En el universo de las dos ruedas, existe una creencia ampliamente extendida entre los sementales ibéricos de que para realizar viajes largos se necesitan motocicletas de grandes cilindradas. Y aunque es cierto que pueden ser más confortables, veloces y, tal vez, más seguras, no hay ninguna evidencia científica que respalde la idea de que viajar con una moto de cilindrada 125 sea imposible. A menos, evidentemente, que se te ocurra preguntar a estos eruditos, quienes te dirán con un tono paternal que el tamaño sí importa, y mucho. Claro que sí, para el postureo no hay nada como una moto grande. Además, los creadores de contenidos en internet no ayudan con sus análisis, suelen minusvalorar esta cilindrada con frases como estas: " vehículos para principiantes". Y entonces te asaltarán las razonables dudas, pero ni caso.
De hecho, hay personas que han demostrado con creces y muchos kilómetros que se pueden realizar grandes travesías durante años, como Gabriel Visso, quien estaba recorriendo el mundo en una Yamaha YBR 125.
Obviamente, no nos vamos a engañar, viajar en un vehículo de estas características tiene algunas desventajas; pero nada que no se pueda solventar con perseverancia y entusiasmo. Donde más notarás que vas en una 125 será en los puertos de montaña, donde bajara considerablemente la velocidad, pero ¿qué prisas hay? En su favor, está el presupuesto. Gastan como un mechero, las avería suelen ser mucho más baratas de reparar y, si la moto es sencilla, en cualquier parte del mundo podrán arreglártela.
Así que, al no saber qué hacer en aquel año atípico por la pandemia del Covid -19, me propuse realizar un recorrido poco ambicioso y probar a viajar en el mundo de las dos ruedas aprovechando que tenía una Yamaha YBR 125,inspirado por los artículos de personas que han viajado con esta cilindrada.
Mi ruta la limite a tres etapas (1051 km en total), ya que para aumentar debería haber comprando un baúl para aportar mayor capacidad de carga.
Tarragona-Almansa
Almansa-Villar de Arzobispo
Villar de Arzobispo -Tarragona
Antes de iniciar el relato propiamente dicho, quiero presentaros a la compañera de ruta que me llevó a recorrer este itinerario propuesto a horcajadas de sus quince caballos .Se trata de una Yamaha 125 Black Edition del año 2009 que normalmente utilizo en mí día a día. No hacía mucho tuve que realizarle una reparación en la junta de culata, después de mil kilómetros, la moto no parecía sentirse resentida, volvían a funcionar como siempre.
Primera etapa: De Tarragona a Almansa porque no me pica.
Amaneció en los primeros días de septiembre con las maravillosas tonalidades de un día despejado, augurio estival de que las temperaturas cálidas seguirían estando presentes. Coloqué la pequeña bolsa y el ordenador portátil en el hueco bajo el asiento de mi moto y arranqué para iniciar mi viaje
Recorrí los primeros kilómetro por la autovía mediterránea hasta que, a la altura de Vandellós, se convirtió en una nacional, protegida por la Serra del Mestral. Más tarde, pasé cerca del célebre camping de Les Alfaques, conocido tristemente por los trágicos acontecimientos que sucedieron el 11 de julio de 1978, unas funestas vacaciones que conmovieron a toda Europa y cambiaron la normativa del transporte de mercancías peligrosas. Un camión sobrecargado de propileno explotó a su paso por el camping, arrasando una tercera parte del complejo y cobrándose la vida de 215 personas.
Los kilómetros pasaban rápidamente y me hicieron olvidar aquella tragedia, permitiendo regocijarme en las grandes extensiones de arrozales del Delta del Ebro. El verdor refulgía ante la luminosidad del sol. Probablemente, el delta es uno de los lugares más "exóticos" del noreste peninsular, un emplazamiento maravilloso donde uno puede disfrutar del avistamiento de un gran colonia de flamencos en parajes excepcionales que le dan un encanto especial.
Paré en un bar de carretera cerca de Ulldecona. Solo había una pareja viajera y tres empleados de la construcción en el comedor. La hermosa joven de origen latino nos sirvió a un ritmo caribeño pero con una educación exquisita, que hizo que le perdonara la tardanza. Al final de mi desayuno salí a fumar un cigarro y el hombre viajero con barba a lo Papa Noel, cuyo origen parecía ser de Laponia por su parecido, me preguntó si la autopista seguía cerrada en la siguiente entrada. Pensé:"¿No ve en qué vehículo viajo, señor?" pero le dije la respuesta más cordial y pacífica de todas las posible del mundo mundial en castellano: "Lo siento. No lo sé. No soy de aquí".
