Mochilero en Ceuta
¡SEBTA,SEBTA!
Dejé las calles que todavía tenían sus fachadas una mezcolanza española de principios del siglo XX y me dirigí a la estación de autobuses de Tetuán, pasando por las modernas construcciones marroquíes, ubicada en la ladera del río, antes de que desapareciera el hormigón.
“No te preocupes, mi amigo sabe español” , dijo uno de los personajes que intentaban ocupar su tiempo desprovisto de ocupación y oficio en recaudar una propina. Aunque la ayuda no era necesaria, el complaciente amigo bilingüe resultó no ser de mucha más ayuda que él. Solo sabía cuatro palabras en castellano. Dejé que me ayudara a comprar el billete y me indicara el andén, en la parte posterior de la terminal, y le di una propina.
Estaba claro que no había leído con suficiente atención el capítulo que hacía referencia a Tetuán, el apartado que indicaba cómo llegar a Ceuta. Tal vez debido a lo inesperado del viaje. Compré el billete de avión a Tánger unas semanas antes de mi partida, absorbiendo la información básica en pocos días. El caso fue que necesité una hora, ya dentro del autobús y viendo cada dos por tres los carteles, para llegar a la conclusión que “Sebta” era Ceuta en árabe. ¡Vamos! Todo un Sherlock Homes por mi parte. Y es que a veces uno puede llegar a ser profundamente obtuso.
Si Fridqey, la antigua Castillejos, guardaba encantos; yo , en mi primera impresión, no pude encontrarle en ninguna parte ni leí artículo favorable que pudiera tentarme. Era una ciudad, arquitectónicamente hablando, inapetentemente aburrida para la mirada del viajero, siempre en busca de singularidades que despierten en él o ella un profundo sentimiento evocador de la belleza. Ni tan siquiera los esfuerzos en construir el paseo marítimo expresaban tales sentimientos. Tan solo era la sombra de “Sebta”.
Así que decidí coger un taxi hasta la frontera marroquí-española a tres kilómetros de distancia. En un Mercedes-Benz W123, fabricado entre los periodos de 1875 a 1986, que en Marruecos era un vehículo muy deseado a pesar de los años acumulados. Las primeras olas de expatriados marroquíes en territorio español, a la primera oportunidad que se les ofrecía y podían algunos, se compraban este vehículo irrompible. Tal como atestiguan los que siguen circulando por muchos países catalogados como subdesarrollados, y es que deben ser francamente indestructibles para seguir en la brecha y en condiciones mecánicas más exigentes para circular que en Europa.
Mi primera intención fue ir a pie, y en otra época lo hubiera hecho sin importarme por mucho que el termómetro marcara 36 ºC y la distancia a recorrer fuera de tres kilómetros o más. Sin embargo, los años se acumulaban y la juventud, por mucho que uno se esfuerce en mantenerla, iba menguando. Y, sobre todo, si la amiga artrosis iniciaba su maravillosa aventura mágica por el mundo de las articulaciones, siendo más proclives a las extremidades y en la espalda, que siempre busca con más ahínco el descanso del cuerpo, y desde esa desapetencia hacia el dolor y el cansancio, decidí reconsiderar mi primera elección y optar por el vetusto taxi.
Una amplia explanada antecedía al acceso a la frontera. A la izquierda, se encontraban pequeñas hileras de taxis colectivos con varios destinos, entre ellos a Tánger, el destino del día siguiente. Los buscavidas, chavales jóvenes, se ofrecían a ayudar a cumplimentar el formulario marroquí que ellos mismos te daban, para salir del territorio; claro está, aunque no haga falta decirlo, por una propina. Acepté la ayuda de uno de ellos, pero no era verdaderamente necesario ni complicado rellanarlos.
En Shimla, India, recuerdo ver en los descansillos de las empinadas calles, cachemiros viejos tumbados con la columna vertebral totalmente deformada, incapaces de poder erguir sus cuerpos como una farola; muchos de ellos, incluso, andando en V invertida, sin hablar del dolor que debía provocarles, aunque no lo expresaran. Años y años de trabajar de portadores en esas inclinadas calles por cuatro rupias les habían llevado a aquella ominosa jubilación.
Ese recuerdo fue lo primero que me vino a la mente al ver a todas aquellas mujeres marroquíes cargadas a sus espaldas aquellos voluminosos fardos blancos en aquella frontera construida como si fuera una prisión, llena de verjas en un mundo que parecía degradarse a la entrada del Averno. Pensé en aquellas mujeres, que el futuro les presagiaba un destino parecido a aquellos cachemiros. Me pareció la frontera más siniestra de todas las que he cruzado en mi vida, mucho peor que aquellas donde la corrupción campa a sus anchas entre los funcionarios. Como pertenecía al primer mundo y al país que accedía, me dejaron pasar por el pasillo enverjado más amable y vacío, mientras que el paralelo al mío, discurría completamente saturado de aquellas mujeres que querían acceder a España a dejar la mercancía.
A pesar de que daba trabajo resultaba extraño en el siglo XXI ver personas cargar con tales pesos, habiendo mejores opciones.
