De Novid Sad a Bajina Basta (VI)
Capítulo VI: Crónicas de un viaje a los Balcanes ( Serbia)
Bajina Basta, 04 de octubre de 2023
Dejé la llave de mi habitación debajo de la esterilla, tal como me comentó la propietaria en el mensaje de WhatsApp: " Under mat". En Serbia, con los propietarios de las habitaciones el contacto solía ser mínimo, al menos esa fue mi experiencia; pero, eso sí, siempre muy correctos.
En la parada situada en el lado opuesto de la lapida de la familia Cenazi, se encontraba la parada para tomar el autobús N.º 4 para poder regresar de nuevo a la estación de tren y autobuses.
Para ir a Banjina Basta había un autobús directo al mediodía, pero preferí pasar el tiempo de espera en Belgrado.
El precio del billete: 660 DRS Novi Sad a Belgrado + 70 DRS equipaje grande.
El extra de equipajes solo me lo cobraron en este trayecto. En los demás, no tuve que pagar nada por llevarlo en la bodega de equipajes de los autobuses.
El trayecto se desarrolló en la autopista, atravesando un paisaje monótono de tierras de cultivos en su periodo de inactividad.
Me llamaban la atención los rostros insondables y las expresiones hoscas de los serbios al desconocido, lo que podía llevar a confusión; pero a pesar de ello, siempre acababan ayudando al Viajero Pesimista con esa manera torpe que caracterizabas sus acercamientos. Era un pueblo orgulloso, aunque también me parecieron mucho más honrados que otros más dicharacheros y amigables. Aunque alguna vez logré arrancarles una sonrisa, sacando a relucir su lado más afable y divertido.
Llegamos a la estación de autobuses de Belgrado a las 10:00h y lo primero que hice fue acercarme aleatoriamente a una de las taquillas que estaban abiertas, evitando tener contacto con la empleada de la ventanilla de información que acumulaba tantas reseñas negativas en las redes por parte de los pasajeros. Allí compré un billete con salida a las 13:45h.
Aproveché para tomar un capuchino en la terraza del bar, que estaba ubicado en la salida opuesta a la plaza de la antigua estación de tren. Pasé un buen rato leyendo a Murakami ( Kafka en la orilla) en mi e-book. Justo cuando más concentrado me encontraba en la lectura, dos mujeres se dirigieron a mí en serbio. Al darse cuenta que no les entendía, señalaron la factura que estaba sujeta por el limpio cenicero de la mesa. La miraron y se marcharon. Les seguí con la mirada, observando que realizaban la misma operación en todas las mesas ocupadas. Finalmente, charlaron un rato con la camarera y se marcharon. ¿Inspectoras, tal vez? Me pregunté. Una pregunta que no podría resolver.
Cansado de leer, volví a entrar al pasillo central que separaba los andenes de llegadas y salidas en dos espacios diferentes. El andén de mi autobús era el número 24. Fue ese día cuando aprendí que la palabra serbia "peron" significa andén que rimaba con Nerón, pensé para acordarme rápidamente de la palabra, ya que la memoria no es mi fuerte cuando se trata de palabras.
Salí por el acceso de la plaza de la antigua estación de tren y me senté un rato en las escalinatas que antiguamente solían utilizar los pasajeros ferroviarios para tomar el sol. Permanecí un rato ensimismado en mis pensamientos, mientras observaba los tranvías, en su mayoría rojos, circulando a veces en una dirección y otras en la contraria, conviviendo en el mismo asfalto con vehículos de motor. Siempre me había llamado la atención, que pudiera convivir en el mismo espacio sin que ocurriera demasiados accidentes. Eso sí, las ciudades con tranvía me parecían más atractivas.
A esa hora, en Belgrado, nada se detenía, como en cualquier gran urbe del planeta, el tiempo se había evaporado y las prisas habían acabado por reinar en casi todos sus ciudadanos. Y yo era tan anónimo como los indigentes que, tumbados o sentados en una mugrienta y barata alfombra en el rellano de las escalinatas, tomaban vino tinto barato para intentar correr detrás de las prisas para no pensar, porque pensar para ellos era hacerlo sin esperanza, sin vitalidad. Y, sin embargo, parecía, en ese momento, que éramos los únicos que el tiempo no nos había abandonado, teníamos tiempo para nosotros, a pesar de que para ellos, el tiempo no era un preciado regalo sino una maldita maldición.