Los último cien kilómetros los recorrí por la autovía, dirección a Albacete convirtiéndose en una conducción monótona, demasiado aburrida para sobresaltar mis pensamientos introspectivos y fijarme en el paisaje.
Al mediodía llegué a Almansa,un municipio de aproximadamente 25000 habitantes. Lo primero que hice fue buscar un alojamiento abierto en tiempos de pandemia. En la antigua carretera nacional, me topé con el Encasa Hotel Almansa, ubicado al lado de una rotonda presidida por un curioso y horrible monumento: La Paz Aupada, conmemorativo de la importante batalla de Sucesión que aconteció en 1707 en estas tierras. Ese monumento buscaba cerrar viejas heridas históricas con la autonomía vecina de Levante que fue creado por el escultor almanseño José Luis Sánchez. Por un momento, quise inmortalizarlo con mi cámara, pero preferí dejar que el paso del tiempo deformara su imagen en mi memoria y lo convirtiera en una paria de los monumentos.
Finalizado el registro en recepción, me dirigí al restaurante al otro lado de la carretera, como me aconsejó la amable recepcionista. Me senté en un amplio patio interior a comer. El sitio estaba enfocado para los currelas, a ciudadanos que no ostentan riquezas ni trabajos con honorarios elevados, a aquellos que luchan por llegar a fin de mes en no tener sus cuentas en números rojos. Algunos de ellos, por las condiciones físicas de sus exigentes trabajos o por otra razón que desconozco, suelen acabar con el paso del tiempo con grandes abdómenes. No los veía leyendo a esos niños malcriados de Platón, Schopenhauer o Rousseau que hablaban de ideales que ni ellos mismo cumplieron, por muy grandes y acertadas observaciones hicieran de vez en cuando del mundo.
Desde la soledad de mi mesa, me uní a beber vino de garrafón, como los otros comensales de las otras mesas, y a comer lo que ofrecía el menú. Siendo un ex carnívoro, las opciones eran limitadas, pero por 9 euros tampoco se podía poner uno muy chichismiqui. La carnosa camarera, a pesar de los nuevos tiempos, recibía sutilmente piropos de los achispados obreros. A primera vista, parecía disfrutar de los halagos picantes, pero en un mundo donde la gente a menudo decimos una cosa y pensamos otra, uno ya no sabía lo qué pensar. La razón cada vez se inclinaba más y la exaltación se erigía y fortalecía más.
Me convocó Morfeo urgentemente a mi habitación, el vino de la comida se manifestó insolidariamente en mi cuerpo, obligándome a echar una siesta. Durante una hora, me sumergí en extraños sueños en que los obreros mutados del bar por el vino se acercaban a mí con extraños cuerpos deformados que querían degustarme, con rostros semejantes al de IT, el payaso de la novela de Stephen King, abriendo sus enormes bocas de megadolones. Y yo moría de miedo, porque ¿quién no moría al ver semejante rostro?
Al rato de estabilizar el malestar provocado por la siesta, después de despertar, me fui directamente al monumento estrella de la localidad, que dominaba el núcleo urbano: El Castillo de Almansa. Gracias a los esfuerzos de restauración llevados a cabo desde 1952 hasta la actualidad , hoy en día se podía disfrutar de una de las fortalezas más bonitas de la península ibérica. En julio de 2020, se inauguró un pequeño museo, en el cual es posible realizar, aprovechando los avances tecnológicos, un viaje virtual en 360ª por el castillo. Para ello, basta con colocarse unas gafas tridimensionales y dejarnos llevar por el interior de todas sus estancias. Transportándonos a lo alto de la Torre del Homenaje, saliendo en un pequeño balcón que, por un momento, uno cree que va a desplomarse, lo que provoca que uno se agarre angustiosamente a la ficticia barandilla.
Reflexioné desde la cima fortificada sobre lo duro que sería incluso para un trabajador de los barrios más pobres de la España contemporánea vivir como un señor feudal. Por mucho poder que ostentara, ningún ser humano actual se sentiría cómodo viviendo en las condiciones que podía ofrecer una castillo en el medievo. Entonces, imaginaos cómo debía ser la vida de los campesinos.
