Mis primeras horas en Oaxaca

                         Una ciudad con mucho encanto

Acababa de llegar a la capital de Oaxaca con el mismo topónimo que del Estado y con la lección aprendida después de hacer el ridículo en la estación de autobuses de Puebla.¿ Dónde esta estacionado el autobús con destino a "Oaxaca"?¿A dónde? Exclamó  la joven a quien pregunté, como si le preguntara por una ciudad marciana. ¡OAXACA! Al final, desistí con la pronunciación  y le mostré el boleto para que pudiera leer el destino, como si estuviera en Irán, ya que parecía que hablábamos idiomas diferentes. ¡Ah! "Wa-ha-ca", señor. Mas tarde, reflexionando sobre el asunto, me di cuenta de lo sencillo que hubiera sido evitar este tipo de situación en la época actual, donde cualquier tipo de información la obtienes casi al instante con el smartphone. Solo habría necesitado un minuto para ver un video en YouTube sobre la ciudad o consultar Wikipedia para obtener la pronunciación fonética correcta.

Tomé  un taxi por 70 pesos  desde la estación de autobuses al barrio de Chinita, cerca del casco viejo. El nombre de la pensión me recordaba a galleta en inglés: Biscuishe. No sé si tenía algo que ver. El conductor me dejó en el número exacto de la calle que le indiqué. Allí solo había un colmado, ningún letrero que indicara la presencia  de un alojamiento. ¡Empezábamos bien! Decidí entrar a la pequeña tienda a preguntar si sabían algo de esta pensión. Al parecer, el alojamiento estaba justo al lado, detrás de unos portones enormes. Me dijeron que debía ponerme en contacto con el gerente por teléfono.

Cinco minutos después de haberme puesto en contacto con mi anfitrión. Ricardo "Sin Miedo", apareció frente a mi.  Accedimos al interior de un amplio patio con unas escaleras  y dos plantas exteriores que conducían  a cuatro viviendas, dos de las cuales eran de su propiedad. Accedimos al apartamento que utilizaba como pensión. La información publicitada en Booking no resultó ser tal como la había descrito, los acabados y la última  tecnología no era exactamente lo que él había promocionado en esa plataforma en línea. La habitación y el baño compartido aprobaba justito. Además, el servicio de limpieza ni siquiera se asomó  durante los tres días que pasé en sus instalaciones. Eso sí, la noche me salió por 17 euros.

En la misma calle, había varios locales nocturnos y humildes restaurantes que ofrecían comida casera, pero demasiado picante para un estómago europeo. Al retornar por la noche a mi pensión, la música de los establecimientos adyacentes me tentaba cuando estaba a punto de poner la llave en la cerradura del portón de entrada. "Vamos, solo una cerveza y te vas a dormir," trataba de convencerme mi diablillo, que últimamente se aburría mucho conmigo. Sin embargo, cuando miraba hacia el interior a través de los ventanales y solo veía a hombres con barrigas enormes bebiendo como cosacos ,y ninguna mujer a la vista excepto aquella de pechos generosos que por sus comportamientos con los presentes parecía estar relacionado con el mundo de la prostitución, cambiaba rápidamente de opinión. Ricardo tampoco me los había recomendado.

Volviendo a mi anfitrión, antes de que me olvide definitivamente de  él en esta entrada. El apodo " Sin miedo" que he utilizado en esta narración no se lo puse yo. Bueno, en realidad sí, pero quiero decir que fue él quien afirmó que era un tío sin miedo. Me contó varias relatos para respaldar su afirmación, como el día que se quedó solo en el Atlántico, en los mares de Veracruz, durante una hora antes de ser rescatado. Se sintió totalmente tranquilo en la inmensidad del océano, sin tener tierra firme a la vista. Experimentó una profunda serenidad y paz interior. Al contarme la historia, algo en su tono me hizo dudar de que sus palabras fueran ciertas.