Dejé de divagar por el mundo de los pensamientos y me acerqué a la panadería cercana. Me comí un burek de queso (sobre 100DRS) y luego fui a los impolutos baños públicos (60DRS).
Después, accedí al patio descubierto donde se encontraban los andenes de salidas, pasando por los torniquetes. Y me senté en un banco cerca del anden N.º 24. Pregunté al conductor del autobús estacionado en el andén N.º 23 si mi autobús lo haría desde el 24, y él me lo confirmó.
El autobús llegó diez minutos antes de la hora de salida. Delante de mí subieron diez jóvenes gitanos de tez muy morena, que en la península ibérica se hubieran confundido con magrebíes. Se sentaron en los asientos centrales. El conductor al ver que se sentaban por la parte central se dirigió a ellos como si fueran ganado, con aspavientos y palabras que no sonaban especialmente armoniosas, indicándoles que se movieran todos hacia los últimos asientos. Ellos acataron sumisamente. Al principio pensé que se trataba de un caso aislado de discriminación y racismo. Sin embargo, durante todo el trayecto , pude observar que los serbios tenían interiorizada la idea de que el pueblo romaní no tenía mucho más valor que un animal de granja. Cada vez que alguien subía al autobús, jóvenes, mayores o ancianos hablaban despectivamente o se reían de ellos sin ocultarlo, delante de ellos, y siempre intentaban sentarse lo más alejados de ellos, cuando no podían, esperaban a que quedara una plaza libre de la parte delantera para cambiarse. Los gitanos asumían su papel impertérritamente, sus rostros no mostraban ningún sentimiento, era como si no los escucharan. Es cierto que algunos desprendían un fuerte olor nauseabundo que echaba para atrás, de no haberse lavado en siglos, pero eso no justificaba el trato que presencié. Además, en qué condiciones debían vivir esas personas en una sociedad que los aislaba.
A unos cuarenta kilómetros de Bajina Basta, en Bulbobija, bajaron los diez cíngaros. Todo volvió a la normalidad, como si lo que hubiera visto fuera una película sobre el apartheid.
Durante esos últimos kilómetros, la carretera discurría paralela al río Drina, que sirve de frontera natural con Bosnia y Herzegovina. Desde allí, observé algún minarete afilado sobresaliendo de pequeñas localidades en la otra orilla, en la República Srpska. Una de las regiones que más sufrieron los bosniacos en la guerra. No muy lejos está Srebrenica, la ciudad tristemente famosa por el genocidio provocado por los serbios, quienes intentaron "limpiar" la región de musulmanes. Me pregunté cómo deben ser las relaciones entre ellos en la actualidad. Debe ser difícil normalizarlas cuando todavía hay generaciones vivas que vivieron esa época oscura.
Finalmente llegamos a Bajina Basta. Ya era de noche, así que poco podía ver del paisaje. El alojamiento estaba ubicado a un kilómetro de distancia de la estación de autobús. Subí por la calle de la gasolinera, giré a la izquierda en el cruce y, en el segundo cruce de la calle principal, observé un cartel del hotel: Mystic River Design Hostel indicando que camino debía coger para encontrarlo a cien metros.
Cuando llegué a recepción,no había nadie. En el comedor había una chica puertorriqueña que fue quién me dio las indicaciones. Mi habitación constaba de cuatro literas, ubicada en la planta superior, pero al ser temporada baja iba a poder disfrutarla durante dos noches para mí solo.
36 euros por tres noches.
Después, me acerqué al centro de la población. Habían bastantes cafeterías pero pocos restaurantes. Al final, en un puestecito, compré una banitsa de nutela por 350 DRS y me lo comí sentado en un banco, viendo pasar a la gente. Luego, me tomé un café en una de las animadas terrazas, a pesar de ser un día laboral y las nueva de la noche.
Me fui a descansar, después de charlar con el joven ruso que regentaba el local, aunque no era el propietario. El joven era una persona nerviosa y hablaba atropelladamente,, pero dominaba o se hacía entender en cuatro idiomas, entre ellos el castellano.
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