Con posterioridad a este viaje, la legendaria banda de rock Benito Kamelas grabó un videoclip en el castillo de Almansa, que me hizo revivir de nuevo este corto viaje y al mismo tiempo darle banda sonora a aquellos recuerdos con este excelente tema. Un tema que ha conseguido más de un millón de visualizaciones hasta el momento en Youtube y
es un canto a la esperanza.
A pie de la entrada del castillo se ubicaba el Museo de la Batalla de Almansa, adyacente a la oficina de Turismo. En su interior, se exhibía una maqueta de la localidad de ese siglo que ayudaba a interpretar un poco más aquellos momentos convulsos en la comarca y de relevante importancia para el Reino de España.
Luego, aproveché para pasear por las tranquilas calles del casco viejo, descubriendo una hermosa portada que destacaba con sus columnas salomónicas en la fachada principal, como brocas petrolíferas horadando el terreno en busca del infierno, por donde escapar, tal vez, las monjas heterosexuales en sus noches de desesperante deseo en busca del macho cabrío cuando el sexo era pecado. También destacaban dos ángeles en altorrelieves en la parte superior, formando parte del Convento de las Monjas Agustinas. Había otros edificios interesantes , como la Casa Grande y casas solariegas para el disfrute de los amantes de la arquitectura.
Al atardecer, consumida las energías intelectuales, cogí la moto y me acerqué al pantano a través del acceso posterior a la presa, el mismo camino que lleva al Santuario de Belén. Tuve la fortuna de presenciar una hermosa puesta de sol mientras paseaba por una pista paralela a la orilla del lago. Era un lugar excepcional para el avistamiento de aves. De las cuales, por mi falta de conocimiento, solo pude identificar a los patos sobrevolando el agua a baja altura.
Por la noche, aproveché para cenar en uno de los restaurantes cercanos al hotel: un plato combinado acompañado de una Coca- cola. En ese momento, pensé que el responsable del hotel igual tenía razón cuando me dijo: " En Almansa no hay sitio donde se coma mal". Asimismo, muchos de los almanseños lucían hermosos, lo que reforzaba la afirmación de nuestro buen amigo.
Mi locuaz amigo en la recepción de hotel, me aseguró que la moto podría pasar todo un año resguarda por la marquesina exterior y en la calle sin que me tocaran la moto. No recordaba la última vez que alguien había robado algo en su localidad. No sé sí exageraba, pero era evidente que se respiraba un ambiente muy amigable y destendido que no presagiaba ningún acontecimiento desagradable.
Segunda etapa: Desde Almansa a Villar del Arzobispo no hay obispo que me detenga.
La mañana se alumbró con pequeñas esponjitas salpicando la bóveda celeste , parecían nubes azucaradas preparadas para ser engullidas por mi gula. Dejé mis pertenecías en la moto y la arranqué, soñando despierto que me elevaba y las nueves se transformaba en esas deliciosas golosinas multicolores que tanto anhelaba comer cuando era un niño, y no tan niño, sumergiéndome con la boca abierta en ellas hasta que quedaba empachado, con la barriga hinchada y un subidón de glucosa que hacia que todos los marcadores de mi cuerpo estallaran.
Tomé dirección a Requena por la N-330, una carretera serpenteante en su tramo final que hacia las delicias de los motoristas. Dado que era fin de semana, había muchas motocicletas. Muchos de ellos extendían un poco el brazo con el dedo índice y el corazón formando una V para saludarme, a pesar de llevar una moto pequeña. Les devolvía alegremente el saludo, sintiéndome parte de la manada. Solo me faltaba aullar.
En el valle de Cofrentes se extiende una franja de fértiles tierras donde emergen abruptamente dos gigantesca estructuras humeantes, que si hubieran coincidido en la época de Don Quijote, él las hubiera confundido con monstruosos y enormes seres que sacaban humo por sus orejas. La carretera me llevó ante la imagen poderosa de la central nuclear, dispuesta en el valle como dos volcanes a punto de erupcionar. Sin embargo, lo más sorprendente era saber que a escasos tres kilómetros había una chimenea natural examine,El cerro de Agrás, que en otra época vomito grandes cantidades de lava, y cerca del balneario de Los Hervideros, calentado por gases situados a quince kilómetros de profundidad. Todo tan cerca. No podía evitar que pensamientos inquietantes me asaltaran, imaginando la posibilidad remota que el volcán volviera a revivir por una combinación rocambolesca de la naturaleza y amenazara la supervivencia de la central nuclear.
