Mochilero en Belgrado (III)
Capítulo III: Crónicas de un viaje a los Balcanes ( Serbia)
Belgrado, 01 de octubre de 2023
Un cielo plomizo, de pesadez corporal, melancólico como los días irlandeses de otoño, me acompañaba en las primeras horas del día. Lo primero que leí no eran buenas noticias, era como si el tiempo tuviera un vínculo íntimo e influyente con los acontecimientos humanos, como si dirigiera su sino. Y vislumbré, ante los acontecimientos convulsos que leí,que cuando la tristeza se posa en el éter acababa por esparcirse por las conciencias, y entonces todos nos miramos afligidos, sometidos a los pensamientos derrotistas.
Según los dirigentes kosovares, los militares serbios habían desplegado varios contingentes por tres sectores diferentes cerca de la frontera compartida, lo que recordaba mucho a las primeras maniobras militares rusas antes de invadir Ucrania. Sin embargo, Ucrania no es Kosovo ni Serbia, Rusia. Los últimos acontecimientos trágicos, con un saldo de cuatro fallecidos (tres serbios y un policía albanokosovar) en la región del norte de Kosovo, donde había una población muy importante de serbio-kosovares y no quieren "kosovarizarse", habían hecho aumentar las tensiones. Las emociones estaba a flor de piel. El juego diabólico de la geopolítica mostraría, una vez más, músculo y las aspiraciones serbias volverían a quedar relegadas a las sombras, a las simas, esperando a que algún día las placas tectónicas de la geopolítica se movieran a su favor.
El final de mi viaje era Tirana, capital de Albania, y tenía varias opciones para llegar a mi destino. Mi idea inicial era cruzar Kosovo, pero toda dependería de las tensiones, aunque todo los indicadores eran favorables a que la cosa volviera a menguar y quedar en tensiones locales. No pensé más en ello hasta que se acercó el día para tomar la decisión. Finalmente, tal como reflexioné, pude cruzar Kosovo sin ningún problema.
Crucé el puente Branko para cruzar el río Sava a Novi Beograd. Era todavía una ciudad somnolienta, una ciudad dominical. En las calles solo se veía a los más madrugadores corriendo o caminando a paso rápido, mientras los más noctámbulos resistían en algún banco o escalera los últimos estertores de las embestidas producidas por una noche de juerga.
Pasee melancólicamente por Bulevar Mihajla Pupina, una amplia avenida, dejando atrás un moderno edificio que albergaba un gran centro comercial que a esas horas todavía permanecía cerrado. Veinte minutos después, llegué a la antigua sede del Consejo Federal Yugoslavo. Un edificio amorfo e inexpresivo precedido por una gran plaza que en su centro hospedaba una insustancial fuente. Anduve receloso ante la atenta mirada de domos de seguridad y la soledad de la mañana dominical, confería un aspecto siniestro, como si los fantasmas del pasado hubieran retornado para a amedrentar al Viajero Pesimista. No obstante, solo la imaginación del viajero, influenciado por la meteorología, creaban esa atmosfera irreal, distante en el tiempo, de monstruos que ya dormitaban en páginas amarillentas de la historia.
El rugido del hambriento resonaba en el interior de sus tripas desde hacia rato cuando contempló, desde el otro lado de la avenida, un restaurante abierto ubicado en una calle perpendicular a la que se encontraba el Viajero Pesimista. Se sentó en la terraza donde un serbio disfrutaba de un cigarrillo y tomaba un café en compañía de su perro de pequeña talla. Por la manera que se dirigía a la camarera, evidenciaba que era un cliente habitual. Me sirvió la amable joven, después de diez minutos de espera, una tortilla de espinacas, una cerveza y un café con leche (970 DRS). Los establecimientos serbios siempre entregaban la factura por muy poco valor que tuviera el producto.
Giré en el siguiente cruce en dirección al Danubio en busca del carismático Hotel Yugoslavia, que fue considerado el más lujoso cuando se construyó en 1969. En 1999, tampoco se salvó de los bombardeos de la OTAN, causando una víctima. Resultaba llamativo ver la palabra Yugoslavia en un edificio en esta época. Al mirar su fachada, no podía dejar de evocar un pasado en blanco y negro. En un lateral del hotel habían dos tiendas de bicicletas que las alquilaban. Era ideal para recorrer Novi Beograd, una zona repleta de carriles para bicicletas y arbolados parques,ya en un tiempo más coloreado.
Paralelo al Danubio, se extendía el paseo peatonal de Kek Oslobodenja,en dirección al barrio de Zemun. En la orilla, se encontraban muchas embarcaciones o casas flotantes habilitadas como restaurantes, e incluso algunos hoteles. Algunos de los antiguos restaurantes flotantes se desmoronaban por el desamparo provocado por su abandono y la orilla terrestre acababa en manos de la maleza que crecía descontroladamente. También se podían ver algunos quioscos o una tienda de alquiler de bicicletas a lo largo del paseo. A las diez de la mañana, ya había más gente en la calle. Y al final del paseo, tres bloques uniformes de la época soviética se erguían como una pesadilla arquitectónica que desafiaban al buen gusto; ciertamente, la creatividad en la época comunista se había reducido a la mínima expresión y habían elevado a la fealdad a un trono que no merecía. El comunismo fue, sin lugar a dudas, el movimiento social más nocivo para el arte y la imaginación.
En la otra orilla del río, observaba desde una perspectiva diferente la Gran Isla de la Guerra. La vida salvaje invadía la orilla ,como si se tratara de una espesa jungla amazónica. Solo en un pequeño extremo de la isla se veía un claro con pequeñas edificaciones y una playa fluvial. Seguía cautivado por aquel "enclave indómito".