Después de aliviar a mi estómago en uno de los modestos locales de comida cercanos a mi pensión en la calle Nuño del Mercado, que al comer un ardiente plato de frijoles charros me hizo beber una jarra completa de agua y aún así no logré calmar mi esófago, dándome la sensación que en cualquier instante alguien podría gritar "Drakarys"  y mi boca expulsaría una llamarada de fuego enorme como los dragones de la serie de Juego de Tronos. ¡Qué estómagos más duro tienen los mexicanos! Me dirigí hacia el centro de la ciudad, que se encontraba aproximadamente  a medio kilómetro de distancia.

El arbolado zócalo rezumaba de vida a todas horas del día. Era un lugar sumamente concurrido. Habían tiendas de campañas y puestos de artesanía pertenecientes a los desplazados Triqui de San Juan Copola. Llevaban más de doce años ocupando la plaza y  sus aledaños, mostrando pancartas que instaban tanto al gobierno central como al regional a que hicieran justicia. En un trágico siete de abril de 2010, varios activistas  fueron atacados, algunos lamentablemente perdieron la vida, a manos de grupos paramilitares que hasta el día de hoy siguen sin ser responsabilizados por estos actos, nadie ha pagado por ello, y decenas de familias triquis fueron desplazadas de sus hogares, asentándose ( no sé si todas) en el zócalo de la capital del Estado. Este conflicto se originó por el control político del municipio autónomo. 

Mientras las personas que ocupaban o transitaban los espacios libres permanecían ajenos a los problemas de los triquis: Parejas de enamorados paseaban con la felicidad que da el desconocimiento del futuro y el placer que proporciona el roce de los cuerpos. Familias ya más pragmáticas y consolidadas, con los pies en la tierra, caminaban junto a sus hijos, curiosos y ansiosos por explorar el mundo que los toca vivir; mientras los más mayores, con mil anécdotas que contar de su paso por este mundo, permanecían sentados en los banco viendo pasar un mundo que no los veían. Ellos era los verdaderos hombres (y mujeres) invisibles, no Griffin. Bajo los soportales de los edificios históricos , las terrazas de los restaurantes ofrecían la oportunidad de deleitarse con la comida a precio no muy económicos, sobre todo para la gente local. Al caer la tarde, músicos itinerantes  se apoderaban de la plaza y la gente bailaba despreocupadamente al ritmo de la música, era el momento perfecto para evadirse de los problemas, de olvidarse que vivir resultaba demasiado duro para las almas humanas. Parecían tan felices. 





Los centros históricos de las ciudades turísticas del país eran como un oasis de paz, tranquilidad y alegría que fácilmente podía llevar a pensar que todo México vivía en ese estado de bienestar. Las personas caminaban despreocupadas, con los bolsos o bolsas suavemente apoyados en sus hombros, sin necesidad de sujetarlos fuertemente. Uno se sentía verdaderamente seguro en esos espacios. Asimismo, uno podía deleitarse con las construcciones recias y tacitas que deslumbraban por su tamaño y belleza, especialmente las catedrales, obras cumbre de la arquitectura novohispania. Los centros de las ciudades evocaban mucho al Viajero Pesimista a las de la península ibérica, aunque las calles mexicanas estaban tiradas a cordel y lo insólito tendía a manifestarse con más asiduidad comparado con los ordenados y predecibles centros históricos españoles. mucho menos exóticos y divertidos que los de Mesoamérica. 

En uno de mis paseos por el centro histórico, después de visitar el interior de la catedral metropolitana de la ciudad, fui abordado por Ruth, una mujer de cuarenta años que trabajaba para la agencia AVIACO TOURS SA buscando potenciales clientes. Ella me mostró un catalogo de los lugares que ofrecían para visitas guiadas. Al final, acabé contratando dos excursiones en días diferentes:  Monte Albán ( 300 pesos, incluida la entrada y el transporte) y Grutas de San Sebastián ( 600 pesos).