Llegué a Requena sin golosinas ni ningún alimento en el estómago, sus quejas me llevaron a detenerme en una restaurante de un polígono industrial. En la terraza almorzaban trabajadores con monos azules grasientos y ciclistas con piernas musculadas. Pregunté a uno de los trabajadores de al lado de mi mesa por la estrecha carretera del Parque Natural de Chera-Sot. El hombre, de respiración penosa y excesivamente pasado de peso, que se había jactado en sus conversaciones con sus colegas de ser un formidable follador, me indicó la dirección correcta. Me pregunté cómo carajos la naturaleza conseguía mantener su falo en forma cuando el resto del cuerpo estaba más cerca de un camposanto que de un cuerpo desnudo de mujer. Eso si, mi ex novia que trabajó una larga temporada en una residencia me decía siempre que me sorprendería de algunos abuelos, que incluso moribundos seguían manteniendo las erecciones matinales y las ganas de tener sexo. Sus manos eran como tentáculos de pulpos, siempre dispuestos a manosear las nalgas o las tetas de las trabajadoras cuando las cogían desprevenidas. Los caminos de Dios son inescrutables. Aunque sinceramente me parecía más un castigo tener pulsión sexual con ese cuerpo que no tenerla y estar físicamente bien.
Enlazar con el primer tramo de la carretera comarcal de un solo carril no fue tan sencillo sin el apoyo de la tecnología, pero fue divertido volver a la década de los noventa, cuando todo se dejaba a la intuición o a preguntar a una persona. Recuerdo con nostalgia, aquellos días que discutíamos con los colegas sobre un tema y pasaban días o semanas hasta que descubríamos quién tenía razón. Antes de aparecer en nuestras vidas San Google que lo cambió todo, como la IA lo esta haciendo actualmente.
La carretera del Parque Natural era realmente estrecha, pero los paisajes recompensaba totalmente desviarme por él. Con vistas al hermoso lago de tonalidades increíbles.
Al mediodía, llegué al Hostal Posá en Villar de Arzobispo, reservado a través de Booking. Un alojamiento con habitaciones sencillas pero limpias. El lugar tenía dos entradas, y yo accedí por la del restaurante. Me ofreció gratuitamente la opción de dejar la moto en un local que tenía unos metros más arriba, en el lado contrario de la calle; aunque esto no me cogió de sorpresa porque lo había leído en una de las reseñas positivas sobre el alojamiento.
A pesar de no tener la ropa adecuada para practicar senderismo, decidí ir en moto a la blanquecina y bella población de Chulilla, un escape popular de fin de semana entre los valencianos atraídos por la espectacular ruta de los pantaneros que recorre el Cañón del Turia, alcanzando sus paredes naturales en algunos tramos hasta ciento cincuenta metros de altura y diez metros de ancho.
Esta antigua senda recrea, incluso, los puentes colgantes que desaparecieron en la trágica riada de 1957, donde fallecieron casi un centenar de personas. En la década de los cincuenta, los obreros realizaban diariamente este recorrido para trabajar en la construcción del embalse de Loriguilla, cuando tener coche era cosa de señorito español y el transporte público no llegaba a todos los rincones de España.
La sencilla ruta de senderismo, de seis kilómetros de longitud, era apta para todo el mundo con buena salud. Ya en las afueras del pueblo presagiaba lo que me esperaba al ver en los improvisados parking de tierra y ocupando espacios del arcén de la carretera comarcal muchísimos coches estacionados. Aquello era una romería. Estos eran los primeros tiempos que nos dejaban salir a la calle después del tedioso reclutamiento hogareño que tuvimos que sufrir por la pandemia del Covid -19. Muchos hacían caso omiso a las recomendaciones sanitarias de no bañarse en el río Turia. Los valientes de siempre, que luego lloraban como niños desamparados cuando la enfermedad llamaban a su puerta: ¿Por qué yo, señor?¿Por qué?
Hubiera disfrutado más recorriéndola con menos gente, aun así , a pesar de los pesares, fue una experiencia maravillosa. Me encantó aquel lugar mágico . El tramo menos espectacular era el segmento hormigonado hasta el embalse. Llegados a ese punto, tuve que desandar el camino para volver a Cuclillas.
