El rechoncho y "adorable" anciano de Baños de Montemayor
---La peor de todas las interpretaciones---
Viendo a aquel anciano rechoncho y adorable entre otras personas de su misma edad al mediodía de un cálido día de octubre en Baños de Montemayor, no podía más que asentir al razonamiento del pensador chino Confucio. Los años de experiencia, sabiduría y el legado generacional que nuestros mayores han trasmitido a las generaciones siguientes son más que suficientes para practicar con todos ellos las virtudes de la tolerancia, paciencia, sacrificio y madurez. Sin embargo, las palabras "Son más que suficientes" resonaban en mi interior como si fueran dagas que iban pinchando mi corazón, cuando desperté al día siguiente. ¿En serio, Confucio? Yo que te tenía por una persona sabía y recta.
En el año 2001, decidí emprender el Camino de Santiago por la Vía de la Plata desde Mérida. En aquel entonces, este camino era muy poco frecuentado por los peregrinos por las largas distancias entre poblaciones y a los kilómetros de soledad que el caminante debía afrontar a través de caminos, senderos y dehesas. No obstante, desde mi perspectiva, fue el camino más auténtico, desafiante y que más valoro de los que realicé, habiendo realizado varios partiendo de diferentes lugares de la península ibérica.
A esto se sumaban las instalaciones precarias; muchas veces , al llegar al pueblo donde debía pernoctar, recorría unos kilómetros más en busca de la dichosa llave de mi lugar de descanso, ya que rara vez se encontraba donde la guía El País Aguilar indicaba, y la primera o segunda indicación de sus ciudadanos no siempre resultaba correcta. Se requería tener una paciencia de santo, pero en algunos días que la jornada habían sido especialmente dura, me costaba mantener la compostura. Sin embargo, antes de perder los nervios, siempre pensaba: " Este es el verdadero camino, amigo. No te quejes y disfruta". Y me calmaba.
Desde luego, estas cositas contribuían a que el camino no fuera muy popular entre los futuros peregrinos, quienes optaban por el Francés, el cual estaba completamente acondicionado para que la experiencia resultara lo más cómoda posible. Incluso así, me encontré con personas que, de manera incomprensible, se quejaban. ¿Qué querían que los albergues fuera hoteles de cinco estrellas? Además, hay que pensar que en aquella época los alojamientos colectivos era gratuitos, basados únicamente en la voluntad de los peregrinos en donar algo.
En ocasiones, hubiera deseado enviarlos a la Edad Media, donde sin duda habrían tenido motivos más que suficientes para quejarse de las incomodidades que los peregrinos medievales debían soportar estoicamente.
Baños de Montemayor fue una de las poblaciones que pernocté durante mi recorrido por la Vía de la Plata, camino que inicié en Mérida y acabé en Finisterre.
Esta localidad pertenece a la provincia de Cáceres, ubicada en el norte, en el valle del Ambroz, rodeada de montañas. Desde la época de los romanos, ha sido utilizada como lugar de descanso y para tratamientos terapéuticos gracias a sus balnearios y termas.
En el momento en que hice mi breve pernoctación había muchos grupos de jubilados del INSERSO, sobre todo de madrileños, quienes acudían a calmar sus dolencias o simplemente a relajarse con las aguas termales y sus beneficiosos tratamientos, escapando de la bulliciosa y gran metrópolis. Lo que nunca imaginé que alguno de aquellos adorables ancianos buscase aliviar "otras dolencias". Por supuesto, antes de que algún defensor de satisfacer sus deseos carnales hasta el último día antes de su muerte haga alguna interpretación errónea, el asunto va de sexo, pero por un camino completamente diferente al que puedan pensar.
Llegué al mediodía a Baños de Montemayor con mi mochila de cincuenta litros y una esterilla en la parte superior, envuelta en una bolsa de basura para protegerla de la lluvia que me habían dado en una gasolinera la jornada anterior, que había sido bastante lluviosa. Llevaba la cabeza rapada al cero, una barba de unos días y la piel quemada por el sol. Tenía aspecto de nómada moderno, de vagabundo para entendernos perfectamente. Además, tal como mencioné anteriormente, todavía no estaban familiarizados con los peregrinos. Basta con considerar que solo me crucé con un peregrino a pie en todo mi recorrido, y era un danés que iba recorriendo etapas sueltas, las que consideraba más interesantes desde el punto paisajístico.
Fue en la avenida principal, entrando por la N-630, en un balcón de una casa de pueblo, donde un jovial anciano entabló un dialogo para tantear el terreno, pensó equivocadamente que sería sencillo cautivarme con dinero, sacar provecho de la situación, creyendo erróneamente que era un buscavidas, para él, la figura del peregrino estaba asociada a las penurias y necesidades. Y mi aspecto reafirmaba sus teorías anacrónicas. En ese aspecto, siendo hombre de avanzada edad, no se le podía recriminar nada, ya que los pocos peregrinos que recorrían los caminos a Santiago en las décadas anteriores a los 90 lo realizaban en unas condiciones austeras y difíciles.