Ya en territorio español, a veinte metros de distancia, se encontraba la parada del autobús que llevaba al centro de la ciudad, línea 7. Junto a ella, la playa de Tarajal, famosa por los intentos de llegar a ella a nado desde el lado marroquí. Sin poder ver el barrio, un cartel indicaba el camino hacia el Barrio del Príncipe, considerado el más peligroso de España, donde ni la policía podía entrar. Se trataba de un problema de difícil resolución en cuanto a integración que ningún político era capaz de abordar con una perspectiva de futura integración. Unos, los situados más a la izquierda, mirar para otro lado como si viviéramos en el mundo de Disney; otros, los situados más a la derecha, intentando resucitar viejas soluciones. Y viendo estos días las noticias (julio 2023) sobre las revueltas en Francia, por la muerte de Nahel, parece que el problema se agravará y la ultra derecha ganara terreno y las personas moderadas se irán radicalizando. ¿Por qué? Porque cuando nos sentimos amenazados el hombre, como cualquier animal, se vuelve irracional, y entonces ya no hay razonamiento juicioso capaz de dirigir a las personas. Y aunque sea políticamente incorrecto expresarlo, ese fue el sentimiento de fraternidad, de manada, por expresarlo de la mejor manera que mis capacidades intelectuales me ofrecen, que apareció sin yo llamarlo en el interior del autobús dirección al centro de Ceuta. Ese momento, me embargo emociones de animadversión al ver que los primeros kilómetros solo veía personas vestidas con chilabas y pañuelos, casi nadie vestía con ropas occidentales, era el mismo sentimiento que me hubiera aparecido si hubiera tenido una hija y me dijera que quería casarse con una persona culturalmente influenciado por una cultura donde la mujer era totalmente sumisa al marido. No era su nacionalidad lo que temí, sino lo que seguían abanderando, como aquellos de mi país que defienden la tauromaquia. El Viajero Pesimista hacía tiempo que no se sentía tan desanimado y derrotado. Seguía buscando incansable el verdadero Santo Grial en una existencia que lo único que le importaba era la confrontación y todo parecía desembocar allí. Y lo peor de todo, que él también había sentido la llamada del Tamborilero Ancestral, creador de los sentimientos primitivos, tan fuertes como la radiación solar, su racionalidad había perdido una batalla...Una más.
Llegamos a la parada de la pescadería municipal donde me tomé un refresco antes de caminar por primera vez por las calles de Ceuta. Sus ordenadas y limpias calles animaron mi desconsolada alma. El ambiente era fantástico.
Fui caminando hasta el polígono del puerto de Ceuta, donde el día anterior había reservado por booking mi alojamiento. Su ubicación desangelada, rodeada de naves industriales no era precisamente el lugar más bonito del mundo para pernoctar. No obstante, su interior era como un oasis en el desierto, con su hermoso patio interior y los accesos de las habitaciones alrededor de él distribuidas en dos plantas. La Pensión Puntilla tenía muchísimo encanto y era uno de los lugares más limpios donde me he alojado en esta existencia. El propietario era un tío servicial que me ayudó en mis dudas, aportando detalles valiosos para un turista.
Con ansias de explorar la ciudad y siguiendo el consejo del propietario del alojamiento, fui a la parada del autobús cercana. En el paseo peatonal, pude observar en la fachada de un edificio histórico de la ciudad, cuatro dragones que la coronaban, dispuestos a emprender el vuelo. Resaltaban sus tonos oscuros en la blanquecina fachada. Luego, me dirigí al paseo de las palmeras acompañado de los bustos de los pensadores más célebres de la antigüedad que dieron consistencia al pensamiento occidental. Al final, en la bocana al puerto, se mostraba uno de los dos Hércules de la ciudad autónoma, aferrado a dos columnas que representaban los dos continentes, como si quisiera separar ambos mundos, como si le molestara la unión de los dos continentes. El sueño inconcebible por los Dioses griegos. No muy lejos, se erguía desde el siglo X el monumento más representativo, las Murallas Reales . Estas murallas y el foso se construyeron para proteger el istmo y la península de Almina. Dos puentes superaban el foso, antiguamente era una pasarela elevadiza la que daba acceso a ese territorio. Debió ser inexpugnable por tierra. Era imponente.
Ceuta tenía un encanto especial, a pesar de su situación geográfica y las dificultades de integración que le daban un toque exótico. La península estaba rodeada de algunas playas con cierto encanto y el Parque Marítimo del Mediterráneo, un complejo de lagos artificiales y piscinas con servicios de restauración en un entorno idílico que prometía. Daban ganas de quedarse un día más y disfrutar del complejo. Me prometí, en la terraza de uno de los locales donde cenaba con vistas a la playa, mientras saboreaba una buena mariscada, que debería volver a Ceuta y explorar sus alrededores, que prometían alguna que otra sorpresa. Tal vez venir en coche y recorrer las carreteras con bicicleta de carretera o alguna pequeña caminata por los montes sería una opción a tener en cuenta.
La verdad que en aquellas horas de la noche, me sentía feliz comiendo y bebiendo cervezas acariciado por la brisa del mar y el romanticismo de la noche. Solo el sonido estridente de las sirenas de emergencia, de vez en cuando, querían devolverme a la realidad, una realidad que no parecía tan hermosa para todo el mundo como la que yo estaba viviendo en ese momento.
A la mañana siguiente, me desperté temprano para volver a cruzar la frontera y volver a tierras marroquíes, dirección a Tánger. Había sido unas horas extrañas las vividas en Ceuta, Nunca pensé que una ciudad europea pudiera despertar en mí esas sensaciones. Unas sensaciones, creo, que solo pueden nacer si uno entra a ella desde Marruecos.
2019
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