Tomé una cerveza bien fría en la terraza de uno de los bares de la localidad, mientras veía pasar coches y transeúntes ininterrumpidamente. Estaba totalmente invadido por los domingueros. Los comercios debían ser las personas más felices del mundo, y más, después de haber tenido sus negocios cerrados durante tantos meses . Era una eclosión de alegría y rostros centelleantes.
Por la tarde, tras una merecida siesta en mi hotel, me dirigí al antiguo aeródromo republicando de la Guerra Civil Española, que todavía permanecía en pie un refugio antiaéreo y unos hangares en ruinas en paraje agrario. La pista de aterrizaje había desaparecido, dejando paso a campos de cultivo. Difícilmente uno podría imaginar que casi un siglo antes, aviones de guerra aterrizaban y despegaban en aquel territorio. Afortunadamente, no me costó demasiado encontrar el sitio. Un cartel informativo revivía un pasado extinto con información básica.
El refugio tenía dos entradas no muy alejadas entre sí. Unas escaleras descendientes conducían a un oscuro espacio subterráneo. La luz de mi móvil era demasiado débil para ver con claridad y el interior no estaba en condiciones adecuadas para visitarlo. Lamentablemente, tuve que volver a subir los peldaños, no quería arriesgarme a andar en la penumbra en tan lamentable estado de conservación.
El tiempo se me echó encima y el cansancio se apoderó de mí. Así que cené en el restaurante de mi alojamiento y me fui a dormir, soñando en nubes azucaradas y bombardeos de chocolate.
Tercera etapa: De villar del Arzobispo a Tarragona, parando en Morella porque ella es hermosa.
Como la experiencia de viajar por vías secundarias el día anterior había sido muy gratificante y entretenida, opté por seguir apostando por ellas, y fue un gran acierto.
El primer tramo transcurrió por una vía pecuaria hasta llegar a Alcubias. Luego, seguí dirección a la Sierra de Gúdar, atravesándola por la serpenteante carretera hasta llegar al punto más alto: El Puerto de Linares, donde muy cerca estaba ubicado el mirador de San Rafael, desde el cual pude disfrutar de una panorámica excepcional de las tierras bajas. Aproveché para descansar un poco.
Zigzagueando por la carretera, ya en claro descenso, acabé llegando a Morella a la hora de comer. A pie del propiamente dicho pueblo viejo, donde sus casas se refugian tras la muralla muy bien conservada que circunda el cerro. Para acceder al interior se puede hacer por una de las sietes puertas que tiene el amurallado. Y en la cima presiden los restos del castillo que aproveché para visitarlo después de comer.
La moto la dejé en la entrada de una de las puertas de la muralla. Subí penosamente hasta las taquillas para pagar mi entrada (3,50 euros), por el único acceso que había, por el Convento de San Francisco de estilo gótico que estaban restaurando. Hasta llegar al castillo tuve que subir unos cuantos peldaños.
El Castillo tenía muchos puntos de interés que hacía entretenida la visita. Tranquilamente uno podía pasar una hora explorando y leyendo los paneles informativos que hay colocados en todas las estancias y puntos de interés que enriquecen la visita.
Después de tres horas en Morella volví a arrancar la moto para no soltarla hasta llegar a casa. Dando por finalizado el viaje a las 19:00 h y feliz de haber pasado unos días estupendo viajando en moto. Y tal vez algún día me animé a realizar un viaje más largo en este vehículo, por soñar que no sea.
Nos levantamos a las nueve en el lujoso apartamento con una panorámica excelente de la ciudad, gracias a las inmensas cristaleras que suelen tener los rascacielos. Panorámica desde el hotel Tras acicalarnos, fuimos a almorzar en una moderna y elegante fleca, construida en el interior de un chalet que bien podría despertar la envidia de cualquier ciudad próspera de Occidente. Luego tomamos un taxi para que nos dejara en el Batu Cave , localizada a unos 13 kilómetros del centro. Era una inmensa cueva en el interior de una colina de caliza, repleta de templos hindúes. El acceso se realizaba por la fotogénica escalera multicolor que tanta personas habían inmortalizados en fotografías. Entrada a Batu Cave Los monos pululaban como si estuvieran en plena selva paradisíaca sin depredadores, familiarizados con la gente. No solían temernos, pero si alguno se pasaba de listo, como intentar tocarlos o dejar alimentos a su vista, no titubeaban en reaccionar con agresiv...
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