En un muro del paseo, habían escrito un grafiti con la leyenda: " Cuando el ejército serbio vuelva a Kosovo". Esta leyenda la vi en varios lugares escritos en la ciudad de Belgrado, habían surgido tras los últimos enfrentamientos entre albanokosovares y serbios. Aunque imagino que quienes escribieron esta frase eran simpatizantes del ultranacionalismo serbio, tampoco ningún político ordenó borrarlas ni a ningún ciudadano se les ocurrió tachar la frase, tal como hubiera sucedido, por ejemplo, en España. La política serbia, desde la perspectiva superficial del viajero, también daba la sensación de estar más cercana a estas tesis. Sin embargo, en ese extraño equilibrio de querer pertenecer a la UE y anhelar volver a controlar la región norte de Kosovo, les llevaban a jugar más descaradamente con la ambigüedad en sus discursos que a veces no concordaban con la realidad, a pesar de que, ciertamente, la política por si sola ya es inherentemente anfibológica. Pueden decir públicamente una cosa, o dos, o tres... y pensar otra muy diferente sin padecer por ello ningún trauma. Son los mejores funámbulos, el porcentaje de caídas es muy bajo.
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¿Era Belgrado? ¿Seguro? Se preguntó el Viajero Pesimista cuando inició su andadura por las calles del barrio de Zemun. Se encontraba frente a edificios típicamente centroeuropeos de los siglos XVIII y XIX. De hecho, y esa era la principal razón de diferenciación con Belgrado, era que este territorio perteneció al imperio Austrohúngaro hasta la Primera Guerra Mundial. Muchas de las calles estaban empedradas, y algunos edificios eran suficientemente atractivos como para hacer que la visita fuera agradable.
Retiré 2200 DRS de un cajero del banco ADD I KO y me cobraron una comisión de 400 DRS.
Posteriormente de tomar un capuchino por 220 DRS, me dirigí en busca de la Torre de Janko. Tuve que preguntar a un empleado de una gasolinera, quien me indicó que se encontraba en la cima de la colina que tenía frente a mí. Solo tenía que subir unas escaleras cercanas para ir aproximándome a ella.
Las estrechas escaleras me llevaron hasta la entrada de un cementerio. Lo cual despertó mi curiosidad por visitarlo. Me suscitó curiosidad las lápidas ortodoxas, mucho más creativas que las musulmanas o comunistas, que solían ser más inexpresivas y tristes. En particular, me sorprendió ver una bonita estatua de boxeador como lápida funeraria, en homenaje al púgil difunto. Por lo que vi, en la época comunista, a pesar de tratarse de un cementerio ortodoxo, a los comunista se los enterraba también en el camposanto, aunque, eso sí, sin ninguna referencia a la religión y con claras alusiones al comunismo, solían tener una estrella en la lápida, pero como siempre con escasa creatividad artística.
Finalmente, llegué a la cima de la colina de Gardós, donde se ubicaba la Torre de Janko, una fortificación del siglo XIV que servía de puesto fronterizo y bastión entre los imperios austriaco y otomano. Aunque la actual torre conmemoraba los 1000 años de la llegada de los húngaros a Panonia. Era posible subir arriba de la Torre por unos 200 DRS. Sin embargo, la vista panorámica desde el balcón cercano ya eran suficientemente impresionantes, con vista al río Danubio, la Gran Isla de la Guerra y una parte de Belgrado para tentarme a subir a la Torre.
Al mediodía, aproveché, que retornaba a pie a Stari Grad, para recorrer la orilla del Danubio hasta la confluencia de Saba por el extraordinario Parque de la Amistad. Muchas familias recorrían en bicicleta el parque por los carriles destinados para estos vehículos. Era un lugar bonito y limpio.
Llevaba un rato con ganas de liberar las inmundicias del cuerpo cuando vi una caseta sanitaria de acero inoxidable en el parque, la cual me recordaba a una cápsula del tiempo de una película de ciencia ficción que había visto de pequeño, aunque ya no recordaba su título. Presioné un botón y la puerta curvada se abrió, cerrándose detrás de mí una vez que ya me encontraba en su interior. Una voz en serbio me dio unas explicaciones que me resultaron indescifrables, no sabía lo que realmente quería comunicarme. Solo esperé que fuera suficiente con volver a presionar el botón para salir de ese recinto hermético y que no pudiera abrirse desde el exterior mientras yo estaba dentro, ya que no pude identificar ningún tipo de mecanismo de bloqueo en la puerta. La sola idea de que alguien la abriera mientras yo intentaba aliviarme me avergonzaba. Eso sí, el interior estaba impecable. No recordaba haber visto un lavabo público tan limpio en mi vida. Al final, salí sin problemas.
Me senté un rato en unas escalinatas frente al río Sava. Los empleados de los pubs y discotecas de los barcos atracados perenemente en la orilla empezaban a llegar a sus establecimientos, preparando y arreglando todo para estar operativos para la noche. La fiesta belgradense había adquirido gran renombre entre los jóvenes europeos, y se decía que la fiesta nunca terminaba, como en los años ochenta en España.
Crucé el puente Branko en sentido contrario a la mañana y descendí a la orilla opuesta del Parque de la Amistad del río Sava, recorriendo un paseo paralelo al río en dirección al Danubio. En la misma confluencia de los dos ríos, un poquito más adelante, me senté en una terraza para disfrutar de unos pescaditos fritos acompañado de ensalada y una cerveza LAV 500 ml (800DRS), la cual me sentó de maravilla con la sed que tenía. El lugar era magnifico, aunque la fritura del pescado no me convenció demasiado.
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