Mochilero por el centro histórico de México

Bajo el influjo del ombligo de la luna.

(Los mexicas consideraban Tenochtitlan el ombligo de la luna)  

Si hay un lugar urbano en México que me cautivó desde la primera vez que lo vi, sin lugar a dudas, este fue el inmenso zócalo de Ciudad de México. Accedí a propósito por la calle 14 de septiembre buscando la primera impresión, porque era consciente de que la primera vez es la que cuenta y deseaba tener el mejor recuerdo posible. Y al entrar por esa calle, la primera perspectiva sería de la inmensa plaza con la sobria fachada de la catedral de la ciudad enfrente del lado opuesto de la plaza que ocuparia en breves momentos. ¡Y no defraudo! Al verla por primera vez, aquel soleado día de septiembre de 2021. No me extrañó que en el 1522 se sorprendiera un recién llegado, el latinista Francisco de Salazar, al verla por primera vez, quien escribió la primera descripción que se tiene constancia:” ¡Dios mío, cuán plana y extensa, qué alegre, qué adornada de altos y soberbios edificios por todos cuatro vientos, qué regularidad, qué belleza, que disposición y asiento!” Y con ese mástil inmenso en el centro ondeando la gran bandera nacional gracias a la pequeña brisa de esa mañana.




En aquella época, recién conquistada Tenochtitlán, una gran ciudad borrada del mapa por Hernán Cortés, se aposentaba todavía en las aguas lacustres de Texcoco, con sus canales intactos y los subordinados y humillados mexicas, juntos a los aliados tlaxcaltecas y todo el exotismo de la región. Debió ser una experiencia brutal, casi al mismo nivel cuando los españoles vieron por primera vez la maravillosa ciudad del imperio mexica. Actualmente, en una esquina, sobrevive la base de la pirámide del Templo Mayor que fue sacada a la luz por los arqueólogos recientemente. Vestigio de que la belleza nunca vistió con las mismas vestimentas.

La historia es lo que es. Y la plaza de la Constitución, cuyo topónimo oficial no hacia justicia a la magia que desprendía ese lugar; me pareció, quinientos años después, una maravilla inigualable entre las urbes del mundo. Tal vez solo superada por la belleza de la plaza de Naqish e Jahan Square, en Isfahán.

La majestuosidad de sus edificios históricos, como la Catedral Metropolitana y el palacio Nacional, y la vibrante vida que la animaba, con vendedores ambulantes y jóvenes vestidos con los atuendos tradicionales aztecas, realizando vibrantes bailes heredados de sus ancestros. Contagiaban de un extraño misticismo mi alma. El Viajero Pesimista se sentía elevarse en aquel lugar, ya elevado por sí mismo del nivel del mar. Los dioses antiguos parecían querer robarle el pesimismo al viajero, brindarle la felicidad eterna, llenarlo de un optimismo del cual renegaba, pero que se sentía débil para rechazarlo en esa mañana soleada en la vieja tierra lacustre.




No deseaba abandonarla, pero quería visitar los restos del controvertido Hernán Cortés; héroe para muy pocos, villano para muchos. Así que me acerqué a la pequeña caseta turística que había. La chica me miró extrañada, como si preguntara por un muerto anónimo en la entrada de un camposanto, no sabía dónde descansaba, iba a decirle sus huesos, pero no, quinientos años, al menos que estés momificado, la caja funérea solo guardaría polvo. Polvo éramos y en polvo nos convertiremos. Llamaba la atención, después de medio milenio, que siguieran ocultando al padre de la nación actual y, en cambio, siguieran muchos grupos indígenas siendo ciudadanos de segunda en mundo gobernados por blancos y, en el mejor de los casos, por mestizos.

Llegué a la parroquia de la Inmaculada de la Concepción, iglesia de Jesús Nazareno, después de que la chica de información se ayudara de Internet en su búsqueda para indicar el trayecto correcto. Estaba muy cerca, a dos o tres cuadras si la memoria no me falla. Un discreto cartel en el exterior rezaba que allí descansaba los restos funerarios de Hernán Cortés. Por lo menos, pensé, se había cumplido su última voluntad, aunque no fuera con la pomposidad que debió imaginar. Sus restos estaban en un discreto lugar, casi escondido en el altar.




Curiosamente, siendo uno de los grandes conquistadores de la historia humana, sea probablemente el único de todos ellos, que recluta tan pocos admiradores, a pesar de haber sumado atrocidades, como todos, e igualando, muchas veces, a la mayoría en proezas castrenses . Los trescientos espartanos en la batalla de las Termópilas contra el Imperio Persa casi lo deja en una anécdota, cuando se enfrentó con 500 hombres a un ejército de 30000 a 60000 mexicas, eso sí, ayudados por los indígenas aliados, en la decisiva batalla de Otumba. Bueno, aquí acabo de exagerar. Lo de los espartanos, según lo que narran los historiadores, fue todavía un hito militar más sorprendente.

Luego, muy cercano, según la historia, señalado con un muro conmemorativo en plena calle, se encontraba el punto exacto donde Hernán Cortés se entrevistó por primera vez con Moctezuma II. Un encuentro que marcaría para siempre el devenir del mundo, con ese gesto se iniciaba tímidamente la globalización, con los mismos métodos violentos convincentes que ha utilizado la humanidad desde tiempos inmemoriales. Actualmente, al menos, algo hemos avanzado, dejando que quienes tengan el poder utilicen las palabras en vez de las armas para someter, y no siempre, aunque disten mucho que se utilicen estas razonablemente y no ejerzan una agonizante muerte sus políticas en algunos sectores de la población. Hay tantas maneras de asesinar que muchas de ellas ni tan siquiera es necesario desenvainar una espada, con los beneficios morales que comportan " democráticamente" al mandatario. 




Antes de volver a la plaza, porque tenía mono de ella,me acerqué a una librería cercana (Librería del Fondo de Culturas)a hojear las páginas de los libros que se amontonaban en las pequeñas estanterías. Un desconocido escritor cubano, Roger Vilar, junto a su representante editorial, promocionaba su trilogía de literatura fantasiosa en su interior, ambientada en la época actual con dioses mexicas. Me interese por su trabajo y acabé comprándole los libros, dejando que me los dedicara, después de charlar un poco con él.

Si tengo que ser sincero, empecé a leer uno pero no lo acabé, y ahora permanecen en mi librería particular esperando que algún día decida retomar su lectura. No me llego a enganchar, porque era un género más enfocado a un público joven, algo que ya no podía recuperar en esta existencia.

En Ciudad de México había muchas más atracciones, pero el centro histórico fue una de mis maravillosas experiencia de México, Un país con un potencial turístico inigualable e inabarcable en una visita de quince días que me acabó enamorando, siendo uno de mis países favoritos, que nunca cerraré la puerta a visitarlo más veces.



Comentarios

Entradas populares de este blog

IX Rugidos del mar

Mochilero en Angola (I)

VI C´est interdit dans le wagon de fer

Mochilero en el minarete de Samarra

Mochilero en Angola (IV)

VII Nouadibú por libre

Mochilero en Angola (VIII)

VIII Mochilero en la utópica República Árabe Saharaui Democrática (Dakhla)

Mochilero en Angola (II)

Mochilero en Angola (III)