó sobre las cenizas de otra que quedó gravemente dañada por un incendio provocado por los alzamientos de 1848 y 1849.
Después, me dirigí al Palacio del Obispo de Backa a través del paseo peatonal, bordeado principalmente por cafeterías y restaurantes. Las guías no se aventuraban a dar una definición del estilo arquitectónico y yo ciertamente no estaba en posición de hacerlo, ignorante de mí.
En la calle Nikole Pasica, en el patio exterior de la Catedral de San Jorge Mártir, se encontraba el monumento más antiguo de la ciudad, una cruz de 1850,conocida como La Cruz del Juramento. En cualquier ciudad europea con un casco de origen medieval, esta cruz hubiera pasado desapercibida.
Seguí caminando hasta llegar a la casa de la matemática Mileva Maric, la primera mujer de Albert Einstein, donde ambos vivieron juntos en esa casa durante una temporada. La primera hija que tuvieron desapareció, sin saber los historiadores si fue dada en adopción o falleció. Una mujer soltera y embarazada no estaba bien vista en aquella sociedad, además supuso el fin de su prometedora carrera científica. Posteriormente, tuvieron dos hijos, ya estando casados. Sorprende leer que Einstein era un mujeriego e infiel marido, lo cual no encaja en el perfil de macho dominante. Sin embargo, al reflexionar al respecto, muchos hombres pueden ser promiscuos o tener muchas relaciones y no necesariamente tener una fuerte pulsión sexual o no tener excelentes dotes amatorias. Llevar a tener múltiples relaciones a veces está más intrínsicamente ligada a miedos y bajo autoestima que al apetito sexual genuino de esa persona. Obviamente, también ocurre en el sexo contrario. Y aquí, por propia experiencia, puedo corroborar este tipo de promiscuidad. De todas maneras, es complicado dar una opinión sobre este tema que lleva tantos siglos siendo tabú, incluso en las épocas más desinhibidas ha habido una gran ignorancia al respecto de la psique sexual; aunque no sobre el placer, ya que este solo ha estado sometido a la ignorancia en las épocas de represión sexual.
Por cierto, el edificio no era un palacio, pero en su época debió destacar respecto a la mayoría de viviendas. Me hubiera gustado poder entrar, pero estaba cerrado el día que yo fui.
Entré a la oficina de Turismo, ubicada en la avenida Bulevar Mihajla Pupina, y una joven serbia, de exquisita amabilidad, me atendió e intentó dar las mejores respuestas a todas las preguntas que le realicé. Una de ellas era si podría alquilar una bicicleta de montaña en Novi Sad para poder realizar una ruta por Fruska Gora, unas montañas cercanas que albergaban monasterios ortodoxos y otros lugares interesantes . Llamó por teléfono a varias tiendas y todas les dijeron que era mejor que alquilara una bicicleta eléctrica para hacer esa ruta en un hotel ubicado en ese paraje. Finalmente, decidí que haría una ruta senderista a pie al día siguiente. Me proporcionó la información necesaria para llegar al punto de inicio con transporte interurbano.
Según la chica de la Oficina de Turismo. en el término de Fruske Terme, en Fruska Gora, se podían alquilar bicicletas eléctricas en la recepción del hotel ubicado allí.
Para finalizar la ruta a pie por el centro de la ciudad, fui en busca de la lapida de la familia Cenazi, único vestigio de un antiguo cementerio armenio en la ciudad. Si debo ser sincero, por la mañana había bajado del autobús justo en ese lugar y había pasado totalmente desapercibido para mí. Y eso que estuve sentado cinco minutos en unos bancos de ese espacio.
Tras una merecida siesta, me dirigí al Puente del Arco Iris para cruzar el Danubio. Sobresalían del agua tres pilares de lo que en su momento formaron parte de un puente, y todo indicaba que fue uno de los tres que cayeron víctimas de los bombardeos de la OTAN en 1999. Estos ataques fueron llevados a cabo en un intento debilitar el ejército yugoslavo. No solo los puentes de Novi Sad sufrieron los ataques aéreos, también sufrieron las embestidas las refinería petrolífera y la antena de televisión. La primera, pude ver las características torres anilladas de color rojo y blanco erguirse en la llanura desde una cima de Fruska Gora. La segunda, se encontraba en una de las colinas de esta cadena montañosa de poca elevación.
La fortaleza de Petrovaradin, ubicada en un promontorio junto al río y apodada la Gibraltar del Danubio, durante mucho tiempo fue el único asentamiento de la zona. Sirvió para detener las incursiones otomanas, pero sus orígenes se remontan a la época romana.
Pasé el puente Arcoíris y, en su prolongación, me adentré en Podgrade (parte baja) de la fortaleza, que tenía el aspecto de un pueblo o el casco viejo de una ciudad centroeuropea, pero que en otra época fue residencia de oficiales.
Subí a Gornji Grad (parte alta) a través de unas escaleras que atravesaban un pequeño túnel. Lo primero que vi fue la torre del reloj. Una de las curiosidades de la época austrohúngara era que todas aquellas casas cuyas ventanas daban a la torre y desde las cuales se podían ver la hora pagaban un impuesto por ello.
En la explanada del promontorio, asimismo de las fortificaciones y los túneles subterráneos, había varios baluartes que albergaban varios locales de restauración con terrazas con vistas al Danubio y la ciudad, así como un museo con el horario de visita de 09:00 h a 17:00h. Me tomé una cerveza Amstel en un de los restaurantes por 270 DRS, un momento para relajarme y contemplar un precioso atardecer.
A la fortificación se podía acceder también en coche por una estrecha carretera adoquinada.
El día lo acabé en las calles peatonales, donde las terrazas estaban completamente llenas de personas tomando algo, a pesar de ser lunes. Los serbios eran un pueblo a quien le gustaba mucho el terraceo y disfrutar de la noche.
Aproveché para comer en un local de ensaladas, una de atún acompañada de un zumo de naranja (990 DRS) y luego me tomé un pequeña tarrina de helado de coco en una pequeña heladería. Sabrosísima.
Por fortuna, a pesar del constante murmullo procedente del patio interior abarrotado de clientes, logré dormirme rápido. El cansancio fue un gran aliado para disfrutar de un placentero descanso. El murmullo hasta altas horas de la noche no fue rival.
Comentarios
Publicar un comentario