Monte Albán es un interesantísimo yacimiento arqueológico ubicado en una meseta elevada a 1940 m. de altitud ( la ascensión no llega a los 400 m ya que Oaxaca está ubicada a una altitud de aproximadamente 1550m), que perteneció a la civilización de los zapotecas. Lo más llamativo es  que la inmensa explanada fue anivelada expresamente, un esfuerzo que debió ser muy laborioso y costoso. Aunque las ruinas no son  tan bellas e impresionantes que las de Palenque o Chichén Itzá, visitar este sitio es enriquecedor para comprender la complejidad de culturas prehispánicas que existieron. A la llegada de los conquistadores españoles, esta vez no fueron culpables, la ciudad ya había sido abandonada y hasta hoy día se desconoce la razón detrás de dicho abandono, habiendo solamente hipótesis al respecto.





La gruta de San Sebastián es un sistema de cuevas de 450 metros, con un "cenote"  y un rio subterráneo a mitad de camino. Para llegar a ese segundo nivel, era necesario  realizar  un descenso en rappel a lo largo de una caída de treinta metros. Dado que las personas que configuraban nuestro grupo eran bastante mayores, considerándose peligroso para ellos, decidimos democráticamente no hacerlo. Durante mi visita exploré solamente una parte del primer nivel, ya que la otra área era peligrosa y había sitios donde el oxigeno era escaso. en compañía del guía. 

De todas maneras, pude admirar las  caprichosas formas de la naturaleza que la naturaleza había esculpido a lo largo de cientos de miles de años debido a las filtraciones de agua. Algunas formaciones en la roca recordaban a animales. Sin embargo, lo más asombroso fue el espectáculo del aragonito. Siguiendo el consejo de nuestro guía, apagamos nuestras linternas en una amplia cavidad de la cueva con techos asimétricos y abovedados, sumiéndonos en completa oscuridad. En ese instante, maravilloso instante, el mineral  incrustado nos regalo el espectáculo más hermoso, de lo más bonito que he visto en mis viajes, el techo comenzó a alumbrarse aleatoriamente como si fueran estrellas  que palpitaran en la bóveda celeste en una noche mágica.




Luego, nos llevó a un cercano y pequeño cenote en el interior de una cueva oscura y alargada cuya entrada era minúscula. Mientras recorríamos, chapoteando nuestros pies por una corriente de agua, en sus flancos de piedras resbaladizas por la erosión del agua, unas ranitas amarillas croaban dejándose atrapar fácilmente por nuestras manos. No eran venenosas. Encontramos una poza de agua con tres metros de profundidad en la parte más baja. La tentación de bañarse en sus aguas fue irresistible, y no fui el único: otros turistas también se unieron al chapuzón. ¡El agua estaba deliciosa! Estaba super limpia. 





Como no podía ser de otra manera, debido a la insistencia de mi amiga mexicana Nash a través de una red social al enterarse que me encontraba en Oaxaca, me instó repetidamente a probar los famosos chapulines. Insistió tanto que mi curiosidad finalmente venció a mis principios.

Los chapulines son  grillos deshidratados y tostados que, al masticarlos, emitían crujidos  singulares, que me recordaban que estaba masticando realmente insectos .A pesar de probarlos  y de que su sabor no me convenció, volvería a retornar mi lema de minimizar el daño a otros seres vivos siempre que mi salud no se viera afectada por ello u otra circunstancia me  lo impidiera.  Era consciente que la vida es violencia y que vivimos gracias a esa violencia, pero intentaba que mi vida continuara existiendo con la menor violencia posible, porque es lo único decente que puede hacer un ser humano contra la naturaleza, ser un insumiso, rebelarse a ella, ser lo más "antinatural" posible, si es que esa palabra puede existir en este mundo. Y cuando llegan los malos momentos no victimizarme, intentar mantener la dignidad del guerrero que se rebela a su creación ( esto es más teoría que practica, porque en el fondo sigo siendo débil, tan débil como las hojas que se desprenden en otoño y los cantos que llegan al mar a través del río). 

A la anochecer volví al hotel para descansar para lo que me deparaba y estar a tope para las siguientes jornadas en el Estado de Oaxaca. Una región maravillosamente hermosa.



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