El hombre me explicó que no era de allí, sino de Madrid, y que no conocía bien el pueblo. Había venido junto a un grupo de personas jubiladas organizado por el INSERSO. Al expresarle que quería buscar mi albergue , acicalarme y comer algo, me comentó que por la tarde podíamos pasar un tiempo juntos conociendo la localidad. A lo cual no puse ningún impedimento, más bien, lo consideré una oportunidad interesante para aprender cosas a través de una persona mayor.
Proseguí con la búsqueda del albergue municipal, llamando a la casa que me indicó un viandante. La mujer me acompañó hasta el lugar, ubicado en el subsuelo de una antigua edificación. Abrió la chirriante puerta con llaves artesanales que debían pertenecer a la época del medievo, largas y de acero, y bajamos dos o tres peldaños; un olor enfermizo se instalo en mis fosas nasales. Lo que vi no fue precisamente mejor que lo que olí: una habitación rectangular y humedecida con escasa luz natural y una bombilla insuficiente para iluminar todo el espacio, las esquinas repletas de telarañas. En la sala habían dispuestos varios camastros con mantas de dudosa salubridad. La miré, tras contemplar la siniestra perspectiva del lugar, y le dije: "Mejor voy a buscar una pensión, no me convence este sitio ( resulta siniestro)". A lo cual respondió: " ya me extrañaba, no parecías el tipo persona que suele hospedarse aquí, hablando contigo".
Al atardecer, después de una siesta en mi pensión y haber comido algo, decidí salir a explorar la población, que tenía aproximadamente ochocientos habitantes. Mientras iba absorto en mis pensamientos apareció el rechoncho y adorable anciano, sentado en un banco. Se levantó y se unió a mi paseo. En este nuevo encuentro, su mirada resulto más siniestra y turbia, acompañada de una sonrisa jokeriana, pero no le di importancia, podría ser producto de mi imaginación.
Rodeados de suaves colinas íbamos paseando por las calles de la población, conversando de trivialidades que no precedía en absoluto el viraje que iba a tomar la conversación. Poco a poco, íbamos ascendiendo por una calle que desembocó en una carretera comarcal, dejando atrás las últimas casas, flanqueados por una espeso bosque de coníferas. En ese momento, pensando que era un ser necesitado y desesperado, aprovechó para hacer una breve introducción de su historia sexual a lo largo de su vida , culminando con una oferta. "Sabes, he tenido miles de relaciones sexuales a lo largo de mi vida, he probado todo. En Madrid, me he unido a orgías con todo tipo de personas y edades, incluido niños..." Fue en ese momento, que dudé por empujarlo por uno de las laderas del bosque o dejarlo, opté por la segunda, porque la primera solo me hubiera traído muchos problemas y era su palabra contra la mía. ¿Y a quién creería un juez antes, a un adorable y rechoncho anciano o a mí, y sin tener pruebas? Y si solo, lo poco que me contó, era la imaginación de un demente senil que se había tirado toda su vida pajeándose con cintas porno, ya que su mujer era frígida o asexual. Y cuando me iba a marchar, sin mediar palabra, me suplicó que me dejara que se la chupara, que tenía dinero, que me pagaría lo que quisiera, que a pesar de estar casado con una mujer el sexo entre hombres era mucho mejor, casi se puso de rodillas rogando que nos internáramos en el bosque para satisfacer su pulsión sexual, entonces me di cuenta que no solo podía ser un deseo reprimido aquello que me contó. Si alguien hubiera visto esa imagen desde lejos, pensaría que el joven despiadado estaba abandonando al pobre e indefenso anciano. ¡Qué cruel es la juventud!
De vuelta a la pensión, pensaba que el mundo estaba demasiado podrido, que nada era lo que parecía. Y cada vez me resultaba más complicado crear vínculos con las personas, no por los errores cometidos, sino por sus naturalezas manipuladoras y, lo que es peor en algunos casos, por su depravación sin límites. Los animales, a pesar de su violencia, al menos eran mucho más transparentes, más cristalinos. Todo era lo que parecía, para bien o para mal.
Más tranquilo ya, pensé; después de ver ancianos viviendo solos y sin vitalidad a lo largo de mi existencia y no conocer lo suficiente como para saber si se merecían ese triste final, que aquel rechoncho anciano no merecía vivir sus últimas días rodeado de personas, protegido y mimado por el cálido afecto de su familia. Bastaron solo quince minutos de conversación para juzgar toda una vida. Si por mí fuera hubiera sido suficiente para sentenciarlo a la soledad y enfermedad más amarga que se puede manifestar en un ser vivo en nuestro planeta.
El mejor recuerdo en Baños de Montemayor fue al amanecer, el nuevo día disipó los recuerdos de mierda. Quedé ensimismado recorriendo la milenaria calzada romana, que se conservaba en une excelente estado a lo largo de un kilómetro. Olvidándome del lado oscuro de la humanidad y acercándome al más brillante y sorpréndete de mi civilización, que no todo eran sombras ni meras reflexiones ingenuas de sabios antiguos, Sr. Confucio.
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